En la pandemia que puso en pausa nuestras vidas y enfermó a nuestros vecinos, el Conurbano Bonaerense es observado y discutido, una vez más, desde afuera. Cuál es la fórmula que se repite para contarlo y los desafíos para que a este territorio que siempre habla, y algunas veces grita, le escuchen su propia voz.

En los primeros días de marzo —cuando el coronavirus ya no era una crisis lejana y se transformaba, en cambio, en un problema real y cercano a nuestras vidas— empezó a gestarse en el sentido común una suerte de parábola de la pandemia que llegaba. Un intento absurdo de ponerle moraleja a una historia que todavía no había empezado y de encontrar un culpable, a priori, para organizar el relato y estructurar la indignación.

La búsqueda de un chivo expiatorio suele ser una reacción típica a las crisis que se presentan como inexplicables. En el inicio de la cuarentena, cuando el conteo de casos arrancó con contagios importados de pacientes que volvían de Europa o Estados Unidos, una primera y apresurada lectura de la pandemia veía en el SARS-CoV-2 una cualidad “democrática”: un virus que no entendía de clases y una enfermedad que, esta vez, no brotaba de la miseria, sino que afectaba, para variar, a los sectores más pudientes. Desde el futbolista argentino Paulo Dybala al actor estadounidense Tom Hanks, la lección del COVID-19 era, por entonces, que podía afectarnos a todos. El culpable, lejos, en China.

Ya entre los últimos días de abril y los primeros de mayo, los contagios por contacto estrecho y transmisión comunitaria se dispararon en Argentina y los casos importados, por la lógica propia del avance del virus y las medidas de restricción aplicadas, se redujeron hasta un promedio del 20% del total. La idea de una supuesta “democratización” del virus se desarmó rápido y la crueldad de la pandemia se hizo más evidente con los primeros casos y muertes en las villas porteñas, que además de exponer el nivel de hacinamiento y la precariedad de los barrios menos privilegiados de la ciudad con más recursos por habitante del país, llevaron automáticamente los ojos del periodismo masivo a los barrios más pobres del Conurbano. El Conurbano se construyó entonces como una bomba de tiempo, como un paciente de riesgo.

Desde lejos no se ve

Pero al Conurbano la preocupación había llegado antes. Los temores en los barrios más postergados de estos territorios y en las casi 1.000 villas que hay, según los últimos registros oficiales de la Provincia, en los 24 partidos bonaerenses ubicados de este lado de la General Paz y el Riachuelo fueron otros: la paralización laboral, la imposibilidad de traslado a Capital Federal (la mitad de las personas que trabajan en CABA, en realidad, vive en el Gran Buenos Aires), la interrupción de las changas, la incapacidad de ajustar todas las actividades productivas al trabajo remoto y el flagelo de la informalidad. En ese primer conflicto y frente a tan mal pronóstico sufrían, además, los comedores, los merenderos y todo el tejido social que sostiene y contiene desde la comunidad organizada para atajar una crisis que la pandemia sólo vino a profundizar.

El ojo, una vez más, llegó tarde y llegó mal. El Conurbano alcanzó los titulares de los medios de la mano del crecimiento de su propia curva en una repetición casi esquizoide del peligro venidero, con la primera experiencia de un brote en Villa Azul, cuyo territorio comparten Quilmes y Avellaneda, a la que sucedieron las imágenes crudas del drama constante de la desigualdad y la comparación permanente con la Ciudad. Una Ciudad con la que convive en ese continuo urbano que es el AMBA, y a la que, en parte, sostiene y de la que también depende.

Aun cuando sus dos mayores líderes políticos, el bonaerense Axel Kicillof y el porteño Horacio Rodríguez Larreta, hicieron el esfuerzo de mantener una imagen de cordialidad y cooperación a pesar de sus diferentes pertenencias políticas, el metamensaje transmitido en loop en radio y televisión marcaba, ya desde el tono, una diferencia clara entre ambos territorios. Una línea de división geográfica, pero, sobre todo, política, social, cultural y estética. Un límite, además, más planificado y construido en base a preconceptos que meramente descripto.

Fue el propio Kicillof quien expuso esa operación en un tuit cuando una noche de junio, en un programa de televisión abierta, los casos de COVID-19 de los barrios porteños de Retiro, Flores, Balvanera, Lugano y Palermo eran contados por separado para armar un ranking en el que, en cambio, los casos de los 135 municipios de la provincia de Buenos Aires se contabilizaban como un todo y, por ende, encabezaban la lista

Somos el AMBA

Sin embargo, la presión de una pandemia inimaginable diluyó por una vez ese límite y juntó a los dos territorios, contra toda resistencia, en una misma categoría igualadora: el AMBA. La nomenclatura, que refiere al Área Metropolitana de Buenos Aires —la Ciudad y 40 partidos que la rodean, 24 de ellos en el Conurbano— puso obstáculos a esa agenda divisora. El Presidente, los gobernadores y los intendentes repitieron el concepto hasta el cansancio y machacaron con gráficos y mapas de la zona más afectada por el nuevo coronavirus para convencernos de que hoy, en esta pandemia televisada, virtual y saturada de información, somos eso, el AMBA.

La aparición del término es interesante porque produjo una resistencia, muy probablemente inconsciente, pero prácticamente inmediata. El asunto es que la identificación fue muy baja y que, por fuera del eco de las comunicaciones oficiales, los medios insistían con la división. Un simple detalle que ejemplifica este fenómeno son las estadísticas de Google Trends, una herramienta que rankea las búsquedas más populares en Internet y mide la frecuencia con que aparece un término en particular.

El AMBA y otras búsquedas relacionadas (“qué es AMBA”, “AMBA qué abarca”, “AMBA mapa”, “municipios del AMBA”, “qué significa AMBA en Argentina”, “qué significa AMBA en Buenos Aires”) se dispararon desde el inicio de la cuarentena con claros picos de consulta ante cada anuncio de Alberto Fernández. Esa curva de interés alcanzó su nivel más alto el 8 de mayo, justamente, cuando el Presidente anunció que toda la Argentina, excepto el AMBA, avanzaría a la fase 4 de la cuarentena. En el discurso mediático, sin embargo, la separación de la Provincia y de la Ciudad, el poroteo comparativo de casos, muertes y camas de terapia intensiva, sumado al fogoneo subterráneo de una rivalidad entre ambos distritos, poco hizo por la popularidad de la nueva unificación técnica.

Un discurso ajeno

La pandemia, en ese sentido, no trajo mayores cambios. La reducción del Conurbano a un paisaje descolorido, exótico, pobre y sangriento y la mirada condescendiente y paternalista de los medios masivos muestra otra vez su peor cara. El Conurbano siempre habla, y algunas veces grita, pero muy pocas lo escuchan. A todos sus sucesos los narra un nosotros que observa a un ellos.

En esa lógica de larga tradición radica uno de los problemas. Amén de que la práctica periodística aún tiene mucho que discutir hacia adentro y de que en un contexto de alto impacto sanitario, económico y político como el de una pandemia sus mayores limitaciones quedan todavía más expuestas, los medios masivos muestran ahora, una vez más, que la forma en que el Conurbano es visto y contado anula más discursos de los que acoge. El Conurbano, en su amplitud, diversidad, complejidad y en sus contradicciones, está condenado a unirse y a hablar siempre con voz prestada.

Un ejemplo de esto es el tratamiento que tuvieron los tres grandes “desbordes” de la cuarentena en el AMBA: las primeras aglomeraciones en las filas de los bancos de la Provincia, el desahogo runner en territorio porteño y la manifestación por la intervención estatal de la cerealera Vicentin en la Ciudad. Nadie pudo demostrar, hasta el momento, que ninguno de estos episodios resultara en un aumento concreto de los casos pero el riesgo que a partir de esta pandemia todos vemos en la aglomeración no fue alertado, señalado y repudiado de la misma manera. En particular, el último de estos tres desbordes, que implicó directamente una violación masiva a la cuarentena obligatoria, fue casi únicamente abordado por su connotación política.

Cuando el virus cruzó definitivamente los límites de la Ciudad y castigó con crueldad a los barrios populares bonaerenses, la tentación de culpar al siamés rebelde de la Capital Federal quedó demasiado al alcance de la mano. Se multiplicaron los artículos, móviles en vivo y fotogalerías de la desobediencia del Conurbano, de las estaciones repletas, los centros comerciales transitados y las peatonales desbordadas y, poco a poco, se cimentó la idea de que quienes habitan este vasto territorio -sobre todo, quienes tienen la desgraciada necesidad de poner el cuerpo para sobrevivir- estaban llevando a la ruina la estrategia sanitaria para controlar la pandemia. 

Ese lugar lejano, ajeno, sucio, malo, y ahora también infectado, se interpone una vez más entre nosotros y la prosperidad. La enfermedad y la tristeza volvían al lugar del que nunca deberían haber salido, mientras renombrados periodistas y célebres diputados aprovecharon el hueco para escandalizarse por el precio de la “fiesta” del Conurbano que “ahora todos (¿los porteños?) tenemos que pagar”. Desde y a través de los medios se permite todavía coquetear con esa idea peligrosa. Incluso, con la cuarentena estricta a la que el AMBA regresó el 1 de julio, se llegó a insinuar que la Ciudad se sumaba en “solidaridad” con la Provincia, como si la pandemia tuviera un muro de contención en la General Paz.

La cuarentena sigue y las desgracias que el virus trajo y expuso todavía siguen ahí. Por una vez en mucho tiempo, una tragedia nos iguala y nos obliga a estar parados en la misma esquina. Si cada pandemia de la historia dejó una lección, tal vez esta sea una oportunidad de romper esa condena a la otredad y de impulsar un nuevo encuentro con ese otro. Y si ni esto alcanza para torcer ese destino, entonces el Conurbano deberá seguir gritando. Hasta que se lo escuche.

Pilar Safatle es Licenciada en Periodismo de la Universidad Nacional de Lomas de Zamora (UNLZ). Actualmente escribe en Infobae sobre temas de Sociedad y Policiales.