Por Esteban Rodríguez Alzueta*

 

No es habitual escuchar a Cristina Fernández hablando de “seguridad”, y lo que es más raro aún, que lo haga en el tramo inicial de su discurso y haciendo énfasis en algunas ideas que quedaron flotando.

La referencia a la “seguridad” en el discurso de ayer hay que leerla en clave política. No le estaba hablando a los especialistas sino a las mayorías. Estamos en campaña y todo indica que van a ser muy largas, tensas y llenas de golpes bajos. Si entre los candidatos se encuentra Patricia Bullrich y Cristian Ritondo, es de esperar que van a tirar con munición gruesa.

Por eso Cristina se adelanta y reclama: “Discutamos el tema de la seguridad”. Vale la pena tener en cuenta otra de las recomendaciones de Perón cuando señalaba que la política aborrece el vacío, y que los espacios que no se ocupan oportunamente los ocupará el enemigo, y después… habrá que ir a llorar a la Iglesia. Quiero decir, no hay que regalarle la seguridad a las derechas porque será abordado con actores, sensibilidades, recetas o fórmulas que atrasan, porque será agendado con perspectivas que, está visto, no solo reproducen las conflictividades sociales, sino que, al caldear los ánimos, tienen la capacidad de escalarlos hacia los extremos.

En segundo lugar, me parece que lo que señaló la vicepresidenta fue que una de las deudas de la democracia sigue siendo la seguridad. En efecto, cambian los gobiernos y las gestiones, y la gente se siente más insegura, los conflictos se vuelven más complejos, se espiralizan. Cambiaron los gobiernos, pero permanecen las políticas de tolerancia cero; cambian los gobiernos, pero la población encerrada en las cárceles no ha dejado de multiplicarse en los últimos 30 años; cambian los gobiernos y siempre hay más policías en la calle.

Tres: La seguridad es un debate pendiente que hay que abordar sin contarse cuentos, más allá de los maniqueísmos que preanunciaron la “grieta” que mantiene paralizada a gran parte de la política local. Cuando digo “política” pienso en los diálogos que se necesitan para discutir y decidir entre todos y todas como queremos vivir juntos. Cómo tantas otras contradicciones que crecieron y se amplificaron alrededor de la “grieta”, se trata de una contradicción sobreactuada, hecha a la medida de las audiencias mediadas por la radio y la televisión. La contradicción entre garantistas y manoduristas es una contradicción inventada por la derecha para desautorizar la política, para aplazar los debates, para bajarle el precio a la democracia. Una contradicción “berreta”, es una contradicción flojita de papeles, que no resiste su tratamiento en el marco del estado de derecho.

Cuatro: La seguridad, dijo Cristina, es otro tema que requiere un acuerdo político. Conflictos multicausales necesitan respuestas articuladas entre las distintas agencias y poderes, y entre el gobierno federal y los gobiernos locales y provinciales. Eso es algo que no se va a lograr de un día para el otro, se necesita tiempo, es decir, una duración que trascienda las próximas elecciones. Un tiempo que la oposición no ha estado dispuesta a dar toda vez que sigue haciendo política con la desgracia ajena, es decir, que hizo del delito o la lucha contra el delito y el miedo al delito, la vidriera de la política. Si a los dirigentes no se le caen muchas ideas, prometerán más policías a cambio de votos.

Pero lo que es peor, es que esta dinámica política condena a la gestión de turno al bacheo policial, un bacheo que está hecho de patrulleros, armas, facultades discrecionales, camaritas de vigilancia, sirenas vecinales, botones antipánicos, corredores seguros, patrullas municipales. Llevamos más de 30 años tapando agujeros y las consecuencias están a la vista: la gente se siente más insegura, las violencias sociales se expanden y muchos vecinos empiezan a tomar las cosas por mano propia. Se entiende, entonces, el llamamiento que hace la vicepresidenta a discutir la seguridad.

Cinco: Escuchemos otra vez: “discutamos en serio la seguridad”. Acá, la palabra clave, es la “seriedad”. Una palabra bastardeada en la televisión y las redes sociales, que no tiene quorum cuando los temas que hacen a la inseguridad se discuten con la urgencia y el temperamento que imponen tapan de los diarios, con los tiempos y las pasiones que reclama el periodismo sensacionalista y de opinión. Un debate que necesita, entonces, no solo tiempos largos, sino paciencia para escuchar a la gente, pero también para explicarle que no existen soluciones mágicas: “Cuando la sociedad sabe, se empodera”.

Y seis: Me parece que, entre líneas, en el discurso de Cristina hubo alusiones a los funcionarios actuales de distintas carteras de seguridad: “se necesita otro Centinela” dijo, es decir, los conflictos sociales en el Conurbano están escalando y “no sabemos qué hace la gendarmería”. Eso, por un lado, porque por el otro, agregó: “las fuerzas policiales deben responder a las autoridades civiles”. No creo que Cristina esté pensando en la coorporativización de las agencias policiales. Hace rato que la Bonaerense dejó de ser un Leviatán azul. El problema hoy día es otro: la formación de grupos de policiales que ya no se encuadran fácilmente, que no responden a sus jefes. Acá la política tiene mucho para hacer, pero más todavía, la justicia, que sigue moviéndose en cámara lenta, mirando para otro lado, más preocupada en perpetuar sus privilegios. Gran parte de la expansión de la violencia de los mercados ilegales está vinculada a la incapacidad de la policía para regular esos mercados, o mejor dicho, al desmadre que existe en las policías. Como se ve los problemas llegan con “efecto domino”, un problema lleva a otro problema mayor y este a su vez a otro. Y acá no hay tiempo que perder: los intendentes no pueden compensar la desconfianza que pesa sobre las policías con la creación de patrullas municipales y otros dispositivos de seguridad local. Al contrario: las políticas de seguridad desarrolladas por los intendentes les despejaron el territorio a las policías departamentales para que pueden hacer lo que más le interesa hacer, y ahora, hacerlo por cuenta propia, con la protección de fiscales o jueces.

En definitiva, el discurso de Cristina sobre la seguridad es una invitación a pensar en voz alta, sabiendo que la proximidad de las elecciones es pasto verde donde los demagogos de turno les encanta ir a pastar. Tampoco se trata de prometer una nueva reforma, más aún cuando estas resultaron ser un blef, como sucedió en alguna provincia. Mucho menos, haciendo spots espectaculares con efectos especiales. La seriedad de la que estará hecha la seguridad que necesitamos dependerá de la capacidad para construir los acuerdos políticos democráticos que estén a la altura de la conflictividad social.


*Docente e investigador de la Universidad Nacional de Quilmes. Director del LESyC y la revista Cuestiones Criminales. Autor entre otros libros de Vecinocracia: olfato social y linchamientos, Yuta: el verdugueo policial desde la perspectiva juvenil y Prudencialismo: el gobierno de la prevención.