Santa Maradona priez pour moi
Manu Chao

Por Pablo Alabarces*

1. Hay una fantástica revista deportiva inglesa llamada FourFourTwo: Cuatro-Cuatro-Dos, como las formaciones clásicas de los equipos de fútbol, después del viejo 4-2-4 del Brasil inolvidable y antes de la “revolución bilardiana”, con tres en el fondo que solían ser cinco. En la última edición, sus periodistas eligen los cien mejores futbolistas de la historia. El primero es Messi; el segundo, Maradona (el 47 es Rivelino; el 74, Éric Cantona; el 100, Gheorge Hagi).

Hace cinco años, en 2017, fue a la inversa. Ya había pasado Brasil 2014, pero Maradona mantenía el primer lugar.

 

2. En 2017, el tercero era Pelé. Hoy desciende al cuarto lugar, después de Cristiano Ronaldo.

El resto de los primeros diez son Zidane, Cruyff, George Best, Beckenbauer, Puskas y el Ronaldo “Fenómeno”, como le dicen en Brasil. Una buena lista, no muy exitista –la mitad de estos diez nunca ganó un Mundial. Quizás Best es la presencia británica indispensable para una revista inglesa –era irlandés, pero jugó en el Manchester. Concedámosles el privilegio de elegir uno, ya que juegan de local, y que no sea Beckham, un jugador sobrevaluado. Best estaba loco, murió por cirrosis de tanto alcohol y le decían “el quinto Beatle”. Aunque no lo vimos jugar, merece toda nuestra simpatía. Es lo más parecido a Maradona que jamás tendrá el fútbol británico –salvo Cantona, que era francés.

Lo cierto es que la elección despeja toda duda o cualquier polémica antigua con los hermanos brasileños: no sólo Maradona fue mejor que Pelé, sino que Messi también lo es. Y estamos hablando apenas de fútbol: y no de cultura, sociedad, plebeyismo, subalternidad, identidad de clase, naciones, temas todos en los que Maradona le sacó siempre tres canchas de ventaja al pobre Edson Arantes do Nascimento. Pero, lo concreto es que, hablando sólo de fútbol, las tres copas y los mil goles –que fueron dos Copas porque una no la jugó, que fueron muchos menos de mil goles porque le anotaron hasta los de los entrenamientos y los de los picados en Três Corações cuando era un menino–, los ingleses, jugadores neutrales e inventores del sano deporte del balompié, aseguran definitivamente que Maradona fue mejor que Pelé.

 

3. Sin embargo, imagino que cualquier encuesta local, entre futboleros acérrimos, hayan o no visto jugar al Diego en una cancha, proclamará que el mejor de todos los tiempos fue él. Si la encuesta incluyera más gente joven, más mujeres, más under 30 formateados en más Champions Leagues por ESPN y menos futboleros porteños, Messi debe dar vuelta la taba.

Imagino, no tengo datos. Nadie ha hecho esa encuesta.

Sólo sé que, durante casi dos décadas, los diecisiete años que Messi lleva jugando en la Selección Mayor, los futboleros le han dicho de todo. Me alcanza con revisar un chat con mis amigos: de pecho frío a catalancito, pasando porque no se sabe el himno o cagón, perdiendo ya la compostura. Y la comparación con Diego, claro, a la cabeza: lo del tobillo en 1990 me tiene francamente harto aunque, en la Copa América 2021, un afortunado patadón le permitió sumar un par de puntos.

4. Lo divertido de la comparación es que Messi ganó más títulos con la selección argentina que Maradona. Ganó un Mundial Juvenil y una Copa América (¡en Brasil! ¡en el Maracaná!), más una medalla dorada Olímpica. Diego no ganó nada en estos dos torneos: bueno, ni siquiera jugó Olímpicos. Posiblemente, lo mató el boicot a los Juegos de Moscú de 1980, una lástima. Ya tenía un Mundial Juvenil y luego iría por la Copa de mayores de 1986. Si alguien se le ocurre contar la Copa Artemio Franchi de 1993, Messi suma la Finalíssima de 2022. Messi jugó además dos finales de Copa América; Diego no pasó de un cuarto puesto –y de local.

Pero ganó esa Copa del Mundo. Y el partido contra Inglaterra. El tipo se volvió héroe y mito a la vez el 22 de junio de 1986, en el mediodía mexicano, a las 16.09 horas argentinas, a 2240 metros sobre el nivel del mar, en la intersección de Calzada de Tlalpán y Calzada Acoxpa, en la colonia San Lorenzo Huipulco y Santa Úrsula Coapa, hoy Ciudad de México pero entonces Distrito Federal.

(Está bueno eso de poder ser tan preciso, tan exacto: el tipo se vuelve héroe en ese exacto momento y lugar. ¿Cuándo fue lo de San Martín? ¿Y lo de Belgrano? ¿Cuándo se volvió mito Evita?).

Messi nunca fue héroe y nunca será mito. Será (es) ídolo. Pero las comparaciones son inútiles, infructuosas, sin sentido.

 

5. Esto ya lo escribí. La primera vez fue hace diez años. Lo repetí varias veces, la última de ellas en la reedición de mi libro Fútbol y Patria que acaba de salir en la editorial Prometeo –perdón por el auto-chivo, pero tengo con mi editor una deuda de honor.

Lo que Messi no puede ser es una repetición de Maradona. Porque lo que el relato heroico del deporte argentino espera de él es exactamente esa repetición: el héroe plebeyo nacional-popular que lleva la patria a la victoria. Esa repetición es imposible por varias razones: en primer lugar, clasista, porque Messi no es un plebeyo ni puede fingir serlo –no hay hambre ni pobreza en su historia. En segundo lugar, histórica: porque, aunque jugara contra Inglaterra y convirtiera cuarenta y tres goles (seis con la mano), eso jamás ocurrirá cuatro años después de una guerra –y nunca más por primera vez. En tercer lugar, política: porque una ficticia construcción nacional-popular (que Messi vuelve imposible, porque no da el perfil) no ocurriría en contraste con un relato nacional-popular ausente –como Maradona: el mayor símbolo peronista cuando el peronismo se había evaporado. En cuarto lugar, deportiva: si bien su calidad futbolística es igualmente excepcional (si no más), lo volvieron futbolista en la escuela catalana, puro control y disciplina, lo que implica la clausura del relato del pibe y el potrero. Y finalmente, razones ampliamente morales: Messi no es carismático, se limita al guión que el espectáculo global le reclama –un guión abundante, por cierto, pero minuciosamente previsible y previsto: hasta llora cuando lo mandan las cámaras. Y casi no habla: cuando habla, lo hace con el cuerpo, estrictamente en el juego. Messi es mudo, abstemio y hasta virgen, si me aprietan.

En resumen: de todas las condiciones de mito que Maradona presentaba, Messi tiene solo una. Nada menos que la condición excepcional de su juego: pero eso es ampliamente suficiente para hablar de fútbol, y bastante insuficiente para hablar de mitos nacionalistas y narrativas patrióticas. Messi, entonces, desprovisto de los desgarramientos y los conflictos –y de la condición plebeya, radicalmente popular– de un Maradona, no puede, pudo ni podrá representar ese relato deportivo de la patria. Aunque gane la Copa del Mundo, aunque “traiga la Copa” después de convertir treinta y siete goles, cinco de ellos épicos, nunca será otra cosa que un buen chico. Pero nunca un pibe. Messi es irreductible a la lógica del aguante, a la épica de los huevos y el corazón. ¿Hasta ahora?

 

6. Y para colmo, del otro lado de la comparación está Dios.

No, no soy un creyente. Soy maradoniano y soy maradonólogo, lo que es más que suficiente. Los que creen que Diego es dios (más allá del juego con la firma D10S) son los cuarenta y siete creyentes de su iglesia. El resto del mundo maradonista, amplísimo, aún en su irresuelto debate con el feminismo –un debate, reconozcámoslo, más que justificado por las andanzas inauditas del Diego–, no creen en su deidad sino en el amor que le tienen. ¿Para qué elevarlo a una condición divina cuando como humano ha sido el tipo más amado de la Argentina en los últimos cuarenta y ocho años? (Pregunta: ¿quién se murió hace cuarenta y ocho años, dejando vacante ese trono del amor popular?).

Y sin embargo, Diego no es aún un santo. Los santos son los que hacen milagros, esa cosa que no ocurre sino que se cree. Ahora bien, supongamos que se produce el milagro: que la scaloneta sale campeona del mundo, justo, justo, exactamente dos años después de la muerte de Diego, con tanta imaginería que lo pone a la vera del señor intercediendo por el equipo.

Santa Maradona, ruega por nosotros.


Foto: Paula Ribas

Foto: Paula Ribas

Pablo Alabarces (Buenos Aires, 1961) es Licenciado en Letras (UBA), Magister en Sociología de la Cultura (IDAES-UNSAM) y Doctor en Sociología (University of Brighton, Inglaterra). Es Profesor Titular de Cultura Popular en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires e Investigador Superior del CONICET. Sus investigaciones incluyen estudios sobre música popular, culturas juveniles y culturas futbolísticas. Es considerado uno de los fundadores de la sociología del deporte latinoamericana. Entre sus libros publicados se cuentan Fútbol y Patria (2002, publicado en Alemania por Surkamp en 2010); Crónicas del aguante (2004); Hinchadas (2005); Resistencias y mediaciones. Estudios sobre cultura popular (2008, compilador); Peronistas, populistas y plebeyos (2011); Héroes, machos y patriotas. El fútbol entre la violencia y los medios (2014), que obtuvo el Segundo Premio Nacional de Ensayo Sociológico en 2018; Historia Mínima del fútbol en América Latina (2018, publicado por El Colegio de México); Pospopulares. Las culturas populares después de la hibridación (2020), publicado simultáneamente en México, Argentina y Alemania; y su flamante Un muchacho como aquel. Una historia política cantada por el Rey (2021, en colaboración con Abel Gilbert).