En un nuevo recorrido más allá de la General Paz, Juanita Groisman busca poner en jaque la supremacía porteña en relación a la oferta culinaria. Un paseo que busca reivindicar la industria gastronómica bonaerense, que no se doblega frente al avance de los “Palermo wannabe”. Desde parrillas de barrio hasta vermuterías cool, hay muchos platos por descubrir.

Por Juana Groisman

Hace algunas semanas, la youtuber Marie Sindo, una creadora de contenido que se dedica principalmente a deconstruir la decoración de interiores con una mirada federal y popular, preguntó en sus redes sociales cuáles eran los principales motivos para vivir en la Ciudad de Buenos Aires. Las respuestas fueron variadas, pero se enfocaron principalmente en la oferta cultural y gastronómica de la capital del país. Lejos de negar esta afirmación, el objetivo de esta nota será demostrar que cruzando la General Paz y el Riachuelo también hay propuestas culinarias más que interesantes para tener en cuenta. 

No es la idea de esta nota enumerar los diferentes centros de localidades bonaerenses que muestran una estética y una oferta parecida a la de Palermo Soho. No resaltaremos los restaurantes de cadena que se insertan en las afueras de la ciudad respondiendo a una demanda de mercado ni nombraremos todas y cada una de las cervecerías artesanales que se pueden encontrar entre La Matanza y Chivilcoy. La idea de este humilde artículo es simplemente destacar aquellos puntos gastronómicos del Conurbano que incluso el más porteño debería aventurarse a conocer. 

Esta nota incluirá desde puestos callejeros accesibles a cualquier bolsillo hasta propuestas gastronómicas de precio elevado. Sin intención de hacer juicios de valor, ni mucho menos una crítica gastronómica compleja, comenzamos nuestro recorrido. 

Vamos a empezar por el sur. Más precisamente por Gerli. En el cruce entre la avenida Hipólito Yrigoyen y Beguerestain, está Il Besagliere Ristorante, una propuesta de cocina italiana que, como todo buen restaurant que afirma ser italiano, no ofrece sólo pastas. Carne, pescados y hasta tablas de dulces para tomar el té son tan solo algunas de las opciones que brinda este local ambientado de una forma muy especial y que algunas noches suma música en vivo. Además, cuenta con una cava con una mesa para doce personas que se puede reservar para ocasiones especiales. O para jugar un rato a ser un personaje de El Padrino, como usted prefiera. 

El vermut está de moda en la Capital, por si algún desprevenido todavía no se había enterado. A lo largo de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, se van desplegando diferentes restós que, además de la bebida en cuestión, suelen ofrecer diferentes tapas pseudo españolas como platos. Pero, en Castelar, esto ya era costumbre: Casa Vermut, que está a cuatro cuadras de la estación homónima de la línea Sarmiento, ofrece buena coctelería y platos abundantes, ricos y a buen precio. Dicen los que saben que las empanadas son imperdibles.

Si desde Casa Vermut agarramos Acceso Oeste para el lado de la Ciudad y llegamos a Ciudadela, en algún momento, nos vamos a cruzar con la parrilla Homero. No es difícil  distinguirla, ya que tiene al padre de la familia Simpson y a Diego Maradona colgados del techo y su menú es claro: chorizos, morcillas, vacío, chinchulines, empanadas fritas, algún que otro pollo a la parrilla y, como mucho, algún plato de pastas con estofado. Ni vegetales a la parrilla, ni panes de masa madre, ni ninguna de esas cosas que suelen decorar los asados porteños. En los días patrios, suelen sumar algún plato típico a su menú; en general, locro o guiso de lentejas, y ahí termina la variedad. Esta parrilla de barrio ofrece el pan cortado en rodajas, los condimentos en aceiteras de vidrio y el peor tipo de servilleta posible. Pero nada de eso es importante: la carne es tierna, sabrosa, cocida a punto. Las papas fritas son las típicas de parrilla, que quizás no son las mejores pero son perfectas para esta ocasión. Y hasta se puede pedir una ensalada mixta, si a alguno le pega el bichito de la salud. 

Il Besagliere RistoranteCasa VermutVarvarco

Con la panza llena de achuras, grasa y felicidad, nos subimos a la General Paz y le damos hasta Balbín. En 15 minutos, estaremos en Villa Ballester. A pocas cuadras de la estación, están la plaza Roca y Varvarco, un bar de picadas que es el orgullo de varios habitantes de la zona. Además de fiambres de calidad, su carta está compuesta por panes de campo, algunos frutos de mar, papas fritas y escabeches. La presentación también ayuda a ganar audiencia: la picada suele venir dentro de un pan, cual hamburguesa, pero que al abrirse revela una amplia variedad de encurtidos en vez de un medallón de carne. Varvarco cuenta con mucho espacio al aire libre, algo difícil de encontrar dentro de los límites de la General Paz, y hace poco sumó a su menú milshakes, cerveza artesanal y limonadas. Si a esto le agregamos que suele haber mucha cola para entrar, podríamos afirmar que estamos frente al local más porteño de este recorrido. 

Si nos vamos un poco más para el norte, vale la pena parar en Las Talas del Entrerriano, en José León Suárez. Otra parrilla conurbanense, quizás más familiar que Homero, con vajilla de cerámica y un amplio salón con varias mesas. Y un detalle que, para muchos, es garantía de confianza: la mayoría de los platos vienen servidos en bandejas de chapa, una señal de que estamos en buenas manos. Además de toda la variedad que puedan imaginar, desde achuras hasta cortes de carne, también ofrece postres. Nada de cupcakes ni waffles en formas fálicas: flan con dulce de leche, frutillas con crema, dos bochas de helado con obleas. 

Cerramos este recorrido con una opción particular dentro de la zona norte del Gran Buenos Aires. Como dijimos al comienzo, no era nuestra intención destacar aquellos puntos del Conurbano bonaerense que se parecen a las grandes zonas céntricas de CABA en su oferta culinaria. En ese sentido, cobra mayor relevancia nuestro último destino: la panchería Coquito, a poco más de cien metros de la estación de tren de San Isidro. Sólo esta localidad puede hacer de un pancho una experiencia gourmet cuasi elitista. Un “pancho cheto”, diríamos, si tuviésemos que ahorrar caracteres. Aunque lo cierto es que, a primera vista, no ofrece nada distinto a otros locales de su rubro del AMBA. Quizás, lo único que se destaca, si se lo ve desde afuera, es que su estética parece contrastar con las de otras pancherías ubicadas en los alrededores de estaciones ferroviarias, más asociadas a calmar el hambre al paso que a invitar a quedarse. 

Coquito – Foto: Qué pasa WEB

En Coquito, venden pocos productos. Panchos, sándwiches de crudo y queso con la opción de agregar lechuga y tomate, café, algunas facturas y licuado de banana. Así como leyó. No más que eso hace falta para cautivar a generaciones y generaciones de fanáticos. El pancho de este lugar, dicen, es algo particular. Para empezar, la salchicha tiene piel, algo difícil de encontrar en pancherías a la calle, pero el pan también se destaca por sobre los demás. Suave, esponjoso, más chico que la salchicha que debería cubrir. Una experiencia popular, amigable con el bolsillo y cuasi divina. 

Seguramente, hayan faltado cientos de miles de restaurants, pero antes de que comience la tormenta de reclamos y acusaciones hacia esta humilde servidora, que escribe estas líneas desde el lugar de ajenidad simbólica y concreta, recordemos lo que aclaramos al principio de este recorrido. Se trata, más que de una guía de recomendaciones, de algunos ejemplos que muestran que el Conurbano tiene una oferta gastronómica digna de destacar. Para muestra, espero que haya bastado un botón.


Juana Groisman es periodista, estudia Psicología y pasa varias horas al día exponiendo sus pensamientos en Twitter. Escribió para sitios como La Agenda y Revista Kunst, además de ser redactora en Pronto. Nació en 1996, tiene algunos recuerdos del menemismo y abolló una flanera durante los cacerolazos del 2001. Vivió toda su vida en la Ciudad de Buenos Aires, le gusta cocinar aunque no siempre tiene éxito y su hobbie es mirar por la ventana para espiar a sus vecinos.