Entrevista a Sonia Almada

En este diálogo con Cordón, la psicoanalista y activista por los derechos de las infancias recorre los dos libros que publicó durante el último año, La niña del campanario y La niña deshilachada, para reconstruir el femicidio de una niña que se mantiene impune desde 1974, y hablarle a las infancias y al mundo adulto sobre las señales y las heridas que dejan los abusos para abrir un camino hacia la recuperación, causas a las que les dedica su vida y sobre las que tiene mucho para aportar.

Por Mariana Komiseroff*

 

Sonia Almada es psicoanalista e investigadora en temas de género y especialista en la defensa y promoción de los derechos de niñas, niños y adolescentes. En 2003 fundó la asociación civil ARALMA, desde donde impulsa acciones para la erradicación de todo tipo de violencias hacia infancias, juventudes y familias.

Don Torcuato es el barrio donde Sonia vivió hacinada y donde, junto con su hermano, fueron víctimas de todo tipo de violencias, hasta 1984. “El espacio juga roles importantes para los niños cuando se quedan sin lugares para esconderse”, dice.

En este mismo barrio está ubicada la Iglesia San Marcelo, donde el 27 de septiembre de 1974 Ana María Rivarola, de ocho años, apareció violada y asesinada en la escalera que daba al campanario. Sonia y Ana tenían la misma edad y ambas iban a misa en esa iglesia. De esta coincidencia surgió su libro de no ficción La niña del campanario.

 

-¿Qué pasa con aquellos casos de mujeres que han matado a sus hijos para lastimar a sus parejas? ¿Se considera violencia vicaria?

-No, en ese caso no. El concepto es de Sonia Vaccaro, una psicóloga argentina que vive en España. Habla específicamente de la violencia del varón para castigar a la mujer y no lo hace extensivo a esas mujeres, que serían como las Medeas, porque el porcentaje es mínimo.

 

-Me acuerdo de un caso, la Medea del Country.

-Cuando ese caso salió a la luz di unas conferencias sobre el pasaje al acto, cuestiones del psicoanálisis. Me venía bien el ejemplo de una mujer que, para castigar, por despecho mata al nene y lo dice: “Lo maté para que vos sufras”. El porcentaje es tan mínimo en relación a la venganza de los varones que no te dan las estadísticas para pensar la violencia vicaria en ese sentido, pero hay que decir que, si bien son muy pocas, hay mujeres que lo hacen. Lo que sí hay son muchísimas mujeres que maltratan a los niños, en un porcentaje casi tan alto como el de los varones. Las mujeres golpean y humillan a los niños, no así el abuso sexual, que está bien marcado que es potestad de los varones.

 

-El otro día hablé con unas neonatólogas y ellas me decían que el maltrato de las mamás hacia los hijos se da desde que los bebés son recién nacidos.

-Es verdad. Se ve mucho el zamarreo apenas nacen.

Sonia Almada, autora de “La niña del campanario” y “La niña deshilachada”

Sonia Almada, autora de “La niña del campanario” y “La niña deshilachada”

 

-¿Tiene que ver con falta de información?

-Hay momentos en los que las mujeres estamos a cargo de las tareas del cuidado cien por ciento. Llevar el bebé en la panza ya es un trabajo y un proceso muy intenso para cualquier persona que gesta, ahora estamos hablando específicamente de las mujeres. El proceso de la gestación trae aparejado una cantidad de correlatos psíquicos. En general, en los embarazos se despiertan las fantasías más primarias. Las cuestiones no resueltas se vuelven a revivir. Son procesos muy duros y es muy importante el acompañamiento y el soporte. Hay niñas violadas, obligadas a gestar y a parir, el otro día una tuvo el bebé y lo tiró por la ventana del baño y el bebé murió, y también hay mujeres que están en situaciones de fragilidad psíquica y un bebé es pura demanda, vos tenés que correr tu ser para ocuparte de que esa persona sobreviva. Es tanta la vulnerabilidad un recién nacido y la de un niño pequeño…

 

-¿Cómo surgió el deseo de escribir sobre el caso de Anita?

-Estaba escribiendo un libro que se iba a llamar La voz de la infancia por la campaña que hacemos en ARALMA para que metan en agenda temas de los niños. Estaba tratando de explicar qué les pasa a los chicos cuando son sometidos a trabajo infantil, al chineo y otras bestialidades que les pasan a las infancias, y cuando llegué a infanticidio, se me apareció el recuerdo de esta nenita que habían matado en mi barrio. El infanticidio es un tema que a mí me interesa en particular, y lo venía estudiando bastante, traté de conseguir estadísticas y de armar un concepto. El infanticidio no es solamente la muerte real del niño. Yo lo pienso como un proceso sistemático, con diferentes formas simbólicas de matar la infancia: la negligencia, el desamparo, el maltrato, el abuso sexual y finalmente una violencia extrema que es el asesinato.

 

-En esta conceptualización ¿te referís al abandono del Estado?

-Sí, o al intrafamiliar, institucional…

 

-Desde este punto de vista ¿podríamos pensar que si un niño trabaja a una edad temprana es un infanticidio?

-Sí, porque le matás la infancia real. El adultocentrismo es pensar al niño desde las prácticas, nociones y conceptos de los adultos. Los niños tienen otro mundo, otra forma de pensar, incluso en proyectos personales. Los niños tienen proyectos de vida, planes. No serán a diez años, pero por ejemplo un niño de dos años piensa: a la tarde voy a ir a tal lado. Realmente lo planea, no es que viven en un presente continuo y loco, no están psicóticos.

 

-Noto que si un hombre le pega a una mujer en la calle nos metemos más en este momento histórico, pero nos cuesta mucho intervenir cuando las violentadas son las infancias.

-Exactamente, en general la sociedad cree que los niños les pertenecen a los adultos y que con ellos se puede hacer cualquier cosa. Antes pasaba con las mujeres y ahora hay una gran visibilización, pero tampoco hay un gran cambio en las prácticas, porque nos siguen matando, los padres siguen sin pagar la cuota alimenticia, no ganamos lo mismo y todo lo que ya sabemos. Con los chicos, la visibilización no llegó. El caso de Lucio, por ejemplo, se mediatiza porque las asesinas son dos mujeres lesbianas, entonces los antiderechos aprovechan para poder hacer mierda al feminismo. A mí no me importa qué género tienen o con quién se acuestan, son torturadoras. No asesinaron, como hay casos que decíamos, por un zamarreo y se murió el bebé. Fue un plan de tortura sistemática. El abuso sexual no es un detalle menor.

 

-En el libro decís que mucha gente no sabía que Anita, La niña del campanario, había sido violada. ¿Por qué no sabían?

-Hubo una operación político religiosa para negarlo. Nadie en Don Torcuato sabía que la niña había sido violada. Yo tampoco lo sabía. Me enteré cuando conseguí una partecita del archivo judicial, porque el resto lo destruyeron. En la iglesia contaron que había sido un montonero. Una ridiculez. Alguien que entró a la iglesia y la ahorcó sin mucha explicación. La iglesia tiene una historia extrema en la violación y el abuso sexual de niños y niñas. Les pareció mejor contar este cuento del enemigo externo que ingresa para desestabilizar y así ocultar lo que yo creo que le pasó a Anita, que fue: la violaron y para tapar la violación, la mataron. En el libro trabajo el concepto del femicidio infantil, ella muere por ser niña, la abusaron sexualmente y después la mataron para callarla. Nadie se acordaba del caso, ni mi mamá, ni mis amigas de allá.

-Qué fuerte el poder de la institución para borrar la mente de todos.

-A veces me pregunto por qué yo me acordé.

 

-Y porque tenías que escribir el libro.

-Anita me fue llevando. Dos años después del asesinato tomé la comunión y los domingos era obligatorio ir a misa, yo iba completamente aterrorizada pensando que me iban a matar como la mataron a la nenita. Llegaba ahogada a la iglesia. Me quedó marcado a fuego. A mí ya me pasaba de todo, me abusaban sexualmente, me cagaban a palos y atendía una panadería todas las tardes, pero recién ahí me di cuenta que los niños pueden ser asesinados. Yo pensaba que solo la gente grande se moría.

 

-En La Pampa, luego del caso Lucio y de la manifestación popular que hubo, subieron exponencialmente los llamados a la línea de emergencias y la mayoría eran niños pidiendo protección para ellos, pero sobre todo protección para sus hermanas. A mí me impresionó eso que vos decís, a partir de este caso, los pibes se dieron cuenta de que lo que le pasó a Lucio les puede pasar a ellos.

-Claro, tal cual. Hay una resistencia infantil que se desconoce: los niños luchan por sus vidas. Cuando Thelma Fardin denunció a Darthes, en ARALMA no dábamos abasto. Es una epidemia, el abuso sexual y el maltrato son un problema de salud pública.

 

-Una vez que terminaste el libro ¿sentiste una especie de alivio o compensación?

-No sé si alivio, cuando lo envié para la edición final fui al cementerio. Fui a despedirme de Anita. Iba al cementerio porque me conectaba, iba para repetirme: esto pasó. Ella está en un nicho y hay muchas chapitas alrededor que le pusieron sus tíos, sus sobrinos, son del ‘74, ‘75, ‘76. Un año y pico estuve en esa atmósfera. Habían pasado 47 años cuando empecé a escribir y me tuve que preguntar cómo hacía con el contexto de la dictadura.

 

-¿Qué me podés decir sobre ARALMA?

-Nació en 2003, yo trabajaba en el Hospital Durand y, en relación a la cantidad de demandas, con una compañera empezamos a pensar en una institución dedicada, en ese momento, a infancia y familia. Este proyecto primero fue una institución de capacitación y asistencia psicológica, teníamos un montón de psicólogos y a medida que avanzábamos, por las profundas problemáticas sociales, empezamos a trabajar con hogares de niños. Mi socia no llegó al año y se bajó del proyecto. Y yo lo seguí sola, armando equipos por momentos. El 4 de abril ARALMA cumple veinte años. Presentamos dos proyectos de ley el año pasado. Ahora ya no es solo de psicólogos, hay trabajadores de todos los rubros, incluso activistas. No tenemos sede, la perdimos en la pandemia. No pudimos pagar el alquiler. Todavía no hemos podido recuperarla porque no nos entra dinero.

 

-¿Trabajan de manera virtual?

-Virtual y presencial. Cada uno encontró un espacio. Antes trabajábamos juntos y ahora forjamos una Red Federal para las Infancias y Juventudes con gente de todo el país. Somos como un conglomerado. Hacemos un trabajo trasversal y presentamos un proyecto de ley para crear el Ministerio de Infancia en Argentina, y con esa red y con otro movimiento que se llama Derecho al Tiempo Argentina, presentamos un proyecto de ley para cambiar la prescripción de los delitos de violencias sexuales hacia las infancias. Que no prescriban jamás.

 

-¿En la actualidad prescriben?

-Sí, queremos que se cambie la denominación. Se llama abuso sexual infantil y la palabra abuso significa: el mal uso o el uso indebido de un objeto, entonces queremos elevar a las infancias a sujetos de derecho. El abuso de infantil no tiene nada, te pasa en la infancia, que es otra cosa. Proponemos que se cambie la denominación del delito por: Violencia contra Niños, Niñas y Adolescentes. Las palabras importan. Esto es una primicia: queremos crear una Comisión de la Verdad y de la Reparación. Hicimos una alianza con una organización londinense, y organizamos un gran evento cumbre internacional con profesionales que han creado comisiones de la verdad en Bélgica, Canadá, Francia. Será en Buenos Aires, no decimos a dónde porque crear una Comisión de la Verdad es una cuestión política muy dura, viene gente de todo el mundo que hay que cuidar.

 

-¿Qué significa exactamente crear una Comisión de la Verdad?

-Como después del terrorismo de Estado que se creó la CONADEP para investigar los crímenes de lesa humanidad. La mayoría de las Comisiones de la Verdad en otros países se hicieron al respecto de abusos eclesiásticos. Nosotras queremos hacerlo con todos los abusos: el intrafamiliar, el institucional, el eclesiástico y el de culto, la cantidad de abusos que hay en sectas… Ahora estamos haciendo una encuesta anónima sobre abuso sexual en la infancia. Se va a poner el link directamente en las redes para contestarla.

 

-¿Cómo es trabajar con sobrevivientes de abuso sexual en la infancia?

-Ahora lo hago de taquito. ARALMA siempre convocó. Cuando entré al hospital el abuso sexual era pensado como una fantasía porque Freud lo había enseñado así. Él decía: las histéricas me mienten y todas creen que han sufrido una agresión sexual, pero es una fantasía. Como yo había vivido un abuso sexual sabía que de fantasía, nada, y además había trabajado en un merendero en Moreno con nenitos y ellos me contaban abusos sexuales, hasta en grupo me venían a contar. En el hospital te decían que había que tratarlo como una fantasía, como lo de Anita, esto no pasó. Empecé a formar cursos sobre infancias, hice uno muy grande sobre abuso sexual, invité a las poquitas personas especialistas en Argentina y así empezamos a meter el tema en el hospital. Cuando me fui para armar ARALMA empecé a dar cursos.

 

-¿Cómo llegan los niños a ARALMA?

-Llegan por síntomas: no funcionan en la vida, tienen distracciones, están mal o desganados y las maestras los envían. Siempre los traen las mamás, sigue pasando que se ocupan solo las mujeres. Algunos pocos llegan con sospecha de abuso. Llegan casos mediáticos, por ejemplo, pasó algo en un jardín y los padres traen a sus chicos para ser investigados digamos, a ver si a ellos les pasó, también eso aparece.

 

-Y el tema de la instancia judicial, ¿trabajan con abogados? Me imagino que hay casos no denunciados.

-Cuando tenés el diagnóstico, la certeza de que el niño ha sido abusado sexualmente, primero se lo decís al adulto que lo trajo y que sepas que no es el agresor, vos sabés quién es el agresor, y les decís que tienen que ir a denunciar, es su obligación. La mayoría hace la denuncia. Cuando no lo hacen, la hacemos los profesionales, el criminal tiene que salir del ambiente del niño inmediatamente. Nosotros lo tenemos muy aceitado. No ofrecemos asistencia jurídica porque los abogados cobran y la gente que se acerca a ARALMA no tiene recursos.

 

-¿Qué opinás de la Ley Lucio?

-Me parece una canallada, me da tanta bronca el uso político de la infancia, el uso político partidario, porque política yo hago todos los días. Tenemos la Ley 26.061 promovida por Cristina Kirchner, es una muy buena ley, pero no se cumple. Con esa ley podemos proteger a los niños, pero la Secretaría Nacional de Niñez, Adolescencia y Familia no hace nada en ningún lado.

 

-¿Creés que sería más útil que la ley se pusiera en práctica más que sacar una nueva?

-Por supuesto, ¿cuántos profesionales hay que puedan capacitar en infancias maltratadas? Muy pocos, no hay formaciones sobre esto. La verdadera capacitación que hay que hacer es en las casas, en los barrios. No hay algo que enseñar, hay que trabajar la empatía. Hacer entender que ese niño es un ser humano. Es obligación del Estado, por haber firmado la Convención de los Derechos del Niño y tener la Ley de Protección Integral, restituirle el derecho cuando un niño es avasallado en alguno.

 

-¿El maltrato infantil se da más en alguna clase social?

-No, lo veo en todas las clases sociales. En las clases más altas hay más humillaciones y se cuidan de no dejar marcas porque tienen más información de que es ilegal, pero la crueldad sale. Habíamos hecho una encuesta sobre comportamiento de padres y madres en crianzas de niños pequeños y, por ejemplo, en Misiones el castigo típico era la sumersión, en vez de darle una cachetada como se daba en Buenos Aires, en Misiones le metían la cabeza en el agua al chico. Prácticas. Varían por región las formas del maltrato, pero a los niños se los abusa y se los asesina en todas las clases sociales.

 

-Sobre tu último libro La niña deshilachada, ¿cómo es trabajar esta temática para infancias?

-Re difícil. Las ilustraciones son de Matilde Vidal, ella es muy empática. La ilustración habla mucho. No quería mostrar al abusador como el lobo o un monstruo, sino como un hombre, y pensé ¿cómo hago para que los niños no se asusten? Pero bueno, todos los niños que he atendido, a esta altura deben ser miles, nunca me dijeron que el abusador era un monstruo, me dijeron: es mi abuelo, mi tío… Así que yo tenía que poder respetar esa voz. La resistencia es en el mundo de los adultos.

-¿Cómo fue recibido?

-Lo están aceptando. Los adultos que lo leyeron me mandan mensajes muy lindos, es un libro fuerte. Noto que no hay tantas palabras a la hora de las devoluciones. La editorial dice que le va muy bien. Ahora lo presenté en la Feria del Libro Feminista, como una herramienta para ESI. Puede servir para trabajar en el autocuidado y enseñar que secretos no. Yo quería cumplir tres objetivos: mostrar los síntomas, desanimalizar la pedofilia y mostrar la recuperación. Hay que pedir ayuda. Los nenes que pasan por eso tienen que poder recuperarse.

 


 

Mariana Komiseroff nació en Don Torcuato, en 1984. Publicó el libro de cuentos “Fósforos mojados” (Suburbano Ediciones, 2014), la novela “De este lado del charco” (Editorial Conejos, 2015); la novela “Una nena muy blanca” (Emecé, 2019) y el poemario “Györ Cronograma de una ausencia” (Patronus, 2022).

Obtuvo una mención de la Secretaría de Cultura y la Fundación Huésped en el Concurso Cultura Positiva en 2006, y ganó el segundo premio Itaú Cuento Digital en 2013. Fue seleccionada para la residencia de artistas Enciende Bienal, y para el campus de formación de la Bienal de Arte Joven 2017. Obtuvo, entre otras, la beca a la creación del Fondo Nacional de las Artes y la beca Jessie Stret para la diplomatura en Derechos Humanos de la Mujer de la Universidad Austral de Salamanca en 2018.