La crisis que trajo el coronavirus, y que todavía no quedó atrás, cambió vidas, rutinas, modos de relacionarse e impuso un nuevo modo de estar en el mundo y la salud mental no escapó a este jaque de las certezas. En este texto, la autora indaga sobre cómo lidian niños, niñas y adolescentes con esta nueva realidad, en un momento en el que los adultos que deberían ayudarlos a transitarla, muchas veces, también están en crisis, y aporta una caja de herramientas para atravesar este escenario que nos toca. 

Por Valeria Prohens*

Imagen: Claudio Gallina

“Nos despertamos en medio de la oscuridad sin saber nada de lo que sabíamos.

¿Dónde estamos, qué ocurre? (…)

Con más agudeza aún, ya que se trata del único equipaje que tenemos,

 sabemos lo siguiente: estamos vivos.

Nunca lo estuvimos tanto”.

 (Amélie Nothomb / Diario de Golondrina)

Un reciente estudio sobre los efectos de la crisis desatada por el coronavirus en la salud mental de niñas, niños y adolescentes, realizado por UNICEF en mayo de este año, postula: “Desde la irrupción de la pandemia a principios de 2020, se incrementó la preocupación sobre los efectos que tendría en nuestras vidas cotidianas. Este nuevo escenario supuso un reordenamiento y organización del tiempo-espacio y alteración de las rutinas, además de las transformaciones que introdujo en las relaciones que se establecen a partir de la convivencia. Todo esto impacta sobre el cotidiano de las y los niños y adolescentes, sus lazos sociales, las posibilidades de esparcimiento, su desarrollo y su progresiva conquista de autonomía. De este modo, resulta esencial que se contemple la salud mental y los cuidados que niñas, niños y adolescentes necesitan”. 

Estado de situación

La infancia y la adolescencia son dos momentos centrales en la constitución subjetiva. Como señala la doctora en Psicoanálisis, psicóloga y socióloga Silvia Bleichmar, los vínculos intersubjetivos que se establecen con los otros, sumados a la articulación con el contexto socio-histórico, posibilitan el armado del entramado identificatorio. 

¿De qué manera los cambios del contexto, de las costumbres cotidianas, de las nuevas formas de establecimiento de los lazos sociales que trajo la pandemia han impactado sobre los procesos de armado subjetivo de niños, niñas y adolescentes? ¿Cómo incide esto en su crecimiento y su desarrollo? ¿De qué maneras han comenzado a manifestar el malestar? ¿Cuál es el lugar de los adultos?

Si bien la situación actual que habitamos es diferente al punto de inicio (con el esperanzador escenario del desarrollo mundial de diversas vacunas, la gradual vuelta a la presencialidad en algunas actividades, los encuentros sociales con nuevas reglas de cuidado, entre otras cuestiones) aún nos encontramos transitando un contexto de pandemia que tuvo -y seguirá teniendo por algún tiempo- efectos sobre la salud mental.

Vivir en un escenario aún pandémico es un hecho que ha producido un alto impacto sobre la vida de todos. Esta situación inédita y transitoria -que ha aparecido como un factor disruptivo para adquirir la calidad de “traumático”- trajo un gran monto de sufrimiento psíquico asociado y, con el correr de los meses, aparecieron diferentes tipos y grados de malestares, angustias y preocupaciones que impactaron de lleno sobre los entramados singulares y sociales.

Cada quien está atravesando este tiempo con los recursos con los que cuenta: sus posibilidades de adaptación, las experiencias de vida anteriores, su posición frente a los acontecimientos imprevistos, su estructura psíquica y sus recursos internos. También cada organización familiar, con su dinámica singular, está intentando hacer frente a los cambios, a los escenarios inciertos, a las nuevas modalidades de lazo social, a las necesidades diversas de cada miembro de la familia.

El estudio antes mencionado de UNICEF también señala que “las transformaciones de la cotidianeidad de las niñas, los niños, las y los adolescentes impactaron sobre sus lazos sociales, las posibilidades de esparcimiento y salidas, la escolaridad, así como su desarrollo y su progresiva conquista de autonomía”. “Todo sucedió, además, en un marco de incertidumbre donde una amplia mayoría de las familias y los agentes socializadores responsables se hallaban también afectados por la pandemia”, agrega. 

Evolutivamente, los niños, niñas y adolescentes no cuentan con tantas herramientas y elementos para procesar lo que nos ocurre: quienes sostenemos ese procesamiento, quienes actuamos de “catalizadores” para ayudarlos a transitarlo, somos los adultos, a la vez también atravesados por la incertidumbre. El modo en que cada familia está pudiendo atravesar este tiempo y sus circunstancias, la forma singular en la que está procesando sus pérdidas, sus duelos y sus incertidumbres, incidirán de manera directa sobre los más jóvenes.

Las múltiples formas del malestar

Hay diversos modos en los que los niños y las niñas manifiestan el sufrimiento psíquico, aquello que les pasa. Seguramente, durante el aislamiento, o aún ahora, en este escenario de salida gradual con cuidados, se podrá observar la aparición de conductas regresivas, miedos y terrores nocturnos, desbordes emocionales por cuestiones mínimas, aumento de la desatención (especialmente en el marco de las actividades escolares), conductas obsesivas, o temores a salir al exterior.

Además, probablemente, predominarán conductas de apego y de búsqueda de protección física y psíquica, ya que lo que se pone en juego es  -nada más ni nada menos- que la supervivencia. 

Con respecto a los adolescentes, el aislamiento impidió algo fundamental en esta etapa de desarrollo: la salida fuera del espacio familiar. Se dificultó, en un comienzo, el encuentro con los pares. En muchos casos también se verificaron dificultades para crear un espacio de intimidad dentro de sus casas, tan necesario para el armado de su personalidad. Algunos transitaron períodos de abulia o apatía, de desgano y desconexión de las actividades habituales.

Por otra parte, para los adolescentes con más dificultades en la salida del núcleo familiar, el aislamiento les vino “como anillo al dedo” y fue en este último período, cuando se comenzaron a habilitar nuevamente los encuentros presenciales, que aparecieron ciertas problemáticas relacionadas con el miedo a salir, al encuentro con otro.

Como decíamos anteriormente, los adultos también estamos atravesados por esta ruptura de la “vieja normalidad”, pero somos quienes sostenemos el tránsito de los niños, niñas y jóvenes por este escenario. Algunas de las manifestaciones observadas durante el año pasado en la población adulta fueron cansancio, dificultad de organización familiar, sobreexigencia frente a las tareas escolares que generaron situaciones de desborde emocional en las familias e incertidumbre económica que angustia. Se genera, entonces,  un circuito sin salida: adultos muy estresados y angustiados, con poca disponibilidad para sostener los desbordes emocionales de los niños, niñas y adolescentes, lo que redunda en desbordes cada vez más intensos.

Complejidades, desigualdades, diferencias

Por otra parte, sumado a todas estas manifestaciones que aparecen como respuesta a lo intempestivo del aislamiento, se ha observado un importante incremento, en ciertos ámbitos, de situaciones de maltrato y abuso infantil, violencia familiar y femicidios. Así, aparece una gran paradoja: el lugar que debiera proteger se transforma en fuente de peligro y riesgo, sin los recursos necesarios para la contención y el cuidado.

También las nuevas formas de lazo virtual para estar con otros y para aprender han dejado al descubierto las importantes carencias históricas que subrayan las desigualdades de quienes no han tenido acceso a la conectividad y se encuentran, por esto, en situaciones de mayor vulnerabilidad.

En ese sentido, el informe de UNICEF advierte que “en especial entre las y los adolescentes de sectores populares, se profundizaron brechas y desigualdades que condicionaron el acceso, la permanencia y la finalización del ciclo escolar, lo que impacta en su constitución subjetiva y en su construcción identitaria y compromete sus posibilidades futuras”.

En lo que respecta a los niños, niñas y adolescentes con discapacidad, es importante determinar cómo fueron procesando y tramitando el aislamiento, teniendo en cuenta que la escuela y los diversos tratamientos interdisciplinarios son el nexo con lo social y lo inclusivo. El escenario de aislamiento puede reactualizar en las familias ese mismo desamparo inicial que transitaron respecto a la discapacidad de sus hijos. Ante esto, un camino posible de intervención es el poder historizar con los padres, acompañándolos a revisar los recursos resilientes de acomodación que se pusieron en juego en aquel momento. 

La trama que sostiene

La salud mental es un aspecto importantísimo a tener en cuenta, que no debe soslayarse ni quedar en segundo plano. Algunos efectos psíquicos del tránsito por la pandemia ya los vemos en el corto plazo, pero muchos otros los veremos más adelante. Aún no conocemos qué otras marcas o huellas podrán verse reactivadas en los procesos de elaboración de lo que nos atraviesa.

¿Cómo continuar transitando este nuevo escenario que nos toca? En primer lugar, sin exigirles a los niños, niñas y adolescentes “que estén bien” y se adapten a toda costa. Además, hay que saber que es probable que algunas de las manifestaciones antes mencionadas aparecerán de manera transitoria. Y frente a esto, no asustarse ni alarmarse, sino hacerles lugar: permitirles no estar bien, estar irritables, enojados, tristes y acompañarlos desde las posibilidades de cada uno. Abrir espacios para la expresión de los miedos, las incertidumbres, los enojos, para que lo que los ha impactado se haga relato, juego, poema, dibujo.

En una situación como la actual, es fundamental que los adultos podamos atravesar los ideales (de la maternidad o paternidad, por ejemplo) para ubicarnos en un lugar con menos exigencias, pero con más posibilidades: hacer lo que se va pudiendo en cada caso, regulando las propias emociones, intentando generar espacios que alojen a los más jóvenes, ofreciéndoles contención y una perspectiva de futuro, aún en medio del atravesamiento de aguas –todavía- tormentosas.

Y en el caso de los profesionales de la salud mental, es fundamental recibir las consultas familiares en constante articulación con el contexto que nos atraviesa y  evitar patologizar las formas en las que un niño muestra su sufrimiento singular.

Las salidas de las grandes crisis en la historia de la humanidad siempre han sido colectivas. Armar lazo con el otro, aún en tiempos de distanciamiento social, tejer  tramas vinculares, posibilitar que lo traumático se historice y que el impacto se haga relato son los grandes desafíos en el campo de la salud mental que tenemos por delante.

Es que, como dice Hilda Catz en su libro “Psicoanálisis de niños y adolescentes, trabajando en cuarentena en tiempos de pandemia”, el desafío es “tolerar la incertidumbre, la falta de certezas, la inevitable frustración, la fragilidad inherente a lo humano y la duda como formas de preservar la salud mental”.

*Valeria Prohens es psicóloga graduada en la Universidad de Buenos Aires (UBA), psicoanalista, miembro titular de la Asociación Argentina de Salud Mental (AASM) y de la Asociación Argentina de Psiquiatría y Psicología de la Infancia y la Adolescencia (ASAPPIA). Se desempeña como docente en distintas instituciones educativas de nivel secundario, universitario y en la Escuela de Clínica Psicoanalítica de la Infancia y la Adolescencia de ASAPPIA. Es autora, además, de diversas publicaciones y disertaciones sobre temáticas vinculadas a la niñez, la adolescencia y las prácticas socioeducativas.