Por Natalia Arenas*

 

Cuando Susana Aranda llegó a Las Mercedes, en Virrey del Pino, partido de La Matanza, tenía apenas 15 años. El barrio no tenía muchos años más. Las primeras familias empezaron a comprar los lotes a mediados de los 60. Susana compró el suyo en 1970, se casó y seis años después ella y su marido se instalaron allí. Por aquellos años, Las Mercedes era un barrio residencial lleno de plantaciones de eucaliptos. Tenía un casco de estancia familiar donde había un tambo de leche.

“Mis hijos podían andar en bicicleta por todo el barrio. Jugaban en la calle, iban a mirar los nidos de los pajaritos”. Susana recuerda la arboleda al final de las nueve manzanas que componen el barrio. Ahí donde estaba el tambo de leche en el año 2000 se instaló la planta de Parex Klaukol, que produce materiales para la construcción: cemento, pastinas, adhesivos e hidrófugos, entre otros.

“Nosotros estábamos contentos porque venía una fábrica. Ni por las tapas nos imaginamos lo que iba a pasar”, dice. De los eucaliptos no quedó ni uno. Donde antes había nidos de pájaros ahora hay chimeneas que escupen polvo de sílice, un componente químico que se encuentra frecuentemente en los materiales de construcción.

Ningún vecino ni vecina supo lo que iba a pasar hasta 2009, cuando en la fábrica una tolva de arena explotó y el barrio se llenó de polvo. Klaukol les ofreció dinero a cambio de que no los denunciaran.

“Algo no está bien”, pensó Susana. Y la que busca, encuentra: descubrió que ese polvo no es simple polvo, sino sílice. Y que es cancerígeno.

Junto a otras dos vecinas hizo un relevamiento en el barrio: todxs tienen enfermedades respiratorias, pulmonares y cutáneas. “Todo el mundo acá usa paf, bronco dilatadores para poder respirar, incluyéndome a mí, mis hijos, todos”, agrega.

Para ser hoy una referente de la lucha del barrio Las Mercedes, Susana no sólo escuchó a sus vecinos y vecinas, también leyó, estudió, investigó y denunció. Así se enteró que, según la ley de Radicación Industrial, Klaukol es de categoría 3, como muchas de las fábricas que contaminan en el conurbano y que están emplazadas en barrios. Eso significa que su funcionamiento constituye “un riesgo para la seguridad, salubridad e higiene de la población u ocasiona daños graves a los bienes y al medio ambiente”.

Foto: colectiva de comunicación "Matanza Viva"

Foto: Colectiva de comunicación «Matanza Viva»

 

Causas y denuncias en saco roto

Las denuncias de lxs vecinxs son incontables: primero en el municipio y después en el Organismo Provincial para el Desarrollo Sostenible (actual ministerio de Ambiente de la provincia de Buenos Aires). La causa se radicó primero en el Juzgado Federal de Morón, desde allí se declararon incompetentes y pasó al Juzgado de Garantías N° 4 de La Matanza, de órbita provincial. En 2018 intervino la Corte Suprema y dictaminó que la causa regresara al juzgado federal.

“El poderío económico y la corrupción política y judicial traba todo, porque cualquier juez o cualquier fiscal que le interese la causa viene al barrio y va a ver la llovizna de partículas. No necesitas ni un aparato de alta tecnología. Con tu simple vista lo ves”, asegura Susana.

El año pasado Acumar (la Cuenca Matanza Riachuelo) le pidió al Conicet una medición de la calidad del aire y del suelo. El estudio le dio la razón a lxs vecinxs: determinó que hay una gran cantidad de silicio, aluminio y hierro en los sedimentos (partículas) que se depositan en el suelo, el agua o las superficies. Y que alrededor del 60 por ciento de esos sedimentos vienen de Klaukol.

La causa sigue parada. “El barrio y la fábrica no son compatibles. Uno de los dos se tiene que ir”, dice Susana. El dilema se repite en todos los barrios bonaerenses que padecen la instalación de fábricas: lxs vecinxs no se quieren ir, no sólo porque tienen un sentimiento de pertenencia con el barrio, sino porque sus propiedades están desvalorizadas. ¿Quién va a querer comprar una casa en el barrio donde se respiran metales pesados?

En los últimos 20 años, Las Mercedes se convirtió en un barrio donde casi nadie llega a viejo. “Se mueren antes”, dice Susana, mientras saca cuentas de la cantidad de muertes que de una u otra manera se relacionan con la contaminación. Calcula que sólo de cáncer mueren entre cuatro y cinco vecinos por año. “Y en los últimos diez años murieron más de 60”, asegura.

Costurera de oficio, madre de tres hijos y abuela de cinco nietos, Susana perdió la capacidad respiratoria completa de un pulmón. Dos de sus hijos tienen los pulmones enfermos.

Por estar al frente de esta lucha, Susana  fue amenazada y hasta agredida físicamente. Hizo más de 30 denuncias. “Me golpearon, me hicieron tragar baterías”, cuenta. Para ella todos los caminos conducen a lo mismo. “Te matan envenenado o morís luchando. Yo prefiero morir luchando”, dice.

Las Mercedes solía ser un barrio integrado por muy pocas familias, porque los hijos de los propietarios, cuando se independizaban, también construían sus casas allí. “Un barrio de descendientes de las primeras 20 familias que lo fundaron”, define Susana. En los últimos años, se convirtió en un barrio de casas vacías.

Carlos Hervt era el último sobreviviente de esas primeras familias. En estos 20 años perdió a toda su familia: su compañera, su hija, su nuera, sus suegros y una sobrina. Todxs enfermxs de cáncer, todxs víctimas de la contaminación. Carlos vivía enfrente de la casa de Susana. Su caso es una especie de milagro: llegó a los 87 años. “Con el pulmón destrozado”. Susana me envía por WhatsApp una foto de la última tomografía computada de tórax de Carlos. Dice: derrame pleural bilateral. Calcificaciones. Y otras cosas que no entiendo, pero imagino.

La expectativa de vida en Las Mercedes está muy por debajo de la de todo el país, que es de 75 años. “No hay gente grande, no llegamos a viejos. No pasan de los 65 años”, asegura Susana, que para el cierre de esta nota estaba cumpliendo exactamente esa edad.


*Natalia Arenas es periodista conurbana. Se graduó de Licenciada en Periodismo en la UNLZ y se especializó en Géneros y Movimientos Feministas (UBA) y en Raza, Género e Injusticia (UNSAM). Trabajó como redactora y editora en medios gráficos y digitales de alcance nacional. Fue conductora y productora en espacios radiales y audiovisuales. Dio clases de comunicación, talleres de radio, crónica periodística, narrativas digitales y periodismo feminista. Fue subeditora del sitio web de Diario Popular, donde impulsó el abordaje periodístico de los femicidios y la violencia contra las mujeres. Fue editora del sitio Cosecha Roja y coordinó la Beca Cosecha Roja, formación en narrativas y géneros para periodistas de América Latina. Actualmente trabaja como productora y guionista en Anfibia Podcast y colabora en otros medios. Cursa la Maestría de Periodismo Narrativo en UNSAM. Por su trabajo en Cosecha Roja en 2018 ganó el Premio Lola Mora en la categoría prensa digital. En 2022 recibió una mención especial en los premios Juana Manso.