Hace 45 años nacía una bebita prematura en el centro médico Isidoro Iriarte. Su mamá –llevada al Pozo de Banfield después de parir– sigue desaparecida como la beba. Una partera y una enfermera que hicieron saber a la familia lo que había pasado terminaron secuestradas, asesinadas y enterradas en el cementerio de Lomas de Zamora.

Por Luciana Bertoia*

 

Los ojos verdes de la chica estaban más grandes de lo que eran por el dolor que estaba sufriendo. Era jovencita y estaba en plena labor de parto cuando la entraron a la rastra unos policías bonaerenses, que, en la víspera de la medianoche, avanzaban a paso firme por los pasillos del Hospital Isidoro Iriarte del partido de Quilmes. Las manos las tenía inmovilizadas con unas esposas. A unos metros de ella caminaba, con gesto desencajado, un médico bastante conocido en la zona, Jorge Bergés. “El parto viene complicado”, atinó a decir Bergés antes de darse media vuelta e irse. A sus espaldas quedaban los policías que se abrían paso para meterse en la sala de partos. El médico de turno, Justo Horacio Blanco, los sacó a grito pelado. Y curiosamente lo obedecieron. La imagen digna de una película de terror, que se registró en la madrugada del 2 de abril de 1977, fue el prólogo de una seguidilla de desapariciones que sacudieron a ese centro médico: las de la parturienta, la beba, una partera y una enfermera.

Silvia Mabel Isabella Valenzi llevaba unos días viviendo en la casa de una tía en La Plata cuando se enteró que se habían llevado a su compañero, Carlos Alberto López Mateos, el 18 de diciembre de 1976. Los dos militaban en Montoneros y, para entonces, ya tenían claro qué les podía pasar. El 11 de noviembre de ese año se habían llevado a la mamá de Carlos, Isabel López de Mateos, y a su hija, Elsa Noemí López Mateos.

Silva tenía 20 años y un embarazo que recién empezaba a notarse. El 22 de diciembre de 1976 fue la última vez que tuvieron noticias de ella. Pasó por la Comisaría Quinta de La Plata y por la Brigada de Investigaciones de Quilmes, que estaba a una cuadra y media del Hospital Iriarte, donde la llevaron cuando empezó con las contracciones.

Silvia Mabel Isabella Valenzi. Foto: Legajo CONADEP

Silvia Mabel Isabella Valenzi. Foto: Legajo CONADEP

La beba nació prematura. Pesaba menos de dos kilos. El nacimiento se registró a las 03:15 de la madrugada del 2 de abril de 1977. Silvia la llamó Rosita. Estaban relativamente bien las dos, pero Rosita debió ser llevada a Neonatología. Sus pulmones no estaban del todo desarrollados, explicaron. A Silvia la enviaron a la sala de puerperio. Los policías se quedaron con ella.

La madre pudo descansar unas pocas horas. Antes de que amaneciera, se la llevaron nuevamente a la rastra. La colocaron en la caja de una camioneta pick-up. El médico Blanco pudo ver la escena desde una ventana. Estaba nuevamente Bergés con los uniformados.

El siguiente destino de Silvia fue el Pozo de Banfield, que funcionaba como una maternidad clandestina del circuito represivo que manejaba la policía de la provincia. Allí a Silvia la llamaban la “Gata”. Algunas de sus compañeras de cautiverio –como Adriana Calvo– pensaban que había enloquecido después de que le sacaran a la beba porque relataba que la habían llevado a dar a luz a un hospital. Parecía una realidad demasiado ajena para quienes, como Adriana, parían en un auto en movimiento y a quien Bergés le había arrancado la placenta de un solo golpe.

 

No se la lleva ni Videla

Adalberto Oscar Pérez Casal llegó cerca de las nueve de la mañana del 2 de abril de 1977 al Hospital Iriarte. Era, por entonces, el jefe del servicio de Neonatología. Recibió la noticia de que había nacido “una criatura hija de una guerrillera”.

Pese a que nunca trató a Rosita, la anotó también en su cuaderno. Antes, la habían registrado en el libro de partos y le habían hecho la historia clínica.

Un hombre de unos 35 o 40 años, bigotes nutridos, anteojos oscuros y pelo corto llegó para hablar con él. Quería saber de la beba.

– A esta criatura, si no la retiro yo, no se la lleva de acá ni Videla– le dijo con tono marcial.

–Usted tampoco se la va a llevar. Sólo la madre– lo desafió el médico.

El hombre de bigotes y anteojos oscuros pidió ver al director del Hospital. Roberto Iriarte lo recibió. Cuando terminó la reunión, le ordenó a Pérez Casal que tachara el nombre de la criatura de los registros, pero el neonatólogo se negó. “Usted es muy gallito”, lo reprendió Iriarte a Pérez Casal, que era el pediatra de los hijos de Bergés.

El nombre se tachó.

Libro de partos

Libro de partos

Un anónimo

María Luisa Martínez de González llevaba varios años trabajando en el Hospital. Tenía 51 años y una hija presa política. Era consciente de lo que significaba la escena dantesca que había tenido lugar en el centro médico. “La señora Martínez me dijo que iba a intentar comunicarse con la familia”, recordó Blanco al declarar días atrás en el juicio por las brigadas de Quilmes, Banfield y Lanús.

En la tarde del 4 de abril de 1977, María Luisa fue a la casa de su consuegra, Emma Delina Salas, que era una docente jubilada. Tenía un papel con el nombre de la chica que acababa de dar a luz y la dirección de la familia. Le preguntó qué debían hacer. Decidieron mandar una carta.

El anónimo le llegó a la mamá de Silvia, que se presentó en el hospital. El jefe del servicio de Obstetricia, Oscar García, le confirmó que la beba había nacido. La abuela fue a ver al director del Hospital, el mismo que había recibido al hombre de bigotes interesado por la recién nacida, pero, en este caso, no fue tan diligente.

–Doctor, no le niegue porque el Doctor García ya le mostró el libro de nacimientos– se metió una enfermera petisita que, con el tiempo, la familia Isabella Valenzi supo que se llamaba Generosa Fratassi.

Ficha de María Luisa

Ficha de María Luisa

Desaparecer en el hospital

A la abuela de Rosita le dijeron que la beba había muerto. Sin embargo, nunca le entregaron un cuerpo. Algunos de los médicos del Hospital dieron esa versión ante la justicia en los años ‘80.

Tres días después de mandar el anónimo, una patota llegó hasta la casa de María Luisa en la calle Matienzo de Quilmes. El 7 de abril de 1977 se llevaron a la partera que le había avisado a la familia Isabella Valenzi. Una semana después del secuestro de la trabajadora del hospital, unos hombres de civil llegaron al centro médico y se presentaron como amigos de Generosa. Ella dijo que no los conocía. A los pocos minutos la introducían con violencia en una camioneta ante los ojos del portero y del telefonista del policlínico.

Tanto María Luisa como Generosa fueron llevadas al Vesubio, el centro clandestino que funcionaba en el Camino de Cintura. Fueron fusiladas y sus cuerpos, inhumados el 28 de abril de 1977 en el cementerio de Lomas de Zamora. En 2010, el Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF) identificó sus restos.

Toda la familia López Mateos-Isabella Valenzi sigue desaparecida. Rosaria Isabella Valenzi, la hermana de Silvia, puso sobre sus hombros la búsqueda y declaró días atrás ante el Tribunal Oral Federal (TOF) 1 de La Plata, que debe juzgar, entre otros, al médico policial Bergés. “A Rosita todavía la seguimos buscando. No aparece”, se lamentó.


*Luciana Bertoia estudió periodismo en TEA y Ciencia Política en la Universidad de Buenos Aires (UBA). Tiene una maestría en Derechos Humanos y Democratización en la Universidad Nacional de San Martín (UNSAM). Trabajó en redacciones como el Buenos Aires Herald y El Cohete a la Luna, donde se ha dedicado a los temas judiciales y derechos humanos, especialmente, a aquellos vinculados a la memoria. Actualmente, trabaja en Página/12, es columnista en Desiguales por la TV Pública, y es docente en la Universidad Nacional de Lanús (UNLa).