Elisa Carricajo protagoniza Un Crimen Común (2020), un film de Francisco Márquez disponible en MUBI que se mete de lleno en las tragedias del conurbano en manos de Gendarmería para dar como resultado una historia que juega con el terror y el thriller psicológico.

Por Belén Borelli*

 

Un parque de diversiones que parece sacado de una película de terror de los ochenta es lo primero que podemos ver al principio de Un Crimen Común (2020) de Francisco Márquez. Entre luces brillantes, gritos de niños, una figura de Freddy Kruger y un tren fantasma, este comienzo nos marca que estamos a punto de ver una película en donde el thriller psicológico llega a los barrios del conurbano a través de la desaparición de un pibe en manos de las fuerzas de seguridad.

Disponible en el catálogo de MUBI, y con su premiere en la edición pandémica del Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, el director vuelve a ahondar en las desapariciones forzadas. Ya lo había hecho en La larga noche de Francisco Sanctis (2016), en donde trata las andanzas de un hombre que impide que dos conocidos sean desaparecidos por los militares en una Argentina situada en 1977. Cuatro años más tarde, el director elige abordar la misma temática pero dentro del esquema democrático, y muestra cómo la hipocresía y el doble discurso llaman a la puerta de una mujer clasemediera.

Elisa Carricajo (un cuarto del grupo actoral Piel de Lava) se pone en la piel de Cecilia, una profesora de sociología en la universidad pública que está a punto de asumir como Jefa de Trabajos Prácticos dentro de la cátedra en la que enseña. Vive en una casa hermosa y grande en el conurbano y tiene un hijo que es fruto de su exmatrimonio con el que parece llevarse bien. En esos parámetros, Cecilia es una mujer clásica, pero también moderna y deconstruida: enseña a Althusser en la facultad, lleva a su hijo a una escuela pública a pesar de tener el dinero para que vaya a una privada, tiene un gato de mascota, fuma sólo adentro del baño después de ducharse y se queja de la impunidad del poder. Cecilia es una mujer “bien”.

Todo parece ir normal en su vida, hasta que le toca estar del lado que jamás creyó que iba a estar. Una noche azotada por la lluvia torrencial, Kevin, el hijo de su empleada doméstica, toca a la puerta con desesperación escapando de la policía. Detrás de la persiana baja de su living, Cecilia llega a ver los ojos del joven llenos de miedo que se encienden con los relámpagos de la madrugada. Puede abrirle la puerta y cobijarlo con calor y seguridad, pero muy asustada elige no hacerlo y se vuelve a dormir.

Al otro día, la catástrofe comienza a caer lentamente encima de ella cuando encuentran el cuerpo sin vida del joven en el arroyo cerca de su casa, que momentos más tarde se descubrirá que se trató un crimen en manos de oficiales de Gendarmería. Muy desesperada, Cecilia comienza a encajar a la fuerza las piezas del rompecabezas hasta chocarse con la pregunta que le da vueltas por la cabeza a lo largo de toda la película: ¿Por qué no le abrió la puerta a Kevin?

La protagonista se encuentra con la contradicción. Se da cuenta que sus actitudes se alejan de los pensamientos que enseña en clase y que pregonan sus pilas y pilas de libros de Foucault, Gramsci y Althusser. Cecilia es cómplice de “un crimen común”, un hecho que estos últimos años, desde el regreso de la democracia, se volvió moneda corriente en la sociedad argentina. Le duele afrontarlo, y no lo puede aceptar. Para ella, esas cosas jamás le iban a pasar.

No es casual que esta sea una historia que elige no abordarse desde la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Es que en Un Crimen Común el conurbano está en todos lados. Está en la casa de Cecilia, ubicada a unas pocas cuadras del barrio popular en el que vive su empleada doméstica junto con sus hijos; en las realidades en contraste que atraviesan ambas familias viviendo a solo unos pocos metros de distancia; en el Uber no llegando hasta el fondo de su barrio porque “en esos lugares no se meten”; en las fuerzas de seguridad que desaparecen pibes que usan gorra a casi 40 años del regreso de la democracia, y en el mismo Kevin, que se presenta luego de su muerte como un fantasma, como si fuera una suerte de realismo mágico situado en el Gran Buenos Aires.

Pero Un Crimen Común es más que eso. Es una historia que, a través de un drama social, está filmada como una película de terror psicológico. El espíritu de Kevin acecha la vida de la protagonista, y no la deja dormir. Su muerte la mantiene despierta todo el tiempo, y logra que sus pupilas se dilaten, que su cabello cambie y que los colores de su ropa se vuelvan más oscuros.

Cecilia se mira en los espejos de su casa y no se da cuenta que ya no es la misma. Su imagen se distorsiona a raíz de la muerte del joven, y ni siquiera puede reconocerse en la foto de su DNI. Ahora es como todas esas personas que salen en la tele y que siempre juró que nunca sería. Todo se obnubila. Ya no es más una mujer que ella misma cree encontrarse del lado correcto de la historia, si no que pasa a ser parte del problema y un personaje más dentro de la tensión implícita entre ambas clases sociales. Las palabras lindas y los buenos modales tan pregonados por la clase “bien” quedan muy lejos de las acciones de verdad.

La culpa se come más al personaje, incluso intenta comunicarse con Kevin en su propia casa. Así, sufre una transformación que la deja al borde de la locura, y busca un grito de desahogo digno de una scream queen para poder recuperar su sanidad, como Janet Leigh en Psicosis (1960) de Alfred Hitchcock, su hija, Jamie Lee Curtis, en la saga de Halloween (1978) de John Carpenter, o por qué no un ejemplo más actual, como Florence Pugh en Midsommar (2019) de Ari Aster.

 

El joven asesinado no es el único espíritu que se manifiesta en la historia; también lo hace el cargo de conciencia, en una forma tan fantasmagórica que le impide hacer cualquier cosa. Es que Cecilia entiende que mató a Kevin y lo arrojó a los lobos sin escapatoria, y ahora tiene que pagar el precio de sus acciones estando de rodillas y pidiendo piedad, así como lo hizo el joven la noche de su asesinato.

Sin embargo, Un Crimen Común no se enmascara desde un lugar panfletario. Se trata de un film que no busca quedar bien con nadie, sin caer en obviedades, y sólo retrata una tragedia en manos de la policía para explorar las aristas del thriller psicológico. Es una película sobre cómo los sujetos sociales estamos muy cerca de esa frontera entre la teoría y la práctica en la vida real. Que pensar no es lo mismo que hacer. Que ni siquiera leer a Althusser hablar de los aparatos ideológicos del Estado no es suficiente y no te salva de caer en contradicciones. Y que entre el terror y el suspenso, la película deja una pregunta que se traspasa al espectador: ¿Ustedes le hubieran abierto la puerta a Kevin?


 

 

 

 

Belén Borelli es periodista de día y twittera de noche. Es porteña de nacimiento pero adoptada por Lomas de Zamora desde el 2002. Estudia la carrera de Periodismo en la Facultad de Ciencias Sociales de la UNLZ y es optimista en que este año se recibe. Le gusta mucho la ropa e intenta ver una película por día. Escribe para BAE Negocios y colabora en Infobae Cultura y en Pop Con. También crea contenido de cine en Beludrome, su podcast disponible en Spotify, y en sus redes sociales.