Testimonios en el juicio que se lleva adelante por lo sucedido en el Pozo de Banfield, destino final de las chicas y los chicos de la Noche de los Lápices, como se conoce a los operativos que grupos de tareas encabezaron septiembre de 1976 en la ciudad de La Plata para secuestrar a estudiantes secundarios. La memoria activa y la expectativa de que, por primera vez, se dicte una condena contra Juan Miguel Wolk, principal responsable de ese centro clandestino de detención.
Por Luciana Bertoia*
La primera vez que su familia lo visitó en la Unidad 9 (U 9) de La Plata, Pablo Díaz le pidió a su hermana mayor que fuera a la casa de María Claudia Falcone para avisarle que él estaba bien. Después de haber recorrido varias estaciones del infierno en el campo de Arana, en los Pozos de Banfield y de Quilmes y en la comisaría tercera de Valentín Alsina, Pablo estaba convencido de que los chicos y las chicas que habían sido secuestrados en septiembre de 1976 no habían corrido su suerte: pensaba que los habrían liberado del centro clandestino y dejado en las puertas de sus hogares. Él había averiguado que ninguno de sus compañeros había sido llevado a esa cárcel platense, lo que hacía crecer sus esperanzas. Sin embargo, su hermana volvió a verlo unos días después e hizo desvanecer esas expectativas: María Claudia jamás había regresado.
“Ahí me encuentro con los desaparecidos”, declaró Pablo Díaz, que ya no es un adolescente a punto de terminar el secundario sino un señor que peina canas y usa anteojos -los que únicamente se saca cuando debe secarse alguna lágrima que rueda por la cara-. Pasaron 46 años desde que un grupo de estudiantes secundarios de La Plata fue secuestrado y, en gran parte, desaparecido. Los y las que lograron sobrevivir siguen dando testimonio para mantener vivo el recuerdo de sus compañeros y compañeras, y para conseguir que los responsables de sus desapariciones sean condenados.
Pablo Díaz lleva brindadas más de 20 declaraciones ante tribunales argentinos y extranjeros. Su historia es una de las más conocidas del terrorismo de Estado después de que en la posdictadura se filmara la película -basada en su testimonio- que retrataba lo que sucedió en el operativo que se conoció como la Noche de los Lápices, cuando estudiantes secundarios fueron arrancados de sus casas y sumergidos en el inframundo concentracionario de la última dictadura.
Pablo volvió a declarar el año pasado en el juicio de las brigadas -Pozo de Quilmes, Pozo de Banfield y el Infierno de Avellaneda- que lleva adelante el Tribunal Oral Federal (TOF) 1 de La Plata. El proceso se inició durante la pandemia y después de muchos años de demora. Se estima que podría concluir el año próximo, aunque ya sin uno de los principales acusados, Miguel Osvaldo Etchecolatz, quien falleció en julio pasado. La expectativa está centrada en que se dicte una primera condena contra Juan Miguel Wolk –más conocido como el “Nazi” y principal responsable del Pozo de Banfield, donde se vio por última vez con vida a los chicos y a las chicas de la Noche de los Lápices: Claudia Falcone, María Clara Ciocchini, Daniel Racero, Francisco “Panchito” López Muntaner, Horacio Ungaro y Claudio de Acha.
Emilce Moler tenía 17 años cuando la secuestraron en la madrugada del 17 de septiembre en su casa de La Plata. Dio su primer testimonio en 1985 ante el Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF). “A partir de ahí, tomé conciencia de la importancia de ser testigo”, relató el año pasado en el juicio. Ser testigo involucra conservar en la memoria cualquier recuerdo que ayude a saber qué pasó con sus compañeros.
En Arana, ella compartió la celda con María Claudia – su compañera de Bellas Artes– y con María Clara –su compañera de la Unión de Estudiantes Secundarios (UES)–. Los vio también a Gustavo Calotti y a Horacio Ungaro. Un día determinado, los subieron a todos ellos a un camión. En un momento, el vehículo detuvo la marcha e hizo bajar a otros estudiantes secundarios. Con el tiempo sabría que esa parada fue en el Pozo de Banfield. Ella y otros –como Patricia Miranda o Walter Docters– siguieron viaje hasta el Pozo de Quilmes. “Nunca iba a saber que en ese momento se estaba determinando la vida y la muerte de distintas personas”, dice con pesar.
Saber la verdad es hacer justicia
A los chicos que fueron trasladados al Pozo de Banfield no se los vio más. Únicamente Pablo Díaz sobrevivió con la memoria de lo sucedido en ese campo de concentración: las torturas, las embarazadas a quienes les sacaban a sus bebés, las violaciones y todo aquello que muchas veces supera los límites de lo decible.
“Tengo particularmente presentes las voces de los chicos -de Claudio, de Horacio y de “Panchito”- que me empiezan a saludar y yo les digo que van a salir”, les cuenta Pablo a los jueces que integran el TOF 1. Los vio por última vez a finales de diciembre de 1976. Mientras estuvo detenido en la U 9 de La Plata, recibió la visita del teniente coronel Carlos Oscar Sánchez Toranzo. El militar le dijo entonces que sus compañeros habían sido fusilados unos días después de esa despedida, en la primera semana de enero. Díaz lleva años relatando esa escena. Lo hizo en los Juicios por la Verdad en La Plata a finales de la década de 1990, lo que dio pie a un careo entre el militar retirado y el militante en abril de 1999.
Marta Ungaro es la hermana de Horacio, otro de los chicos secuestrados en septiembre de 1976. Durante años ella creyó que no podía ser cierto lo que surgía en el padrón electoral: que Wolk estaba muerto. El tiempo y su empeño le dieron la razón: estaba vivo en Mar del Plata. Ella está convencida de que él fue el ejecutor de los chicos. Para sostener eso, toma un testimonio que dio un exintegrante de la Policía Bonaerense -Carlos Alberto Hours-, que mencionó el sótano del Pozo de Banfield como el lugar de la ejecución de los pibes y pibas de la Noche de los Lápices. Hours declaró ante la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (Conadep), en el Juicio a las Juntas y solía ir camuflado a organismos de derechos humanos para dar su versión de los hechos. Hace tiempo que no se sabe de él.
El Pozo de Banfield funcionó como centro clandestino desde 1974 a 1978. El lugar fue recién desafectado en septiembre de 2006 –cuando se cumplieron 30 años de la Noche de los Lápices– por la demanda sostenida que venían dando quienes estaban nucleados en la multisectorial Chau Pozo, que agrupaba a organismos de derechos humanos, organizaciones sociales y residentes de la zona. Históricamente, el Pozo tuvo problemas por las napas subterráneas pero quienes integran actualmente la comisión que mantiene el sitio de memoria cuentan que se terminaron con unos trabajos de drenaje, lo que ayudará a preservar ese espacio con esa carga tan siniestra.
“La Justicia, por casi 45 años, no nos escuchó”, dijo Marta, quien declaró el año pasado ante el TOF 1 por Zoom, al igual que Pablo y Emilce. “Nos fue la vida en estos años de sobrevivir a la falta de justicia”, afirma, con la certeza de que que si hubo avances fue porque el movimiento de derechos humanos empujó. Ella tiene una nieta mayor a la edad que tenía su hermano al momento en que fue despertado, arrancado de su cama y desaparecido para siempre. Decenas de fotos de Horacio pueblan su casa. Está por todos lados. Hay algunas en las que se lo ve con guardapolvo, gomina y una sonrisa pícara. “A mí, mi hermano me pregunta todos los días qué hago por él y por los 30.000”, dice. La esperanza de una condena y de saber qué hicieron con los chicos y las chicas de la Noche de los Lápices sigue siendo lo que guía a sus compañeros y familiares para poder volver a mirar esas fotos y decirles que cumplieron.
*Luciana Bertoia estudió periodismo en TEA y Ciencia Política en la Universidad de Buenos Aires (UBA). Tiene una maestría en Derechos Humanos y Democratización en la Universidad Nacional de San Martín (UNSAM). Trabajó en redacciones como el Buenos Aires Herald y El Cohete a la Luna, donde se ha dedicado a los temas judiciales y derechos humanos, especialmente, a aquellos vinculados a la memoria. Actualmente, trabaja en Página/12, es columnista en Desiguales por la TV Pública, y es docente en la Universidad Nacional de Lanús (UNLa).
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