Countries y humedales

La expansión de barrios cerrados implica la transformación de entornos naturales claves para la biodiversidad y la contención de las inundaciones. ¿Qué pasa cuando el desarrollo urbanístico avanza sin un planteamiento integral y quiénes pagan los costos de un modelo plagado de contradicciones?

En un ambiente en donde alguna vez crecieron juncos, ceibos y deambulaban camalotes, hoy, la expansión urbana ofrece un paisaje modificado: abedules, robles europeos, plátanos y otras especies llegadas de otras latitudes crecen en las calles y barrios de Nordelta, la ciudad que creció al ritmo de las mansiones, los restaurantes, una cancha de golf y los yates que amarran en muelles privados. A diez kilómetros del Puerto de Frutos de Tigre y a casi 40 kilómetros del Obelisco yendo por la Panamericana, Nordelta aparece como un archipiélago de ostentación, al que solo un grupo de privilegiados puede ingresar, en medio de un marcado déficit habitacional para importantes sectores de la población que la pandemia sólo puso más en evidencia.

Como sucede con Nordelta, otras urbanizaciones con las mismas características vienen ganando lugar en la provincia de Buenos Aires: countries, barrios cerrados, clubes de campo, eco-barrios y una larga lista de denominaciones engloban un modelo desarrollador que publicita el acercamiento a la naturaleza y la vuelta al verde.

Pero, por debajo de los imaginarios creados para la venta millonaria de terrenos, otra realidad es la que asoma, advierten distintos investigadores. Asentados sobre llanuras de inundación y humedales, las urbanizaciones cerradas -desde Tigre y Escobar en la década de los ‘90 hasta Pilar, en el noroeste, y Canning y Hudson, en zona sur, en la actualidad- vienen transformando ecosistemas claves, tanto para la conservación de la biodiversidad local, como para la amortiguación de las inundaciones. ¿Qué pasa cuando el desarrollo urbanístico avanza sin un planteamiento integral y quiénes pagan los costos?

Humedales, los invisibilizados

La historia de los humedales es la de un combo de indiferencia y avance sin miramientos. “Desde las visiones productivistas, estos son ambientes marginales, improductivos, que hay que reciclar”, explica a Revista Cordón Leonardo Fernández, investigador en el área de Ecología del Instituto del Conurbano de la Universidad Nacional General Sarmiento (UNGS).

Sin embargo, avanzar sobre estos ecosistemas que, a simple vista, aparecen como terrenos libres disponibles para ser urbanizados, no resulta inocuo. Este modelo de expansión de los barrios cerrados o countries sobre humedales tiene consecuencias bien estudiadas. “Son ambientes muy vulnerables a los procesos de transformación urbana que implica, entre otras cosas, la anulación de sus servicios ecológicos”, agrega Fernández, quien habla de un “combo sistémico” asociado a estos ambientes. Es que su rol es clave: ante la crecida de un río por lluvias o una sudestada, los humedales funcionan como una esponja natural y ayudan a amortiguar los efectos de las inundaciones.

“Representan reservorios naturales de exceso de crecidas de agua”, completa el investigador. Pero la colonización de los humedales convertidos en islas de cemento puso en jaque el funcionamiento de estos ambientes. Y los efectos van más allá de los sitios puntuales en los que los countries y mega emprendimientos se instalan.

“Este tipo de construcciones que ocupan los humedales pone en riesgo un ecosistema único. Pero, desde el punto de vista de las inundaciones, lo que sucede es que, además de impedir los procesos de retención y filtración del agua, lo que hacen es ‘polderizar’: se rellena el humedal y, luego, lo que se lleva a cabo es un sistema tipo ‘polder’, una muralla. Eso genera otra consecuencia: se modifica el escurrimiento superficial de las aguas que, luego, impactan en aquellos barrios en zonas más bajas, que suelen ser de condición popular. Eso lo hemos observado, por ejemplo, en la cuenca del río Luján”, dice la ingeniera María Eva Koutsovitis, de la Cátedra de Ingeniería Comunitaria de la UBA.

“La utopía comenzada a principios de siglo XXI ha avanzado dejando de lado cuestiones inherentes a la calidad ambiental de los barrios vecinos y a los aspectos sociales que arrastra una ciudad íntegramente construida para un determinado estrato de población”, describe, con precisión, la arquitecta y doctora en Ciencias Sociales Sonia Vidal-Koppmann, en un estudio de casos llamado “Ciudades privadas: a la búsqueda del paraíso ecológico”, publicado en 2018 por la UNGS.

Los humedales son, además, sitios claves que aportan una dinámica beneficiosa para el agua. “Está demostrado que son buenos depuradores naturales”, aporta Fernández. Pero la importancia de estos ecosistemas no termina ahí. En tercer lugar, son el refugio de la fauna propia de estos ambientes que, por el modelo de desarrollo, también ve amenazada su supervivencia.

“La urbanización implica fragmentación o anulación del paisaje, con la consecuente pérdida de biodiversidad”, advierte el ecólogo y urbanista. La pava de monte, coipos, carpinchos, garzas, culebras, tortugas acuáticas, patos y cientos de especies se reproducen y crecen en los humedales. Y, muchas veces, se quedan sin lugar donde vivir.  

Alentados, principalmente, por la explosión de incendios que, durante la pandemia, se vieron en lugares como Córdoba y el Delta del Paraná – atados, también, a la especulación inmobiliaria y a la generación de tierra disponible para el cultivo- hoy existen 13 proyectos con estado parlamentario en el Congreso nacional para avanzar con la sanción de una Ley de Humedales que fije un piso de base para para su conservación, protección y uso sustentable. Pero, mientras el debate se dilata, este modelo urbanístico se sigue expandiendo con consecuencias difíciles de revertir.

Verdades incómodas

Según el informe “Cómo crecen las ciudades”, elaborado por el Centro de Implementación de Políticas Públicas para la Equidad y el Crecimiento (CIPPEC), en el área comprendida por la Ciudad de Buenos Aires y los 31 municipios del Gran Buenos Aires, la superficie urbana creció de 254.402 hectáreas, en 2006, a 276.106 hectáreas diez años después. El uso residencial ocupó el 84% de esta expansión, y las urbanizaciones cerradas representaron el 46% del total. La mayor parte se ubica en la zona norte del Gran Buenos Aires, linderas a la cuenca del Río Luján. Pero el avance también se evidencia en la zona sur, en partidos como Esteban Echeverría, Berazategui, San Vicente y Presidente Perón.

En paralelo, la provincia de Buenos Aires atraviesa una crisis habitacional crónica, que puede verse reflejada, hoy, en la multiplicación de las tomas de terrenos, y que provoca un contraste con la opulencia del avance inmobiliario: se estima que en el Conurbano bonaerense el 16% de la población vive en condiciones de hacinamiento y que el 17% reside en viviendas precarias. En tanto, una de cuatro personas residía, en el período 2015/2016, en un hogar sin conexión a agua corriente de red, según la Defensoría del Pueblo bonaerense y el Observatorio de la Deuda Social Argentina (UCA).

La geógrafa Patricia Pintos, investigadora en el Centro de Investigaciones Geográficas del Instituto de Investigaciones en Humanidades y Ciencias Sociales (Universidad Nacional de La Plata-Conicet), estudia el desarrollo de las urbanizaciones cerradas y exhibe la contradicción que encierran las ciudades como Nordelta y decenas de otros emprendimientos.

“Hay todo un imaginario de paisaje, de una naturaleza prístina que no es tal y, sobre todo, de accesibilidad a cuerpos de agua que en la oferta no se aclara que, en realidad, son lagunas producidas artificialmente”, dice Pintos. Desmontes, arrasamiento de especies autóctonas y la elevación de los terrenos convierten a los espacios de los countries en ambientes mutados por la mano humana y alejados para siempre de su tan promocionado carácter “natural”.

En torno a estas urbanizaciones, otro discurso suele repetirse, aunque esta vez, en los gobiernos locales. “Aparece muy fuertemente la cuestión del desarrollo local, en términos de generación de puestos de trabajo. En realidad, esto es una falacia, porque los trabajos que más podrían llegar a aportar a esa idea son durante la fase de construcción, es decir, mano de obra. Pero se agotan una vez que se construye. Luego, lo que se genera es muy exiguo y de muy baja calificación en general, fundamentalmente servicios de mantenimiento y, claramente, de servicio doméstico. No podría decirse que hay generación de valor agregado ni que el municipio vaya a capitalizar con creces las inversiones que allí se realizan”, afirma Pintos.

En cambio, según la investigadora, en la balanza costo-beneficio, la comunidad local, a largo plazo, sale perdiendo: “Las deseconomías que se generan con la construcción de estos emprendimientos en áreas de fragilidad ambiental son mucho mayores que los potenciales beneficios. Esto ha quedado claramente demostrado en el impacto que han tenido, por ejemplo, las inundaciones recurrentes en los años 2014- 2015 en la cuenca del Río Luján, con miles de hectáreas anegadas”.

Pintos agrega que, incluso, los gobiernos locales han aportado, con obras propias, a esos desarrollos. “A lo largo de toda esta historia, el Estado ha tenido una función de prescindencia colaborativa, en algún caso con inversiones. Esto se está viendo claramente en la zona sur, en donde Berazategui ha construido algunas infraestructuras para facilitar que estos emprendimientos se puedan desarrollar”, ejemplifica.  

Es en este partido bonaerense en donde quedan los últimos relictos de la Selva Marginal, la más austral del mundo, y que hoy está amenazada por “Crystal Lagoon Hudson”, un emprendimiento de lujo que promete, desde la web del Grupo Monarca, algo “diferente a todo lo conocido hasta ahora en la zona”: acceso a la Autopista Buenos Aires – La Plata y una “laguna cristalina de 30.000 metros cuadrados”.

¿Cualquier lugar puede ser utilizado como a un inversor se le ocurra? Pintos habla de la existencia de una “privatopía”: “Fundamentalmente, las autoridades en preservación de derechos de propiedad permiten que todo pueda ser privatizado y, cuando digo todo, nos referimos, también, a ecosistemas que tienen un valor estratégico para la calidad ambiental y de vida de la población. Lo que no se está viendo es que esa tendencia privatizadora avanza sobre áreas que no son mercantilizables, o no debieran serlo”. Entre el modelo que debiera garantizar la calidad de vida para las mayorías y apuntara a revertir el déficit habitacional y la consecuencia devastadora de las inundaciones, y el que privilegia el desarrollo inmobiliario para la porción minoritaria que puede acceder a la promesa de una vida verde alejada de las grandes ciudades, Pintos no duda sobre cuál está ganando la pulseada. “Vivimos en una sociedad que exacerba los derechos de propiedad”, sentencia.


Nicolás de la Barrera vive en la provincia de Buenos Aires y desde hace 7 años se desempeña en periodismo gráfico. Sus notas pueden leerse en medios nacionales como la revista Acción, La Nación, la web de entrevistas Almagro Revista y el portal Border Periodismo. Asimismo, trabaja como redactor en el portal de noticias diariovivo.com. En 2016 resultó ganador por la nota de producción propia “El cambio climático ya se hace sentir en el Río de la Plata”, en la finalización del curso online de Cambio climático para periodistas, organizado por el portal de periodismo ambiental Claves21.com.ar y la Earth Journalism Network. También resultó ganador, en 2019, del Concurso de investigación sobre VIH-sida en América latina y el Caribe, organizado por la ONG Aids Healthcare Foundation (AHF).