Este domingo, Banfield definirá la Copa Diego Armando Maradona frente a Boca. Ahora, el equipo de Lomas de Zamora es ilusionarse otra vez, como cada tanto, con festejar a lo grande e irá al estadio Bicentenario, de San Juan, con la impronta de los pibes que dirige Javier Sanguinetti y el sueño de una ciudad con alma de barrio.

Hay una liturgia pagana que rueda por el Conurbano bonaerense, territorio politeísta que se entrega a las religiones formales y también a las otras, esas que abrigan  la pertenencia colectiva desde el éxtasis. Acá, nos aferramos a un rosario con el mismo convencimiento con el que nos envolvemos en una bandera. Porque se trata de creer, pero también de ver y palpar. Estampita y póster. Esa fe redonda de barrio, hoy, es verde y blanca, está pintada con los colores de Banfield y peregrina al paraíso futbolero para alcanzar el sueño máximo: ser campeón.

Este domingo, el Taladro va a definir la Copa Diego Armando Maradona ante Boca. La disparidad no necesita explicarse. Un club a escala humana contra otro de relevancia mundial. Sin embargo, adentro de la cancha y con las mismas armas, en una final, los chicos y los grandes se miran a los ojos. No hay David contra Goliat. Si sobrevuelan temores, se despejan; si hay confianza, nunca pisa en terreno lo suficientemente firme.   

Con barbijos, tapias de plástico transparente y la voz más elevada para escucharse a la distancia, la confianza en el equipo nació desde el primer partido del torneo, en una victoria con autoridad ante River. A partir de ese germen, en los comercios de la calle Maipú el diálogo no terminaba en la compra diaria: había que hablar del triunfo conseguido, o de la ilusión para enhebrar otro más en la fecha siguiente. La pandemia que dejó a los estadios como opulentos testigos inanimados impidió la congregación familiar para caminar hasta el Estadio Florencio Sola por Gallo, Granaderos o Arenales y, después, sentarse en la Mouriño haciéndose visera con una mano.

Banfield es la madre con los hijos, el abuelo con los nietos, los amigos, los primos y los tíos que, antes del partido, armaron el asado o ya organizaron las pizzas para después. Banfield es lamentarse por el partido que se escapó otra vez, por el jugador que se fue o el que no quiso venir. Pero, ahora, Banfield es ilusionarse otra vez, como cada tanto, con festejar a lo grande.    

Las camisetas no están guardadas a la espera de ir a jugar un partido o alguna vez volver a la cancha. Es la pilcha perfecta para salir a la calle. Hay que vestirse con el orgullo, reafirmar que es el sentimiento de varios, compartir la complicidad de una mirada al cruzar la calle, o arremeter con la arenga directa: “¡Vamos, que el domingo ganamos!”.

La víspera no es de nervios. Mucho menos de agrande. Se trata de la euforia compartida, del disfrute de sentarse a la mesa en la cabecera después de apoyar tantas veces la ñata contra el vidrio.

Una ilusión que se gestó en el semillero

El peso específico del que, por la falta de prestigio, carece el torneo que terminará este fin de semana tiene compensación en el nombre que se le dio después de la tristeza que atravesó al país completo el 25 de noviembre de 2020. Quedarse con el trofeo bautizado con el nombre de D10S carga un simbolismo único. Además, para Banfield, las vueltas olímpicas han sido un paseo exótico en sus 125 años de vida, que cumplirá cuatro días después de la final. Hasta ahora, dio la primera en 1920 y la segunda en 2009 y, como sucederá este domingo, en las dos veces anteriores, enfrente estaba el Xeneize. En la era amateur, lo derrotó hace un siglo en la final de la Copa de Honor y, en el Clausura de hace más de diez años, cayó en la Bombonera, pero los triunfos que había acumulado le dieron la mayor alegría de su historia.

Banfield va por el título con su ADN. El equipo es obra de Javier Esteban Sanguinetti, el futbolista que más veces se puso esa camiseta y el que fue colaborador de Julio César Falcioni, el técnico más importante en la historia del club. “Archu” acaba de cumplir 50 años y desde los ocho, cuando empezó en la escuelita de fútbol, su vida está ligada a ese club que lo enamoró desde la savia del árbol genealógico familiar. Su abuelo “Torero”, su abuela “Chola” y su mamá, Isabel, le transmitieron esa pasión. El pibe del barrio que llegó a Primera, que después fue capitán del equipo y que se retiró con los colores de toda su vida, ahora, es el técnico en un momento histórico. 

La gestión de Sanguinetti se sostiene sin acreedores externos. Armó a uno de los finalistas de la Copa Maradona con jugadores surgidos del club. La mayor parte del plantel y del equipo titular proviene de las divisiones inferiores. Muchos de esos chicos llegaron desde distintos pueblos y ciudades del país y se instalaron en la pensión del predio en Luis Guillón. ¿Son hinchas de Banfield? No, pero la identificación que tejieron es una malla de acero. Esa sociedad civil sin fines de lucro con el fútbol profesional como locomotora se convirtió en su hogar. En el polideportivo Dr. Alfredo Palacios encontraron un lugar donde vivir, comer y educarse, con contención afectiva, psicológica y cuidados de salud. Sobre esa red fueron formándose como futbolistas con entrenadores, preparadores físicos, médicos y kinesiólogos como parte de una estructura para, con el esfuerzo y el talento propio, cumplir el sueño del pibe amasado bajo el cielo del Conurbano.        

Banfield ciudad y Banfield club no son homónimos, resultan una simbiosis. Los colores son la referencia y la cancha, el kilómetro cero para calcular a cuántas cuadras está la casa del cumpleañero o el negocio en el que te van a vender lo que necesitás sin marketing de fábula. El barrio y el equipo laten en la misma frecuencia. El Taladro va a jugar una final con los suyos, con los de la casa. Será nada menos que ante Boca. Lo espera el estadio Bicentenario en la provincia de San Juan. Hasta allá, irá con el aroma a fútbol de los empedrados, las sombras de los árboles sobre los techos de tejas rojas, el humo sobre las medianeras los domingos al mediodía y las tardes que se visten de verde y blanco como cada vez que el punto de encuentro es Peña y Arenales. Y con la ilusión de volver al pago chico con la copa entre las manos.