Ser o no ser, esa es la cuestión (porteña)

En esta nota, Juanita Groisman retoma un debate que suele repetirse en loop en Twitter e intenta descubrir qué es exactamente ser porteño. Alerta spoiler: a pesar de serlo, fracasa rotundamente en el intento.

Por Juana Groisman*

 

Primer acto: un diario anuncia que Taylor Swift tocará en el Estadio Único de La Plata.

Segundo acto: usuarios en Twitter se quejan de la ubicación del estadio donde, supuestamente, la artista daría su primer show en Argentina.

Tercer acto: otros usuarios de Twitter se quejan de quienes se quejan, y los acusan de porteños.

Esta obra se llama: la eterna paradoja de la porteñidad.

 

Porteño es, por definición, el gentilicio que se utiliza para aquellas y aquellos que nacieron y habitan entre los límites de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, fronteras que hemos recorrido en un encuentro anterior. Antes de la reforma constitucional de 1994, era usado de manera indistinta para cualquiera que habitase en las cercanías al puerto, pero tras la conformación de CABA como distrito autónomo comenzó a ser exclusivo para referirse a quienes viven en este sector del país. La provincia de Buenos Aires, por su parte, cuenta con el gentilicio “bonaerense”, utilizado por su policía y con la gran ventaja de ya estar en lenguaje inclusivo, cosa no menor en estas épocas.

Lo que acaban de leer es la verdad. O, para no hacer enojar a Kant, la definición objetiva de los términos y la utilización legal y política de los mismos. Larreta se refiere al pueblo que gobierna como “las y los porteños”, Kicillof les habla a “las y los bonaerenses”. A nivel político, no hay más vuelta que darle. Pero la cultura, los usos y las costumbres están bastante alejadas de esto. Ser o no ser porteño es un debate con infinidad de aristas, así que para ahondar en este conflicto vamos a elegir tan solo algunas. Empecemos por una de las principales: la gastronomía.

Semanas atrás comenzó a difundirse a través de las redes sociales un video donde una joven descubre una porción de fideos con salsa “escondidos” en una copa de vidrio. “Palermo. Polo de delincuencia gastronómica”, agrega el usuario de Twitter que publicó el video.

Está lejísimos de los intereses de esta nota defender al barrio de una acusación tan verdadera. Palermo es, sin dudas, el polo de la delincuencia gastronómica y las pruebas sobran. Es, sin ir más lejos, el laboratorio donde se forjó uno de los platos que más ha arruinado el paladar argentino: las papas con cheddar. Salvando algunas valiosas excepciones, la oferta gastronómica de Palermo es cara, de mala calidad y en algunos casos, francamente delirante. El problema es que el video no es de ese barrio. No es ni siquiera de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Es de Marruecos.

La idea de que en Palermo se venden platos ridículos a precios irrisorios no es falsa, pero sin dudas es exagerada. Las empanadas en frasco son quizás el punto más alto de esta exageración, que se extiende también a casi toda la Ciudad… y va más allá de sus límites. Para una gran parte del país, porteño es aquel que disfruta de estas curiosidades gastronómicas, a la que podíamos sumar los waffles con forma de genitales.

El problema es que esto es una generalización bastante amplia, y por eso la gastronomía es una de las artistas de este complejo debate. Hay barrios de la Ciudad de Buenos Aires en los que no se encuentra una papa con cheddar a kilómetros, y hay varios centros comerciales del Conurbano bonaerense que están a un atado de rúcula de empezar a ofrecer pastelería con masa madre y café (tibio) de especialidad. Porteño no es necesariamente quien vive en los límites de la ex Capital Federal, sino quien se precie de serlo mediante, por ejemplo, estos consumos culinarios.

El porteño es también muy de hacer fila. Fila para tomar el colectivo, fila para entrar a un restaurant, fila para comprar un café. Cuanto más porteño es un lugar, más posibilidades de que haya que hacer fila para ingresar. Al porteño le gusta tanto hacer fila que inventó un concepto superador e innovador en términos de estacionamiento: estacionar en doble fila. Pero ojo que, como otras costumbres que aquí nombramos, este revolucionario método de aparcamiento fue exportado a otras grandes capitales del país.

Tanto este último punto como la gastronomía pueden ser calificados como generalizaciones. Y uno de los principales problemas que traen las generalizaciones es que son fácilmente discutibles. Muchas veces, quien habla de “el porteño” entiende que la Ciudad de Buenos Aires es un terreno uniforme, sin distinciones socioeconómicas, culturales o de clase. Es, básicamente, un estereotipo. Un estereotipo menos dañino, quizás, que otros, como el que acusa al Conurbano de “inseguro” y “marginal”, pero estereotipo al fin.

Pero seamos honestos, la discusión sobre la porteñidad ocurre, principalmente, en Twitter, terreno fértil para los estereotipos. Twitter es también terreno fértil para la búsqueda mercenaria de interacciones, y hay ciertos debates que tienen tanta efectividad que son utilizados hasta el hartazgo. Esta lista la integran, por ejemplo, el punto de cocción de la carne, las estaciones del año, el poliamor… y qué es ser porteño. Son todas discusiones agotadas, interminables, ridículas. Pero si nos lo tomamos demasiado en serio, nos quedamos sin nada de qué hablar (y nos aburrimos bastante). Así que sigamos.

Un determinante clave de las y los porteños, así como el de las y los habitantes de otros puntos del país, es el acento. Así como los salteños, los correntinos y los santiagueños tienen su tonada característica y ciertas expresiones particulares, los porteños también tienen una forma determinada de hablar.

¿Qué la caracteriza? Principalmente, el yeísmo, la velocidad y, en algunos casos, el volumen. No se sabe si es por el ruido constante de la Ciudad o por alguna mutación genética, pero cuenta la leyenda que si un porteño llega a Río Gallegos lo escuchan hablar desde Comodoro Rivadavia.

Como dijimos antes, legalmente se define como porteño a quien habita en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, pero lo cierto es que esa noción va cambiando a medida que nos alejamos de CABA. Para quien vive en Wilde, porteño es quien vive cruzando Puente Pueyrredón (aunque los mismos porteños a veces se olviden de que al sur de la 25 de Mayo también es Capital, como le ocurrió aquella vez a Viviana Canosa). Pero para los habitantes de Henderson, la ciudad que vio nacer al Pájaro Caniggia, posiblemente también califiquen como porteños los vecinos de Ramos Mejía, Martín Coronado y hasta Cañuelas. Y a medida que nos alejamos del Obelisco, esto aumenta: seguramente para quien vive en Pozo de Piedra, Catamarca, califiquen como porteños todos, desde San Nicolás de los Arroyos hasta Bahía Blanca.

Ahora, si el término porteño es tan amplio, y si el lenguaje es algo que caracteriza como tales a quienes lo son, entonces hay una cuestión a desentrañar de manera urgente: ¿Cómo se llama a los locales donde se vende pollo?

Si dijiste pollería, o granja, es factible que vivas en la Ciudad de Buenos Aires o en el Conurbano bonaerense. O en Las Lomitas, Formosa. O en Catriel, Río Negro. Básicamente, en cualquier zona de Argentina menos en La Plata. Porque sí, las y los platenses podrán ser porteños para muchos, pero jamás se les ocurra discutirles que al local donde se vende pollo se lo llama pollajería.

Pero ser porteño tiene que ser algo más que decir poll(sh)ería y comer waffles en forma de pene. Los vecinos del Conurbano bonaerense quizás intentarán sumar el factor viaje, y la reticencia del porteño original a cruzar la General Paz para algún evento con su clásico “yo voy siempre, ahora vengan ustedes”. Una queja válida, obviamente, pero de frágil validez descriptiva. El resto del país debe vivir situaciones similares y no por eso califica como porteños a quienes viven más cerca del centro neurálgico de cada ciudad.

Tiene que haber algo más. El ego es un factor muy nombrado en este tipo de debates, pero cualquiera que haya conocido el país en profundidad sabrá que hablar a los gritos y asumir que se tiene la razón en todo es una característica elemental de cualquier argentino con plata. Es más, es en general moneda corriente entre los ricos de todo el mundo.

No es la reticencia a viajar ni el ego. Tampoco es esa anécdota hartamente repetida de aquel porteño que le preguntó a tu amigo correntino si en Itatí tenían wifi. En general, los porteños pecan de los dos extremos: o asumen que el resto del país es un páramo desierto al que todavía no llegó la modernidad, o bien creen que sus costumbres citadinas son comunes al resto de un territorio con realidades muy diferentes. Si, en Itatí hay wifi. No, en Rosario de la Frontera no hay subtes.

Quizás ser porteño es como esa frase de Galeano que usan los chantas cuando no cumplen con lo que prometen (como la autora de esta nota y su promesa de desentrañar la paradoja). El ser porteño está en el horizonte. Camino dos pasos, se aleja dos pasos, y el waffle con forma de pene se corre diez pasos más allá. ¿Entonces, para qué sirve ser porteño? Para eso, para hacer filas eternas.

 


 

 

*Juana Groisman es periodista, estudia Psicología y pasa varias horas al día exponiendo sus pensamientos en Twitter. Escribió para sitios como La Agenda y DiarioAr, arma biografías de famosos locales para La Nación y es columnista de espectáculos en Nuestro Día. Además, junto a Julieta Argenta conduce La Apocalipsis, un podcast sobre farándula. Vivió toda su vida en la Ciudad de Buenos Aires. Le gusta cocinar, aunque no siempre tiene éxito.