El género musical caracterizado por el uso del bombo con platillo, donde pibas y pibes vestidos con colores y galera tiran tres saltos y se contorsionan al bailar se llama murga porteña. Es la fiesta de negros que apenas sale en los diarios en su desfile inaugural, y el resto de febrero solo es noticia en el informe del tránsito para avisar qué arteria está afectada por ese virus llamado Carnaval.

Dentro de ese otro Buenos Aires que es la capital existe un circuito oficial de corsos con vallas, evaluación y agrupaciones que se disputan un lugar en el altar del Dios Momo. Pero también hay un submundo de corsos independientes, de murgas autogestivas de las que el Conurbano supo abrevar. Allí fue a pastar y engordó tanto que el Gran Buenos Aires se llenó en los últimos 20 años de esas murguitas y corsos de plazas, cortadas y esquinas. Surgieron durante la década del ‘90, a principios del 2000, en las escuelas, como talleres de contención para los pibes que la década había dejado huérfanos de un rumbo, en las plazas de las asambleas dónde se rearmaba el tejido social de un país que no sabíamos hacia dónde carajo iría a parar.

Hoy esos corsos y sus murgas disputan el espacio público cara a cara con los carnavales municipales, que en su mayoría proponen un line-up desprovisto del género murga. Entonces, ¿de quién es la fiesta pagana? ¿Qué tesoros musicales oculta el bombo con platillo? ¿Por qué el «baile de la matanza»? Revista Cordón hizo una recorrida por los corsos del conurba, de San Fernando a Villa Fiorito y de Haedo a Florida -de dónde es la murga en actividad más antigua de todo Buenos Aires ¡incluida la capi!-, para contar ocho historias de corsos independientes y autogestivos. Su inserción en los barrios, su interacción con otras organizaciones, su resistencia a las prohibiciones y la censura. Vaya este preámbulo como glosa: murga abrigo de pibes y pibas desangelados, refugio de educadores populares y músicos. Murga como principio ordenador del placer de hacer. Murga instante de fugaz felicidad para los que la escuchan, murga salvavidas para los que la militan con el cuerpo, la voz y el oído. Día a día, todo el año, de febrero a febrero, este, que es aquí y ahora.

Murga como principio ordenador del placer de hacer. Murga instante de fugaz felicidad para los que la escuchan, murga salvavidas para los que la militan con el cuerpo, la voz y el oído.

Quereme así piantao, piantao

“Cuando la veo a mi hija de 4 años disfrutar, cuando veo la cara de los chicos que integran la murga y los veo disfrutar, a mí me llena el alma”, dice Jorge, uno de los fundadores de Los Piantaos por la Alegría, murga de Villa Bosch que este año cumple 20 carnavales. Este cronista la descubrió el verano pasado en un corso de Paternal cuando reconoció en los bombos y vientos la melodía de ‘El Final es en donde partí’, de La Renga. «Loco vas a estar, se te va a salir afuera el corazón…», canta la murga, que también experimenta otras melodías rockeras: ‘Todos a los botes’, del Indio Solari, y ‘La Leyenda del Hada y el mago’ de Rata Blanca.

Publicado por Kathy Trescher en Martes, 19 de febrero de 2019

El tipo abraza fuerte y sin reparos, apenas terminada otra faena carnavalera. Estamos en el corso de Villa del Parque, aún con la respiración entrecortada pide un tiempo para tomar agua. “Piantaos nace en el año 2000 como un proyecto de ‘patios abiertos’ en una escuela de Billinghurst. La cosa terminó y al poco tiempo nos instalamos en Bosch como murga”, relata casi de memoria. Se seca la transpiración, continúa: “Desde entonces la venimos peleando cada febrero. Ya tenemos sonido, escenario, parrilla y luces. Todo nuestro”.

La plaza Manzanares de Villa Bosch también es de ellos. “Al barrio lo tenemos muy con nosotros”, sonríe, despide unos amigos y cuando retoma se pone serio porque se acordó: “Este año tuvimos a la municipalidad muy encima, nos cayeron inspectores al corso que hicimos, tuve que firmar actas para que no nos levantaran. Nos mandaron a la cana pero no pasó nada, no creo que me caiga una contravención”. Casi piensa para sí, y se explica: “Nuestro corso es muy tranquilo, familiar, la gente se lleva su silla para venir a vernos, se sienta a un costado y participa”. El partido de Tres de Febrero está gobernado por Diego Valenzuela, el experiodista devenido intendente, vía Cambiemos. El Municipio organiza su corso, un gran corso al costado de la estación Caseros. Pero por otro lado persigue a las murgas que autogestionan sus propios corsos. Este verano lo sufrieron Los Carprichosos de Caseros, Poseídos por Momo de Santos Lugares, y Piantaos. A Jorge le alcanzan a su hija que pidió por él y la alza: “Tengo 38 años, para mí la murga es todo, viví todo: terminar el secundario, mis primeros laburos, noviazgos, ser papá”. La nena escucha esa palabra y lo mira, Jorge sigue con su verba: “Fue mi sostén principal cuando perdí a mis viejos, primero a mi papá y después a mi mamá”. Su hija requiere su atención, él la escucha con paciencia, bueno dice, ahora papá está hablando ¿sí? Le da un beso y responde la pregunta que quedó en el aire: cómo es la vida de la murga más allá de un corso. “En la murga trabajamos mucho la solidaridad, hicimos movidas para juntar guita para una nena que nació sin manos ni pies, laburamos con el hogar los Carasucias, tenemos chicos en la murga con educación especial, tocamos en clubes de barrio. Son todas cosas que te enseñen a ver, a ver bien”. Dice y mira. Y no dice más.

Los Piantaos por la Alegría

‘Vamo a bailar con la cosa de Mandinga… ¡Te va a gustar!

No hay murguero del circuito independiente de Buenos Aires que no tararee su canción al nombrar a la murguita de Haedo. Es pegadiza, con la melodía de aquel tema noventoso de los gringos de Ace of Base. Se llama All That She Wants. Imposible no cantar el estribillo así: ‘Vamo a bailar con la cosa de Mandinga… ¡Te va a gustar, mamá!

La Piko, como se la conoce en Mandinga acepta contar la historia de la murga, es una de sus funciones. Tiene 32 años y lleva 13 de los 18 años que cumplió la murga en diciembre. “Somos una murga independiente y autogestiva, participamos del Movimiento Nacional de murgas, no tenemos directores, y no solo participamos de carnaval sino también de cualquier movida que tenga fines sociales. No tocamos para ningún municipio ni gobierno, en eso está nuestra postura política”. Así comienza nuestro contacto, y fundamenta: “Es que el carnaval no es una decisión de los gobiernos sino del pueblo por lo tanto debe ser construido por el pueblo. Por la experiencia que hemos tenido aquí en Morón”. Cuando el municipio era gobernado por Cambiemos –gestión Ramiro Tagliaferro- intentó prohibir uno de los tres corsos que hacen: “El del centro de Haedo, sobre avenida Rivadavia, que es muy grande; se quiso prohibir hace tres años y nos juntamos con otras organizaciones sociales -familiares de desaparecidos y de Luciano Arruga, bandas de rock, y Cable a Tierra, que es un centro de día-, presentamos un recurso de amparo, resistimos y lo hicimos finalmente. Ese corso lo construimos juntes, es un laburo colectivo y horizontal que se viene bancando desde hace tiempo”.

«El carnaval no es una decisión de los gobiernos sino del pueblo por lo tanto debe ser construido por el pueblo.»

– ¿Qué aporte hace la murga a la sociedad?

– Muchísimo, no solo para quienes son espectadores, porque para ellos es bastante fugaz lo que reciben. Pero para quienes somos parte de las murgas nos revolucionó la vida. A mí me cambió rotundamente. Yo vengo de una familia laburante, clase media, patriarcal, conservadora y la murga me hizo vivir experiencias que si no hubiera participado de una murga nunca las hubiera vivido, como ir a tocar a una villa o a una cárcel. Poder vibrar empáticamente con las injusticias aunque no sean las que vivo yo…. A mí la murga me despertó la conciencia social y de clase.

– ¿Cómo se llevan con el pedido de permisos?

– Nosotros solicitamos un corte de calle porque es responsabilidad del Estado cortar la calle y cuidar a los vecinos. No pedimos permiso para hacer el carnaval porque es nuestro. En La Matanza –gobernado por el peronismo- está prohibido el carnaval y el municipio hace su corso, allí sí invita a las murgas a tocar pero si sos una murga que querés hacer un corso en tu barrio no podés.

– ¿Existen gobiernos con los cuáles el carnaval pueda llevarse mejor?

– Siento que los aparatos políticos y los gobiernos tiene las herramientas para reprimirlo y censurarlo, pero también entiendo –y esto es una visión del carnaval- que si la fiesta pudo resistir la dictadura es porque no estaba en sus manos terminar con el carnaval. Hay una frase de Galeano que dice “cuanto más lo prohibían con más fuerza volvía”. Está tan impregnado en el pueblo que trasciende. Eso queremos lograr con Mandinga, que vaya más allá de si el Municipio te da o no el permiso, porque los gobiernos pasan, están cuatro años y se van. Y el carnaval y la murga tienen que trascender eso.

– Igual, no es lo mismo para un murguero tener o no el feriado de carnaval.

– Los feriados de carnaval no se lograron a partir de que vino Cristina y lanzó el decreto, eso fue producto de todas las marchas que se hicieron reivindicando el feriado. Esté prohibido o no el carnaval, siguió existiendo y latiendo, va más allá de una decisión política, es espontáneo.

La Piko graba otro audio, quiere completar su idea: “Es medio romántica esta postura pero elegimos creer que el carnaval está en nuestras manos, del pueblo, de las agrupaciones carnavaleras y no que está en los gobiernos porque si no dependeríamos de que cada cuatro años te suban o te bajen el pulgar”. Y para completar canturrea en el teléfono la canción madre de su murga: “Carnaval, no hay dictadura ni decreto que te pueda borrar porque vivís, estás en el medio del corazón, sos la locura y la razón del arrabal, chan”. Y ríe, como sólo ríe una murguera. 

Murga de interés cultural

Los que Quedamos de Ituzaingo son en realidad Los Queque. Nacieron un 29 de febrero del 2000. También producto de un taller de murga en la escuela, se llamaban Herencia Murguera, dónde sólo bailaban los alumnos. Los hermanos Sebastián y Victor Risso eran los coordinadores del proyecto, propusieron seguirlo durante el verano pero la escuela no lo permitió. Así que tras tres años de experimentar en las aulas sacaron la murga a la calle. Los nuevos integrantes decidieron el cambio de nombre vía votación, al fin y al cabo ellos habían quedado bailando en la vereda. Así, no solo la cantidad de integrantes se multiplicó sino que duró mucho más que un taller. Todo esto lo cuenta Sebastián, 41 años, que conoció a su mujer “de la murga”, tuvieron dos hijos, Luca –de 15- y Morena -13-, que también participan del colectivo.

“La murga es un espacio para compartir, despejar, aprender y valorarse; para soñar y para vivir, a partir de ella se han formado familias. Momo acunó a sus pequeños desde el vientre y los vio crecer, pudieron conseguir trabajos relacionados a este ámbito, pudieron progresar e independizarse”, dice, convencido de que eso significa una murga. “Intentamos trabajar continuamente con el barrio y con los vecinos, en las escuelas y sociedades de fomento”, aporta Sebastián, y apunta: “En nuestros corsos hay una feria de emprendedores donde las personas que se acercan pueden ofrecer los productos que realizan”. Por suerte, no conocen de trabas ni permisos antipopulares del municipio, por el contrario “hace unos años la murga fue declarada de interés cultural por el municipio, nos han invitado a sus corsos, y a veces hasta nos dieron una mano con el sonido o algún micro para las salidas”. Hay un logro de esta murga que si habláramos de otro estilo sería noticia: dos de sus integrantes fueron invitados a Roma a dar talleres. Seba precisa más: “Uno de ellos, Juan Brusse, junto al genio de Ariel Poggi, un gran bombista que nos acompañó durante algunos años y falleció, escribieron un libro sobre el bombo con platillo”. Se llama ‘Bombo al plato (una mirada al bombo de murga)’.

De logros, pérdidas y luchas están curtidas las murgas. Eso que ven ahí en la foto no es un rezo –o sí-, sino un homenaje. En el momento del baile liberador –llamada matanza-, los murgueros arrojan galeras y prendas al medio de la ronda para recordar a quienes ya no tiran patadas al aire desde este suelo. En la foto pueden verse los afiches de El Hori, “un compañero que no pudo ganar la lucha contra el cáncer”, cuenta Sebastián, y el de Ariel, el autor del libro que hoy es consulta de iniciados en el arte del bombo y platillo.

Vuelvo a hacer la pregunta común a casi todos los murgueros con los que hablé: cuándo crees que vale la pena, que la murga te salva. «Mirá –casi suspira Sebastián- tenemos la historia de Santino, que está en tratamiento oncológico hace dos años. Cuando los médicos lo diagnosticaron y charlaron con él, el nene lo primero que hizo fue calcular si llegaba después de las quimio para salir en carnaval”. Y completa: «Ahí la murga es motivo de vida, te aseguro que le está dando fuerzas». ¿Cuántos años tiene Santino?, pregunto. 11. La puta madre. 

“La murga nos enseñó muchas cosas: a marchar al lado de las madres y abuelas de plaza de Mayo, nos mostró el camino para luchar por el feriado de carnaval, nos presentó pañuelos verdes llenos de empatía para poder entender lo que le pasa al otro y no juzgarlo. Nos enseñó a ir en contra del hambre y la mishiadura, nos enseñó que el espacio se comparte, nos enseñó a enseñar sin tener un título que nos habilite para ello. Nos enseñó que nosotros podíamos ayudar y aportar nuestro granito de arena donde nos necesiten, a aceptar las diferencias y aprovecharlas para formar un grupo bien diverso”.

Basta con ver venir la murguita violeta y blanca y escucharla criticar “aquello que al pueblo obligan a callar, lo que la prensa olvida o no tiene interés en contar”. Puede ser en el corso de Prisioneros del Delirio en Sarandí o en Mala Yunta de Floresta. Esos son Los Queque, sin vueltas se paran del lado de la mecha contrario para dónde va el humo, allí están las consignas por las que luchan: la desigualdad social, a favor de la ley de aborto legal, seguro y gratuito, denuncian los femicidios. Villa Alberdi es su barrio, durante el feriado de carnaval celebrarán sus 20 años, es un espectáculo digno de ver. Son de las muchas murgas que aún mantienen vivo el ritual de la quema de Momo, hacen arder un muñeco hasta hacerlo cenizas. Si te acercas a su corso, cuidado, como canta Wosito: si te miran fijo capaz que te queman.

“Que no haya ni un pibe sin comer”

Nazareno es el máximo irresponsable de Los Locos de Fiorito. Tiene 28 años y una claridad sencilla para contar la historia de la murga que hizo rancho en la esquina de Larrazabal y Fiorentino, a orillas del Riachuelo en pleno Fiorito. “Nosotros arrancamos en 2005, en la casa de mi mamá. El nombre y los colores se decidieron con todos los chicos”, arranca y rememora: “Hace dos años me hice cargo de la murguita remándola todos los días, día a día eh, trabajo y murga, trabajo y murga, los instrumentos los compré yo con la mitad de mi sueldo”. En un barrio como el suyo, donde ni el trabajo ni Dios llegan en el 28 que viene de Puente La Noria, para que cada murguero luzca su traje en febrero debieron “hacer rifas y bingos para poder recaudar fondos para conseguir las telas”. Y después hacerlos, claro. Naza, como lo conocen todos en el barrio, admite que le “cuesta mucho mantener la murga”, pero que gracias al comedor de su madre “apenas terminamos un ensayo, los chicos tienen su merienda”. Los Diez Patitos se llama el merendero que le da de comer a los 40 integrantes de Los Locos, la mayoría niños y adolescentes.

“Este año cumplimos 15 años –sigue- fue muy bueno porque pudimos actuar en casi todos los barrios a donde nos invitaron”. Avellaneda, Ezeiza, Banfield, Lomas, Temperley y como broche de oro en Los Príncipes de La Boca. En el final de la charla le pregunto si la murga le salvó la vida alguna vez. Responde con naturalidad: “Todos los días, siempre”.  Y casi como quién hace una revelación, me dice: “Cuando rearmé la murguita busqué a chicos que estaban en situación de calle, en la adicción de la droga. Me traje seis, hoy gracias a Dios están todos bien”.
– ¿Vos tuviste problemas con drogas?
– Yo la droga nunca agarré pero sé lo que es estar en la calle, tener hambre lo viví y no quiero que alguno de mis murgueros pasen por lo mismo.
“Que no haya ni un pibe sin comer”, así termina una de las dos canciones que escribió para Los Locos. No le digo pero tengo ganas de abrazarlo y decirle que canta lo que sueña. Cuando lea esto se va a enterar, un día nos encontraremos en otro carnaval.

En el final de la charla le pregunto si la murga le salvó la vida alguna vez. Responde con naturalidad: “Todos los días, siempre”. 

La murga más antigua de Buenos Aires

Los Pegotes de Florida se fundaron como murga en los carnavales de 1924. Contar su historia es atravesar generaciones, herencia carnavalera, disputas por el estilo, la tradición y las formas de un arte, el de la murga. Según cuenta su historia, que recopilaron para una presentación en la Quinta Trabucco con motivo del 90 aniversario, se formó de un grupo de casi diez tipos llamado Los Siete Gansos que recorría las calles de zona norte –por entonces quintas y corralones- bailando y cantando al compás del bombo y platillo. Cantaban cosas picarescas y mangaban para pagarse la vuelta.

La herencia oral cuenta que cierto día se extendieron con sus humoradas, y un vecino ya aburrido soltó ‘Estos son unos Pegotes’. En la retirada, uno de los murguistas le dijo al que dirigía si lo había escuchado, y al carnaval siguiente salieron con ese nombre ¡Estamos hablando de los carnavales de 1924! El corso de este fin de semana lleva el número 96, son un montón de años para una murga si pensamos que las más antiguas de la Ciudad, Los Mocosos de Liniers o Los Viciosos de Almagro, son del 50. Debe haber alguna otra en actividad más antigua que estas pero no tanto como Los Pegotes.

Los Pegotes de Florida

Rodrigo tiene 36 años y está desde 1998 en la murga activa más antigua de todo Buenos Aires. Mamó ese respeto y responsabilidad por la tradición desde la adolescencia. Al hablar lo hace con la voz del que sabe que es todo suyo el sentido de pertenencia que siente mas no la historia de una agrupación que animó por décadas los carnavales en las calles y clubes del barrio. Se calzó el traje por primera vez en el verano del 99 junto con el regreso de Los Pegotes a los escenarios, tras seis años de ausencia por lo mismo que había sucedido a finales de los 60: las diferencias entre los integrantes. Se sentía el ´Lolo’ Giusto yendo a pedirle al ‘Chino’ Domínguez la continuidad de la murga. La escena se repetía y es bien de película nacional: de un lado un grupo de jóvenes, del otro los adultos. Rodrigo recrea: “Tuvimos que ir a ver a los viejos Pegotes y pedirles permiso para seguir con la murga, costó pero al final nos dieron letras y también nos dijeron cómo teníamos que seguir porque si no nos daban el nombre de la murga”. Y destaca un gesto: “Sergio Di Ciocco, que fue histórico letrista y pintor de los estandartes de la murga, nos pintó todos los bombos.

Él siempre ilustró con dibujos como los que hay en las calesitas, los de las historietas. Y el ‘Lolo’ Giusto, otro histórico, se mostró muy entusiasmado con que la murga volviera a salir, nos contó anécdotas, cedió los trofeos ganados en diferentes corsos y hasta su propia galera”. Finalmente, el traspaso de mando generacional se dio. Ya tenían el bastón murguero entre sus manos, ahora debían gobernar y lo hicieron de manera diferente. Eran principios de los 2000, autogestión y horizontalidad en las plazas y asambleas. Y también en las murgas. Con el tiempo eliminaron la figura del director y en su lugar aparecieron las comisiones. Al cantor solista se le sumaron cuerda de voces y otros instrumentos que se acoplaron al tradicional bombo con platillo. “Pero se mantuvo la línea tradicional, heredada de los viejos murgueros, glosa y canción de presentación, picarezca, crítica costumbrista y glosa y canción de retirada”, remarca Rodrigo y tira nombres de viejos murgueros (entre ellos Alberto ‘Yuyo’ Gómez, cantor de tango además), los que volvieron a salir en carnaval en 2014 por los 90 años. Y el fiestón que se armó aquel verano y un lío grande en un corso de Campana que terminó a las trompadas. “Es mucha la historia, la fuimos reconstruyendo al hablar con antiguos integrantes y vecinos, ni en dictadura dejó de salir la murga”.

Los Pegotes hoy

Los Pegotes hoy son casi 200, donde las mujeres son mayoría, y no solo a la hora de bailar sino también para asumir la organización y tomar decisiones. Todavía tienen mascotas, más de 20, casi tantos como la cantidad de bombos. Son la identidad murguera y el latir de un barrio que cambió el semblante en casi cien años (¡Y cómo cambió Florida!) pero no el nombre de Los Pegotes que siguen haciendo bulla cada febrero. Ya no se pelean por apropiarse la historia, más bien la construyen año a año en los foros del encuentro Nacional de murgas, o en presentaciones con fines solidarios, comunitarios y culturales.

En las calles de Florida y más allá también, llega el eco del pasado: el carrito a ruedas con micrófonos y parlantes, las fantasías de mil colores, los transformistas, directores vestidos de mujeres antes de que la mujer se arrime a las murgas, el tony (un payaso que pasaba la alcancía), y los figurines (esos murgueros que se vestían de algún personaje de historietas o TV). Todo está guardado en la memoria de las paredes del barrio como murales invisibles ¡Ocho grandes bailes ocho!, así se promocionaban los carnavales de antaño en referencia a los cuatro fines de semana de febrero. Este fin de semana podes acercarte a parte de toda esa historia, si mirás en los ojos de los murgueros, la ves a ver.

Tus versos son criaturas abandonadas

Los bombos de Criaturas retumban en los paredones de las fábricas, hablamos de una zona fabril y un rincón de Avellaneda detrás de la estación Darío y Maxi donde la calle General Díaz choca con Rosetti. Antonella tiene 26 años, hace cuatro que milita en la murga y el barrio: “La murga tiene 8 años, nació de un proyecto llamado Barrio escuela, de contraturno escolar. Un proyecto de educación popular dónde había un taller de percusión, de ahí nace con ese nombre. Funcionaba en la Sociedad de Fomento Pienovi, en Avellaneda, que es un lugar que recuperaron los vecinos porque la crisis de los 90 lo había dejado abandonado solo con la escuelita de fútbol”. Es educadora popular en Fundación Che Pibes, orienta talleres en Casa Joven, y estudia el profesorado en artes visuales en la Belgrano. “La Sociedad de Fomento, además de hacer los carnavales retoma la fogata de San Juan, en plan de recuperar los festejos populares. En ese contexto se crea la murga como un proyecto territorial para que los pibes y las pibas del barrio tengan su espacio”, precisa al tiempo que revela: “De hecho se llama así porque la mayoría eran chiquitos”.

¿Cuál es mi estado en el cuerpo al momento de bailar?, se repite la pregunta Antonella y descarga: “Estallada de alegría, como si fuese una bomba, que se va preparando en la rumba y en los tres saltos explota. Es la liberación de la manija, sacar todo, es el momento donde libero todos mis muertos, mis fantasmas, por lo menos por ese momento”. La respuesta me sorprende. ¿Tenés muchos fantasmas?, retruco. La piba no afloja, vive a flor de piel y no lo oculta: “Además de las personales, los del entorno que me rodea. Trabajar en estado de vulnerabilidad como es Villa Fiorito con situaciones de mucha violencia, resolviendo problemáticas que en mi vida cotidiana no tengo pero me atraviesan como persona. Más la coyuntura política y económica que pasamos estos años, estoy sobreviviendo económicamente, y si me afecta a mí, pienso en los que tienen menos recursos… Todos esos fantasmas libero al momento de bailar”. Esta vez no hace falta preguntar: “La murga me salva la cabeza, me la organiza, me responsabilizo con la militancia de barrio mediante la manifestación del arte. Siento que la murga en mi vida cumple un papel fundamental”. 

Cantata de puentes invisibles

Todo camino puede andar. El micro, las salidas, organizar el corso propio, llegar a tiempo al de las murgas amigas. La gira mágica y misteriosa de cada fin de semana. Hay un puente tendido entre estas murgas del Conurbano y la Ciudad que no se ve. Su forma de organizarse en comisiones, su manera de decidir, denunciar, cantar y bailar. Transpiran y militan el carnaval en la plaza Tupac en Flores o Los Pitucos en Villa del Parque como en los corsos de Merlo, Bella Vista o Bernal. Para esos murgueros no hay fronteras que sus micros naranjas no puedan atravesar. Allá van cada viernes, sábado y domingo de febrero con su arsenal guardado en el costado izquierdo -hasta la manija, en plan diversión o con los puños en alto (¡o todo eso junto en el mismo cuerpo!), a liberar un barrio de la monotonía del siempre mismo viejo culo azul del cielo.

Ven a mi corso suburbano

¿Qué es una glosa? El recitado de una murga. Esto pregona la de Me Caigo y Me Levanto estos carnavales:

Nacida en festividad callejera
de la llama que algunos locos… llevan dentro
En viaje, aquel viaje de cachivaches colores,
¡Nació una murga que templo el invierno!
Su voz, eco de cantantes
donde el canto era cosa del pasado
Devolviendo la tradición a los barrios
Y a San Fernando carnavales de antaño.
Parida en barrio de corsos ausente,
sembraste semillas de fiestas barriales
Cosechando amor y sentimiento murguero…
que año a año florece en carnavales.
Con el amarillo que nos acerca al sol…
su verde olorcito a hierva
y violeta que tiñe el corcho
que revive el encuentro en cada descorchar
Llega de San Fernando una murga
Que algo siempre les sabe dejar
por eso le pedimos con mucho respeto al barrio…
somos me caigo y me levanto…
estamos de fiesta… ¿podemos pasar?

“Hoy en día en San Fernando hay aproximadamente 50 murgas y sólo tres cantan”, explica Iván, de una murga con apenas 11 años de vida. La conversa empieza al revés, primero la historia del barrio y las murgas, después el corso propio: “El paso de las distintas dictaduras les fueron arrancando el canto a las murgas por ser contestatario y revolucionario. De esa manera cuando llega la murga al Conurbano, llega sin voces y se naturaliza la murga que sólo desfila y se multiplica rápidamente”. Obvio, Me Caigo canta: “El armado de las canciones, la preparación de las voces y la percusión demanda tiempo, nosotros empezamos en abril. Después ya en agosto somos aproximadamente cincuenta integrantes todos los sábados en la plaza del barrio Infico para ensayar”. El barrio de monobloques está a pocas cuadras del ramal Tigre de Panamericana y a unas veinte cuadras de la estación del tren Mitre. Y en el medio, el barrio: “Para nosotros la murga es una herramienta social, nos abrazamos a un barrio de carnavales ausentes, sembramos la semilla de fiestas barriales y cosechamos amor que año a año florece en febrero”. Rima casi al hablar Iván: “Nuestra identidad es la rebeldía, la empatía como base de la sociedad y la meta de reflejar otra cara de la realidad”.

No es un pibe, tiene 38 febreros, y cierta experiencia de gestión horizontal y autofinanciada: “Así funciona la murga, los transportes de carnaval y todos los gastos son financiados mediante eventos, que pueden ser varietes, peñas, bingos, rifas, que hacemos a lo largo del año. No tenemos directores y las decisiones se toman en base parlamentaria y por mayoría de votos representativos. No recibimos dinero de ninguna organización gubernamental o no gubernamental”. En la charla vuelve a sonar el nombre de Ariel Poggi, aquel de Los Que Quedamos, referente del bombo con platillo. “A Ariel lo conocí antes de que empiece a tocar el bombo, era de San Fernando, era nuestro crítico número uno de la murga, de lo que hacíamos”. 

Hablamos del legado de su libro Bombo al plato, de que haya partituras para tocar un instrumento que representa solo a la murga y a ningún otro género. Iván subraya: “Es un escalón fundamental para la entrada de la murga en el Conservatorio, para que un instrumento se enseñe tiene que tener un método de lectura y escritura. Ese libro nos hace crecer de manera institucional”. Le comparto una reflexión: allí están los libros del género, cito el de Ariel Prat ‘De este lado del Plata. Cantos y ritmos de murga argentina’, con el que se trabaja en escuelas y universidades, la colección de cds Carnaval Porteño, dirigida por Dani Buira, un laburazo de la asociación M.U.R.G.A.S y Diego Robacio, de Gambeteando el Empedrado y director de la Agenda Murguera. Ahora bien, el género tiene ese sostén teórico que antes no tenía pero que los murgueros militan la murga con el principio ordenar del deseo y la felicidad como estandarte. La respuesta de Iván es con esta canción.

Última, se va la murga

Nombre: Los Paranoicos de Villa Ballester. Colores: naranja, verde y blanco. La nota: una murga con micro propio. Este año la murga de la plaza Roca cumple la mayoría de edad, desde aquel 2002 hasta este febrero cambiaron muchas cosas. De ensayar en una casa a ganar la calle, la vereda y la plaza principal del barrio, frente al Sportivo Ballester, el club más antiguo del partido de San Martín.

Nicolás tiene 33 años y dice que desde la adolescencia supo que la murga sería su forma de vida. “Éramos un grupo de adolescentes que tenían la ilusión de que el barrio tenga una murga. Los primeros años costó, no teníamos la más mínima idea del funcionamiento de una murga ni nada”, reconoce. “Hoy además del corso de cada febrero, hacemos festivales del día del niño y algunos corsos en una calle que está pegada a la vía y no pasa nadie, y nosotros le damos vida. Además, damos talleres anuales de percusión y baile inicial en el club El Fortín”. Cada febrero, las murgas gastan gran parte del dinero ahorrado durante el año en traslados. Nico le contó cómo fue lograr el sueño del micro propio. “Era un imposible, un sueño muy lejano. Pero a partir de los 10 años de la murga, momento en que bajamos el corso de la plaza a la calle se hizo más masivo. Ahí empezamos a ahorrar para ese sueño que nos costó cuatro o cinco años”.

Aunque no solo el micro es la marca registrada de Los Paranoicos. “Es una murga con mucha diversidad de edades, se genera un ambiente de cable tierra, se representa al barrio. Hay un grupo de madres, denominadas las chichis paranoicas, son madres nuestras o vecinas que armaron un grupo hermoso, es el brillo que nosotros tenemos”. En la foto se puede ver, hay dos hombres con criaturas en brazos, mujeres mayores, nenes tocando bombos. La lente no alcanza a notarlo pero uno de ellos tiene adentro del bombo, entre los parches transparentes, un muñeco que es un mini paranoico ¡tocando el bombo!

Como toda murga independiente, está organizada en comisiones. Nico las enumera: “Para quién no conoce nada de cómo está estructurada una murga, que piense que hay comisión de escenario, de percusión, de desfile y de baile, mantenimiento de instrumentos y sonido, freezer y micro. Además de comisión de prensa”. Cómo es la autogestión en San Martín. “Ahora estamos bien pero en otras gestiones pasamos mal, se nos levantaron ensayos”. Admite que no fue fácil: “Pero nos ganamos el derecho de tener a la murga en la plaza, hacer el corso en la calle y representar al barrio”. Y tira la frase que cierra la charla: “Cuando termina todo, nuestros corsos, las salidas, hacemos un asado para toda la murga, ahí termina el año del murguero como decimos y no nos vemos por casi un mes… pero enseguida empezamos a extrañar jaja y todo vuelve a rodar otra vez, entonces nos juntamos para preparar el próximo carnaval”.

***

Confesión del cronista antes del punto final: esta es una nota para ir en busca de un corso independiente el próximo sábado o domingo, y durante los feriados de carnaval también. Basta con salir a la calle al atardecer y seguir el sonido del latido de la rumba y los tres toques de platillo; llegar hasta la plaza o el corte de calle, acercarse y escuchar, con las patas en esa fuente.