Hace unas semanas se cumplieron diez años de la muerte de Leonardo Favio, actor, director, cantante y militante peronista. En su primera película como realizador, Crónica de un niño solo, el conurbano aparece sin mencionarse, en paisajes despiadados.

Por Germán Ferrari*

 

Un funcionario judicial lee un acta, custodiado por varios policías y rodeado de una multitud de vecinos. “Barrio de emergencia”, dice. Más allá del eufemismo, el paisaje golpea: las casas precarias, las calles de tierra, la ropa de la gente. La pobreza aprieta. Polín ve la escena de lejos. Por las dudas, no quiere meterse. Hace unas horas que se había escapado de un instituto de menores. Volvió a la casa de su familia para refugiarse.

El Polín de Crónica de un niño solo (1965) se parece bastante al Leonardo Favio de la vida real, cuando intentaba sobrevivir en su Mendoza natal o en la enorme Capital y sus alrededores. Al actor y director de cine, aún lo laceraban los recuerdos del instituto de menores en el que había estado encerrado y del “barrio de emergencia” en el que había vivido de adolescente junto con su tío Bibiano, la villa ubicada frente al cementerio de Olivos.

Celedón Rosas –conocido por todos como Polín– soporta el maltrato cotidiano en esa cárcel para niños. Las únicas evasiones son fumar, jugar a las bolitas, patear una pelota, pelearse, leer historietas o enamorarse de una actriz. (Nota al pie 1: uno de los chicos besa una foto de Mónica Vitti en una revista; en otra escena, duerme con la cabeza apoyada sobre la imagen de la actriz italiana. Favio eligió a Vitti y descartó a otras estrellas del momento. Podría haber homenajeado a Sofía Loren, Brigitte Bardot, Ursula Andress, Claudia Cardinale o cualquier otra belleza cinematográfica; pero no, prefirió a Vitti. Tiempo después se reprochaba haber tomado esa decisión, en lugar de haber puesto el foco en una historieta de El llanero solitario o un álbum de figuritas. Pero era tarde: la actriz que deslumbró en La aventura, La noche y El eclipse –fallecida en febrero de 2022– forma parte de una de las mejores películas del cine nacional. Ese privilegio lo comparte con Graciela Borges, que no actúa, pero que aparece en la tapa de una Radiolandia que quedó en el mostrador de entrada durante el día de visita en el internado).

“Usted es la manzana podrida”, le grita el celador a Polín, encarnado por el actor Diego Puente. Es un estigma difícil de ignorar. Las reglas impuestas están para ser quebradas. Las ansias de libertad se multiplican. Un primer intento de fuga sale mal. El castigo: correr delante de la vista de todos con un cartel colgado del cuello con la inscripción “Cuidado piantadino”. (Nota al pie 2: “Piantadino” era un personaje de historieta muy popular a partir de la década de 1940: un preso que hacía lo imposible por “piantarse” de la cárcel).

Y al final Polín logra escaparse. En esa escena de la huida salvadora hay otro homenaje de Favio: la fuga de Antoine Doinel de un instituto de menores francés en Los 400 golpes, de François Truffaut, estrenada en 1959 y que el argentino conocía bien.

 

Los infiernos tan temidos

A comienzos de la década de 1960, Favio regresó a la villa de Olivos para rodar su primer largometraje: “La gente que sale en la película como vecinos de la villa eran todos amigos míos. Mi tío Bibiano era panadero allí. Cuando volví para filmar Crónica de un niño solo todavía estaban todos los amigos. Era tan lindo, ahí nadie me decía Leonardo, yo seguía siendo ‘Chiquito’. Ahí estaba el almacén donde yo iba a comprar. En esas escenas, salvo Tino Pascalli (el empleado judicial) y los policías, no hay un solo actor, trabajaron mis amigos de la villa”.

En esa misma entrevista le preguntaron a Favio cómo era aquella villa en la que había vivido a los 16 años. Sus palabras podrían hoy agitar más de un debate: “Era hermosa. Los ignorantes le llaman promiscuidad al hecho de que si se muere un hermano, los sobrinitos viven en la casa con sus tíos y todos comparten el mismo rancho. Eso no es promiscuidad. Eso es sentido cristiano de la solidaridad. Allí no incomoda el hijo de tu hermano. No incomodan veinte hijos de tu hermano. Ellos son felices. Hay una cosa de Borges que dice ‘entre los pobres, el hombre alegra al hombre’. Y es así. Alguien viene con la guitarra, tin, tin, tin, cuentan cuentos, se reúnen. Mejor dicho, se reunían, porque ahora con la televisión todo ha cambiado. Es hermoso ser joven en una villa. Cuando sos joven siempre tenés lindo olor, siempre andás bien”.

La escena más cruda de la película transcurre en otro paisaje conurbano: el río Matanza y el bosque aledaño, a un puñado de metros de la Autopista Riccheri. El chico curtido por el “reformatorio” queda indefenso, paralizado, lleno de miedo, cuando su amigo es atacado por otros tres pibes que también se bañan en esas aguas. Favio decide no mostrar nada, solo se escuchan los gritos desesperados de Polín, pero queda claro que en ese momento pasa algo trágico, imposible de tolerar.

La genialidad del director se aprecia en esa escena: no recurre a golpes bajos, a explicaciones de los protagonistas; hay puras sensaciones que cada espectador debe manejar como puede. Y allí, en silencio, el Matanza, el riachuelo margen.

El instituto de menores, el “barrio de emergencia”, el río: tres espacios oscuros enhebrados en una historia sencilla y terrible.


Germán Ferrari es profesor de Periodismo Gráfico y Taller de Periodismo Gráfico en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Nacional de Lomas de Zamora (UNLZ). Edita el Suplemento Universidad del diario Página/12. Sus últimos libros son Osvaldo Bayer. El rebelde esperanzado (2018),  Pablo Rojas Paz va a la cancha. Las crónicas futbolísticas de «El Negro de la Tribuna» (2020) y Raúl González Tuñón periodista (en prensa).