Obras de teatro, películas, revistas… Cualquier expresión artística estaba en la mira de la División Moralidad de la Policía Federal, que ejecutaba los delirios de una Justicia cómplice de la dictadura: reprimir actividades que consideraba “obscenas”, “pornográficas” o que atentaran contra las “buenas costumbres”.

Por Germán Ferrari*
Foto de portada: Revista Humor 102 – abril 1983

 

 

Antes, durante y después de la última dictadura cívico-militar, la Policía Federal cobijó una “División Moralidad” que se encargaba de reprimir todo lo que consideraba que atentaba contra las “buenas costumbres” de la sociedad. Cualquier expresión vinculada con el sexo en sus más amplias representaciones era perseguida en la calle o en los medios masivos. Al parecer, en febrero de 1983, un sacerdote fue a ver (o le contaron) una comedia musical al teatro Metropolitan de la avenida Corrientes porteña, “Doña Flor y sus dos maridos”, basada en la novela del escritor brasileño (y encima comunista) Jorge Amado. Con rapidez, la denuncia por “exhibiciones obscenas” se radicó en la Justicia. Para el puritanismo del régimen era intolerable que el actor Adrián Ghío –que interpretaba a Vadinho– saliera a escena desnudo, con un sombrero ubicado en forma estratégica para taparse los genitales. La obra fue prohibida y los policías de Moralidad detuvieron al administrador de la sala y a varios espectadores de una de las funciones de la obra, que se había convertido en un éxito de público.

Pero el castigo duró pocos días. La Justicia levantó la prohibición y de inmediato la comedia musical, dirigida por José María Paolantonio, volvió a representarse.

A pedido de la revista La Semana, el elenco completo, encabezado por Guío, Ana María Cores y Villanueva Cosse, posó vestido para una foto en medio de la avenida Corrientes. “Hubo gritos de admiración y apoyo a las bellas desnudistas y silbidos, denuestos varios y otras manifestaciones de repudio contra los oscuros y hasta el momento ignotos funcionarios que dispusieron la medida”, señalaba un breve texto que acompañaba la imagen a dos páginas. “Doña Flor sigue cumpliendo el mítico sueño de tener un marido trabajador y sumiso de día y otro travieso y concupiscente a la noche”, se divertía el/la periodista.

La adaptación al cine de la novela también había sufrido ante las tijeras de la censura. La película del director brasileño Bruno Barreto se estrenó en su país –también bajo una dictadura– en 1976. Su exhibición en Argentina estuvo demorada por mil y una complicaciones desplegadas por el censor máximo de entonces, Miguel Paulino Tato, que estaba a cargo del Ente de Calificación de Cinematográfica. Los innumerables cortes de escenas aplicadas al film hicieron que durante la dictadura se viera un producto cercenado hasta más no poder, una tarea habitual ejercida por ese organismo del Estado.

La causa judicial contra la obra de teatro siguió y en mayo cayó una nueva prohibición y el procesamiento del elenco. La acusación de pornografía pesaba sobre los artistas. La Iglesia trató de desligarse de la censura a la obra y a otras expresiones artísticas, pero alertó sobre “la inmoralidad que se viene observando en los medios de comunicación” en los últimos tiempos. ¡Ay, el maldito “destape”!

Entre las “pruebas” secuestradas para la causa, los policías de Moralidad se llevaron el sombrero usado por Ghío para taparse los genitales…

Fuente Humor 101 - marzo 1983

Fuente Humor 101 – marzo 1983

 

“Las prácticas disolventes”

Aquel febrero de 1983 fue uno de los meses más activos de la censura en la última etapa del “Proceso”, como si el régimen quisiera alertar a la población que su capacidad de coartar cualquier expresión de libertad estaba intacta e iba a entorpecer el arduo camino hasta reconquistar la democracia.

Casi en simultáneo con el ataque hacia “Doña Flor…”, la División Moralidad se ensañó con la obra Real envido, de Griselda Gambaro, por satirizar sobre los abusos del poder, y clausuró el teatro Odeón, y con la película francesa El shock (Le choc), de Robin Davis, con Catherine Deneuve y Alain Delon, que se exhibía en el América, porque se mostraba un pubis femenino. En el cine Atlas pudieron seguir dando el film porque el propietario difundió una copia con la escena cuestionada.

El Ente de Calificación Cinematográfica mantuvo la prohibición para Buscando a Mr. Goodbar (1977), de Richard Brooks, con Diane Keaton, Tom Berenger y Richard Gere –una profesora de niños sordos frecuenta en las noches los bares de la ciudad en busca de relaciones con hombres– y Niña bonita (1978), de Louis Malle, con Brooke Shields, Keith Carradine y Susan Sarandon –una niña de 12 años es explotada en un burdel de Nueva Orleans–. Una de las películas que más escandalizaba a los censores era La naranja mecánica (1971), de Stanley Kubrick, que recién pudo estrenarse en Argentina dos años después de la recuperación democrática.

Dos films se beneficiaron con el levantamiento de la censura que pesaba sobre ellos: Lucio Flavio, pasajero de la agonía (1977), de Héctor Babenco, y Mamá cumple cien años (1979), de Carlos Saura. Esta última producción perturbó a los censores por la participación en el elenco de Norman Briski, un actor comprometido políticamente que había tenido que exiliarse en España tras recibir amenazas de la Triple A.

La represión también actuó en aquel febrero sobre la prensa escrita. La revista Quorum, dirigida por el italoargentino José Palozzi, volvió a sufrir los embates de la censura. Esta vez se prohibió la circulación y venta del número 11, que preguntaba desde la tapa: “Vicealmirante Chamorro: ¿dónde está Inés Ollero?”. La publicación inquiría al responsable del centro clandestino que funcionaba en la ESMA sobre el destino de la estudiante de Biología y militante de la Federación Juvenil Comunista, de 21 años, que había sido secuestrada en 1977.

Para el régimen, el ejemplar presentaba “un contenido dirigido a crear en la opinión pública un concepto deformado de la acción de Estado contra la subversión, mediante la difusión de inexactitudes y afirmaciones falsas que, al mismo tiempo, pretenden desprestigiar a las Fuerzas Armadas, acusándolas de actitudes violatorias de los derechos humanos”. Y concluía: “El contenido de esta publicación recoge los argumentos más efectistas de las campañas de propagandas efectuadas en los últimos años por las organizaciones subversivas, realimentando así las prácticas disolventes de las mismas”.

Palozzi denunció en esa oportunidad que había sido baleado cuando salía de la imprenta de la publicación. Ante esa situación, se asiló en la Embajada de Italia en Buenos Aires y partió hacia Roma. La revista, que ya había sido clausurada en noviembre del año anterior, volvió a ser cerrada en marzo.

Militante de Renovación y Cambio, la línea interna radical liderada por Raúl Alfonsín, Palozzi se había asociado con un personaje mediático de aquella época, el exnacionalista Guillermo Patricio Kelly, para llevar adelante la revista, a la que se vinculaba a sectores del Ejército para atacar al almirante Emilio Eduardo Massera y su proyecto político.

En medio de ese clima, la Sala IV de la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Contencioso Administrativo Federal levantó la prohibición contra la revista Humor, cuyo primer ejemplar del año, el número 97, había sido secuestrado por orden de la dictadura, que se había ofendido por la caricatura de tapa del ejemplar, realizada por el director editorial, Andrés Cascioli, que mostraba al general Cristino Nicolaides, integrante de la Junta Militar, y a la personificación de la Justicia –la venda corrida le descubría un ojo– perdiendo el equilibrio sobre una patineta. Tampoco le habían caído en gracia un par de notas firmadas por los columnista Enrique Vázquez y Luis Gregorich.

El nuevo acto contra la libertad de prensa hizo que Humor vendiera 313.100 ejemplares en febrero de 1983, según el Instituto Verificador de Circulaciones (IVC), la cifra más alta de ese año para una revista.

La dictadura solo pudo sostener la clausura del número 97; Humor respondió a la siguiente entrega con otra tapa implacable: bajo el título “Prohibido hablar, mirar, escuchar”, los integrantes de la Junta militar personificaban a “Los tres monos sabios” sobre una rama quebrada que se desplomaba.

 

El espíritu de “Pochinho”

Fuente Caras y Caretas - Marzo 1983

Fuente Caras y Caretas – Marzo 1983

La censura de “Doña Flor y sus dos maridos” atrajo la atención del humor gráfico. La revista Caras y Caretas publicó “Doña Flor y sus pre-maridos”, una historieta del dibujante José Massaroli, en la que cruzaba el argumento de la obra con la política nacional, más precisamente con la interna peronista. Isabel Perón era Doña Flor, a quien se le acercaban varios pretendientes: Ángel Robledo, Raúl Matera, Deolindo Bittel, Jorge Paladino, Luis Prémoli y Massera. Pero desde el más allá, aparecía Juan Domingo Perón, “Pochinho”: hacía callar a los “imberbes” y los meaba, porque su “único heredero es el pueblo”.

En la misma línea, de Humor armó una tapa, obra de Cascioli y Sergio Izquierdo Brown, con Isabel sentada sobre una urna, ante las miradas amorosas de Ítalo Luder y Robledo, con regalos y flores, mientras que Massera, al mejor estilo Vadinho, se tapaba los genitales con una gorra de la Armada.

 

 

 

 

 


 

 

Germán Ferrari es profesor de Periodismo Gráfico y Taller de Periodismo Gráfico en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Nacional de Lomas de Zamora (UNLZ). Sus últimos libros son Osvaldo Bayer. El rebelde esperanzado (2018), Pablo Rojas Paz va a la cancha. Las crónicas futbolísticas de «El Negro de la Tribuna» (2020) y Raúl González Tuñón periodista (en prensa).