El problema principal que se les aparece a quienes hablan, escriben o estudian el conurbano bonaerense es ontológico: ante la pregunta “¿qué es esto?” vamos a encontrar una serie de respuestas, diferentes entre sí.
En primer lugar, hay que descartar la idea de conurbano como algo homogéneo, indiferenciado y ajeno: sea por estigma o estética —por derecha o izquierda, esta idea se sostiene en una negatividad construida desde la Capital Federal. Dicho de otro modo, aquello que se extiende más allá de la General Paz y el Riachuelo se define por una sola condición performativa: basta con saber que es aquello que no es la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Esta otredad se completa con una esencia problemática: la de una tierra exótica que es algo así como un imperio de la pobreza, la violencia y el desorden.
Frente a esto, resulta más atinado imaginar una pluralidad de conurbanos. Para comenzar a hacerse una idea, se vuelve útil pensar en términos de corredores: la movilidad cotidiana de las personas cobra forma en los trazados del ferrocarril o en las vías de acceso como Pavón, Rivadavia o la Panamericana. Esta explicación —más que la de los cordones o las coronas— permite dar cuenta de las afinidades y pertenencias comunes, como la de Quilmes y Berazategui, Lomas y Brown o San Fernando y Tigre.
Si la realidad efectiva fuese tan sencilla como lo que aseguran los párrafos antecedentes esta nota sería un intrascendente posteo de redes sociales. Sin embargo, el asunto no es así y no está en manos de nadie: lo único cierto e irrebatible es que aproximadamente un cuarto de la población del país reside alrededor de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Este principio de realidad se enrarece cuando se analiza el modo en que el estado, en sus diferentes niveles, administra el territorio; o cuando la academia y la estadística lo aprehende y clasifica.
Rompecabezas superpuestos
Imaginemos que el conurbano es una tabla sobre la que se puede armar un rompecabezas. El problema, más real que imaginario, es que sobre esa tabla se posan más de un rompecabezas, todos de idénticas formas e imágenes pero con las piezas cortadas de distinto modo, como si se tratase de diferentes tijeras.
Algo así sucede con la administración del conurbano: allí operan una serie de puzzles que se superponen y no siempre encajan. El resultado de ese popurrí es una misma geografía parcelada en distintas regiones sanitarias, departamentos judiciales, regiones educativas o superintendencias de seguridad regionales. Si a eso le agregamos las intervenciones estatales nacionales, provinciales, locales y multinivel —entes mixtos, compuestos por los tres niveles y en muchos ámbitos con el agregado de la CABA, como el ACUMAR—, el resultado es más ensalada de fruta.
Lo más arbitrario se encuentra a la hora de votar: además de presidente, gobernador e intendente, los bonaerenses elegimos legisladores provinciales. Si bien su elección es tan importante como la de los senadores y diputados nacionales, el criterio con que se los elige no es discutido. Aquí tenemos otro rompecabezas, que quizás manifiesta de modo más acabado la artificialidad de la institucionalidad bonaerense: las secciones Primera y Tercera abarcan el conurbano y un poco más. Su límite, su Muro de Berlín imperceptible son las avenidas Don Bosco y Díaz Vélez: producto de esa división vecindades como Morón Sur, Haedo o Ciudadela eligen representaciones distintas a las de sus localidades contiguas, Villa Luzuriaga o Ramos Mejía.
El desacople con lo que pasa no se limita a lo estatal. El movimiento obrero organizado se rige con circunscripciones de la Argentina de Perón y la Iglesia organiza a su feligresía con un trazado que remite a 1880. Un ejemplo de lo primero es la CGT: su regional noroeste abarca partidos extintos como el viejo San Martín —el distrito homónimo más Tres de Febrero— o General Sarmiento —San Miguel, Malvinas Argentinas y José C. Paz—. Ejemplo de lo segundo es el Partido del Pilar, que quedó con parroquias balcanizadas: una parte de estas pertenecen al Obispado de San Miguel, mientras que la mayoría responden al Obispado de Zárate-Campana.
La frutilla del postre se termina de dimensionar cuando se piensa a Pilar con respecto al poder judicial bonaerense. El distrito forma parte del departamento judicial de San Isidro: aquel se compone de Tigre, San Fernando, San Isidro y Vicente López… Pilar no limita con ninguno de ellos, lo que lo vuelve un “exclave judicial”. Estamos ante un ejemplo de la exacerbación del rompecabezas bonaerense, hecha por sedimentación y añadidura. De modo improvisado, de raje.
El mapa y el territorio
El título de la novela de Michel Houellebecq sirve para aproximarse a la manera en que buena parte de la academia y la estadística piensan el conurbano. Ya hicimos la metáfora de los rompecabezas superpuestos. Ahora volvamos a la escuela: los de la generación X al secundario común, los millennials al polimodal y los centennials a la escuela que vino después. Imaginemos que estamos frente a un mapa físico de lo que en líneas generales se considera el conurbano bonaerense. Imaginemos luego que a ese mapa le intercalamos, en hojas de calcar, diferentes formas de agrupar o clasificar la geografía.
Cada hoja de calcar es un criterio de delimitación metropolitana: el Gran Buenos Aires tiene que ver con los veinticuatro municipios que conforman la mancha urbana; el Área Metropolitana Buenos Aires se define por la contigüidad física a la capital y abarca a una treintena de municipios funcionales a la metrópoli; finalmente la Región Metropolitana de Buenos Aires entiende a la CABA y cuarenta municipios: la definición es funcional y jurisdiccional, comprende casi veinte mil kilómetros cuadrados con una población de unos catorce millones de habitantes.
¿Cuál es la definición más apropiada? La proliferación de criterios —hay que sumar los de área metropolitana funcional y zona metropolitana— producen un efecto de interposición similar al de los rompecabezas superpuestos. Quien escribe no es ajeno a esa confusión: la metáfora de las hojas de calcar revela la falta de un criterio unívoco.
Pensar con términos propios
Puede concluirse que el conurbano —y por añadidura la Provincia de Buenos Aires— es un laberinto. Sin embargo, todo laberinto tiene una solución marechaliana, “por arriba”. En lugar de estigmas y estéticas, es más útil pensar desde donde se habita. En vez de rompecabezas y mapas, se propone pensar en términos positivos para los millones de habitantes del conurbano.
La cuestión del desarrollo es permanente y se vuelve necesaria en tiempos electorales: una Argentina cerca del crash, con cepo y fantasmas de default e hiperinflación no puede darse el lujo de evitar la discusión acerca del estatuto de la región con mayor peso electoral y, como escribió Fabián Rodríguez, “que expresa de manera más intensa las contradicciones y desigualdades que tenemos como sociedad”.
Tal vez se trata de pensar en términos metropolitanos. Eso es lo que proponen los investigadores de la Universidad Nacional de General Sarmiento Alejandro López Accotto, Carlos Martínez, Martín Mangas y Ricardo Paparás. Se trata de revertir “la acumulación de decisiones más o menos autónomas de las instancias político-jurídicas sin una articulación en torno a una concepción clara de lo metropolitano”. El gobierno vidalista prometió batallas contra un sistema al que apenas molestó. Se irá del sillón de Dardo Rocha como los otros: sin atacar las cuestiones de fondo. Sin siquiera visibilizarlas. He aquí un punto de partida urgente para la política bonaerense.
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