“La emoción de ver cómo las banderas que yo tenía hace tantos años ahora las llevan las jóvenes. Creo que las feministas de antes, a falta de modelos femeninos, éramos más como varones luchando; las pibas de ahora se permiten todo y están hermosas: es una energía distinta, y eso me da una emoción renovada, que sea tan grande el movimiento y que haya prendido tanto en los últimos cinco o seis años”. Claudia Levy, música popular y feminista. Página 12.

Patricia Sosa afirma en una entrevista para La Nación que “la música es un buen terreno” para fomentar y realizar un cambio de mentalidad porque “despierta sensibilidades”. Como ella, miles de mujeres a lo largo de la historia fueron víctimas de violencia de género en los escenarios -y abajo también- en medio de una coyuntura patriarcal donde reinan ideas y costumbres con un alto condimento machista. La historia de la participación femenina en la música era, hasta tiempos recientes, una historia silenciada y menospreciada. Sin embargo estas historias, que existieron desde hace mucho tiempo debajo de la alfombra, tomaron un volumen mucho mayor y empezaron a sonar con una intensidad irreversible en los últimos años. A partir del enorme crecimiento del activismo feminista en nuestro país y en distintas regiones de Latinoamérica y el mundo, las mujeres tomaron sus instrumentos como potenciales armas de combate y reiniciaron la revolución.

“Si yo tuviera que poner el 30 por ciento tal vez no lo podría llenar con artistas talentosas, y tendría que llenarlo por cumplir ese cupo; esas artistas no estarían a la altura del festival y tendría que dejar afuera a otro tipo de talentos”, afirmó a principios de este año el organizador del festival de música popular Cosquín Rock, José Palazzo, para justificar, de alguna manera, el escaso cupo femenino convocado para su evento. Meses previos al festival, un grupo de artistas presentaba en el Congreso de la Nación el Proyecto de Ley “Mercedes Sosa”, mediante el cual se pide un piso del 30 por ciento de mujeres en toda actuación que convoque a más de tres agrupaciones musicales, en una o más jornadas, en ciclos y en programaciones anuales, sean privadas o estatales.

No obstante, las declaraciones de Palazzo provocaron un cimbronazo entre mujeres y músicas de todo el país y la discusión tuvo otro peso: ¿Qué significa que una música no esté a la altura de un festival? ¿Quiénes son los otros talentos? ¿Quién mide el talento de un artista y determina su valor por sobre el resto?  La unidad y la organización fue la clave para derribar estos mitos y prejuicios hacia las mujeres y su capacidad musical.

En el verano del 2016 un video recorría las redes sociales y Whatsapp a toda velocidad y se convertía en noticia y trendingtopic nacional en Twitter. Se trataba de la denuncia que realizó una chica en su canal de Youtube al cantante de la banda La Ola Que Quería Ser Chau, José Miguel del Pópolo, por abuso sexual. Este video, reproducido en los celulares de otras chicas que habían sufrido situaciones similares, que les removía el estómago y sacudía sus emociones, marcó un antes y un después. En un contexto donde los hashtags y consignas “YoTeCreoHermana” y “YaNoNosCallamosMás” tomaron vigencia, se destapa una olla de denuncias por violencia de género y abre una profunda discusión: ¿cómo se deconstruye y reconstruye la escena musical?

Como se aprecia, la militancia de las músicas feministas no se encarga únicamente de poner en valor la voz y el talento de las pibas, sino también de generar mayor conciencia y repensar las relaciones de poder entre las mujeres y los hombres. Exigir respeto hacia las mujeres, la igualdad de oportunidades, la consolidación de espacios seguros para crecer y desarrollarse, el poder frenar los abusos y la violencia en todas sus variantes, y muchas cuestiones más entran en la larga lista. 

En la zona sur del Conurbano Bonaerense el feminismo fue ganando terreno poco a poco y hoy se consolida como una forma de lucha y resistencia. Este movimiento, que atraviesa a todas las edades e ideologías, hoy por hoytiene más presencia en la calle, en instituciones educativas, centros culturales, clubes de barrio, y otros espacios. El concepto de empoderamiento femenino, al igual que la sororidad entre mujeres, se convirtieron en los bastiones de su lucha y se reproduce en cada espacio.

Desde hace un tiempo, cada fin de semana, en cualquiera de las localidades que conecta la línea del tren Roca, se organiza un festival con grillas integradas exclusivamente por mujeres músicas, milongas feministas, actividades libres de discriminación y violencia machista, o hasta cursos de capacitación con perspectiva de género para derribar los arcaicos roles con los que cargan las mujeres. Los pañuelos verdes que abogan por la legalización del Aborto Legal, Seguro y Gratuito además de marcar una postura ideológica, son una bandera con la que las mujeres salen a escena. Lo mismo con los colores de la LGBT+ o la wiphala. El 8 de marzo, día del Paro Internacional de Mujeres cientos de mujeres viajaron en tren desde Lomas de Zamora hasta Constitución cantando canciones versionadas con letras feministas, invitando a las demás a sumarse.

Dado este desarrollo, cabe preguntarse desde cuándo y cómo influyó la corriente feminista en la escena musical del sur del conurbano bonaerense, cómo se perciben las mujeres de hoy, cómo se relacionan las músicas con los espacios de la región, cómo se han transformado sus relaciones, y cómo son recibidas por los diferentes públicos, entendiendo que nos encontramos en un momento de cambios culturales, políticos, sociales y económicos muy vertiginosos. Esas son algunas de las dudas que guían la investigación etnográfica que llevo a cabo desde hace más de medio año con mujeres y chicas músicas provenientes de distintas localidades del Conurbano y del sur de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

El debate por la igualdad de género está atravesando todo, pero en la música caló hondo y sacudió los esquemas. Los lugares históricamente impuestos a las mujeres en cualquiera de sus variantes –groupies o coristas- están siendo cuestionados. Esto lo saben perfectamente en la Sorora Orquesta Atípica, una de las más recientes y numerosas orquestas de tango integrada exclusivamente por mujeres –mujeres del conurbano, de la ciudad, de otras provincias y países latinoamericanos-. La diversidad cultural y las experiencias similares son una de las razones que las mantienen activas y con ganas de ganar más terreno. Durante estos meses, un grupo de mujeres que componen la atípica orquesta de tango expresó por qué fueron adoptando a lo largo de estos años actitudes reivindicativas y contestatarias en un espacio atravesado por el machismo, cómo se formaron culturalmente y profesionalmente, y de qué manera lucharon por su emancipación y su empoderamiento frente al sistema patriarcal en todas sus variantes.

Por el momento, mientras se discute la aprobación de un proyecto que establezca un piso del 30 por ciento para mujeres músicas en los festivales masivos, mientras las mujeres se abrazan para bailar una milonga con canciones escritas por ellas, mientras se organiza el tercer Encuentro Nacional de Mujeres Músicas, mientras las pibas siguen tomando coraje para denunciar la violencia, mientras más chicas se animen a componer sus propias letras y a salir al escenario sin que las acompañe ningún macho, el planeta sigue girando.

En la última edición de los Premios Gardel a la música, MarilinaBertoldi es el nombre que resuena en los parlantes. Ella se aproxima hasta el escenario, mira de frente a su hermana Lula, poderosa cantante de Eruca Sativa, y dice: «Hace diecinueve años que una mujer no recibe este premio, la última fue Mercedes Sosa. Hoy se lo lleva una lesbiana». Mientras, quizá, la miran chicas que recibieron su primera guitarra y tocan sus primeros acordes, escriben canciones y sienten que en un futuro el escenario también será de ellas.