“Cuando era chico me atropelló un auto: moretones, un mes en cama. No fue tan terrible, pero el relato oral de los vecinos fue narrando, cuadra por cuadra, un accidente cada vez peor. Perdía miembros a medida que pasaban las cuadras, el Peugeot 504 terminó siendo un colectivo. Y alguna vez yo me morí en ese relato. Ese día se marcó mi destino como escritor, a mí me tocaba esa historia”.

Juan Diego Incardona es un hombre conurbano. Nació y vivió gran parte de su vida en La Matanza, lugar que le valió miles de anécdotas que hoy leemos en sus obras. El autor de “Villa Celina”, “El campito” y “Las estrellas federales”, entre otros, dialogó con Cordón para zambullirnos en lo local, el peronismo, el rock de barrio y la explosión de las escrituras desde el Conurbano en los últimos años.

Muchas estrellas, muchos grillos, en la noche peronista

– “Los reyes magos peronistas” es tu primer cuento publicado, y que está anclado en Villa Celina. ¿Creés que la cultura del Conurbano es indisociable de la cultura peronista?

– El Conurbano no es homogéneo, pero predomina dentro de esa población tan densa la clase media trabajadora y popular, que históricamente tiene afinidad con el peronismo. Y en ese sentido, para escribir el mundo matancero que llevé a los libros, era inevitable que apareciera el peronismo como pasó con otros temas, como la religiosidad popular y el trabajo.  Son disparadores habituales de esos relatos. También el mundo del rock y del fútbol.

– El escenario en el que transcurre toda la saga de “Villa Celina” es el afuera, la vereda, la calle. Hay una reivindicación del espacio público.

– De todos los cuentos que escribí, hay un solo relato que ocurre dentro de la casa. Todos los demás transcurren en la vía pública, porque así recuerdo mi infancia y la adolescencia. En la calle con amigos, vecinos, la reunión, la fiesta.

Héroes y heroínas

En términos culturales, ¿podemos hablar de una reivindicación de lo local en la literatura?

– Sí. Pero hay distintas maneras de hacerlo. A mí no me alcanzaba simplemente con armar historias costumbristas o folclóricas. Esa voz propia está anclada a una zona, ya que es espacio y tiempo, y todo ese universo y geografía, los elementos que la componen, empezaron a generar en mi percepción como escritor, un universo. Al principio, contaba anécdotas, relatos. Yo no valoraba la potencia que podían tener esas historias, porque era algo natural. Pero a medida que veía la buena lectura que tenían, empecé a profundizar más. Y ahí el universo se construye con la experiencia y el lugar, con las lecturas.

– Por ejemplo, en “El campito” aparece una Matanza más fantástica, abandonás el carácter más realista de “Villa Celina”. ¿Cómo convivís con esa ruptura?

– Evolucionó de manera natural. En “Villa Celina” empezó a prefigurarse “El campito”, en un par de relatos que aparecen personajes extravagantes, basurales medios raros, ideas de la contaminación con mutaciones. En la batidora de mi cabeza, esas ideas empezaron a cobrar otro sentido. En “Las estrellas federales” la mutación tenía sentido, todos somos mutantes en el Conurbano: la clase trabajadora argentina que en cada crisis pierde el trabajo, muda de piel, adquiere nuevos poderes. Además, hay un lugar, un universo que mutó a toda velocidad en los ‘90 y tuvo un momento de transformación.

– Joseph Campbell en “El héroe de las mil caras” plantea que hay un patrón narrativo que está encarnado en esa figura y que, con diferentes características, se presenta en todo relato de ficción. ¿Aparece ese patrón en la literatura del Conurbano?

– Los héroes y heroínas aparecen en mis libros porque me gusta la épica. En “El campito” me decían que era un ‘Señor de los anillos peronista’. Ahí hay mucha distopía, con un país en crisis, que es el género de ciencia ficción que más ha prosperado en Argentina. Porque nosotros no pensamos en viajes espaciales, éste es un país que vive en crisis, entonces nosotros escribimos el mundo post apocalíptico, derrumbado.

En relación al peronismo, eso también funciona. El ‘55 había dejado reliquias, objetos enterrados, marcas que en La Matanza uno las puede percibir claramente. Que un barrio se llame Ciudad Evita y tenga la forma de la cabeza de Evita parece más literario que real. Entonces a partir de eso, fue simplemente exagerar un poco y armar.

– ¿Hay una mitología peronista en el Conurbano?

– Hay una mitología peronista más allá del Conurbano. Es un gran combustible para la literatura: hay historias secretas, dolorosas, desapariciones, mutilaciones. Pero también las grandes hazañas, las épicas, las marchas multitudinarias, las grandes batallas, los muertos. Es un movimiento que es político y cultural para el Conurbano. Por eso también aparece en mis libros junto a otros temas.

La épica de barrio

– Recién hablábamos de “Las estrellas federales”, y mencionaste que el primer indicio de destrucción son las fábricas cerradas. Y que se presentan mutaciones en el ambiente y en la gente. Más allá de lo fantástico, hay un mensaje político y social.

– Quería contar, tomar de protagonista al mundo del trabajo y las fábricas, que de pronto había llegado a un fin. Pero no era el final, era un momento de mutación. Funciona como una metáfora. A mí la política me interesa mucho, quizás a la hora de escribir trato de no bajar una línea tan explícita porque la literatura debe multiplicar los sentidos del texto, no aplanarlo, pero uno puede tejerlo, mezclarlo y dejar que eso genere distintas lecturas.

Más allá de tu libro “Rock Barrial”, hay mucha presencia del rock en tus textos: letras, fragmentos. ¿Cómo te llevas con esa mezcla?

– Amo la música y el rock nacional, fue algo muy importante en mi vida. Fue un fenómeno muy interesante y que viví en carne propia. Entonces es una historia que quería contar, pero porque nunca me gustó el tratamiento que se le había dado en los medios del rock, como algo negativo.

Para mí es una versión proletaria del rock que trae cosas muy interesantes, con la desocupación, las drogas, los códigos de los ‘90. Ahí se genera algo piola. Y en la literatura no había mucho.

Del Conurbano al mundo

– ¿Creés que con las obras y contribuciones de los ‘Incardona’ que aparecieron en los últimos años ya hay una identidad literaria del Conurbano?

– Sí, absolutamente. Pertenezco a una generación que escribió sobre Conurbano, y era algo que no estaba prácticamente literaturizado. Uno puede ver que en la literatura argentina, la periferia de Buenos Aires aparece en el siglo XIX con el matadero, y en literatura canónica aparecen movimientos narrativos en el Conurbano: la orilla, los arrabales. Pero siempre como fruto de un viaje y teñido del peligro: es el lugar peligroso para el imaginario de quien ejerce la pluma. Eso perdura hoy en el imaginario porteño, donde del otro lado de la autopista General Paz está el drama de la inseguridad que aparece en el noticiero. Que por supuesto ocurre, y es terrible, pero viven 13 millones de personas, donde pasan otras cosas. La literatura, humildemente, puede hechar luces sobre esos otros aspectos.

¿Qué significa escribir desde el Conurbano?

– Previamente a esta generación, se escribía sobre el Conurbano pero no había literatura desde el Conurbano. Hubo un espíritu de época, hubo un fenómeno social. Hubo una primera generación de estudiantes que desarrolló una sensibilidad sobre el Conurbano, fue la primera que pudo narrar con voz propia desde el ahí, y se dio con el kirchnerismo, no creo que sea una coincidencia.  Fue un momento donde aparecían sensibilidades en la juventud que generaron este tipo de obras.

– ¿Qué pasó con la gente de Celina cuando leyó la obra? ¿Cómo la recibieron?

– Re bien. Dicen que nadie es profeta en su tierra, pero a mí me pasó que fue muy valorado “Celina”, lo leen en las escuelas de allá, trabajan con los cuentos. Es mi mayor alegría.

Aparecen personajes con nombres reales, y cuando veía que podía ser publicado pensaba si alguien se ofendía, o si se pagaba comisión por el nombre. Pero pasó todo lo contrario: nadie se ofendía, y los que todavía no estaban me preguntaban cuando los iba a poner en un cuento. Es una idea de trascendencia. 

– En términos de tu producción literaria, ¿te costó irte del Conurbano profesionalmente?

– Costó mucho, aunque creo que no me fui. Hice una pausa. Con “Las estrellas federales” llegué a un final. Yo no quería empezar a repetirme, me interesa contar otras historias. Pero nunca me fui de ahí, la relación se mantiene.