Diego nació, se crió, empezó a jugar a la pelota, fue a la escuela y se hizo famoso en el conurbano. Hasta los últimos días llevó sus orígenes como una marca de orgullo. La casa de Azamor 523, su primer hogar, fue declarada patrimonio histórico nacional.
“Si debo definir con una sola palabra
a Villa Fiorito, el barrio donde
nací y crecí, digo lucha”.
Diego Armando Maradona
Por Patricio Insua
Son días movilizantes para la liturgia maradoniana. Recientemente se cumplieron 45 años de su debut en primera división con la camiseta de Argentinos Juniors, hoy es el primer cumpleaños en el que no está, y el mes próximo será el aniversario de su muerte. Diego Armando Maradona encarnó al ídolo globalizado que antecedió a la globalización, se transfiguró en mil mutaciones e incontables reinvenciones, y vivió a caballo de un péndulo rampante entre todos los cielos y los nueve círculos del infierno del Dante. Dios y demonio, siempre visceral, se enfureció y gozó con la fuerza de una pasión volcánica sin la cual no se puede explicar al futbolista impar. El jugador inigualable, el hombre que se hizo bandera y astro de fama planetaria nunca dejó de darse una vuelta por su pasado. El origen resultó una marca a fuego que llevó con orgullo. Y ese principio, está acá, en nuestro conurbano.
Diego ha sido contado de múltiples formas, desde mil perspectivas; por los que lo conocieron mucho, por quienes lo cruzaron alguna vez y por todos los que lo adoraron a la distancia. Creemos haberlo visto todo, pero el arcón es mágicamente infinito: sigue apareciendo material inédito, espaciadamente, hallado por arqueólogos de archivos o por las casualidades más inverosímiles. Diego siempre está y reaparece en esas revelaciones. La historia no tiene fin, pero tuvo un inicio.
Dalma Salvadora Franco iba y venía como siempre a pesar del vientre pesado. Doña Tota ya había parido a Ana María, Elsa, Rita y María Rosa. Era su sexto embarazo. Otra nena, seguro. O no, capaz llegaba el primer varón y Diego Maradona ya no sería el único hombre en la casa. Chitoro había nacido en Esquina, Corrientes, y faltaban pocos días para que cumpliese 33 años.
La fecha se repite como un mantra: 30 de octubre de 1960. El día en el que Diego Armando nació en el hospital Eva Perón de Lanús. A tono con su condición de pesebre, hoy un mural lo retrata con la camiseta de la Selección. Un par de días después ya estaba en Azamor 523, cerca de la esquina con Mario Bravo, en Villa Fiorito. Ahí era el hogar de los Maradona, donde ahora eran siete para compartir el espacio que había.
“La nuestra era una casa de tres ambientes, je… Era de material, un lujo: vos pasabas la puerta de alambre de la entrada y ahí había como un patio de tierra; después, la casa. El comedor, donde se cocinaba, se comía, se hacían los deberes, todo y las dos piezas. A la derecha estaba la de mis viejos; a la izquierda, no más de dos metros por dos metros, la de los hermanos…De los ocho hermanos. Cuando llovía había que andar esquivando las goteras, porque te mojabas más adentro que afuera de la casa”, recordaba Maradona. La vivienda fue declarada recientemente “lugar histórico nacional” con un decreto presidencial publicado en el Boletín Oficial. Con anterioridad, el Concejo Deliberante de Lomas de Zamora ya le había dado estatus de “patrimonio cultural” del municipio. Mucho antes de las determinaciones políticas, el lugar ya era un sitio de culto, el enclave donde había crecido el genio no necesitaba rúbricas. Con su muerte, se transformó en un santuario.
Hay una fecha perdida en el universo pero en una zona certera del mapa. Otra vez el enclave está en ese rectángulo limitado por Camino Negro, la avenida General Hornos, la calle Ejército de los Andes y el Camino de la Ribera. En un punto de esa geografía se dio el primer encuentro con la pelota. “Mago y paloma, Diego y redonda, hay un romance inseparable entre ella y él”, escribió Pablo Coll en la canción Vengan a ver. Ese amor eterno fue el que le iluminó los ojos hasta los últimos días.
Primero en la casa y después en los potreros, Diego pulía la zurda que le daría una inusitada y tempranera fama. Los Cebollitas eran un equipo de chicos que causaba sensación y su estrella no pasaba desapercibida. Los diarios y la televisión ya habían detectado a quien sería –y sigue siendo- un manual inagotable de combustible mediático. Pelusa deslumbraba en los entretiempos de los partidos de Argentinos Juniors haciendo jueguitos con la pelota en el estadio al que varios años más tarde le daría su nombre. Esos malabares lo habían llevado a Sábados Circulares, el programa de Pipo Mancera que era una cadena nacional los fines de semana. El primer registro fílmico de Diego lo muestra con unas zapatillas de lona, las medias bajas, un pequeño short oscuro y una camiseta con el número 10 en la espalda mientras hace jueguitos en una de las canchitas de Villa Fiorito. Esos arcos con pisos de tierra lo imantaban, todo lo contrario a lo que le pasaba con la escuela Remedios de Escalada de San Martín, frente a la estación.
Atravesó las inferiores del Bicho de La Paternal con la velocidad y el resplandor de un cometa. El barrilete cósmico había levantado vuelo. Debutó en tercera división contra Los Andes, en Lomas de Zamora; le hizo un gol al Milrayitas y apenas jugó dos partidos más antes de debutar en Primera. “En la práctica del martes, se me acercó el técnico, que era Juan Carlos Montes, y me dijo: Mire que mañana va a ir al banco de primera. (…) Me fui corriendo con el corazón en la boca para contarle a mi viejo, a mi vieja. Y, claro, le conté a la Tota y a los dos segundos ya sabía todo Fiorito”. Aquel recuerdo de Maradona es una muestra del profundo sentido de comunidad, de la alegría colectiva, de felicidad compartida. Diego era el hijo de su mamá y su papá, y el hermano de sus hermanas y sus hermanos, pero era también el pibe del barrio, de todo el barrio. Esas familias que se acompañaban con una solidaridad genuina, que se ayudaban cuando quedaba poco y también cuando había menos, compartían las buenas cuando aparecían. Esa en especial, era la victoria de uno de los suyos, casi siempre relegados.
(Fuente: https://www.youtube.com/watch?v=dtQQWqs8Uyo)
Debutó el 20 de octubre de 1976, ante Talleres de Córdoba, y cuatro meses después tuvo su estreno en la Selección, en un amistoso frente a Hungría en la Bombonera. La popularidad que tenía a los diez años se multiplicó para expandirse por todo el planeta. Los goles, los aplausos, la gloria, la Copa del Mundo, la devoción, los conflictos, las frases legendarias, el surgimiento de una religión pagana y la potencia de un movimiento. Todo eso siguió en el maremágnum de los mil Diegos dentro de Diego; esa mamushka humana que en el centro, en lo más profundo, en lo primigenio, siempre tuvo al luminoso pibe de Villa Fiorito.
N. de R.: todas las citas pertenecen al libro “Yo soy el Diego” (Planeta, 2000), la autobiografía de Maradona realizada por Daniel Arcucci y Ernesto Cherquis Bialo.
Patricio Insua es Licenciado en Periodismo y docente de la Universidad Nacional de Lomas de Zamora. Actualmente, escribe en La Nación, trabaja en el canal de noticias IP y en la FM 94.7 Radio Club Octubre. Es autor del libro “Aunque ganes o pierdas”, donde repasa la historia de diez partidos inolvidables de Argentina en los Mundiales.
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