Pablo Alabarces*

 

1.

–¿De dónde viene esa frase, Luca? – le pregunto a Luca Bifulco, amigo y colega napolitano, un referente de la sociología del deporte en Italia, mientras le señalo la pintura en la pared, en la Piazza Bellini de Napoli.

–De una canción popular– me responde, y se pone a cantarla.

Las conclusiones son dos: que era una canción muy popular, y que Luca no tiene futuro como cantante.

La canción se llamó “Dammi solo un minuto”, está firmada por Valerio Negrini y Camillo Facchinetti, y fue grabada por la banda de ambos, Pooh (o I Pooh, los Pú, en una castellanización excesiva), en 1977. Veinte años después, la reversionaron unos raperos muy famosos, los Gemelli DiVersi, como “Un Attimo Ancora”, la última parte de la frase. El verso completo dice “dammi solo un minuto, un soffio di fiato, un attimo ancora” (“dame solo un minuto, un soplo de aliento, un momento más”). Los Pooh eran una banda pop muy famosa y vendedora, formada en 1966 y aún activa, aunque la presentación de esa canción en vivo en 2016 permite ver que están un tanto envejecidos para estos trotes. Bueno, los Stones están peor.

La canción habla de un amor que se termina, pero al que no se puede renunciar: dame un minuto más, grita el cantante. “Stare insieme è finito, abbiamo capito, ma dirselo è dura” (“Estar juntos se acabó, lo entendimos, pero decirlo es difícil”). Dice alguien en internet: es una ballad power, una balada romántica hecha por un grupo de rock, iniciada por el piano, pero con un solo de guitarra que evoca a Brian May. He oído cosas peores.

Un attimo ancora, un momento más: y la imagen muestra a Maradona con un nuevo scudetto. El amor ha regresado para un altro soffio di fiato, un nuevo soplo de aliento, para renovar el amor.

 

2.

Quizás hace falta hacer un poco de historia, porque ya pocos recuerdan el peso de la canción romántica italiana en las tradiciones de la música melódica argentina. A comienzos de los años sesenta, Rita Pavone podía desplazar de los rankings a Palito Ortega –bueno, eso era buen gusto. La influencia de Adriano Celentano sobre el primer Sandro, por ejemplo, es enorme. O el éxito de Mina, de Iva Zanicchi, de Domenico Modugno, de Gigliola Cinquetti, de Eros Ramazzotti. De Nicola Di Bari, un tipo que siempre me fascinó porque era muy pero muy feo, y sin embargo tenía un éxito monumental: a mis diez años, esa asociación me parecía milagrosa.

O Franco Simone, que la rompió con “Paesaggio” en 1978 sin saber que nadie lo recordaría después de que Gilda grabó su versión cumbiera (y que, treinta años después, Vicentico retomaría la balada original).

Y como remate, al final pero no último, el desastre que hizo Raffaella Carrá cuando se paseó por la Argentina. Suena muy antiguo, pero entre 1978 y 1980 la Carrá llenó lo que quiso y vendió lo que se le ocurrió. Y luego, inventó en la RAI su programa Pronto…Raffaella?, del que derivó el criollo Hola, Susana. Uno de sus grandes éxitos afirmaba que “Para hacer bien el amor/Hay que venir al sur/Para hacer bien el amor/Iré donde estás tú”: la censura de la dictadura obligó a grabarlo como “para enamorarse bien”. Pero no: el original decía “Com’è bello far l’amore da Trieste in giù/Com’è bello far l’amore, io son pronta e tu” (“Qué bonito es hacer el amor desde Trieste para abajo/Qué hermoso es hacer el amor, yo estoy lista y tú”).

Es que los y las baladistas italianos siempre parecían a punto de coger.

 

3.

Esto no es una crónica, sino un tratado sobre el amor.

 

4.

Durante los años maradonianos, los hinchas inventaron una canción que dice (aún) así: “Oh Mama Mama Mama/Oh Mama Mama Mama/Sai perchè mi batte il corazón?/Ho visto Maradona/Ho visto Maradona/Ué Mammà, innamorato son”. (Inventaron otra: “Olé olé olé, Diegó, Diegó”, un producto, hasta donde he podido averiguar, auténticamente napolitano). La canción habla explícitamente de ese amor: “estoy enamorado”. Y hasta usa “corazón” en vez del italiano “cuore”, para investir la letra de un castellanismo –que luego los obliga a acortar el “innamorato sono” por el “son”, cautivo de la rima.

 

La canción está escrita en todas las paredes de Napoli. O en sus negocios, prolijamente inscripta en corazones azzurros.

“Azzurro”, en italiano, es azul y es también celeste. La “azzurra”, la azul, es la camiseta de la selección italiana, pero el “azzurro” es también el celeste de la camiseta del Napoli. Su escudo es celeste y blanco, por lo que toda la ciudad está embanderada con esos colores. Repito: celeste y blanco.

Me golpea el corazón porque estoy enamorado: vi a Maradona. La canción tiene ya casi cuarenta años; el romance comenzó el 5 de julio de 1984, exactamente en este lugar.

El 10 de mayo de 1987, al empatar con Fiorentina, el Napoli ganó por primera vez el campeonato italiano, el scudetto. El 29 de abril de 1990 ganó el segundo. Ninguno de los dos hubiera sido posible sin Maradona, por su juego y por el liderazgo que imponía dentro de la cancha.

El 4 de mayo de 2023, el Napoli ganó su tercer campeonato, el primero sin Diego, el primero después de la muerte de Diego. El 4 de junio jugó su último partido, de local contra la Sampdoria. Y la ciudad explotó.

5.

La tercera canción es mucho más una excusa que una causa: la frase es anterior, y tampoco es que tiene una gran originalidad. Pero es fuerte: chi ama non dimentica, quien ama no olvida. El baladista Einar la volvió canción previsible en 2018, y no nos va a batir el corazón.

La leyenda cuenta que el Pampa Roberto Sosa la escribió en una camiseta que mostró en su último partido en el Napoli, en el 2008. Había llegado en 2004, cuando el club estaba en la serie C, y se fue después del regreso a Primera División. Como en la serie C había obligación de usar el número 10, el Pampa usó la camiseta de Diego, aunque el Napoli ya había decidido retirarla –lo que no hicieron ni Argentinos ni Boca ni Newell’s. Fue la última persona en la galaxia en usar la camiseta del Napoli con el número 10.

Bueno, la última en hacerlo oficialmente dentro de una cancha.

 

El 4 de junio, en los festejos en las calles napolitanas, la mitad de los participantes –hombres o mujeres, niños o niñas, ancianos o ancianas, burgueses o proletarios, nativos o inmigrantes– llevaba puesta la camiseta del Diego.

Porque el que ama no olvida, y honra, además, a quien ha escrito la historia.

 

6.

Una historia de amor que se puede explicar, y que sin embargo desborda todas las explicaciones, por excesiva, por inigualable, porque se transforma incluso en afirmación sociológica. A diferencia de la Argentina, todos y todas aman a Maradona en Napoli: nadie se le resiste. Luca Bifulco me cuenta que, en años pasados, había surgido algún tipo de diferencia entre los que habían visto jugar a Diego y los que no –los mayores y los menores de treinta años. El tercer scudetto saldó esa grieta. Fue San Diego.

Como todos sabemos, Diego huyó de Napoli una noche de 1991, luego de jugar su último partido el 24 de marzo y ser suspendido por dóping. Llegó a la Argentina: a los pocos días, el 26 de abril, fue preso acusado de consumo de drogas, por un allanamiento en un departamento de la calle Franklin, en el barrio porteño de Caballito, que ningún hincha dudó en leer como una operación del menemismo entonces reinante. La Policía Federal había tenido el cuidado de llamar a todos los medios para que pudieran cubrir adecuadamente el momento de la detención y la subida al patrullero.

Eso no fue amoroso. Ni honroso. Tampoco eficaz: no fue visto como una sanción contra el delito, sino como una mera persecución del poderoso contra el rebelde –pocas instituciones populares tan potentes como la solidaridad con el perseguido–. Diego ya era el héroe inmarcesible de México 1986; pero también era el héroe del tobillo destruido, las puteadas frente a cámaras ante los chiflidos italianos al Himno Nacional y las lágrimas de dolor por la derrota en Italia 1990. Ya era el que había puesto en escena su condición de símbolo nacional-popular por partida doble: peronista y gramsciano, argentino y napolitano. Para los argentinos, lo que siguió fue una larguísima saga que tenía más que ver con el jet set que con el fútbol, aunque aún alcanzaba para la construcción paranoica de 1994 (“me cortaron las piernas”), el coqueteo con la muerte en 2000 y 2004, su renovación como figura política castrista-popu-kirchnero-chavista en 2005 y hasta la dirección técnica de la selección entre 2008 y 2010. Pero nunca fue una figura unánime: fue un gran símbolo plebeyo, una figura nacional-popular en una sociedad con relaciones contradictorias y difíciles con el populismo. Una sociedad donde el gorilismo puede organizar, también, la relación con Maradona. A dos días de su muerte, luego de un funeral popular sin precedentes y de un dolor extendido de norte a sur y de este a oeste, aparecieron las voces moralistas que recordaban sus adicciones, sus disipaciones y sus peronismos. (También su pésima relación con la paternidad y con las mujeres; poco más tarde, se supo que había “traído” de contrabando una adolescente cubana a Buenos Aires. Nada de esto podía ser perdonado, ni siquiera por el amor; apenas sí podía ser entendido como una marca más del exceso machista que también lo organizaba, a nuestro pesar).

En Napoli, en cambio, todo fue amor y creencia. Con algo de transferencia, incluso: el amor por la camiseta argentina.

 

7.

No pienso hacer aquí un tratado sobre la religiosidad popular napolitana, sobre la que poco sé. Sólo puedo asegurar que apenas vi imágenes de San Gennaro en la Catedral; pero las de Diego están, literalmente, en todas las paredes, como ídolo laico o como santo popular.

 

Lo que incluye la exhibición de la reliquia: el cabello de Maradona, encontrado en un sillón de peluquería:

Por supuesto, es mentira: el real lo tiene el dueño del altar en su casa, no sea cosa de que se lo roben.

La creencia, entonces, basada en el amor, produce lo que llamamos con los colegas napolitanos, entre risas, “correlaciones espurias”: luego de la muerte de Diego, sus dos grandes equipos, la selección argentina y el Napoli, pudieron volver a salir campeones. La correlación causal es imposible –por eso mismo, espuria–, pero la casualidad es indiscutible y por eso mismo bella; por lo tanto, digna de la creencia. Los argentinos propusimos esa correlación falsa en 2021, luego de la Copa América, pero preferimos encarnar en un héroe vivo –obviamente, Messi– la Copa de Qatar 2022. Para los napolitanos, en cambio, no había un héroe que diera la misma talla: sólo Diego. En consecuencia, la correlación sólo podía sostenerse en la creencia, pero era afirmada: Diego había ganado el tercer scudetto desde el cielo, como buen santo laico y popular.

 

Lo que no se confunde con la creencia es, sin embargo, la historia. Mejor aún, dos historias. Una es futbolística: Diego le hizo ganar al Napoli los dos primeros campeonatos en un torneo que siempre vio ganadores a los clubes del norte –con más precisión: ni siquiera a los clubes capitalinos, la Roma y la Lazio, con tres y dos campeonatos respectivamente–. La Liga italiana es cosa de lombardos y piamonteses: la Italia rica, industrial, culta, elegante y racista. Treinta y cuatro títulos para la Juventus, diecisiete para el Internazionale, dieciséis para el Milano.

La segunda historia es política, económica y social. Napoli es una ciudad antiquísima, producto de la colonización griega del sur de la península; y sobre esa Partenope o Neápolis inicial, se tienden capas hojaldradas de dominios y conquistas. La oposición norte-sur escamotea ritmos históricos mucho más complejos, por los que pasan romanos, bizantinos, normandos, suevos, austríacos, franceses y muchos españoles –la calle de las grandes tiendas es la Vía de Toledo–. La unificación italiana, en 1861, es una empresa piamontesa, que ocupa el resto del territorio –no del todo; Roma y los Papas resisten un tiempo más, el Véneto merece una guerra aparte, Trieste se demora hasta la Primera Guerra–. Y cuenta con el auxilio del célebre Giuseppe Garibaldi, que “libera” el Reino de las Dos Sicilias –desde Napoli hasta la Sicilia propiamente dicha– de las dinastías españolas que lo gobernaban y lo une al resto de la monarquía piamontesa. Es decir: transforma un territorio independiente en una provincia más. Como se trata de un pacto entre la burguesía piamontesa y los terratenientes del sur, toda la zona queda condenada a la producción agrícola de subsistencia mientras que el norte se industrializa y moderniza. (Por eso, en esos años comienzan las migraciones masivas hacia América: los corre el hambre, no los seduce l’Unitá ni el Reino). En el primer documental filmado sobre Maradona en Napoli –la excelente Napoli Corner, de Bernard Bloch, de 1987, poco después del primer scudetto–, un tifoso mayor de edad afirma enfervorizado que ese triunfo era una venganza por la traición de Garibaldi cuando resignó la independencia del Reino de las Dos Sicilias a la unificación italiana, en un ejercicio de memoria histórica que el mismo Gramsci envidiaría. (El mismo Gramsci, que era sardo y no era hincha del Napoli, analiza estos avatares histórico-políticos en sus trabajos sobre la cuestión meridional).

Por eso dije antes: Diego es también un héroe gramsciano.

El Norte somete al Sur económica, política, cultural y socialmente: lo vuelve objeto de racismo, los califica de africanos, los trata de sucios, de enfermos. Recibe a los hinchas napolitanos con banderas que afirman “bienvenidos a Italia”. Diego leyó todo eso muy rápidamente, con la velocidad que tenía para leer una jugada, y supo hacer explícito su rol: “soy la voz de los sin voz, soy el líder de los quemados, soy africano porque soy un negro villero”. Había encontrado su lugar en el mundo.

Enfrente, los ricos: que, como buenos ricos, son indisolublemente deshonestos.

La Juventus no sale campeona por sus méritos deportivos o por su poderío económico: precisa, además, del desprecio del poderoso por la regla –de la complicidad de las instituciones con los poderosos: de los árbitros, de las federaciones, de las televisiones. Por eso, el arte popular reivindica al ídolo plebeyo que comete su mayor obra contra el poderoso. No es el segundo gol contra Inglaterra: es la mano de Dios –los napolitanos disfrutan más ese gol que el segundo–, o el celebérrimo tiro libre del 3 de noviembre de 1985, homenajeado en los murales.

Diego, en cambio, es el perseguido por los deshonestos.

 

8.

Mi amigo y colega Gianfranco Pecchinenda despliega, mientras tomamos un último café en el bar Eclettico, sus argumentos sobre el maradonismo napolitano. Son similares a los míos: el héroe imperfecto exhibe su imperfección, no la disimula; no trata de ser un ángel, sino que asume sus contradicciones porque son minuciosamente populares. Lo amamos porque es un infame, no porque no quiera serlo; lo amamos porque no es un ejemplo, sino –apenas– el que pone en acción nuestros deseos frente a los poderosos, el que repone un principio imaginario –ilusorio– de justicia e igualdad sobre la tierra.

Pero en Napoli, eso significa nada menos que toda una ciudad y toda una historia, sin líneas de fuga, sin fisuras. “Anche io sono napolitano” (“Yo también soy napolitano”), dice su estatua en el vestuario del estadio que hoy se llama Diego Armando Maradona. Los jugadores locales tocan su pie antes de salir a jugar.

 

Como cantaba Gigliola Cinquetti en 1972: “Sapete perché il mondo va?/Perché intorno al mondo gira l’amore” (“¿Sabes por qué el mundo va?/Porque el amor da la vuelta al mundo”). Napoli va por el amor del Diego y al Diego. Esta es la cuarta canción, aunque sólo la recuerdo yo.


Foto: Paula Ribas

Foto: Paula Ribas

Pablo Alabarces (Buenos Aires, 1961) es Licenciado en Letras (UBA), Magister en Sociología de la Cultura (IDAES-UNSAM) y Doctor en Sociología (University of Brighton, Inglaterra). Es Profesor Titular de Cultura Popular en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires e Investigador Superior del CONICET. Sus investigaciones incluyen estudios sobre música popular, culturas juveniles y culturas futbolísticas. Es considerado uno de los fundadores de la sociología del deporte latinoamericana. Entre sus libros publicados se cuentan Fútbol y Patria (2002, publicado en Alemania por Surkamp en 2010); Crónicas del aguante (2004); Hinchadas (2005); Resistencias y mediaciones. Estudios sobre cultura popular (2008, compilador); Peronistas, populistas y plebeyos (2011); Héroes, machos y patriotas. El fútbol entre la violencia y los medios (2014), que obtuvo el Segundo Premio Nacional de Ensayo Sociológico en 2018; Historia Mínima del fútbol en América Latina (2018, publicado por El Colegio de México); Pospopulares. Las culturas populares después de la hibridación (2020), publicado simultáneamente en México, Argentina y Alemania; y su flamante Un muchacho como aquel. Una historia política cantada por el Rey (2021, en colaboración con Abel Gilbert).