Esteban Lamothe personifica a un jugador de Talleres de Escalada que, entre la frustración y el cansancio, decide retirarse de su carrera como futbolista y buscar nuevos rumbos en su vida. Pero es difícil soltar pasiones y reinventarse de cero.

Por Belén Borelli*

 

En Argentina se habla de fútbol todo el tiempo. A lo largo de los años y pasando de generación en generación, cada vez queda más en claro que “la pelotita” es una parte fundamental de nuestro folklore. Hay fútbol en todos lados: en los niños jugando un picadito en las calles del conurbano, en esos chicos adolescentes probándose en las inferiores de distintos clubes, en los santuarios en homenaje a Diego Armando Maradona, en todos esos rituales y cábalas que los argentinos seguimos al pie de la letra para que la Selección pueda ganar la Copa del Mundo. El fútbol como un poder sagrado, divino y superior que desafía todas las leyes, une personas, traspasa las barreras de la pasión y cambia vidas.

El director de cine italiano Paolo Sorrentino entiende muy bien sobre esto último. Su película Fue la mano de Dios, estrenada en 2021 y disponible en Netflix, mezcla la tragedia con la importancia de las pasiones, al punto que pueden llegar a salvarnos la vida. En esta oportunidad, un adolescente engaña a su destino y salva de morir en la misma fuga de gas que lo hicieron sus padres por elegir ir a ver un partido del Nápoli en vez de pasar un fin de semana con ellos. Esta trama no podría estar más alejada de la ficción: es la historia real del cineasta y cómo su amor por el Diez hizo que evitara la tragedia. “Esto marcó mi vida. Creo en el poder semidivino de Maradona”, afirmó en la premiere del film en el Festival de Venecia de 2021.

Fue la mano de Dios

 

Del fútbol se habla todo el tiempo, en Argentina y en el resto del mundo. Como una suerte de alusión a la frase “la vida imita al arte”, el cine también crea imaginarios en el que este deporte es parte del conflicto principal. Aun así, si bien la industria cinematográfica nacional supo explotar bastante bien este concepto, todas las producciones estrenadas no parecen tener la suficiente relevancia como para delimitar una esfera en concreto que orbita alrededor de aquellas historias que mezclan el amor por la pelota.

Por el contrario, El 5 de Talleres de Adrián Biniez, narra la historia de un jugador de la Primera C que decide retirarse del fútbol e intenta buscarle un nuevo sentido a su vida después de haber entregado tantos años a la pelota.

En esta película, que por cierto, es una coproducción argentina junto a Uruguay, Alemania, Holanda y Francia, Esteban Lamothe se pone en la piel de Patón, un treintañero que juega de 5 en el Rojo de Escalada, pero que justamente no se lo caracteriza por ser exitoso en eso. Después de muchos años intentándolo, el protagonista se da cuenta que durante todo su recorrido tuvo más problemas que triunfos. Los hinchas del club abuchean su desempeño, y no logró hacer una buena fortuna.

Patón sabe que el ocaso de su carrera está a la espera y decide entregarse a eso. Mientras tanto, se refugia en el apoyo de Ale, su novia, protagonizada por Julieta Zylberberg, y elige nuevos rumbos en su vida: decide terminar el secundario y piensa en empezar un posible emprendimiento con ella como una alternativa que les de plata. En ese entretiempo, el personaje se permite afianzar su relación: estudian inglés juntos, se van de vacaciones y hasta aprende cosas que no sabía de ella.

El 5 de Talleres

En El 5 de Talleres, el conurbano es un escenario muy importante: es ese lugar con clubes de barrio que funcionan como un semillero para los niños que luego se convertirán en los próximos Diego Maradona y Lionel Messi. Esos espacios alejados de la ciudad que tienen a los futuros Julián Álvarez y todavía no lo sabemos. Incluso los que hospedan a esos héroes irreconocibles como Lionel Scaloni, que siempre estuvieron ahí. Pero también esos mismos lugares que contienen a las estrellas frustradas que no van a poder llegar a la cima, y en donde el sudor de la frente y los botines sucios combinan con los sueños rotos.

En ese sitio es donde se para nuestro protagonista, y resignifica su camino por las calles del sur del conurbano bonaerense. Si nos ponemos en sus zapatos, los clubes de barrio pueden ser un factor importante a la hora de darle identidad a un barrio, pero también el punto de giro en su historia para entender hasta cuánto puede darle al fútbol y cuánto éste puede darle a él. Lo que más ama y lo que peor le hace. El Patón entiende que los límites se desdibujan: ¿puede el fútbol ser su pasión sin ser lo que mejor le sale?

En Escalada, el personaje de Lamothe puede ser el 5 de Talleres, pero también puede ser el que cambia el rumbo de su vida, o el que decide terminar el colegio secundario que descuidó por apostar todo a su carrera en el fútbol, el que entiende que tiene el derecho de reinventarse después de una crisis, el que decide cerrar un capítulo para empezar otro. La importancia, pero lo difícil, de transitar las mismas calles siendo una persona distinta.

Así, Patón pasa el resto de sus partidos con el equipo como si fuera una cuenta regresiva hacia su libertad. Entiende que puede seguir amando el fútbol desde otro lado sin la necesidad de vivir para él. Al fin y al cabo, si a cada lugar que te vayas siempre te llevas a vos mismo, el protagonista sabe que las pasiones como la pelota se quedan tatuadas para siempre en el alma.

 


 

 

 

Belén Borelli es periodista de día y twittera de noche. Es porteña de nacimiento pero adoptada por Lomas de Zamora desde el 2002. Estudia la carrera de Periodismo en la Facultad de Ciencias Sociales de la UNLZ y es optimista en que este año se recibe. Le gusta mucho la ropa e intenta ver una película por día. Escribe para BAE Negocios y colabora en Infobae Cultura y en Pop Con. También crea contenido de cine en Beludrome, su podcast disponible en Spotify, y en sus redes sociales.