Un caso policial de agosto de 1983 expuso a buena parte del personal de los servicios de inteligencia que había actuado en los centros clandestinos que dependieron del organismo de inteligencia durante los primeros años del terrorismo de Estado. Todavía hoy la justicia federal intenta reconstruir la nómina de los espías que secuestraron, torturaron y desaparecieron.
Por Luciana Bertoia*
Cerca de las siete de la mañana del 24 de agosto de 1983, Guillermo Patricio Kelly salió de su casa en la calle Moldes en la zona de Belgrano. Algunos de sus vecinos lo vieron acelerar y otros lo vieron estrellarse contra unos maceteros de la calle Republiquetas. Después, lo subieron a un Taunus y desapareció por unas horas. Kelly, que por entonces editaba la revista Quórum, había acusado públicamente al almirante retirado Emilio Eduardo Massera de estar detrás de la muerte del publicista Marcelo Dupont, pero había pegado dos faltazos consecutivos a los tribunales cuando lo llamaron a ratificar sus expresiones públicas. El secuestro de Kelly, un periodista ligado al nacionalismo, terminó destapando una olla a presión vinculada al accionar de los servicios de inteligencia durante la última dictadura –un misterio que, a 40 años de democracia, aún sigue vigente–.
Cuando recuperó la libertad, Kelly no dudó en vincular los hechos con Aníbal Gordon, un delincuente con trayectoria que rondaba, por entonces, los 51 años. Gordon había nutrido su prontuario desde 1951 con todo tipo de delitos: desde defraudación, pasando por robo, atentado a la autoridad, tenencia de armas y explosivos hasta robo con armas. La Policía Federal Argentina (PFA) lo tenía fichado con distintos apodos: El Ingeniero, El Profesor, El Exquisito.
A principios de la década de 1970, Gordon había estado vinculado al robo del Banco de Bariloche. Por ese hecho, había recalado en el penal de Devoto, donde llevaban a los presos políticos que pertenecían a las organizaciones revolucionarias. Allí conoció a Oscar Alberto Iullerat, un detenido que venía de las Fuerzas Armadas Peronistas (FAP) pero que no dudó en cruzar la línea al hacer buenas migas con Gordon. Según declaró Iullerat, Gordon se acercó a la Unión Obrera Metalúrgica (UOM) de Lorenzo Miguel y, de allí, saltó a la Secretaría de Inteligencia del Estado (SIDE). En paralelo, engrosó las filas de la Triple A, la organización parapolicial que tenía sede en el Ministerio de Bienestar Social que comandaba José López Rega.
Gordon tejió una relación con César Alejandro Enciso, el yerno del general Otto Carlos Paladino, quien desembarcó como jefe de la SIDE en la víspera del golpe de Estado de 1976. Gordon –a quien conocían como El Viejo, El Jovato, Silva o Ezcurra dentro del organismo de inteligencia– fue la voz de mando dentro de los centros clandestinos que funcionaron dentro de la Secretaría de Inteligencia y fue, además, quien comandaba a los agentes inorgánicos.
Entre marzo y mayo de 1976, la banda de Gordon regenteó una casona en la calle Bacacay de Flores. Allí se supone que funcionó el primer centro clandestino de la SIDE. Después de un operativo que significó el asesinato de cuatro militantes uruguayos, el grupo Gordon consiguió un nuevo espacio. No se fue muy lejos. Alquiló un taller que estaba ubicado en la misma manzana, sobre la calle Venancio Flores. El lugar –que se conoce como Automotores Orletti– funcionó hasta noviembre de ese año. Debieron desactivarlo después de que una pareja saliera a los tiros y los espías entraran en pánico de ser reconocidos.
Al tiempo, Gordon encontró una nueva base. Para principios de 1977, ya estaba instalado con su gente en un galpón ubicado en la esquina de General Gregorio Pomar y Chiclana en el barrio de Pompeya. De allí salieron huyendo después de que un secuestro de un empresario, a quien vinculaban con la “subversión económica” se complicó y terminaron varios de los agentes de la SIDE detenidos por la Dirección de Investigaciones de la Bonaerense que comandaba Miguel Osvaldo Etchecolatz.
El final abrupto de Orletti –que funcionaba como una base del Plan Cóndor a la que acudían militares de otros países, particularmente de Uruguay– significó un golpe duro para Paladino, que dejó la SIDE a finales de 1976. Para despedirlo, le organizaron una cena en Los Años Locos, un restorán de la Costanera en el que coincidían militares, espías y personajes de la farándula durante los años ‘70.
Una fachada
Según Paladino, ésa fue la última vez que vio a Gordon durante esa década. Después –siempre de acuerdo con la versión que dieron en los tribunales – volvieron a cruzarse en el casamiento de la hija de Gordon, Adriana, que se celebró el 2 de abril de 1982 –cuando estallaba la Guerra de Malvinas– en la Iglesia Santa María de La Lucila.
Paladino se había retirado de la SIDE y del Ejército, pero no había abandonado la actividad vinculada a la inteligencia y las armas. Había montado una agencia de seguridad, Magister, en la que estaban todos los muchachos que habían reportado bajo las órdenes de Gordon en los centros clandestinos de la Secretaría de Inteligencia. En Magister también trabajaba Adriana Gordon, que liquidaba los sueldos.
Dos días antes del secuestro de Kelly, hubo una reunión en Magister entre Paladino y Eduardo Ruffo, un lugarteniente de Gordon en la SIDE y que, para entonces, era el jefe de operaciones de la agencia de seguridad. En ese encuentro se habría hablado del rapto del periodista que enarbolaba la denuncia de un supuesto pacto militar-sindical. Quien le contó a la justicia de esa reunión fue otra empleada de Magister: Ethel Beatriz Leache, que, por entonces, también liquidaba sueldos y estaba en pareja con Ruffo.
En la causa que tramitó ante el juez José Dibur –hombre de la dictadura en los tribunales que supo persistir en democracia en el Ministerio de Justicia como asesor y, en los tiempos, libres defender genocidas– surgieron más nombres vinculados al secuestro de Kelly: Gordon y su hijo Marcelo, Enciso, Ruffo, Leonardo Miguel Save y Rubén Escobar, entre otros. Kelly también le apuntó a César Albarracín, otro de los muchachos de Gordon, e hizo unos escraches en las casas de algunos mientras se autodefinía como “Rambo”.
Gordon recién fue detenido el 10 de febrero de 1984, pese a que la información sobre que se escondía en la provincia de Córdoba figuraba en la causa desde meses antes. Su fotografía ocupó la primera plana del diario Clarín del día siguiente. Las crónicas de la época dicen que Gordon preguntó si lo estaban “chupando” –secuestrando– o era por derecha. Su consulta dejaba en evidencia que, para él, el límite entre la legalidad y la ilegalidad era difuso. Murió al tiempo en la cárcel.
Ruffo, que se apropió de Carla Rutila Artés, fue uno de los protagonistas de los juicios por los crímenes cometidos en Orletti desde que se reabrieron las causas. Enciso también fue condenado por su actuación en ese campo de concentración. Albarracín recién fue detenido el año pasado. La justicia sigue aún tratado de reconstruir la lista de quienes actuaron bajo el mando de Gordon.
Una lista
Leache, la empleada que liquidaba los sueldos en Magister, declaró varias veces ante Dibur. Siempre colaboró, incluso comprometiendo su situación personal, según evaluó el propio magistrado.
Una de las preguntas que Dibur le hizo a la imputada, antes de que la dictadura dejara el poder, aún estremece. El juez le consultó si la banda de Gordon tenía una lista de personas a desaparecer y si en esa nómina estaba Raúl Alfonsín, que debía asumir el 10 de diciembre de 1983. Contestó que no sabía.
Luciana Bertoia estudió periodismo en TEA y Ciencia Política en la Universidad de Buenos Aires (UBA). Tiene una maestría en Derechos Humanos y Democratización en la Universidad Nacional de San Martín (UNSAM). Trabajó en redacciones como el Buenos Aires Herald y El Cohete a la Luna, donde se ha dedicado a los temas judiciales y derechos humanos, especialmente, a aquellos vinculados a la memoria. Actualmente, trabaja en Página/12, es columnista en Desiguales por la TV Pública, y es docente en la Universidad Nacional de Lanús (UNLa).
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