El peronismo vive una tregua. Con la asunción de Sergio Massa en el Ministerio de Economía y la entrega del primer paquete de medidas en el área, los mercados dieron marcha atrás con la suba del dólar blue y el riesgo país. Audaz, ambicioso y buen vendedor de su propio perfil, el nuevo superministro espera que los cambios rindan lo esperado.
Por Pablo Lapuente*
Como en aquella histórica elección del 2013, en la que le ganó a la estructura política de Cristina Fernández en el principal padrón electoral del país, Sergio Massa volvió a olfatear el poder a pocos metros de distancia. Lo hizo después de haber guardado sus diferencias políticas con sus actuales socios del Frente de Todos, y haber apostado gran parte de su capital político a su futuro con calma y determinación, incluso en un fino equilibrio de alianzas tanto a nivel nacional como en la provincia de Buenos Aires. Por eso, si bien ningún integrante de su equipo lo admite en público, el reestructurado Ministerio de Economía que ahora controla será sin dudas su principal herramienta para intentar suceder a Alberto Fernández, un presidente que ayudó a desgastar.
Ex aliado de Mauricio Macri tiempo antes de que el egresado del Cardenal Newman llegara a la Casa Rosada, y de vínculos de beneficios mutuos con María Eugenia Vidal durante sus cuatro años al frente de la Gobernación bonaerense, tuvo sus primeros días como flamante funcionario nacional con la caricia de los mercados, que bajaron el dólar paralelo y el riesgo país, y la desorientación de buena parte de la oposición y los medios hegemónicos de comunicación. Es más, aún hoy los integrantes de la cúpula de Juntos por el Cambio no saben exactamente cómo reaccionar a su figura, y se limitan a críticas pre elaboradas que también lanzaron contra Martín Guzmán y Silvina Batakis.
Consultados por Cordón, intendentes, diputados, y legisladores bonaerenses de Propuesta Republicana (PRO) coincidieron en admitir que hay una suerte de calma en la economía, aunque no saben por cuánto tiempo se sostendrá. En este marco, le piden al ex presidente de la Cámara de Diputados un “programa eficiente” que incluya múltiples reducciones, que a primera vista parecen incompatibles entre sí: de un lado la baja de impuestos, la reducción de la brecha cambiaria, de las retenciones al campo e incluso de planes sociales; y, del otro, menor inflación, pobreza, y desigualdades. Todo un paquete de exigencias cruzadas para contentar tanto a empresarios como a trabajadores, en el inicio de la campaña hacia 2023.
Por lo pronto, en la primera entrega del paquete de medidas que prometió se puede destacar un próximo índice de movilidad jubilatoria con un refuerzo que ayude a este sector a sortear una inflación descontrolada, y las denuncias que van a iniciar en la Justicia argentina y la Unidad Antilavado de Estados Unidos en casos de subfacturación de exportaciones y sobrefacturación de importaciones de empresas flojas de papeles, una maniobra con la que se especula se hacían de dólares subsidiados a costa del Estado.
También dio cuenta de otras medidas, que no pudo llevar adelante Guzmán, y por el que se cree terminó eyectado de la gestión. La licitación del segundo tramo del gasoducto Néstor Kirchner; la posible reducción de los planes sociales a partir de su control directo en los próximos 12 meses; y el avance de la segmentación de tarifas y el tope al consumo, que todo indica es un ajuste directo sobre buena parte de la población.
El titular de la cartera económica había informado que “casi cuatro millones de hogares argentinos” no solicitaron mantener los subsidios a la energía, mientras que “entre los más de nueve millones de hogares” que sí lo pidieron se promoverá “el ahorro por consumo”.
Audaz, ambicioso y buen vendedor de su propio perfil, Massa mostró estas medidas en un sólo acto, junto a todo el respaldo que traía consigo, incluso el de los medios de comunicación que lo siguieron casi en cadena nacional su minuto a minuto en la primera línea del poder: desde la llegada del auto oficial que lo transportaba al Museo del Bicentenario, su jura ante un presidente que pidió permiso hasta para cerrar un discurso, y la conferencia de prensa que dio en el Palacio de Hacienda, ya como flamante ministro.
Estuvieron para acompañarlo Hugo Moyano, Héctor Daer y Carlos Acuña, en representación del sindicalismo; Martín Insaurralde, junto a su tropa de primera línea como Federico Otermín, y varios intendentes del peronismo, todos ellos como signo del poder territorial en el conurbano; y Daniel Vila, Marcelo Mindlin, José Luis Manzano, Francisco De Narváez y Daniel Funes de Rioja, como las caras visibles del círculo rojo empresario que siempre lo respaldó, entre varias otras presencias.
Pese a todo, las medidas aún parecen insuficientes en el marco de la crisis actual, que tiene enterrado a los salarios en el cuarto subsuelo de la economía nacional. Ese déficit con el electorado popular que apostó por el Frente de Todos es quizá el que expresa, en parte, el descontento del Frente Patria Grande que lidera Juan Grabois. De hecho, semanas antes de que estallara la crisis y devinieran los cambios de gabinete, la diputada provincial Lucía Klug le había dicho a este medio que la alianza de gobierno de los Fernández aún no había “cumplido con su contrato electoral”. Ese mismo espíritu fue el que marcaron hace unos días, al convocar al espacio a “rediscutir” su pertenencia al oficialismo, al considerar que las medidas de Massa no cumplieron con las expectativas de “los sectores sociales más postergados”.
Por supuesto que hubo posturas más moderadas, como la de Juan Carlos Alderete de la Corriente Clasista y Combativa, que remarcó que la idea es “pelear desde adentro” y no romper el bloque oficialista. El Frente Patria Grande cuenta con tres bancas en la Cámara baja de la Nación – Natalia Zaracho, Itaí Hagman y Federico Fagioli – por lo que su salida implicaría dejar al Frente de Todos con 115 integrantes, contra los 116 de Juntos por el Cambio. En la provincia de Buenos Aires, también cuenta con Klug, que si sale del bloque que conduce el camporista César Valicenti, el oficialismo se quedaría con 41 escaños y empataría con Juntos.
Aún con esas tensiones internas, el peronismo vive una tregua por necesidad y urgencia. Primero para arreglar parte de la crisis que contribuyeron a crear después de los cuatro años de Cambiemos, pero también para tener una nueva oportunidad electoral el próximo año. Si bien el escenario aún es difuso, quedó claro que el presidente cedió sin muchos ánimos al avance de un Massa que, en definitiva, es también es sinónimo de su propio fracaso político. Habrá que ver si, finalmente, los cambios rinden lo esperado.
*Pablo Lapuente es redactor acreditado en la Legislatura de la provincia Buenos Aires. Licenciado en Periodismo (UNLZ), productor en radio y televisión. Trabajó en medios de comunicación bonaerenses y nacionales.
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