Hace dos décadas se publicaba Contentious Lives. Two Women, Two Protests, and the Quest for Recognition (traducido al español como Vidas Beligerantes. Dos Mujeres, Dos Protestas y la Búsqueda de Reconocimiento). La editorial de la Universidad de Quilmes acaba de re-editarlo. Aquí el autor comparte el nuevo y conmovedor prefacio.

 Por Javier Auyero*

 

¿“Usted es el autor de Vidas Beligerantes”? me preguntó Naomí Jimenez por messenger el 29 de marzo del 2021. Ella es la hija de Roxana Chavez, Nana, una de las protagonistas de este libro que se publicó hace casi dos décadas. Naomi tenía 11 años cuando su mamá falleció en marzo del año 2007, víctima de una forma extremadamente agresiva de cáncer.

“Usted conoció a mi mamá, aunque ya han pasado años y tal vez no la recuerde mucho. No he tenido la dicha de poder leer su libro aún. He buscado en casi todas las librerías en Santiago, y no lo tienen, espero algún día poder leerlo, me intriga mucho. No he tenido la suerte de conocer como persona a mi mamá… Y siento que ese libro va a conectarme de cierta forma con su pensamiento”.

A los pocos días de nuestro intercambio le envíe un PDF del libro. Nunca, en más de 25 años de oficio, tuve tanta ansiedad y preocupación con la devolución de una lectora. Transcribo parte del mensaje que me envió al día siguiente de recibir el texto:

“Me adelanté al capítulo donde se habla de la vida de mi mamá porque la curiosidad me ganaba, no podía esperar un minuto más, quería saber… llevo 14 años desde que falleció, tenía esa necesidad de saber y quería sacármela de una vez por todas […] Algunas de las cosas que he leído si las sabía, pero no con tanto detalle. La verdad es que… es fuerte leer todo eso… Para mi ella era mi mundo. Leer lo que ella vivió, qué injusto, me encantaría viajar en el tiempo y protegerla de todo eso, y pedir que esa gente de mierda no se le acerque […] A mí y a mi hermano nos tocó una faceta complicada de ella (porque se estaba muriendo). Por eso me puse en campaña para saber quién era realmente ella, porque no podía quedarme sólo con la idea de que ella era eso. Yo siempre tuve la sensación de que ella era más. Y tenía razón. No se cómo agradecerle por darme la llave para abrir ese cofre. Se me han despejado ochenta mil dudas […] No creía posible poder conocerla a ella. No sé cómo agradecérselo. No puedo creer que haya logrado algo que estaba buscando con tanta intensidad. Yo sabía que si lograba conocerla mejor a ella, iba a lograr conocerme mejor a mí, sé que iba a saber quién soy, de dónde vengo […] Esa voluntad que ella tenía, ahora sé de dónde me viene. Eso me pone feliz. Ella era la madre que ella quiso tener, una madre que no te daba la espalda, una madre que siempre estaba ahí, y que iba a hacer lo imposible para que vos progreses, que cumplas con los sueños que tienes. Solté unas lágrimas, pero también unas sonrisas. Me cuesta creer que mi mamá tenía sentido del humor porque la conocí de una forma totalmente distinta”.

En el año 2004, unos meses antes de fallecer, Roxana me escribió un mensaje por correo electrónico agradeciéndome el libro: “Lo recibí. Gracias. No tengo palabras. No pude leerlo de corrido, por las lágrimas. Gracias”. Su indignación por la injusticia y la corrupción que dominaban su provincia, y su inquebrantable voluntad militante no menguaron cuando se enteró de su enfermedad. Siguió asistiendo a las marchas contra la impunidad que por ese entonces se organizaban en Santiago del Estero. Vio, emocionada, cómo los Juárez dejaban de gobernar. Cuando hablé por teléfono con ella, la escuché feliz por lo que percibía como “aires nuevos” y poco me contó de su dolor físico frente al mal que la acosaba. Nos vimos una vez cuando estaba internada en un hospital de Buenos Aires ya con el cáncer muy avanzado. Ella soñaba, me dijo alguna vez, con que Vidas beligerantes “sirviera para algo”. Imposible imaginar en ese momento que este libro iba a servir para que su hija Naomi, muchos años después, re-conociera a su madre.

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Haría falta un segundo libro para relatar todo lo que sucedió en la vida de Laura desde la publicación de Vidas Beligerantes. “Cuando te conté mi historia era para que la hicieras grande”, me recuerda ella en un correo electrónico. Cuando recibió la copia en inglés estalló de alegría – la volvió a llenar de orgullo, me cuenta, verse retratada y ver al piquete en la tapa del libro publicado en Estados Unidos. La versión en español salió al poco tiempo, y fue su “amuleto” en su peregrinar por los tribunales de Rio Negro.

El libro “me empoderó”, me dice Laura en una larga conversación en junio del 2022. Fue una de sus muchas armas en la pelea que llevó a cabo en el poder judicial; pelea en la que constantemente le decían que estaba “equivocada”, que estaba “fuera de lugar”, que sus reclamos “no correspondían”, que era un “loca”. Patrocinada por defensores oficiales debido a su precaria condición económica, pedía con la misma obstinación que le conocí cuando hice la investigación para este libro, que se le reconozcan el sufrimiento causado por el maltrato y desidia de un sinnúmero de funcionarios judiciales. En el año 2014, los tribunales finalmente compensaron a Laura con una módica suma de dinero (“a mí, igualmente la plata no era lo que me importaba,” me dijo, “el reclamo lo hice por mi dignidad”). Según se lee en el texto legal, el poder judicial admitió: “daños y perjuicios ocasionados a la actora, por el mal desempeño de sus funcionarios públicos en su accionar, así como la omisión del cumplimiento de normativa constitucional y local aplicable. Este mal funcionamiento es achacado a diferentes funcionarios del Poder Judicial que tomaron intervención en varios expedientes en que la Señora Padilla era parte y que se relacionaban con temas de violencia doméstica, alimentos y tenencia de hijos”.

 

“Dejé de ir a tribunales cuando reconocieron que habían actuado mal. Esperar a que me pagaran lo que correspondía era una locura y tan loca no estoy”, me dice Laura sonriendo, y enseguida recuerda que Roxana, a quien no conoció personalmente pero con quien estaba comunicada por correo electrónico, “me incentivaba para seguir la lucha en los juzgados. Ella me entendía, ella trabajaba en tribunales, ‘dales duro’ me decía”. 

Laura siguió estudiando (hizo especializaciones en violencia familiar y maltrato infantil), participando en grupos de mujeres contra la violencia doméstica, y dando clases particulares en su casa. Recibí fotos de sus nietos, de los encuentros que ella tuvo con alguna de las personas que aparecen en este libro, y de su participación en las marchas del 8 de Marzo, día internacional de las mujeres trabajadoras, en General Roca. Allí se la ve con su pañuelo verde, llevando una bandera que reza “8M Paro Feminista” junto a un grupo de mujeres muy jóvenes. “Me fascinan las marchas, me siento que ya no estoy sola,” me dijo la última vez que hablamos – capturó, en una simple oración, un cambio social fundamental en la Argentina: hoy, la violencia contra las mujeres no es el tema silenciado y excluido de la agenda pública que era cuando Vidas Beligerantes fue publicado por primera vez.

“Hemos de saber que una nueva era ha comenzado,” escribió Charles Tilly en The Contentious French, “no cuando una nueva élite toma el poder o cuando aparece una nueva constitución, sino cuando la gente común comienza utilizar nuevas formas para reclamar por sus intereses.” Vidas Beligerantes traslada a las lectoras a dos de los eventos que originaron una nueva era en la Argentina contemporánea – esta época en la que los piquetes no sólo se volvieron parte del repertorio de protesta popular sino parte del hablar cotidiano en el país.

No me acerqué a Laura por ser la “guerrera en los juzgados” que luego supe que sería; no sabía nada de su historia de violencia. La busqué porque, en una calurosa tarde en Santiago del Estero, Raúl Dargoltz – un apasionado historiador local ya fallecido – me acercó un cuaderno manuscrito y me dijo: “A vos que te interesa la protesta, acá tenés el diario de la primera piquetera”. Todo movimiento social, toda forma de acción colectiva, tiene su génesis. Este libro, hurgando en la vida de un pueblo y de la líder circunstancial de una protesta, examina el origen de esa nueva manera de formular conjunta y transgresivamente demandas en común.

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En las dos décadas que transcurrieron desde la publicación de este libro muchos y muy buenos trabajos se han ocupado de las causas, el desarrollo, los sentidos, y los resultados de la acción colectiva y los movimientos sociales en Argentina (Lapegna 2016; Longa 2019; Rossi 2017; Muñoz 2017; Svampa 2008; Perez 2022; Quirós 2006, 2011; Pereyra, Pérez y Schuster 2015)– gracias a estos y muchos otros textos hoy conocemos más y mejor a la protesta social en el país. Vidas Beligerantes presenta una crónica, sociológicamente informada, de dos episodios puntuales de acción colectiva transgresiva. No es un “primer borrador” de la historia de las protestas sino que utiliza notas periodísticas – ellas sí, borradores originarios – y testimonios de los protagonistas para reconstruir sus orígenes y dinámicas. Quienes no recuerden o conozcan estos importantes eventos en la vida política Argentina pueden encontrar en estas páginas detalladas descripciones de los mismos – lo que sucedió, cómo ocurrió, y cuáles fueron los significados que sus protagonistas le dieron a los hechos.

Al mismo tiempo el libro ofrece una perspectiva que trasciende los casos de estudio específicos. En las páginas que siguen propongo y llevo a cabo una forma de estudiar a la acción colectiva que, sin ser individualista, se centra en la subjetividad de los protagonistas, en sus relaciones próximas, y en la búsqueda de reconocimiento como motor de la acción social. Esta mirada granular, microscópica, asociada con la etnografía como método y como forma de ver y de pensar, es la que Vidas Beligerantes pone en acto como forma de indagación y de narración. El libro demuestra que no sólo se trata de conocer bien a los sujetos sino también de contarlos de buena manera, de una forma que se aleje de la obtusa escritura académica que confunde oscuridad con profundidad.

En su reseña del libro Monogamy de Sue Miller, el novelista Richard Russo elogia esta “novela anticuada y lenta que permite a los lectores soñar profundamente […] Las imágenes que Miller toma en su texto”, escribe Russo, “están llenas de profundidad y contraste y exuberante detalle. Necesitan ser estudiadas, no miradas. Pertenecen a una galería de arte, no a Instagram”. Las redes sociales no son buenos hogares para las historias retratadas en Vidas Beligerantes. La complejidad de las historias individuales y colectivas, sus detalles presuntamente nimios, merecen nuestra lectura atenta y pausada, del tipo que reservamos no para comentarios más o menos sagaces en Twitter o Instagram sino para las obras de arte. Construidas con cuidado y respeto durante largos períodos de tiempo, en conversaciones íntimas, a menudo difíciles, las historias de este libro son historias de dolor y sufrimiento pero también de esperanza, de opresión y violencia pero también de liberación y de cuidado mutuo.

En tiempos de big data concentrar la atención en dos personas, dos eventos y en dos pueblos, pueda sonar anacrónico. Yo, sin embargo, estoy convencido de que esta forma de observar y contar aún nos puede mostrar una faz del funcionamiento del poder político que no solemos mirar, puede arrojar luz sobre los efectos y los afectos cotidianos de las desigualdades de clase y género, y puede iluminar las formas en que las personas luchan individual y colectivamente por el respeto y el cambio social. Sigo pensando, como cuando escribí la versión original del libro, que estas dos mujeres y estas dos protestas tienen aún mucho por enseñarnos.

Desde el día que me encontré con Nana y con Laura supe que iba a querer contar sus historias, supe que quería visibilizar su sufrimiento en sociedades dominada por hombres y dar a conocer sus participaciones en protestas que sacudieron los cimientos del poder de sus respectivas provincias. Frente a los escépticos que descreen de la utilidad o el valor de las ciencias sociales, hay quienes abogamos por una ciencia social pública localizada (Burawoy 2004), una de las posibles formas que la “erudición con compromiso” puede tener (Bourdieu 2000; Collins, Jensen, and Auyero 2017). Abogamos también por la escritura como una forma de intervención, un modo de hacer visibles historias excluidas o tergiversadas. Le pedí permiso a Naomí para contar nuestro intercambio públicamente y a Laura para relatar brevemente lo que había sucedido en su vida desde la publicación del libro porque, me parece, ambas nos recuerdan que también los sociólogos y los antropólogos hacemos otro trabajo, quizás pequeño, pero igualmente relevante. Creamos archivos distintos a los oficiales, construimos historias alternativas. Entramos, también, en relaciones y conversaciones profundamente significativas, cuyas consecuencias muchas veces son difíciles de anticipar. La investigación social, como bien afirma la antropóloga Nancy Scheper-Hughes (1993) y como sin saberlo quizás nos recuerdan Naomi y Laura, puede, si se hace con cuidado y sensibilidad, ser un acto de hermandad, de solidaridad, de reconocimiento.


Javier Auyero es profesor en el departamento de sociología de la Universidad de Texas en Austin. Sus áreas de investigación, escritura y enseñanza son la marginalidad urbana y los métodos etnográficos. Autor de La Política de los Pobres (Manantial); Vidas Beligerantes (UNQUI); La Zona Gris (Siglo XXI); y Pacientes del Estado (Eudeba). Junto a Débora Swistun, escribió Inflamable: Un estudio del sufrimiento ambiental (Paidos) y con María Fernanda Berti publicaron La Violencia en los Márgenes (Katz).