Los candidatos apostaron a seguro, buscaron fortalecer sus temas preferidos y arriesgaron poco en busca del electorado esquivo.
Por Gabriela Granata*
Desde 2016 los debates públicos entre los candidatos presidenciales es una obligación legal cuyo incumplimiento conlleva sanciones, como la quita de los espacios gratuitos de publicidad de la que gozan todas las fuerzas políticas por igual. No significa que nunca hayan sucedido antes. Los memoriosos –y con cierta edad, por supuesto- recordarán la previa de las elecciones presidenciales de 1989 cuando el radical Eduardo Angeloz desafió a un debate al entonces postulante por el Partido Justicialista, Carlos Menem.
Eran otros tiempos. Desde lo partidario, comenzaba a decaer el bipartidismo que nunca volvería en formato PJ vs. UCR ya que comenzaría a alumbrarse dos años después la ruptura en el peronismo y la primera coalición del regreso de la democracia con expectativas de llegar al poder: el Frepaso de José Octavio Bordón y Carlos “Chacho” Álvarez.
El segundo elemento ya prescrito: el debate se realizó en los estudios de televisión del programa Tiempo Nuevo, tan conservador como taquillero en su época, que luego le abrió los brazos al presidente ganador, Menem, cuando impulsó las reformas liberales. Incluso, Menem llegó a “conducir” uno de los programas en ausencia del periodista Bernardo Neustadt, que lo llamó para un reemplazo ese día.
Hubo otros esquemas de debates promovidos por canales de televisión y universidades, pero no fue hasta 2016 que una ley nacional, la número 27.337, estableció oficialmente la obligatoriedad de dos debates entre los candidatos presidenciales “con la finalidad de dar a conocer y debatir ante el electorado las plataforma de los partidos políticos, frentes o agrupaciones políticas”. En el segundo verbo está la clave.
El debate es para debatir
Las reglas acordadas para la organización de los debates tienen sus ventajas y sus límites. En la primera compulsa pública realizada el 1 de octubre en el Forum de Santiago del Estero, los candidatos agotaron en el primer tema –el económico- sus cinco oportunidades para replicar. Estuvo bueno, pero breve y eso no es dos veces bueno cuando se trata de esclarecer a la opinión pública. A partir de allí fue una sucesión de monólogos con más o menos picaresca. Allí, Javier Milei fue el mejor monologador, Sergio Massa el más estructurado en las propuestas, y Myriam Bregman quien le aportó mayor picaresca.
Una semana después, en el segundo debate en la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires hubo algunos cambios. Los candidatos dosificaron el uso de sus “réplicas” pero el intercambio estuvo también acotado. Con la experiencia del primer debate y las repercusiones, los candidatos optaron por hacer mohines y gestos para compensar la falta de espacio para responder. Otra vez, hubo más monólogo que intercambio. Ni siquiera el formato A le pregunta a B sirvió para dar más claridad, porque allí no se repregunta.
¿Por qué es necesario hacer debates? Los candidatos presidenciales suelen tener sus espacios de promoción de propuestas y, en muchos casos, entrevistas variadas en el marco de la campaña. Es posible que encuentren espacios más amigables o más hostiles al momento de preguntar y responder. Pero el contexto del debate de quienes aspiran a la Presidencia es donde debería darse la compulsa más virtuosa, porque no solo se plantean propuestas sino que se pone en juego la posibilidad de aplicación, la confrontación de viabilidad, la contextualiazación de un plan de gobierno, en fin, la ideología para gobernar un país, nuestro país.
Cada cual atiende su electorado
El último debate, con todo, fue un poco más esclarecedor. La economía no fue el centro temático pero fue abordada desde otras aristas y no es para menos en un país con índices de inflación mensual por encima del 10 por ciento, con una pobreza que supera el 40 por ciento y gran parte de las personas con empleo formal que no alcanzan a cubrir la canasta básica.
Sergio Massa, candidato oficialista de Unión por la Patria y ministro de Economía, fue el centro de las críticas de todos sus competidores. Se entiende que iba a ser así porque el consenso entre dirigentes y consultores lo sitúa en el segundo lugar de las preferencias. Mostró un tono conciliador, se dedicó a formular propuestas e intentó complicar a la candidata de izquierda, Myriam Bregman, para captar un electorado progresista que puede arrimar.
En cambio, Patricia Bullrich necesitada de fortalecerse salió con fuerza a criticar al Gobierno nacional por la economía y por la corrupción, y a Javier Milei por sus iniciativas en seguridad, especialmente la liberalización del acceso a las armas. Derecha contra derechísima, podría ser la clave.
La precuela del debate
Milei venía de una semana complicada. Los dirigentes de su entorno comenzaron a vislumbrar que el personalismo del líder de La Libertad Avanza y las diferencias dentro de su equipo económico estaban comenzando a erosionar su imagen. Es cierto también que el crecimiento que desembocó en el 29% de los votos que obtuvo en primera vuelta tardó en galvanizar las campañas de sus adversarios, especialmente Massa y Bullrich, que recién en las últimas dos semanas consolidaron espaldas políticas y nuevo discurso para acomodarse de cara a las elecciones generales del 22 de octubre, donde todos esperan que se determine una segunda vuelta.
Antes del segundo debate, hubo un hecho que alteró al equipo de Milei. Como es habitual en octubre, se realiza en Mar del Plata el Coloquio de IDEA, un nucleamiento empresario donde ejecutivos, CEOs y algunos dueños de empresas de capitales locales o filiales de multinacionales comparten su visión respecto de lo que necesitan el sector para crecer. Una especie de carta abierta con pliego de condiciones para el desarrollo de acuerdo con su mirada. Es tradicional además que en años de cambio de Gobierno, los candidatos vayan hasta Mar del Plata para hablar con los empresarios y hacer algunos mano a mano.
Este año fue particular. El candidato del Gobierno, Massa, no quiso asistir si no le garantizaban ser el último de los postulantes en hablar, es decir, tener el derecho a que su discurso sea el de cierre entre los presidenciables. El orden había sido dispuesto de acuerdo a la cantidad de votos obtenidos en las primarias, por lo tanto le tocaba justo al revés: ser el primero, luego iría Patricia Bullrich y en la jornada de cierre, Javier Milei.
Pero Milei tampoco quiso asistir. Un poco molesto porque en el Coloquio del año anterior le dieron poco espacio – “era otro Milei”, se justificaron los organizadores de IDEA- y otro poco porque su equipo más cercano le recomendó no exponerse en eventos donde pudiera ser abordado de improvisto y con preguntas no acordadas. En cambio, eligió participar de lo que iba a ser un almuerzo con empresarios en Mar del Plata, pero no en el Coloquio, rivalizando con la ponencia que haría Patricia Bullrich.
Todo salió mal. Bullrich tuvo un auditorio lleno en el Coloquio de IDEA y mostró a un amplio equipo arriba del escenario.
Milei en cambio llegó a un almuerzo en el que no almorzó sino que dio un monólogo ante empresarios, muchos de los cuales habían tenido que hacer un balance de cintura para estar en IDEA y luego asistir al evento y quedar bien con ambos espacios. No dijo nada nuevo y tuvo dos momentos tensos, cuando cruzó a un empresario y no quiso saludarlo porque “vos estabas con Horacio Rodríguez Larreta” y cuando reprendió a uno de sus colaboradores porque había dejado el celular con tono y justo sonó. Le costó retomar luego el hilo de lo que estaba diciendo.
En el debate, el libertario estuvo cómodo cuando monologó y mucho menos cómodo cuando fue confrontado. Justo lo que se precisa para medir las propuestas y el temple de los postulantes.
Los otros dos candidatos fueron más previsibles, aunque concitaron menos atención porque corren muy por detrás en las chances electorales. Bregman confirmó los temas de su espacio, vinculados con ambiente, empleo y seguridad. Y Schiaretti no mostró demasiados cambios respecto del primer debate y volvió a presentarse como el representante del país contra sus adversarios con visión porteño-centrista.
En cada uno de los casos, jugaron sus cartas a seguro. No salieron de sus temas de confort, justo lo contrario de lo que se necesita para confrontar los diferentes modelos de país que estarán en juego en la próxima cita en las urnas.
Gabriela Granata es Licenciada en Periodismo de la Universidad de Lomas de Zamora y cursa una Maestría en Comunicación Digital e Interactiva en la Universidad de Rosario. Es docente de las materias de Taller de Redacción Periodística (UNLZ) y de Periodismo Político, Introducción al Periodismo y Prácticas profesionales en las Universidades Católica Argentina (UCA) y de Belgrano (UB). Realizó cursos de posgrado en Comunicación Política en Flacso.
Se desempeñó como redactora y editora en agencias de noticias NA y Télam, en el diario Crítica, dirigió la revista de actualidad Veintitrés, y actualmente es la directora Periodística del diario especializado en economía BAE Negocios baenegocios.com
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