Las estaciones de tren son lugares de paso, donde transitan diariamente miles de personas que suben y bajan, atraviesan andenes, corren para no quedarse afuera de esa máquina enorme que escupe gente desde los barrios a la Capital y viceversa. Es un hecho que las estaciones de ferrocarril fundan ciudades, probablemente no es algo que nos detengamos a pensar en pleno siglo XXI, con la vorágine cotidiana, las corridas, el cansancio matutino y la hora pico, pero lo sabemos porque lo leímos en libros de historia.

El trazado de las líneas férreas por parte de los capitales británicos estuvo pensado para el transporte de alimentos y materias primas desde “el interior” al puerto y es cerca de esas estaciones donde se crean los núcleos urbanos. Alrededor de esas estaciones se levantan fábricas, esas fábricas convocan a trabajadores, esas personas construyen casas, esas casas forman barrios, y en esos barrios pasan cosas.

La línea del Ferrocarril General Roca, con sus 5 ramales que penetran en el distrito bonaerense funciona como columna vertebral del Conurbano Sur. A su alrededor se despliegan barrios y localidades. Una de ellas, es la estación Darío Santillán y Maximiliano Kosteki, ubicada en la ciudad de Avelleneda, en el partido homónimo.

La estación “Darío y Maxi” lleva ese nombre desde el diciembre de 2013 por medio de la promulgación de la Ley 26.900. Antes de eso y desde el 1900 era simplemente la “estación Avellaneda”.

Masacre de Avellaneda

“La crisis causó 2 nuevas muertes”, tituló el Diario Clarín. Por su parte, La Nación escribió: «Dos muertos al enfrentarse piqueteros con la Policía» y subtituló «Grupos radicalizados de izquierda destrozaron negocios y quemaron autos y colectivos». Y a La Prensa le bastó con publicar «Batalla Campal».

 Puede verse cómo, a través del modo en que elegimos nombrar los eventos, se filtra la ideología. Para el lingüista Volóshinov, el signo lingüístico es la arena de lucha de clases, se podría decir, que cada palabra elegida en todo acto de habla tiene una carga profundamente ideológica y la narración de los sucesos se conforma inevitablemente en un relato filtrado por los ojos que cuentan lo sucedido.

Aquella “crisis” a la que se refieren los periódicos trajo aparejada una represión por parte de la Policía Federal, la Policía de la Provincia de Buenos Aires, Gendarmería Nacional y la Prefectura Naval Argentina, en medio de saqueos, cortes de ruta, emergencia alimentaria, desempleo, corralito, cacerolazos, familias en la calle, patacones y hambre.

En este marco, dos jóvenes fueron asesinados por la policía el 26 de junio de 2002: Maximiliano Kosteki y Darío Santillán, quienes realizaban un piquete sobre el Puente Pueyrredón, a metros de la “Estación Avellaneda”. El mismo había sido convocado por el Movimiento de Trabajadores Desocupados (MTD), bajo el pedido de aumento salarial general, subsidios para desocupados y alimentos para comedores populares. El desalojo del puente dejó un saldo de dos muertos y 33 heridos. Maxi tenía 22 años y era de la ciudad de Guernica. Darío tenía 21 y vivía en Lanús.

A pesar de que el comisario Alfredo Fanchiotti declaró públicamente que su unidad sólo contaba con balas de goma, las pericias judiciales determinaron más tarde que los efectivos habían disparado con balas de plomo. Las autopsias determinaron que ambos fueron asesinados a quemarropa por disparos de menos de diez metros, los que fueron efectuados por una escopeta Ithaca calibre 12.70. Por este hecho fueron condenados a cadena perpetua por doble homicidio y siete tentativas de homicidio Fanchiotti y el cabo Alejandro Acosta.

Darío había ido a asistir a Maxi que estaba tirado en el piso, la policía lo mató por la espalda cuando intentaba ayudar a su compañero, al que ni siquiera conocía. 

Paredes que hablan

San Darío del andén
Sin sonatas ni uniforme
Luchaste por trabajo,
dignidad y cambio social
Héroe y mártir piquetero
San Darío Santillán

Este uno de los poemas que recibe a los pasajeros y pasajeras apenas cruzan la entrada principal de la estación. También lo acompañan consignas contra el gatillo fácil, esculturas de lata, pintadas, stencils, murales de mosaico y afiches de colores. Pueden leerse consignas a favor de la educación pública, del aborto legal, de los derechos de las mujeres y pedidos de justicia por los asesinatos del maestro Carlos Fuentealba, y del militante social Mariano Ferreyra y por las desapariciones forzadas de Jorge Julio López y de Luciano Arruga.

La estación Kosteki y Santillán nos traslada con su nombre y sus murales a una época oscura de la historia argentina reciente.

 El nombre y la memoria

El ejercicio de detenerse a pensar en el nombre de las cosas puede resultar interesante. Lo que no se nombra no existe y el lenguaje es la primera instancia para sumergirnos en la cultura. Lo que decimos, cómo lo decimos y las cosas que nombramos nos condicionan y nos hacen ser de tal o cual manera.

No hay sociedad sin cultura, no hay cultura sin lenguaje, todo aquello que no podamos poner en palabras no se puede imaginar y por lo tanto no puede existir ni siquiera en nuestra mente. El nombre propio reviste una simbología particular, te hace ser.

Pensar en el nombre de las cosas puede resultar un ejercicio interesante para la memoria, que en algunas ocasiones hasta se vuelve fundamental.

Un espacio de paso, como cualquier estación de tren, que podría significar solo una parada más dentro del traqueteo cotidiano de cualquiera se convierte en un “lugar” cuando su nombre te transporta a un momento específico de la historia y sus paredes se tiñen de memoria y lucha.

Militantes y actores sociales dejan sus mensajes en las paredes y las convierten en arte como forma de resistencia. 

Cada 25 de junio, movimientos sociales y piqueteros se movilizan hasta el Puente Pueyrredón y permanecen en vigilia toda la noche para marchar sobre el puente el día 26 en conmemoración de otro aniversario de la Masacre de Avellaneda. Para exigir justicia en memoria de sus compañeros asesinados y como ejercicio para la memoria.