Que no todos nos reímos de lo mismo no es una novedad, como tampoco lo es que las personas que hacen humor parten de realidades diferentes. Estamos totalmente familiarizados con los estereotipos humorísticos con los que crecimos. ¿Pero desde dónde se determinan los límites de esos estereotipos? En tiempos de redes e hiperconectividad, las formas de humor proliferan, pero no todas son recibidas de la misma manera, ni recorren el mismo camino que aquellas que traen el acervo cultural que se entiende como correcto. Hablamos con exponentes del humor en redes que, lejos de la porteñidad, nos cuentan sobre su “proceso de adaptación” a un medio que requiere que licúen su identidad bonaerense.

Por Romina Scalora*

 

Sigmund Freud escribió alguna vez que “el humor es la manifestación más elevada de los mecanismos de adaptación del individuo». Podremos criticarle a Don Sigmund infinidad de pasajes y aplicaciones de su método psicoanalítico, pero lejos de mí hacerlo en este caso. Aunque considero válido tomarme el permiso de incorporar un pero.

El humor funciona como mecanismo de adaptación, sí, pero el proceso de adaptación no es el mismo para todos. De hecho, el simple hecho de hablar de adaptación nos remite al concepto darwinista de supervivencia: uno se adapta para sobrevivir a un medio. Como si eso implicara la necesidad de adecuarse al tono general de la conversación que, por supuesto, desde algún lugar se impone como el correcto. Para poder adaptarse es necesario saber a qué. 

Por supuesto que todos, en mayor o menor medida, intentamos adaptarnos al medio sin cuestionarnos demasiado desde dónde se impone ese tono de conversación idílico al que supuestamente hay que aspirar, pero, como con el concepto de “meritocracia”, hay un factor fundamental que se omite deliberadamente: no todos partimos del mismo lugar. Y hacer humor, como medio de vida, no es la excepción.

 

Dime de dónde eres y te diré de qué te ríes 

Hace algunos días, alguien me comentó en las redes que no correspondía que yo me quejara, en tono de comedia, sobre los altísimos alquileres que se pretenden cobrar en la Ciudad de Buenos Aires, donde vivo y siempre viví, porque esa realidad no es representativa. Con un tonito de reto bastante aleccionador me insistía que, por fuera de la Ciudad, esa problemática no es tal y que mi simple queja me convertía en una porteña sin conciencia de que existen otras realidades. Me quedó repicando, como a cualquier porteña culposa.

Me quedé pensando sobre el proceso de adaptación que nos toca en suerte a los que, en épocas de hiperconectividad, intentamos hacer humor. Porque aunque considere absolutamente válida la queja acerca de la realidad que vivo, ese comentario también me ubicó rápidamente en el lugar que me tocó en suerte: a mí, adaptarme al medio me costó menos. Claramente, no por el monto de mi alquiler, sino porque nací dentro del medio que delimita cuál es el tono de la conversación deseable, y mi adaptación está reservada a algunos pocos tópicos que considero intocables, más por mi progresismo que por mandato social. 

¿Pero qué proceso de adaptación atraviesan los que quieren hacer humor desde afuera de esa estructura que determina qué es y que no es tolerable? Me puse a conversar con personas que admiro como exponentes de las diversas formas de humor que proliferan en este tiempo. Comediantes, streamers y guionistas que no nacieron en “la gran ciudad” e intentan insertarse en el medio, en el sentido artístico, pero también darwinista. 

Fede Rodríguez (@federodr) es guionista de “Un metro adelantado”, una de las mejores cuentas de humor futbolero que existen (calificación absolutamente arbitraria que parte de una persona que no entiende absolutamente nada de fútbol y aún así llora de la risa con su contenido). Según su descripción en la página, Fede lleva más años que Badía haciendo radio y tiene una imaginación que vuela más rápido que la de un niño en Disney. Pero además escribe cuentos, guiones y no es porteño, sino de La Plata, aunque ahora vive en Capital. 

Hablando del tema, Fede me contaba que escribir humor, para él, implica inevitablemente hacer ciertas modificaciones sobre términos que tiene totalmente incorporados, pensando en quién pudiera leerlo. Hace apenas unos meses, una polémica viral en Twitter (¿dónde sino?) había puesto sobre el tapete uno de los ejemplos que usó para explicarme a qué se refería: “Acá en La Plata, a los negocios que venden pollos, le decimos pollajería, eso es muy típico. Pero si estoy escribiendo y llego a esa palabra, posiblemente busque una forma de reemplazarla”. Conocía el tema porque en agosto del año en que salimos campeones del mundo, un canal de noticias, con base en la Ciudad de Buenos Aires, alertaba en su videograph sobre el robo en una “pollería” y los habitantes de La Plata resistieron a la imposición del término porteñizado, haciendo tendencia su tan defendida “pollajería”.

 

Pero además agregó: “Acá decimos ‘el diagonal’, porque se nombran por su número, entonces es natural llamarle ‘el diagonal 74’, cuando en realidad la palabra diagonal debería llevar un artículo femenino. O el micro, que acá se usa para hacer referencia al micro urbano, el que va de acá a veinte cuadras. Así que si hago referencia a alguno de esos casos, es inevitable que busque alguna modificación sabiendo que las va a leer alguien que no es de tu terruño”. 

Fue inevitable revisar en mi cabeza cuántas veces presenté un guión y me lo devolvieron corregido por algún término que no se entendiera. No tardé nada en reparar que no me pasó jamás.

En La Plata también vive Bel Bozzolo (@belbozzolo), una de las mejores streamers para los que todavía nos asomamos a ese mundo con las reservas propias del desconocimiento, que me clarificó todavía más lo que me había contado Fede. Según ella existe un “porteño passing” instaurado hace décadas por los medios de comunicación tradicionales que te habilita la adaptación al medio con mucha más facilidad si contás con el “yeísmo” del acento rioplatense. Como si existiera un código de lenguaje que le abre la puerta a todo aquel que “parezca” porteño.

Bel se considera acreedora del “porteño passing” porque, aunque nacida en Bariloche, “fue criada por padres porteños”. Incluso disfruta casi como una revancha cuando, ante alguna opinión en sus redes, se la acusa de ser “demasiado porteña”: “Hace poco me quejé en Twitter de la gente que siempre llega tarde y busca justificarse, y muchos me atacaron diciéndome que era una queja cómoda de porteña que llega a cualquier lado viajando diez minutos en subte. Yo disfrutaba respondiendo ‘estás equivocado querido, yo iba a la escuela con la nieve hasta las rodillas’, pero eso pasa porque no soy, pero parezco porteña. Y eso es un privilegio a la hora de generar contenido, porque la gente recibe mucho más fácil el código porteño, desde el acento hasta el tono más urbano, incluso canchero, que manejan desde siempre los medios masivos”.

Para Bel, insertarse no implicó un trabajo consciente de adaptación, pero no niega que tal trabajo exista y tenga un claro costo para quien elige hacer humor desde afuera de la estructura que se entiende como correcta. Como si el código porteño fuera la matriz a la que hay que aspirar para lograr ser comprendido por todos. De hecho, el fanatismo que compartimos por Gran Hermano le dió la excusa para darme el más claro de los ejemplos: “Las personas que tienen mucho acento reciben como respuesta cierta ridiculización. En determinados momentos, se convierten en meme. Por ejemplo Coty, de Gran Hermano, se convirtió en el chiste de las redes por decir “que se vacha”, su acento correntino es recibido como gracioso, pero eso pasa porque el tono porteño es entendido como neutro. Y el porteño no es neutro, es rioplatense. Hablemos de hegemonía”. Hablemos, dale.

 

Hay muchas formas de encarar la adaptación a través del humor. Algunos intentan omitir el lugar desde el que parten, como mecanismo para evitar pagar el costo de ese “passing” del que habla Bel. Pero otros lo recuperan como estandarte. Y si vamos a hablar de estos últimos, para cualquier usuario activo de redes de los últimos años, aparece casi inmediatamente un arroba: Luana Pascual, una laburante de los medios desde que tengo memoria. Trabajó en Reina en Colores, fue parte de la tribuna de talentos de Nicolás Repetto en «Nico al mediodía», hizo teatro, cine, tiras, pero alcanzó su máxima popularidad haciendo humor, en redes, como La Loba de Catán (@luanapascual). 

Quise saber cuánto de ese costo había tenido que pagar ella, que desde el humor político y la parodia, fue uno de los personajes virales más recordados y de un día para el otro se esfumó. Luana, como Bel, también encuentra en ese “porteño passing” un argumento para haber abandonado Twitter y la creación de contenido humorístico. Según ella, los bonaerenses cargan sobre sus espaldas una estigmatización diferente: “El cordobés que llega para hacer humor trae incorporado el personaje de cordobés. Los que somos del Conurbano, estamos en el medio. No somos ni porteños, ni ‘del interior’, y eso hace que sea mucho más difícil encontrar tu lugar”. 

Para Luana, la adaptación al medio sí fue conflictiva, porque no pudo ni quiso, acatar las normas que se espera que sigan quienes quieren hacer humor en el marco que se considera apetecible: “Para incorporarte, viniendo de afuera de ese núcleo, tenés que ubicarte en un estereotipo. Si no sos la despechada que cuenta que le clavaron el visto, no sos graciosa. Yo veo stand up de mujeres porteñas y me quiero matar, no me siento identificada, no me interpela, no me da gracia. Y encima yo me metí con el humor político, que me costó carísimo”. 

Fue ella misma la que puso en palabras el costo de ese pase que se le cobra a cualquiera que no solo no omita el lugar desde el que parte, sino que encima lo enaltezca. Pero además le suma el factor de haberse animado a hacer otra forma de humor. Según Luana: “Tuve todos los pulgares para abajo: hice humor político, siendo mina y del Conurbano. Esa fue la razón por la que me cerraron varias cuentas con muchísimos seguidores, que eran la herramienta para capitalizar mi trabajo. Es algo que, al día de hoy, dudo mucho que vuelva a hacer porque me trajo más dolores de cabeza que satisfacciones. A esta altura de mi vida, no tengo ganas de andar careteando nada”.

 

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Si como decía Don Sigmund el humor es la forma más elevada de adaptación del individuo, pensar en clave humorística ya es una adaptación en sí misma. Debería alcanzar con eso, independientemente de usar o no la palabra pollajería. Reemplazarla, dando por supuesto que de esa forma los demás van a comprenderla mejor, no dice nada acerca de si el chiste es bueno o malo, si funciona o no. Simplemente es una sobreadaptación, una adicional, impuesta por una construcción que no se discute y simplemente se considera correcta. 

Yo nunca tuve que hacer el esfuerzo de comprender a qué se refieren cuando hablan de una pollajería, porque los chistes siempre me llegaron porteñizados para que yo los entendiera. Pero detrás de mi entendimiento hay personas que hacen un doble trabajo: además de hacer humor, tienen que buscar los sinónimos para reemplazar parte de lo que tienen incorporado como propio. Como si se tratara de licuar la identidad para hacerla digerible. De hecho, Luana reconoce como aportes valiosos a quienes se niegan a sobreadaptarse en pos de que lo que hacen “funcione”: “A mí me copa mucho lo que hacen los chicos de @thewalkingconurban porque intentan darle una identidad propia al Conurbano, alejada de la visión de los medios tradicionales. De alguna forma, intentan sacarlo de esa estigmatización de los noticieros de que todo lo malo pasa acá”.

No es casual que uno busque Buenos Aires en Google y la primera imagen que devuelva el buscador sea el mapa de la Ciudad, donde viven 3 millones de personas. Tampoco es casual que recién el cuarto resultado de la búsqueda haga referencia a la provincia, donde viven 17 millones. Y mucho menos casual es, que en una época donde hacer humor depende de la voluntad de quien quiera hacerlo con un celular con Internet, siga vigente la idea de que, para que algo sea rentable, hay que lograr agradarle a los “eruditos de la gran ciudad”. 

 


 

*Nació en Buenos Aires en 1988. Es Profesora de Historia recibida en el Instituto Superior del Profesorado Joaquín V. González, en donde se desempeña como colaboradora en la asignatura de Historia Contemporánea, poniendo especial énfasis en el abordaje acerca del surgimiento de las nuevas derechas, sobre el que realizó su estudio de grado: “Identidad partidaria del PRO: Contradicciones entre su discurso y su composición (2001-2007)”. Ejerce, además, como docente del nivel medio en la escuela Escuela Osvaldo Pugliese de gestión estatal de la Ciudad de Buenos Aires.

Paralelamente, se desempeña como comediante colaboradora en radio junto a María O’Donnell en “De Acá en Más”, por Urbana Play. Durante 2022, integró proyectos televisivos como panelista en “El debate del Hotel de los Famosos”, por El Trece, y como columnista de humor en “Instalate”, por América.

Además, fue guionista en los diversos espacios del canal de humor de YouTube “País de Boludos”, abordando temáticas de política nacional e internacional, y creó contenido humorístico para “El Destape Web”. En sus redes sociales (@laromiscalora), se desempeña como creadora integral de contenidos audiovisuales de comedia con tinte informativo, en el área de espectáculos y curiosidades. Actualmente, trabaja en la escritura de su primer libro.