Ángela Pradelli se crió en Burzaco pero nació en Capital, más precisamente en el Hospital Ferroviario, por el trabajo de su padre. En la zona sur del conurbano bonaerense ejerció como docente en distintas escuelas y más tarde comenzó a escribir ficción. La autora de libros como “Amigas mías”, “Turdera”, “El lugar del padre”, “Combi”, “Un día entero” y “En mi nombre” se reunió con Revista Cordón para pensar acerca de las tramas que se fueron armando alrededor de cada uno de sus trabajos.
Por: Emilia Racciatti / Fotos: Joaquín García Conde
Para Pradelli (Buenos Aires, 1959), el Conurbano es el territorio de sus ficciones porque se trata de los temas que la rodean, preocupan y ocupan. Allí vive actualmente en una casa que describe ubicada en el límite entre Turdera, Adrogué y Lavallol.
“Es mi escenario. Trabajé más de 30 años en las escuelas así que los conflictos de los pibes eran los del Conurbano. Los chicos venían a la escuela, traían sus problemas, sus sueños”, asegura quien retomó en uno de sus últimos libros, “El sol detrás del limonero”, las cartas escritas por su abuelo paterno en Burzaco al hermano que vivía en Italia.
Se trata de cartas que fueron guardadas por más de 60 años y que descubrió cuando viajó a Génova a conocer el pueblo natal de su abuelo y se reencontró con los hijos del destinatario. “En un momento les cuento que recuerdo que mi abuelo, cuando terminaba de regar la quinta, se lavaba las manos y, todavía con un poco de tierra bajo las uñas, se ponía a escribir en la mesa bajo la parra. Le costaba mucho mandar las cartas porque para un jubilado del ferrocarril era carísima la vía aérea. Las escribía en papel muy delgado porque era por peso. Cuando veo esa imagen pienso que estaba ante el oficio del escritor”, reflexiona.
El Conurbano de los inmigrantes que llegaron escapando de la guerra, los hábitos de quienes viajan a diario a la Capital, compartiendo el cruce del Puente Pueyrredón, en combi, y el rol de una jueza en la zona sur de la provincia de Buenos Aires durante la dictadura cívico militar son algunos de los temas que trazan el universo de Pradelli.
– ¿Cómo era en esa casa la relación con la lectura?
– Mi viejo era muy lector de diarios, llegó a comprar tres diarios por día. Los leía todos, apilaba los que quería releer. Yo leía mucho en la biblioteca popular de Burzaco, donde había una bibliotecaria muy buena. Muy seria y muy amable al mismo tiempo y cuando ya ibas dos o tres veces, te separaba algún libro en especial. Más tarde, a los 13 empecé a ir a la de Adrogué. También estaba la biblioteca de la escuela que era muy completa. Recuerdo que iba, por lo general, en el recreo entonces salía de un bullicio, de un estallido y entraba a un silencio denso y cargado. “Corazón” fue un libro que hizo llorar a mares. A veces lo pienso y me da congoja. Lo tengo en la biblioteca de casa y no lo releí porque tengo miedo de no llorar tanto.
– Más tarde te dedicaste a la docencia.
– Siempre di clases en el Conurbano, ahora me jubilé. En la Capital, talleres. Pero las escuelas en las que trabajé fueron en Burzaco, Lomas de Zamora. Trabajé mucho en las nocturnas de Lomas, de Temperley. También en Rafael Calzada y en Turdera, donde ejercí la docencia más de 30 años.
– ¿Cómo recordás que era representado el Conurbano en las ficciones que leías?
– El Conurbano aparece después, algunos escritores me acercaban sus textos pero no era frecuente escribir sobre este territorio. La gente que vivía en el Conurbano no escribía sobre él. Era un territorio que se evitaba. Tal vez «Flores robadas en los jardines de Quilmes» puede ser un inicio, en el sentido de que fue publicada por una editorial importante, entonces tuvo mucha difusión. El que escribió sobre el Conurbano pero de otra forma fue Borges, que si bien pasaba los veranos en Adrogué, se iba caminando hasta Turdera porque decía que allí se escuchaban las mejores historias, las de orilleros. Mucha gente de Turdera se ofendió por considerarse orillera. En su cuento «La intrusa», que sucede en Turdera, escribió sobre los Iberra. Se trata de una historia que Borges escucha y luego modifica el final y los nombres. La verdadera historia de «La intrusa» le pasa a los Iberra y Borges cambia ese apellido. Hasta hace no tanto estaba el rancho donde esa historia sucedió. En Turdera hay una guía de turismo, Liliana Ramírez, que diseñó un tour por la localidad e incluye ese rancho. Llevé mucho a mis alumnos a esos recorridos.
– Justamente una de tus primeras novelas se llama “Turdera” y es el núcleo que une las distintas historias de los protagonistas.
– La escribí después de trabajar para un censo. No tuve ninguna actividad que tuviera tanta relación con la escritura. Por ejemplo, entrás a una casa, hacés una pregunta y todos te cuentan, mínimo, una historia a partir de esa pregunta. El censo de 2000 se suspendió por falta de presupuesto y se hizo después, creo que en octubre del 2001, y me anoté. Casi todas las historias de “Turdera” pertenecen al censo. Fue un conflicto para mí porque por ley no se pueden tomar apuntes, mucho menos sacar fotos, solo hay que trabajar en las planillas, entonces me daba mucho miedo olvidarme lo que observaba porque era de una riqueza tremenda. Un día me senté en mi casa, dejé que todo reposara y después trabajé con lo que quedó y perduró en la memoria. Cuando me senté a escribir la novela no me paré hasta que la terminé. La escribí en dos meses.
– En “Combi” está presente el asesinato de Maximiliano Kosteki y Darío Santillán. Es la primera de tus novelas en la que la que el territorio no es conurbano sino que hay un ir y venir, el circuito se amplía.
– Si pero los protagonistas no cruzan el puente, van hacia ese lugar pero se quedan del otro lado. En el caso de “Combi” sucedió que viajaba muy seguido a Buenos Aires porque daba talleres, era una época en la que se viajaba muy mal en tren y mucha gente, como salida ante la crisis, se compraba una combi y salía a trabajar. Después llegaron las empresas porque el negocio funcionaba. Me llamó mucho la atención como los pasajeros, que no tenían un vínculo por fuera de la combi, se contaban cosas muy personales.
– En “La respiración violenta del mundo” es la apropiación ilegal durante la dictadura cívico militar la que atraviesa la trama.
– Necesito conocer los territorios sobre los que escribo y cuando, en esa novela, estaba trabajando en las escenas de Rodolfo Walsh fui a San Vicente. Lo nombro como Norberto Freire porque tomo el momento que está viviendo en la clandestinidad entonces no lo nombro como Walsh porque sería no confiar en la historia. Había terminado de escribir la novela, conocía San Vicente pero no la casa de Walsh así que llamé a una amiga y fuimos. Cuando preguntábamos por la casa de Walsh nos decían rápidamente “no sé”. Era como una palabra maldita. Decidimos hacer el recorrido que recordaba en sus textos. En el camino preguntábamos y era peor. Uno nos dijo «no vayan porque es una zona peligrosa». Por supuesto, fuimos. Sabía que la casa está ocupada por la familia de quien estuvo a cargo del operativo. Durante muchos años estuvo ocupada por su madre y cuando murió quedó su hermana. La familia de Walsh no pudo recuperar esa casa 40 años después. Había llevado textos suyos, cuentos y la carta, que había terminado de escribir en ese jardín, para rendir un homenaje. Estábamos ahí leyendo y en un momento mi amiga me dice «Angie, la policía». La calle se llama Walsh y en esa casa habitada por la hermana del jefe del operativo hay un cartel enorme que dice Walsh y la numeración. Es difícil hablar de ficción y realidad en estas historias. Se corren mucho los límites.
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