La historia del Club de Burzaco es indivisible de la de esa localidad del Conurbano bonaerense a la que acompañó en su transición de pueblo rural a ciudad urbana. Su corazón late al ritmo del de los vecinos que lo mantienen vivo a más de cien años de su fundación y cuyas historias se cruzan con el día a día de la institución, a la que ni la pandemia ni las crisis económicas pudieron derribar gracias a la organización comunitaria.

El oro vino desde Barcelona a la Argentina. En el pasado Mundial de Pelota Vasca, disputado en 2018, los hermanos Facundo y Santiago Andreasen se colgaron las medallas doradas en la competencia de pelota paleta. En Burzaco, la conquista se celebró de una manera especial, casi como propia. Es que fue en esa localidad del Conurbano bonaerense, cuando recién asomaba el siglo XX, donde se creó la modalidad. Desde ahí, se expandió al mundo. Por eso, en el pago chico, la actividad que resuena en los frontones vincula lo deportivo con lo social y forma parte indivisible de la vida del Club de Burzaco.

La institución, que hoy está asentada en el 715 de la calle Roca, se fundó en 1917 a partir de la fusión entre el Club Atlético Burzaco, donde los deportes reinantes eran el fútbol y el tenis, y el Club Social Burzaco, dominado por la impronta cultural. Más de 100 años después, es una referencia del lugar porque acompañó su tránsito desde su origen como pueblo rural a su actualidad como ciudad urbana. Aquel paisaje de hace un siglo, repleto de chacras y estancias para la producción tambera y como destino de descanso vacacional de quienes llegaban de los ámbitos más poblados, es, desde hace décadas, una pintura de las calles, los comercios, las casas, los pasos a nivel y las plazas del Conurbano bonaerense.

Visto desde afuera, el Club de Burzaco combina en su fachada ventanas y rejas delante de un parque siempre bien cuidado, junto a una puerta, un portón de doble hoja y un paredón. Adentro, socias y socios de distintas generaciones ocupan, disfrutan y cuidan el quincho, la pileta, las canchas de fútbol y tenis, el gimnasio, el comedor y, por supuesto, el trinquete. Pese a ser uno de los clubes que dio origen a la Asociación Argentina de Tenis, la principal actividad del club es la pelota paleta.

Cada tarde, el estruendo de los golpes de la madera contra la goma amplificado en la gran caja de resonancia del frontón se prolonga durante horas y hasta bien entrada la noche. Están los que juegan, los que miran, los que ya protagonizaron su partido y toman algo mientras charlan, los que esperan su turno, los que repasan cada acción en el vestuario y los chicos que acompañaron a los padres y, entre partido y partido, se meten a la cancha para ensayar sus primeros golpes. Ahí están todos. Ponen en presente la disciplina histórica del club, que es empuñar las paletas pero también mucho más que sólo jugar.

Hay tradiciones que se mantienen y no se trata sólo de las largas jornadas de pelota paleta. Durante el verano, la pileta es de uso libre, sin andariveles ni divisiones; un espacio recreativo y un refugio para pasar de la mejor manera los días de calor. Hay reuniones gastronómicas que son un ritual. Las peñas de los hombres y las  mujeres donde lo social y lo deportivo extienden lazos de fraternidad. Acá, “los amigos del club” es una frase con potencia propia.

“Para Burzaco, el club es parte misma del lugar. Cada una de las instituciones de este estilo que surgieron en el Conurbano a finales del siglo XIX y principios del siglo XX fueron claves en el tejido social de la comunidad. Nuestro club siempre resultó un punto de referencia geográfico y un lugar de reunión y encuentro para las familias de acá”, repasa Pablo López Villa, que hasta diciembre del año pasado ocupó la presidencia. Le tocó estar al frente de la comisión directiva en una circunstancia inédita, cuando en la etapa de mayores restricciones por la pandemia de COVID-19 debieron cerrar las puertas. “Fue terrible, realmente triste. Teníamos amputada la mitad de nuestra vida. Sobre todo, porque no imaginábamos que iba a ser un tiempo tan largo. Esos días de silencio con el club vacío fueron muy difíciles. La gente grande era la que más sufría, acaso pensando que ya no podría volver. Todo eso se volvió una alegría muy grande cuando pudimos comenzar a reencontrarnos”, dice.

Las dificultades para funcionar que enfrentan los clubes de barrio se asimilan a las que atraviesa una familia de ingresos medios. Los vaivenes económicos hacen que mantener la cuota al día, muchas veces, resulte dificultoso. Ahí es donde se hace carne la organización comunitaria. La tesorería del club actúa como una cooperativa para administrar con prolijidad y ayudar en los tiempos de crisis. La administración es un esfuerzo compartido y esa unión es la que hace de sostén. 

“Es bueno que el lugar donde uno vive quede cerca de tu casa”, dice alguien con una sonrisa para poner al club no ya como el segundo hogar, sino como el primero. El centenario Club de Burzaco es eso, el lugar de encuentro de chicos y grandes, de hombre y mujeres, de adolescentes y veteranos. Un sitio que late con la impronta del Conurbano.  


 Patricio Insua es Licenciado en Periodismo y docente de la Universidad Nacional de Lomas de Zamora. Actualmente, escribe en La Nación, trabaja en el canal de noticias IP y en la FM 94.7 Radio Club Octubre. Es autor del libro “Aunque ganes o pierdas”, donde repasa la historia de diez partidos inolvidables de Argentina en los Mundiales.