El Rojo y el Milrayitas atraviesan una fuerte tormenta institucional con su correlato en el campo de juego. Socios y socias piden que se respete su voluntad en la conducción de los clubes.

Por Patricio Insua*
Foto: Instagram SoyDeLomass

Entre múltiples definiciones posibles, Pablo Alabarces, licenciado en Letras y doctor en Filosofía, encuadró al fútbol como «el mayor fenómeno de la comunicación de masas». Es un deporte, pero desborda por mucho los límites de una disciplina física. Nace en los clubes, pero excede incluso el aspecto social de las asociaciones civiles sin fines de lucro. El fútbol es, sobre todo, una potente expresión de la cultura popular. En una canchita barrial de tierra o en un majestuoso estadio repleto. Uno es su savia y el vínculo con lo primigenio. El otro, la comunión de miles de cuerpos latiendo juntos, ahí donde la representación y la identificación explican la esencia del amor por los colores.

La dimensión donde el fútbol es un negocio incrementa sus cuentas con el desinterés económico de los hinchas. La pasión no es cuantitativa pero tiene su materialización en billetes. Ahí van, de a miles o en puñados, los peregrinos incondicionales. El que se da todo sin esperar nada, como decía Enrique Santos Discépolo. Pero cuando esa nada es demasiado profunda, cuando implica el riesgo de perder lo más preciado, socios y socias de los clubes dan un paso adelante. Y al momento de auditar, lo hacen a voz de cuello.

Afincados en el conurbano, Independiente y Los Andes habitan de todos modos mundos diferentes. La diversidad de nuestro ámbito no es distinta en el fútbol. El Rojo es uno de los grandes de la historia del fútbol argentino, un equipo de expansión nacional y gloria internacional. El Milrayitas, en tanto, vive en la realidad donde el ingenio es el principal antídoto para la necesidad, donde el desafío es hacer mucho con poco. Sin embargo, la situación que atraviesan se desarrolla en el mismo plano: una crisis de representatividad por mandatos presidenciales prorrogados, procesos electorales judicializados y denuncias públicas sobre barras bravas actuando como guardias pretorianas. Así, ambas gestiones son severamente cuestionadas por sus masas societarias.

En 2014 Hugo Moyano se convirtió en presidente de Independiente al obtener más del 70 por ciento de los votos. Hombre fuerte de la política argentina y patriarca de la organización gremial, asumió al frente de un club arrasado por las penurias económicas y futbolísticas. Las cuentas eran un pozo ciego y el equipo había conseguido apenas un mes antes emerger de su peor infierno, una temporada en la segunda categoría, de la cual escapó después de terminar tercero (con un desempate), en un torneo que otorgaba tres pasajes a primera división. Se subió a ese tren en movimiento, colgándose de la última puerta del último vagón.

Con rosca y muñeca, Moyano encarriló la situación. El camino de prosperidad tuvo su apogeo con el equipo de Ariel Holan que ganó la Copa Sudamericana en 2017. Ese fue el impulso decisivo para la reelección a fines de ese mismo año con un apoyo casi unánime: 89 por ciento de los sufragios. Pero a la subida siguió una bajada estrepitosa y descontrolada con deudas, malas compras de futbolistas y ventas apresuradas para cubrir agujeros financieros. El murmullo se multiplicó en estruendo cuando el oficialismo impugnó una de las listas que iban a participar de los comicios que, programados para diciembre de 2021, terminaron postergándose. El descalabro institucional se trasladó a la cancha: renuncias de entrenadores, alejamientos de futbolistas y un equipo a la deriva en las últimas posiciones de la tabla.
En clave de política nacional, Moyano alertó que los cimbronazos en Avellaneda respondían a un avance del macrismo, espacio que históricamente buscó imponer las sociedades anónimas deportivas por sobre las asociaciones civiles. El foco camionero tenía nombres propios, la lista que en noviembre de 2021 estaba encabezada por el periodista Fabián Doman tenía como uno de los vices a Néstor Grindetti, intendente de Lanús, y el armado de ese espacio había estado articulado por el diputado nacional Cristian Ritondo.
Días después de una noche de furia frente a la sede social cuando en su interior se trataba el presupuesto para el ejercicio 2022-2023, oficialismo y oposición acordaron la fecha para la realización de las elecciones, que serán el 2 de octubre.

Los Andes está ante el riesgo de derrumbarse, por primera vez en su historia, a la cuarta categoría del fútbol argentino. La penuria deportiva también tiene un hilo conductor hacia la situación institucional. Las elecciones que iban a realizarse el año pasado quedaron truncas por el señalamiento del oficialismo ante la Inspección General de Justicia por conformación de la lista opositora. El limbo de los meses siguientes terminó cuando Víctor Grosi, sindicalista del rubro de la construcción, fue reelecto en abril en un proceso cuestionado: sin la lista que pretendía presentarse como opositora y con la junta electoral del club de Lomas de Zamora dando por ganadora a la única lista presente, la de Grosi.
Hace pocos días, después de una nueva derrota, 2 a 0 ante Colegiales, un grupo de personas manifestaban su descontento frente a uno de los ingresos del estadio Eduardo Gallardón. Fue el técnico Guillermo Szeszurak quien salió para intentar dar tranquilidad y en esa búsqueda quedó frente a un hincha que lloraba. En esas lágrimas se condensaba la pena colectiva.

Tras la caída ante el equipo de Munro, la Comisión Directiva de Los Andes emitió un comunicado que en su primer párrafo denunciaba un intento de desestabilización: “Frente a la compleja situación que atraviesa el Fútbol Profesional en la actualidad comprendemos el enojo de los hinchas y, una vez más, reafirmamos nuestro compromiso y esfuerzo diario para revertir este momento. Pero, esto nada tiene que ver con el accionar de un sector, encabezado por ex dirigentes, que iniciaron una campaña para desestabilizar a nuestra institución con claros fines políticos-partidarios, ajenos a la vida interna del Club”. La respuesta, al día siguiente, tuvo tono de protesta y formato de marcha, fue en la Plaza Grigera bajo el lema “Los Andes es de las socias y los socios”.
La movilización tuvo una reacción con otro comunicado del oficialismo en el que la CD explicó que el club “se encuentra en un proceso de normalización de su personería jurídica”, a partir del incumplimiento de la presentación de la Memoria y Balance de varios ejercicios económicos, y que esta situación “impide celebrar un acto eleccionario en este momento”. De todas maneras, la actual dirigencia se comprometió a realizar una asamblea de socios en noviembre para fijar fecha de elecciones antes de fin de año.

Por estos días, Los Andes recuerda lo que es una fecha clave en su historia reciente. Hace una década, el 27 de julio de 2012, la sede social de la avenida Hipólito Yrigoyen dejaba de estar concesionada y pasaba a estar nuevamente en manos del club, algo que se había conseguido con marchas, reclamos y el accionar de los socios del club.

Foto: Twitter

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Los clubes de fútbol fueron históricamente un bastión democrático. Antes de promulgarse la  Ley 13.010, sancionada el 23 de septiembre de 1947, con la cual se instauraba el voto femenino, las mujeres ya tenían ese derecho en las instituciones deportivas. Incluso con la sangre derramada y la democracia tabicada durante las dictaduras, en los clubes las urnas continuaron siendo la herramienta para la organización interna.

Independiente ve como su gloria queda cada vez más lejos, con recuerdos que ya amenazan con saltarse una generación. Los Andes sufre el retroceso de la movilidad ascendente que disfrutó, la que lo llevó al fútbol de primera división. Socios y socias que dan el sustento indispensable e incondicional a los clubes marchan y sostienen, gritan y acompañan, sufren y saltan. Inclaudicables. En las buenas, y en las malas mucho más.


*Patricio Insua es Licenciado en Periodismo y docente de la Universidad Nacional de Lomas de Zamora. Actualmente, trabaja en el canal de noticias IP y en DeporTV. Es autor del libro “Aunque ganes o pierdas”, donde repasa la historia de diez partidos inolvidables de Argentina en los Mundiales.