Por Pablo Lapuente

La televisión, la radio, los carteles de las principales calles de la provincia de Buenos Aires e incluso las historias de Instagram y los canales de Youtube se cubrieron de rostros y slogans de políticos en el último tramo hacia las elecciones Primarias Abiertas, Simultáneas y Obligatorias (PASO) del próximo domingo. La veda le puso un freno a todo eso, pero aún se escucha el eco de las voces de esos precandidatos y precandidatas que, a lo largo de intensos meses, apelaron a la espectacularidad, la confrontación e incluso la banalidad para intentar ganarse una porción del electorado. De propuestas poco, y de ideas, un poco menos todavía, salvo excepciones. Sobre todo las que tienen que ver con el Conurbano de la provincia de Buenos Aires, esa región geográfica, política y, por qué no, ideológica que rodea a la Capital Federal, y que es escenario principal de la madre de todas las batallas en cualquier elección. ¿Por qué? Vamos por párrafos.

Tal como dio cuenta Cordón, la Primera y la Tercera sección electoral de la provincia concentra a casi 9 millones de electores y electoras, que son el núcleo principal del 40% del padrón electoral del país. Eligen ocho bancas en la Cámara del Senado y 18 en la Cámara de Diputados bonaerense. 

Acaso por eso la trascendencia que le imprime la política: Alberto Fernández y Cristina Fernández cerraron la campaña nacional del Frente de Todos en Vicente López; Horacio Rodríguez Larreta y su candidato de Propuesta Republicana (PRO), Diego Santilli, dedicaron los últimos días previos a los comicios para recorrer distritos como Lanús, Quilmes, Florencio Varela y La Matanza; lo mismo el postulante de la Unión Cívica Radical (UCR) Facundo Manes, que eligió Quilmes para su acto de cierre. Incluso el libertario José Luis Espert y Carolina Piparo hicieron una caravana por varios distritos de la zona que culminó en La Plata. 

Alberto y Cristina el jueves, como Axel Kicillof, Máximo Kirchner, Sergio Massa y Victoria Tolosa Paz el día anterior, apelaron principalmente a la necesidad de reconstruir la Nación, levantar la economía del segundo subsuelo en la que lo dejó el macrismo y la pandemia, y visibilizar la existencia de “dos modelos de país”, una idea que nació del presidente de la Cámara de Diputados y se extendió a todo el frente oficialista. Todo eso montado en la unidad que los regresó al poder en 2019. Incluso la vicepresidenta recordó en su discurso la complicidad política de los senadores y senadoras de su propio bloque con Cambiemos para allanar su casa e iniciar un camino de persecución política, un tema punzante que tocó con efervescencia pero que dejó pasar algunos segundos después para preservar esa unidad.  

La lluvia, el cielo gris y con persistentes nubarrones conspiró con la clásica mística peronista. Sin multitudes por la pandemia, banderas o cánticos, y sobre un escenario mucho más modesto del acostumbrado en el predio de Tecnópolis, el oficialismo encontró de todos modos la épica en la reconstrucción y la esperanza futura. “Les pido que estemos todos más convencidos que nunca. La historia nos sometió al peor de los exámenes, vamos a superarlo con el apoyo de nuestro pueblo. Que no nos convenzan del derrotismo que quieren imponernos. Somos un país y una sociedad maravillosa, se ha levantado una y mil veces, pongámonos de pie para vivir la vida que queremos”, dijo el Presidente en el cierre.

Unas horas antes, Rodríguez Larreta y buena parte de la plana mayor de la oposición hizo su parte en el Estadio Atenas de La Plata. El cierre de Juntos se centró en el negocio que mejor le sale: profundizó la grieta con el kirchnerismo, tomó la agenda más sensible para el gobierno como inflación, inseguridad, y los escándalos pasados de las vacunaciones irregulares de funcionarios y el festejo de cumpleaños de la primera dama en la Quinta de Olivos en plena cuarentena estricta. 

Fue con una extraña dosis de liturgia peronista y cánticos radicales, una amalgama difícil de digerir para la historia argentina, pero que persigue el objetivo de ampliar los márgenes de influencia política de una oposición que necesita sumar votos para volver a ser competitiva. “No podemos darnos el lujo de esperar para cambiar, hay que empezar este domingo”, vociferó Santilli desde un escenario circular. 

Alrededor suyo los principales intendentes del PRO, y líderes partidarios lo miraban con atención, como Patricia Bullrich, Miguel Ángel Pichetto y, por supuesto, Rodríguez Larreta, el máximo interesado en que el ex vicejefe de Gobierno porteño supere ampliamente la interna frente al radicalismo y haga una elección lo más pareja posible con el kirchnerismo. En el largo está en juego sus aspiraciones de ocupar el sillón de Rivadavia. 

Los márgenes de estos dos modelos, como hoy angosta avenida del medio, quedaron nuevamente algo borroneados. Tan así que el exministro Florencio Randazzo, otrora funcionario estrella del último gobierno de Cristina, montó su estrategia final en una extraña comunicación que fue blanco de numerosas críticas. Uno por la imitación de la actual vicepresidenta que lo insultaba, y otro en el que mantenía un diálogo telefónico con su madre, en el que trataba de pelotudos a los votantes, también una más en el que lo acusaban de ser homofóbico. 

Al extremo de la grieta, los libertarios hicieron lo propio, aunque sin demasiado pudor. En cualquier caso, unos y otros no sólo deberán superar la barrera del 1,5% de los votos este domingo, sino alcanzar también cerca de un 4% para ingresar un diputado nacional después de las generales de noviembre. En muchos municipios los pisos son incluso más altos, cerca del 8% para acceder a una banca en un Concejo Deliberante, y aún más en secciones electorales para ingresar a la Legislatura. 

Con los resultados del 12, muchos de los caminaron por el barro del Conurbano africanizado en los últimos días dejarán de hacerlo e, incluso, probablemente algunos volverán a elegir la comodidad de las calles porteñas como reemplazo, mientras persiste la necesidad de pensar y reforzar un modelo producción y desarrollo que contemple a esta región más allá de los años electorales. Las obras públicas en marcha, aún insuficientes, pero con el recuerdo de la edificación de universidades nacionales públicas y parques industriales del pasado reciente, demuestran que mejor que decir es hacer. 


Pablo Lapuente es redactor acreditado en la Legislatura de la provincia Buenos Aires. Licenciado en Periodismo (UNLZ), productor en radio y televisión. Trabajó en medios de comunicación bonaerenses y nacionales.