“Nacer con un don implica una responsabilidad hacia los otros y a Cometierra le tocó uno que hace su vida doblemente difícil, porque vive en un barrio en donde la violencia, el desamparo y la injusticia brotan en cada rincón y porque allí las principales víctimas son las mujeres. En la persecución de la verdad, en el descubrimiento del amor, en el cuidado entre hermanos, Cometierra buscará su propio camino”. En esas breves pero fuertes palabras puede describirse la primera novela de Dolores Reyes, docente y escritora conurbana. En diálogo con Revista Cordón, analizó la violencia machista en la actualidad e hizo un repaso por sus primeros pasos en la literatura. 

Vive en Caseros, Tres de Febrero. “Trabajo y trabajé siempre acá. A los 19 años me recibí de maestra y trabajé en Ciudadela, en Fuerte Apache, y en Pablo Podestá”, nos cuenta. 

“Vivo con seis de mis siete hijos, la más grande ya se independizó. Por mis hijos y por mi trabajo, estoy en contacto permanente con niñez, adolescencia del Conurbano. De ellos tomé muchísimo para los personajes de “Cometierra”, de sus intereses, de sus formas de relacionarse, de estar y compartir. Me ayudan a empatizar y a ver problemáticas o situaciones”, agrega Reyes, en diálogo por Whatsapp, en medio del aislamiento preventivo que nos deja, para otra ocasión, el encuentro en persona, los abrazos y las charlas presenciales.

«Ella se queda acá y yo me llevo algo de esta tierra en mí, para saber, a oscuras, mis sueños».

¿Qué te llevó a escribir y publicar tu primera novela, “Cometierra”?

Hice el secundario en La Matanza y tuve varias profesoras que nos hacían leer,  escribir. Recuerdo una en particular, con la que hacíamos ejercicios de escritura, y a mi me encantaba hacer cuentos, relatos cortos con técnicas de escritura que si las pongo en práctica, me sirven hasta el día de hoy. 

Me casé y tuve hijos muy chica, y dejé de escribir. Pero nunca dejé de leer. Estudié para ser maestra, y letras clásicas en la Universidad de Buenos Aires. No terminé la carrera, pero todo lo que hice me sirve y fue sedimento a la hora de ponerme a escribir. 

Hace algunos años ya venía leyendo a Gabriela Cabezón Cámara, Selva Almada, Leonardo Oyola, y me hizo un click en la cabeza. Estaba en crisis con la existencia, me quería separar y fue una forma de volver a mi misma, a lo que más me gustaba hacer. Fui al taller de Selva Almada y Julián López, donde hacíamos  cuentos. y haciendo un ejercicio, un compañero leyó un fragmento que terminaba en tierra de cementerio, y ahí vi una nena con el pelo largo, sentada en la tierra del cementerio, y empezaba a comer tierra. Me acuerdo que la imagen me impactó un montón, fue el inicio.

¿Por qué Cometierra no tiene nombre en la novela?

El tema del nombre me interesa trabajarlo un montón, porque Cometierra es un estigma. Ella tiene un don, que es la videncia, y viene pegado a una carga enorme que los vuelve a marginalizar, a dejarlos solos. Cometierra le dicen los otros, ella en ningún momento se llama así, es el lado negativo del don que haya sido identificada así. 

Y tiene consonancia con que he trabajado con niños de primaria que no tenían documento, que no estaban inscriptos, y que de alguna forma no tenían el nombre legal, cívico. Quería problematizar lo que es habitual en los barrios del Conurbano, que haya chicos sin anotar. 

Y también tiene que ver con el robo de identidad, que nos recorre en nuestra historia desde hace más de 500 años. Todas las grandes tragedias de nuestra tierra tienen su correlato en el robo de identidades: la conquista, el exterminio de pueblos originarios, las fosas comunes, la última dictadura militar, la campaña al desierto, el robo de la identidad de los bebés, el cuerpo de las y los detenidos desaparecidos.

¿Cuál fue la importancia del lazo familiar con su hermano?

Ellos en un momento se cierran al mundo de los adultos, que solo les plantea violencia y precarización existencial, de vivienda, laboral, de relaciones con la escuela. Ellos tratan de construir algo entre ellos, otra cosa, con su hermano, con sus amigos. Construyen desde la cotidianeidad otra cosa, con sentimientos más nobles, algo muy distinto a lo que les plantea el afuera.

¿Hay algo biográfico en la novela?

Hay muchos elementos biográficos. Todo empieza en el cementerio de Podestá, y yo trabajo a 150 metros. Y hay pequeñas anécdotas autobiográficas: hoy pase por la casa que tomo de referencia para hacer la del herrero, que es tal cual a la del libro; las vías del tren; la calle de los palos borrachos existe desde que soy chica.

El feminismo, los femicidios y lxs sobrevivientes 

¿Qué significó para vos publicarla en un contexto social donde el feminismo está empoderado y avanzando en la lucha de derechos? ¿Cómo surgió tu mirada de género?

Mi mirada de género se fue construyendo con los años. Siempre tomo como punto de partida, para toda mujer, darse cuenta que te pueden matar sólo por el hecho de ser mujer. Para mi, ese momento llegó con el caso de María Soledad Morales: yo era muy chica y prendía la tele para ver qué había pasado con ella y la respuesta social de la provincia, pidiendo justicia por algo que en aquel momento no teníamos elementos para decir que era un femicidio. Y es algo que, desafortunadamente, se repite. 

También lo seguí rastreando en la literatura, en tragedias con la imagen del femicidio, hasta en nuestros mitos, nuestra cultura popular, los tangos. Y empecé a hacer mis propias investigaciones.

Es una epidemia enorme y gravísima de violencia hacia las mujeres y femicidios, y ahora tenemos los elementos para decir lo que está pasando. 

En cuanto a la publicación, me resultó ambiguo publicarlo en este contexto, porque es con el que dialoga la novela constantemente, pero me planteaba si no iba a ser algo que saturara en la ficción. Yo no quería militar, quería hacer una ficción bien construida, pero que te sacuda y te indique cuestiones de la sociedad. 

¿Cómo se atraviesan los femicidios y la violencia desde la docencia?

Experimentamos un grado de violencia marcada y permanente, y desde un lugar omnipresente en el discurso social. Hay desprecio en general hacia la vida, los intereses, la persona, y lo leemos todo el tiempo. Tratamos de deconstruir las prácticas, los discursos y generar otras cosas, otros acuerdos de relaciones entre las personas, romper con los mandatos: cuando éramos chicas en las escuelas era clarísimo que había juegos de mujeres, de varones, el rincón de la mamá, y el rincón de la construcción para los varones. 

¿Y desde la escritura?

Utilizo, de alguna forma, una temática que llega a la sociedad para crear ficción, para problematizar, para romper con el desprecio que se genera en los medios, rescatando la vida de las mujeres, y poniendo en relieve el costo enorme que tienen todas las mujeres que nos faltan. 

El libro tiene una dedicatoria que es un poco irónica, que es a las víctimas de femicidio y sus sobrevivientes. Yo considero que sobrevivientes somos todas en este momento, porque hemos tenido (en mayor o menor medida) situaciones de ataques o nuestra vida estuvo en peligro. Y sobre todo las nuevas generaciones que se dan cuenta, no lo naturalizan, tienen ya las herramientas para manifestarlo.

¿Cómo fue la recepción de la novela en las familias de víctimas de femicidio?

Las lecturas y devoluciones que me hacen tías, madres, hijas e hijos de feminicidio son fuertes, y la identificación con los personajes también es fuerte. Dialoga con este momento, y desafortunadamente con una situación social que se profundiza, agudiza y marca. Hoy, en cuarentena, la cantidad de casos de femicidios y emergencias de violencia de género aumentan terriblemente.

Los tiempos que vienen

¿Estás trabajando en otras publicaciones?

Sí, estoy trabajando en la segunda parte de “Cometierra”, y en una novela nueva. Y desde el año pasado estoy trabajando con cuentos: uno va a salir en una antología llamada Conurbe, de la Universidad de Hurlingham dirigida por Julián López, y un proyecto de cuentos propios a largo plazo.

 

Dolores Reyes nació en Buenos Aires en 1978. Es docente, feminista, activista de izquierda y madre de siete hijos. Estudió letras clásicas en la Universidad de Buenos Aires. En la actualidad, vive en Caseros, Buenos Aires. Cometierra es su primera novela.