Un viaje a la campaña de 1983

Por Pablo Alabarces*

1. La memoria es un mecanismo lleno de vericuetos extraños. La mía parece a veces portentosa, capaz de recordar qué día de diciembre de 1979 di mi primer examen final como estudiante de Letras, qué materia, con qué profesor, con qué nota (diez, claro; si no, no lo recordaría). Recuerdo el día que ingresé como soldado conscripto del Regimiento de Infantería Mecanizada N° 3 General Belgrano en La Tablada, exactamente en la esquina de Avenida Crovara y Camino de Cintura; recuerdo con más precisión aún qué día salí de ese infierno (fue un 24 de diciembre, el día de mi borrachera más portentosa), y hasta recuerdo el apellido del oficial jefe de mi Compañía de infantes (López) y el del Regimiento (Díaz, que luego fue, por esos vericuetos que tenía la dictadura, interventor de la Unión Obrera Metalúrgica; y también me acuerdo de eso). Recuerdo qué película fui a ver el 3 de noviembre de 1979, un día antes de cumplir los dieciocho años, arriesgando mi invicto –jamás me rechazaron por la edad en un cine, porque siempre parecía un poco mayor; hasta hoy, que parezco veinte años más joven–.

En cambio, no recuerdo un solo jingle político de la campaña de 1983; sí recuerdo todos los de 1973. El de los radicales era sencillo hasta la estupidez: “Balbín solución”, repetido tres veces; el compositor había decidido no usar su talento, si es que lo tenía. El del peronismo, refugiado en la sigla FREJULI (Frente Justicialista de Liberación), era complejo melódica y líricamente, como puede aún escucharse en YouTube:

 

No me hizo falta encontrarlo para recordarlo. Todavía puedo cantar la letra íntegra:

“Compañeros, compañeros, la elección está resuelta

Ganaremos la primera y no habrá segunda vuelta

Cámpora y Solano Lima, los hombres del Frente y de Perón”

 

También recuerdo la letra del jingle espantoso de la Nueva Fuerza, una especie de engendro pre-neoliberal y furibundamente gorila, que llevaba a la fórmula Chamizo- Ondarts (ambos fueron luego funcionarios de la dictadura en 1976) cantando estos versos inolvidables:

“Los argentinos queremos goles, porque los goles son la verdad

Con la G de Grandeza, la O de Orden, la L de Liberación

Con la E de Estabilidad, la S de Seguridad,

Goles, Goles, Goles, para ganar”

 

Como se ve, una especie de programa anarco-liberal salpimentado con la liberación, la palabra sagrada de 1973 –nadie podía evitarla, aunque para la Nueva Fuerza y para el FREJULI significaran cosas opuestas–. La Nueva Fuerza hizo una fenomenal inversión publicitaria para obtener menos del 2% de los votos: hasta el reciente fracaso de Rodríguez Larreta, fue la campaña más cara e inútil de la historia política argentina.

Durante esa campaña tenía 11 años. Mi atención de alumno de primaria –estaba comenzando mi séptimo grado– estaba sobre-estimulada. El universo entero hablaba de política. A mi casa llegaba el diario todas las mañanas y lo devoraba, desde Deportes para adelante, claro. Mis viejos, gorilas ambos, pero capturados por el clima de época, votaron a la Alianza Popular Revolucionaria, con la fórmula Alende-Sueldo, una alianza entre los intransigentes de Oscar Alende, los democristianos de Horacio Sueldo y, entreverados, hasta el Partido Comunista. De eso me enteré después; pero recuerdo la visita de campaña de dos pibes que timbreaban llevando boletas y volantes, diciéndoles a mis viejos: “Defendemos una auténtica reforma agraria”. Nunca volví a ver a mis viejos tan izquierdistas.

 

2. Pero no recuerdo ningún jingle de 1983. ¿Había?

Había spots, y algunos todavía están en YouTube; en este video, por ejemplo, hay muestras variadas.

 

Me acuerdo de todos ellos, me acuerdo de sus caras y sus nombres. Me acuerdo del colorado Jorge Abelardo Ramos, el inventor y dueño de la franquicia del Frente de Izquierda Popular –todo el mundo se peleaba con el colorado, que se fue quedando cada vez más solo hasta arrojarse en los brazos de Menem, de quien fue embajador–; yo había pasado buena parte de 1983 leyendo los tomos de Revolución y Contrarrevolución en la Argentina, su lectura revisionista-marxista de la historia patria. Me acuerdo del Bisonte Oscar Alende, de quien se rumoreaba que había sido un gran gobernador de la Provincia de Buenos Aires –pero eso había ocurrido más de veinte años antes, en 1958–, al que mis viejos votaron en 1973. Me acuerdo de Paco Manrique, un gorila de marca mayor, que también había corrido en la anterior obteniendo un meritorio tercer lugar que esta vez no repitió –segundas partes nunca fueron buenas–. Me acuerdo de Estévez Boero, el socialista de poncho al hombro para evocar a Alfredo Palacios, el socialista mítico, porque el otro, Américo Ghioldi, se había vuelto impresentable luego de ser embajador de la dictadura.

Me acuerdo de todos, pero de ninguna canción.

 

3. Posiblemente, mi memoria no pueda recordar ningún jingle porque no había ninguno notable. El de Herminio Iglesias, por ejemplo, era bastante pavote, para no hablar de la desconfianza que provocaba Herminio por sí solo, de las historias que corrían entre los jóvenes peronistas que llegábamos al peronismo por izquierda y nos topábamos con un ejemplar tan químicamente puro de lo que llamábamos vandorismo. Para nosotros, los jingles eran la Marcha Peronista y los cánticos contra la dictadura. La campaña era en la calle:

“Milicos, muy mal paridos

Qué es lo que han hecho con los desaparecidos

La deuda externa, la corrupción

Son la peor mierda que ha tenido la Nación

Qué pasó con las Malvinas

Que esos chicos ya no están

No debemos olvidarlos

Y por eso hay que luchar”

 

Y nuestro hit antipolicial, cantado siempre minutos antes o minutos después de los gases lacrimógenos:

“Mire, mire qué locura

Policía Federal

No les pagan una mierda

Y los asesinos laburan igual”

 

4. Y sin embargo, fue la primera campaña en la que descubrimos algo que comenzaba a llamarse videopolítica: las campañas iban a profesionalizarse, a volverse cosa de publicistas y de entrenadores –los que luego se llamarían coaches para entrenar políticos coucheados, espanto del lenguaje: lo escribo y me atraviesa un escalofrío lingüístico–. La de Alfonsín, claro, y por mucho, fue la muestra más acabada de esa modernidad. Este pequeño video cuenta eso con acierto: la aparición de David Ratto y Gabriel Dreyfus en una campaña política:

 

La campaña tuvo tres núcleos: la sigla RA (Raúl Alfonsín) transformada en el símbolo de tránsito que identificaba a la República Argentina; el slogan “Ahora, Alfonsín”, que se volvía omnipresente en los afiches y pintadas callejeras; las manos unidas saludando, que jugaban con los brazos en alto de Perón pero se desviaban en el momento justo en que se hubieran vuelto cita.

Poco después de las elecciones, una marca de soda jugó con el slogan: “Ahora, al sifón”. No lo pude encontrar por ningún lado, pero por favor, confíen en mi memoria.

 

La campaña justicialista, en cambio, era minuciosamente pre-moderna: total, ya se sabía que iban a ganar, no valía la pena calentarse en inventar alguna idea más o menos novedosa. En su acto de cierre, el colorado Ramos lo sintetizó así: “Va a ganar el peronismo, porque los pobres son más que los ricos y los pobres votan al peronismo”. Y lo dijo convencido, lo juro. Más, yo se lo creí –estuve en ese acto de cierre, en un viejo club de Villa Crespo que ya no existe, en la Avenida Juan B. Justo, ante modestas cien personas, cabeza más, cabeza menos. Lo suyo no eran las masas–. Era lo mismo que decía mi tío Mario, que de fascista italiano se había transformado en radical argentino: estaba entusiasmadísimo con Alfonsín, pero se lamentaba de que “el problema es que los analfabetos votan al peronismo”.

El gorilismo de mi familia no era especialmente antológico, sino apenas representativo de la media; salvo un tío, hermano mayor de mi mamá, la oveja negra de los hermanos y hermanas Oliveto, que era un peronista de derecha que había llegado a coquetear con Massera. Todos tenemos un muerto en el placard, finalmente. Pobre tío Leo, era un caído del catre, ni sospechaba las trapisondas y los crímenes del Almirante Cero.

La mera candidatura de Luder era un gesto hacia el pasado: el tipo había sido presidente provisional durante una licencia de Isabel Perón en 1975, y había firmado el decreto de “aniquilación” de las guerrillas. Todo lo que rodeaba a Luder sonaba a repetición de otra cosa, y no muy feliz. Uno de los afiches de campaña, firmado por la CGT, decía: “Los días más felices de los trabajadores fueron y serán peronistas”. Eso era todo. Pero lo creíamos.

 

5. La campaña, lo dije, era en la calle. La cuestión era decidir quién llevaba más gente a los actos. Había encuestas, pero nadie creía en ellas –si es que acaso las leíamos–. No recuerdo ninguna, no recuerdo que nadie anticipara el resultado con alguna precisión, no recuerdo que nadie nos dijera “podemos perder”.

A finales de septiembre comenzó el tramo final de esa competencia. El 30, Alfonsín llenó el estadio de fútbol de Ferro Carril Oeste. El sindicalismo tuvo la feliz idea de declarar un paro de transportes el mismo día; sólo consiguieron que a la multitud se le sumara un caos vehicular. Dos semanas más tarde, el peronismo convocó a celebrar el 17 de octubre en el estadio de Vélez Sarsfield, el clásico barrial (y un estadio mucho más grande: lo llenó, y argumentó sobre un presunto Vélez 5-Ferro 1). Nadie reparaba en que la cuestión no era quién llevaba más, sino que el alfonsinismo conseguía, a esa altura y con claridad prístina, una convocatoria de masas como no se producía desde los lejanos y míticos tiempos yrigoyenistas.

Estuve esa noche en Vélez, sin poder entrar, con la multitud atiborrando el estadio (nunca hubo tanta gente en Vélez). Como había sido vecino del barrio –pasé toda mi infancia al lado de la cancha–, mi mamá me pidió que me escondiera de los vecinos, para que nadie supiera que ella, una buena señora, tenía un hijo peronista. Desde afuera escuchamos con delectación la rechifla estruendosa que rodeó la aparición y el discurso de Lorenzo Miguel –que era el gran arquitecto de la candidatura de Luder en la Nación y de Herminio en la Provincia–. Lo mejor llegó cuando el candidato a vicepresidente, el chaqueño Deolindo Felipe Bittel –nadie puede olvidar la sonoridad de ese nombre– aseguró que el peronismo renacía de sus cenizas “como el Gato Félix”, para luego espetarle a la multitud: “Hoy como ayer, la opción es Liberación o Dependencia. ¡Y nosotros estamos con la Dependencia!”.

Nuestras carcajadas escondían que al peronismo del ‘83 sólo lo podíamos tomar a risa. Acá hay buenas imágenes de ese acto:

 

6. El final fue disputado de a millones. El acto de cierre de Alfonsín fue el 26 de octubre, y nunca sabremos cuánta gente hubo, pero nunca menos de un millón y medio de personas. Ese fue el anuncio indiscutible de que allí pasaba algo serio.

7. Pero los pobres iban a votar al peronismo. Lo comprobamos dos días después, exactamente en el mismo lugar, rodeados por no menos de dos millones de personas, escuchando atentamente el discurso de cierre de Luder, que despertaba tanto entusiasmo como una heladera, pero vacía.

 

De todos modos, unos minutos antes, pasaba lo mejor. Algunos entusiastas acercaron al palco un pequeño ataúd de utilería envuelto en una bandera radical, con el nombre de Alfonsín y con una corona de flores que decía UCR. Norberto Imbelloni –un cuadro sindical de la UOM, que había estado presente el día de la muerte de Rosendo García relatada por Walsh en 1969– le acercó un encendedor a Herminio Iglesias.

Dos días después, fuimos a votar.


Foto: Paula Ribas

Foto: Paula Ribas

*Pablo Alabarces (Buenos Aires, 1961) es Licenciado en Letras (UBA), Magister en Sociología de la Cultura (IDAES-UNSAM) y Doctor en Sociología (University of Brighton, Inglaterra). Es Profesor Titular de Cultura Popular en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires e Investigador Superior del CONICET. Sus investigaciones incluyen estudios sobre música popular, culturas juveniles y culturas futbolísticas. Es considerado uno de los fundadores de la sociología del deporte latinoamericana. Entre sus libros publicados se cuentan Fútbol y Patria (2002, publicado en Alemania por Surkamp en 2010); Crónicas del aguante (2004); Hinchadas (2005); Resistencias y mediaciones. Estudios sobre cultura popular (2008, compilador); Peronistas, populistas y plebeyos (2011); Héroes, machos y patriotas. El fútbol entre la violencia y los medios (2014), que obtuvo el Segundo Premio Nacional de Ensayo Sociológico en 2018; Historia Mínima del fútbol en América Latina (2018, publicado por El Colegio de México); Pospopulares. Las culturas populares después de la hibridación (2020), publicado simultáneamente en México, Argentina y Alemania; y su flamante Un muchacho como aquel. Una historia política cantada por el Rey (2021, en colaboración con Abel Gilbert).