La reconfiguración espacial del centro comercial de Banfield Este. Nuevos actores que surgen y otros que ya no están: los locales que debieron cerrar por la crisis económica.

Desde hace un tiempo, caminar por Maipú ya no es lo mismo. Al recorrer la calle que nace en la estación de Banfield, del lado este, se nota que algo falta en el pequeño centro comercial de la localidad ubicada al sur del conurbano, en el partido de Lomas de Zamora. Hay un gran movimiento de gente, como siempre. Pero algo cambió.

Todavía conserva su característica impronta de pueblo: las antiguas fachadas de algunos comercios históricos, construcciones bajas a lo largo de las cinco o seis cuadras en donde se concentra la mayor actividad, y la presencia de farmacias, almacenes y perfumerías de barrio. Sin embargo, a esa disposición se sumaron no sólo las altas torres que hacen sombra desde las cuadras aledañas, sino también las luces blancas y brillantes que iluminan desde los carteles de varias cadenas comerciales que desembarcaron por primera vez en Banfield hace unos años y generan un contraste chocante. Garbarino, Simplicity, Manci Hogar, Costumbres Argentinas, Grido y Burger King son sólo algunas de las que se instalaron en un radio de pocas cuadras.

La expansión de estas franquicias y sucursales de grandes marcas alteró el paisaje banfileño, pero no fue el único factor para esto: la clave está en mirar qué negocios ya no están. Al caminar tanto por Maipú como por las cuadras que rodean la calle principal, los locales cerrados ya superan la docena ampliamente. Muchos de ellos son comercios históricos que habían abierto hace décadas y tuvieron que cerrar por la crisis económica. Por nombrar sólo a algunos, están la tradicional mercería Mercilán, la relojería Abel, la zapatería Felipe y una gran cantidad de remiserías (de las de siempre hoy sólo queda una en pie, ante la expansión de Uber).

El cierre de la histórica librería Sancho, en diciembre de 2018, fue paradigmático. Tuvo gran impacto en el barrio: fue casi como perder a un amigo de toda la vida. Incluso, un cliente de muchos años no pudo evitar llorar junto a su último dueño ante la noticia. Con más de 40 años de historia, no era para menos. Después de haber trabajado durante dos décadas allí junto al marido de su abuela, el dueño original, Diego se hizo cargo del comercio en 2008, cuando el hombre se jubiló. En todos esos años, experimentó en carne propia los vaivenes de la economía trasladados al consumo. Si bien recordó que “el 2002 fue terrible”, recalcó que “el último tiempo fue terrorífico”. “La caída empieza en el 2016, una caída importante. No había sucedido antes que cierren tantos negocios como a partir del 2016”, indicó en diálogo con Cordón. Para él, esto tuvo que ver con la gestión económica del actual gobierno.

Sobre esto coincide Pablo, ex dueño del restobar La Cueva de Ruco, que abrió en abril de 2016. Desde hace varios años tiene otro local gastronómico con el mismo nombre en el pueblo turístico de Uribelarrea, y había decidido apostar también a su barrio. “Estuvo bien hasta que las políticas económicas no nos ayudaron a continuar en el proyecto”, contó. El 3 de diciembre de 2018, luego de las dos devaluaciones que hubieron durante el año, tomó la decisión junto a su familia, y el 7 de enero del 2019 cerró sus puertas.

Si bien es cierto que en los primeros meses de la gestión de Cambiemos en Banfield abrieron varios locales nuevos – como un par de tiendas de accesorios para celulares y un número importante de cervecerías- otro tanto cerró y, en su mayoría, esos locales no volvieron a ser ocupados. “Los últimos 10 años fueron muy bravos, sobre todo los últimos tres, porque hay muchas cosas para pagar. Y hay gente que por ahí lo pone con mucha ilusión, tiene su plata reservada… pero, ¿por qué se van tantos negocios? En vez de expandirse el centro comercial, se iba uno y venía otro. Hay algo que no funciona ahí. Es un problema que ajeno a los comerciantes”, planteó Diego, el ex librero.

Esto afectó por igual a locales históricos, nuevos y no tanto, que han tenido que cerrar al no poder aguantar los gastos que conlleva mantenerlos abiertos. La crisis no distingue de trayectorias, y en todos los casos la cuestión de fondo es la misma: la gente tuvo que empezar a sacrificar los gustos culturales, lúdicos, los momentos de disfrute en familia o amigos porque no le alcanza la plata. Una cena, un libro o una salida al teatro se convirtieron en lujos, en artículos de última necesidad, que son los primeros en descartarse cuando vivir se vuelve cada vez más caro. Y si no hay consumo, sumado a que las tarifas de los servicios y el alquiler se vuelven imposibles de pagar por los fuertes aumentos, no hay voluntad que alcance para mantener un comercio abierto.

La actriz y docente Sol Busnelli, de Ceta Teatro (que hoy ya no cuenta con un espacio físico), ve esto como la pérdida del derecho al disfrute. “Para el teatro independiente las cosas nunca son simples, accesibles y abundantes: siempre es un rebusque constante de recursos y de formas, pero en estos últimos años fue de mucho más apriete por todos lados. Si bien nos bajaba la cantidad de plata, el teatro estaba siempre lleno de gente con entusiasmo. También te dabas cuenta que había gente que iba a ver un espectáculo y tenía 100 mangos para ponerte en la gorra y otros 100 para pagar una birra con la que estaba toda la noche. Eso antes no pasaba, antes la gente tenía más guita en el bolsillo para ese tipo de cosas que tiene que ver con el placer, el encuentro, el disfrute. Antes la gente hacía cosas además de ir a trabajar y esperar que la vida pase. Ahora eso dejó de ser un derecho”, enfatizó.

El teatro Ceta abrió sus puertas por primera vez hace 17 años y tuvo varias sedes, pero en 2015 se trasladó al espacio sobre Alsina entre Medrano y Gascón. Allí funcionó hasta diciembre del 2018, cuando ya no pudo aguantar más los costos de las tarifas ni sostener más deudas. Hoy, sus talleres siguen funcionado de forma más acotada en la escuela de circo La Troupe, pero lxs docentes tuvieron que salir a buscar otros trabajos alejados del teatro para poder sostenerse.

En el rubro gastronómico pasa algo parecido en cuanto a los hábitos de consumo. “Las tarifas de luz, de gas, el agua hicieron que se nos haga muy difícil, porque trabajamos con público, y la gente, para que haya consumo, tiene que estar suelta económicamente, y en este gobierno está muy lejos de eso. La gente empezó a recortar de lo que no hacía falta: vos salís a consumir y gastar con tu pareja, amigos o familia cuando tenés dinero”, analizó Pablo, quien todos los martes de invierno repartía comida a gente que lo necesitara en el restobar y, desde que cerró, lo sigue haciendo en la esquina de Fonrouge y Alsina, cerca de la estación de Lomas de Zamora.

Diego, de Sancho, también ve una pérdida del disfrute cultural frente a la necesidad de gastar el dinero en lo prioritario, lo que, como consecuencia, termina por romper la cadena de consumo. “Si la gente te compra, vos le hacés frente al impuesto, al servicio de la luz, hacés el esfuerzo y lo pagás porque la gente te compra y hay una rueda. Pero la gente deja de comprar porque un libro no es lo necesario. Como la gente, obviamente, prefería comprar alimentos u otras necesidades, no consumía. Si a vos te suben los impuestos y no tenés venta, estás complicado”, sostuvo.

No es casualidad que estos tres comercios -una librería, un teatro y un restobar- hayan cerrado prácticamente al mismo tiempo: los primeros dos en diciembre de 2018, y el último en enero de 2019. Durante la semana previa a las PASO celebradas el 11 de agosto, un mismo cartel apareció pegado en varios de los comercios cerrados del conurbano. “Este local cerró. Macri y Vidal lo hicieron”, rezaba la pegatina de campaña de color amarillo, que apareció en la vidriera de lo que solía ser La Cueva de Ruco, y en una de las paredes de Ceta Teatro, ambos ubicados sobre la avenida Alsina. A principios de año, otro cartel había aparecido en la vidriera de Sancho, con una frase que iba en la misma línea: “Banfilenses: si hubiesen comprado y leído más libros, no votaban esto…”, decía. Diego, el ex dueño de la librería, aclara que no fue él quien lo puso allí. Estima que fue algún vecino o vecina, quien se entristeció por su cierre. Pablo cree que en su negocio lo puso algún amigo, que sabe lo que tuvo que sufrir. Sol, con algo más de optimismo, apuesta al futuro: “Mi deseo más profundo es que recuperemos los derechos que nos robaron: el esparcimiento, el estudio, el crecimiento personal que va más allá de comer”.