Ciencia ciudadana

Investigadores de distintas disciplinas, habitantes de barrios inundables del Conurbano, Defensa Civil y la secretaría de Ciencia y Técnica de La Matanza se unen para monitorear los cursos de agua, crear conocimiento y elaborar sistemas de alerta temprana de inundaciones. Un cruce de experiencias que enriquece y es útil para la comunidad en general.

En un día de sol, en Laferrere, el agua de la crecida del río Matanza puede alcanzar el techo de las casas. Las escuelas, entonces, se convierten en centros de evacuados. Lo sabe Micaela Basilico, directora de la escuela secundaria Nº 130, ubicada a 300 metros del río. En 2014, cuenta Basilico, sufrieron no menos de diez inundaciones. “Fue el peor año”, recuerda ahora.

En el colegio ya venían trabajando sobre una temática que involucra, todavía hoy, a los habitantes del barrio Don Juan: la contaminación del agua y el impacto en la salud de la comunidad. Fue en este marco que se dio el encuentro entre los estudiantes y los docentes del colegio con el proyecto “Anticipando la crecida”. Surgida en 2013, la iniciativa busca vincular las investigaciones y el conocimiento científico con determinadas problemáticas sociales.

Taller participativo en Escuela nº 130 de Laferrere

“Lo que busca hacer el proyecto es poner en diálogo el conocimiento de la academia con el  que tiene un barrio en tema inundaciones”, resume Federico Robledo, doctor en Ciencias de la Atmósfera y los Océanos e investigador en el Centro de Investigaciones del Mar y la Atmósfera (CIMA-UBA-Conicet).

Mapa de Laferrere

Si en un primer momento los esfuerzos apuntaron a la elaboración de estadísticas sobre inundaciones en el partido de La Matanza y a la confección de mapas de zonas inundables (“la idea se fue construyendo”, dice Robledo), el trabajo luego se amplió: la creación de un sistema de alerta temprana de inundaciones fue el paso siguiente.

“Tiene cuatro componentes -dice Robledo sobre el sistema-. El alerta y monitoreo, el conocimiento del riesgo -saber hasta dónde llega el agua, en qué esquina-, comunicación y difusión -o sea, les llega o no el alerta, se conocen o no los mapas de riesgo del barrio, cómo se interpreta la información meteorológica, se interpreta o no-, y la capacidad de respuesta. Hoy en día se está trabajando en los tres primeros. Y el foco es construir sistemas de alerta comunitarios, conjugando información técnica que da el Servicio Meteorológico Nacional (SMN) y el Instituto Geográfico Nacional, con información social, que pueda tener el barrio, que en general es un montón”.

Conocer si es necesario o no planificar una evacuación, saber adónde ir y cuándo habrá que dejar un hogar: predecir una inundación y prepararse para su llegada, está claro, no es lo mismo a que una crecida tome a un vecino (y a un gobierno) por sorpresa. La diferencia puede estar no solo en la pérdida o no de bienes materiales. Un alerta temprano de inundación también puede salvar vidas.

El alerta comunitario

En la escuela 130, chicos y chicas de entre 11 y 15 años elaboraron los mapas del barrio con zonas que se inundaron, miden y toman fotos de los niveles del río y registran, con un pluviómetro, la cantidad de lluvia caída en el colegio. El objetivo es anticiparse a los desbordes que, en octubre último, provocaron la evacuación de 5.000 personas.

Reglas comunitarias para medir altura del agua en Laferrere, La Matanza

Todo comienza con las mediciones, tanto las que toman los organismos técnicos oficiales -como ACUMAR, entre otros-, como la que obtienen las comunidades y áreas del gobierno local (en puntos como el cruce del Puente Ricchieri y el río Matanza, y en las localidades de Virrey del Pino, La Tablada, Ciudad Evita, Villa Celina, González Catán y Ramos Mejía). Con los datos de la altura del río, lluvia caída, y fotos que los vecinos envían a un grupo de WhatsApp que comparten con los científicos, se va armando un informe de situación, clave para una toma de decisiones ante eventos meteorológicos de impacto.

“Es algo que construimos socialmente, porque la información la proveen ellos con sus pluviómetros, nosotros solamente la transcribimos, la validamos con los datos que podemos obtener y se las devolvemos”, apunta el oceanógrafo Diego Moreira, docente en el Departamento de Ciencias de la Atmósfera y los Océanos (DCAO) de la UBA.

Este informe a su vez es recibido por las secretarías locales de Ciencia y Técnica y Desarrollo Social, y Defensa Civil. Basilico, por su parte, difunde el mensaje entre las familias del barrio y del colegio.

Taller en escuela secundaria n°23 de Laferrere: modelación numérica de arroyo Dupuy y medición de lluvia

De manera similar sucede en González Catán. En el espacio creativo Manitos de barro, de Villa Dorrego, que también funciona como merendero, tras un taller que dieron los integrantes científicos del proyecto, miden regularmente la lluvia con un pluviómetro y vigilan la altura del arroyo Finochietto-Apipé, con una regla instalada en el marco del proyecto.

Las alertas tempranas no solo sirven para que la población esté informada acerca de una crecida, sino que, también, ante un evento de crecida, sepa de qué manera actuar. “En la última inundación éste fue uno de las barrios mejor organizados”, dice Emilse Belizán, de Manitos de barro. ¿Qué incluye esto? Tener un contacto cercano con los responsables de Defensa Civil y Desarrollo Social para saber adónde dirigirse ante una crecida, hacer una distribución prolija de agua, víveres y colchones cuando hacen falta -que les lleguen a todos los que les haga falta- y tener un relevamiento de las personas evacuadas. El proyecto, además, generó concientización entre los habitantes del barrio: “Las mamás que habían participado en el taller cuando les dijimos ‘mamis, el agua va a subir bastante’, no dudaron, se evacuaron”.

Las alertas tempranas no solo sirven para que la población esté informada acerca de una crecida, sino que, también, ante un evento de crecida, sepa de qué manera actuar.

A nivel del Estado, explican los investigadores, la iniciativa va teniendo su eco en los municipios. San Antonio de Areco y La Matanza firmaron un convenio para formalizar la realización de los talleres y otras actividades. En este último partido, a su vez, desde finales de 2018 solicitan un pronóstico trimestral del tiempo y convocan a los investigadores a realizar charlas públicas en Plaza Ciencia, el evento de ciencia y tecnología en el que los estudiantes de escuelas técnicas locales dan a conocer sus trabajos. El año pasado, además, se renovó por cuatro años un convenio firmado con la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA para continuar con la construcción social de un sistema de alerta temprana.

Moreira, por su parte, agrega: “Los municipios se van sumando. El sistema de alerta a nivel país o a nivel provincial es bastante grande, pero no es acotado a una región o a un municipio. Entonces regionalizar eso le sirve a la comunidad, y cuando lo entienden empiezan a utilizar este tipo de acciones”.

Uno de los ejemplos en los cuales se puede ver el trabajo en conjunto entre las distintas partes sea en la regla de medición colocada en Villa Dorrego: el instrumento fue armado desde el proyecto, Defensa Civil aportó los recursos humanos y materiales para su instalación y el espacio Manitos de Barro se encarga hoy de su monitoreo, que es reportado en el grupo comunitario.

Científicos y vecinos dialogando

El ida y vuelta entre los científicos y los vecinos es dinámico y simétrico. Si de un lado se aporta la teoría y se utilizan las herramientas de análisis de datos, los vecinos de los barrios acercan la experiencia, aquello que solo se obtiene estando en el lugar. “No es que llega la academia a derramar su conocimiento, sino que es una lógica de diálogo”, dice Robledo. Se trata de un intercambio en el que, necesariamente, se construyen nuevos conocimientos y que, también, hace repensar las hipótesis previas.

Diálogo que, además, se ve fortalecido por la interdisciplina: en el proyecto participan profesionales del Centro de Investigaciones del Mar y la Atmósfera (CIMA), del Departamento de Ciencias de la Atmósfera y los Océanos (DCAO), del Instituto de Geografía de la UBA, del Instituto Nacional del Agua (INA), de la Facultad de Ingeniería (FI-UBA), del Instituto Geográfico Nacional y del Instituto de Altos Estudios Sociales (UNSAM).

Recorrida por el barrio Don Juan en Laferrere

Por un lado, el proyecto despejó algunos mitos: “Mi abuela vivía acá y cada vez que se inundaba decía que era porque habían abierto las compuertas”, dice la directora de la escuela 130. La creencia, bastante extendida entre la gente que vive cerca del río Matanza, sostenía que, en alguna parte, alguien liberaba el agua para que las localidades del partido terminaran inundadas.

Aunque errado, el mito servía para explicar un fenómeno conocido por los habitantes de la zona: 24 o 36 horas después de una lluvia, los vecinos de Laferrere y aledaños pueden ver cómo sus calles y casas son afectadas por una inundación, aunque la tormenta haya terminado hace rato.

“En verdad es la dinámica de la cuenca”, dice Robledo. La clave para entender el fenómeno está en la geografía -una inmensa llanura-, no solo de La Matanza, sino prácticamente de toda la Argentina. “Si la tiro arriba de un tobogán, rápidamente baja. Pero es como tirar el agua arriba de la mesa: se va a mover lento. En el INA tenían una teoría, que es que el agua que cayó en Las Heras, en Cañuelas, tarda entre 36 y 48 horas en pasar por González Catán, Virrey del Pino, Laferrere”. La hipótesis, dicen Robledo y Moreira, se terminó de validar socialmente, con el aporte de los habitantes de los barrios con riesgo de inundación y el municipio, a través de fotos y mediciones de altura del agua con reglas especialmente colocadas en el río.

“A nivel académico muchas veces esa información no la tenés. Nosotros empezamos a trabajar en Quilmes, en donde las inundaciones no solo se daban por lluvias intensas sino por sudestadas. Y en los primeros talleres que hicimos la comunidad nos dijo: ‘para nosotros el alerta es cuando el nivel del Río de la Plata está alto y no permite escurrir el agua hacia afuera’. Muchas veces hay que ir a aprender con la comunidad y que te digan cuál es el límite”, explica Moreira.

Un diálogo que, como señala el proyecto, fortalece lazos, previene desastres y, al final, integra y acerca personas.

Desde que comenzó, el proyecto también se hicieron talleres en Avellaneda, Lomas de Zamora y recorridas por Almirante Brown. Para Mariano Re, ingeniero del Instituto Nacional del Agua, no se trata simplemente de instalar un saber científico en una comunidad. “Al conocimiento lo estamos construyendo y requiere estar en los lugares, salir un poco de la oficina. Se da un proceso de enriquecimiento del saber”, asegura. Un diálogo que, como señala el proyecto, fortalece lazos, previene desastres y, al final, integra y acerca personas.