Dock Sud y La Mary, dos películas que ya son clásicos del cine nacional, evocan una tragedia que aún perdura en la memoria social: la caída al Riachuelo en 1930 de un tranvía repleto de trabajadorxs que vivían en el sur del conurbano. 

Por Germán Ferrari

El público de 1953 o de 1974 no tenía necesidad de que le dieran demasiados detalles sobre el hecho. Bastaba con el título de la película o unas pocas referencias. La historia había quedado grabada en el imaginario colectivo. La muerte de 56 trabajadorxs que vivían en la zona sur del Gran Buenos Aires y viajaban en un tranvía que se cayó en el Riachuelo perduraba en el recuerdo popular. El coche 75 de la línea 105 de la Compañía Tranvías Eléctricos del Sud, que cubría el recorrido entre Lanús y Plaza Constitución, se precipitó alrededor de las 6:10 del sábado 12 de julio de 1930. El Puente Bosch –que une Avellaneda con Barracas– había sido levantado segundos antes para que pudiera pasar una embarcación.

 De lxs 63 pasajerxs, sólo 7 eran mujeres. Había argentinxs, españolxs e italianxs –en proporciones similares–, un portugués y un húngaro. Vivían en Remedios de Escalada, Lanús, Gerli, Piñeyro y Avellaneda. Los sobrevivientes fueron 7: 3 se habían salvado por viajar en la plataforma del vehículo. Al funeral, celebrado en la Catedral de Avellaneda, asistieron el presidente Hipólito Yrigoyen y el intendente de ese municipio, Alberto Barceló.

A partir de esa tragedia, Sixto Pondal Ríos y Carlos Olivari escribieron el libro cinematográfico de Dock Sud para el director Tulio Demicheli. El film, atravesado por el auge del neorrealismo italiano, se estrenó en 1953. Dos décadas más tarde, en 1974, el director Daniel Tinayre recogió esa historia contenida en la novela La Mary, de Emilio Perina, para comenzar la película protagonizada por Susana Giménez y Carlos Monzón.

 

Del destino nadie huye
El padre de La Mary, Evaristo (Ubaldo Martínez), se salva de tomar el “tranvía obrero” gracias a la pequeña (Gabriela Toscano), que había levantado fiebre y estaba descompuesta por comer fruta verde. Ese episodio lo hace regresar a su modesta casa (varias de las locaciones son en Isla Maciel).

“Gracias por ver más allá”, reza la medalla que un compañero de Evaristo también salvado de la tragedia le había regalado a la nena.

La tapa del diario Crítica informa en letra catástrofe: “Trágico accidente en el Riachuelo”. El canillita vocea: “¡Diarios! Heridos y muertos. ¡Diarios!”, “La 5ta. se agota”. Y luego otra tapa más: “47 hombres y 5 mujeres muertos”, “Un tranvía cayó al río hoy repleto de pasajeros”, “Sólo cuatro pasajeros se salvaron milagrosamente”.

(Nota al pie 1: el poeta y periodista de Crítica Raúl González Tuñón cubrió la tragedia. Uno de sus textos más recordados, “El último sándwich”, se detiene en un adolescente de 14 años muerto en el accidente. En uno de los bolsillos de su saco llevaba un sándwich de milanesa. En los poemas “Cosas que ocurrieron el 17 de octubre” y “El Puchero Misterioso” también evoca el hecho. El escritor Bernardo Kordon recuerda los sucesos en el cuento “La desconocida”: el padre de la protagonista había muerto en aquel accidente y llevaba como almuerzo un sándwich de milanesa.) 

El tiempo pasa y La Mary se convierte en una joven (Giménez). Una noche, después de ir al cine, regresa a su casa en el colectivo 8 –“Constitución-Puente de Gerli”–. Durante el viaje le llama la atención un hombre, “El Cholo” (Monzón). Amor a primera vista.

Tener y no tener
No hacían falta más menciones al conurbano: quedaba claro que el conventillo en el que vivían varios de los obreros de “el frigorífico” estaba ubicado en un suburbio portuario. Sin embargo, en los títulos de Dock Sud había otros indicios: “Agradecemos la gentil colaboración de S.A. Frigorífico Anglo, Compañía Sansinena Frigorífico ‘La Negra’, Transportes de Buenos Aires, Dirección General de Material del Ejército”. Las referencias a los frigoríficos remitían a Avellaneda. El primero quedaba en Dock Sud; el segundo, sobre la Avenida Pavón, a pocos metros de la estación del ferrocarril. En el predio que antes ocupaba “La Negra”, se instaló el Shopping Sur –primer hiper centro comercial del país– y luego un Carrefour. El arco de entrada del frigorífico permanece como testigo de la historia. 

Detrás de los títulos y los créditos –todos al comienzo de la película, como era costumbre–, aparecen las inconfundibles imágenes panorámicas de ambos lados del Riachuelo. Poco antes se alerta al espectador: “Esta historia está inspirada en un hecho real ocurrido en el Riachuelo el 12 de julio de 1930”.  

Las escenas de interiores del conventillo y las casas se filmaron en los Estudios Baires, ubicados en Don Torcuato. Otras se rodaron en escenarios de la ribera (puente, acto en memoria de los fallecidos).

“Si estás disconforme, mudate a la Isla de Capri”, le grita  el criollo Don Leandro (Mario Fortuna) a otro de los habitantes del conventillo, nacido en Italia, que se quejaba por los ruidos de sus vecinos (la caracterización de los inmigrantes a través de estereotipos se escapa al análisis de esta nota).

Del Riachuelo para acá, se extiende una zona difusa. Del Riachuelo para allá, todo es más preciso. “Yo he cosido para lo mejor de Barracas y he hecho cosas más difíciles que ésta”, dice Doña Jacinta (Ana Lassalle), esposa de Don Leandro (para él, “La Gallega”). 

Don Leandro se salva de la tragedia porque había pedido el día en el trabajo (una licencia del guión: el frigorífico está instalado del lado de Capital) para festejar el compromiso de uno de sus hijos, Felipe, que había zafado de seguir los pasos laborales de su padre (ya era segundo capataz de la cámara frigorífica, un “pingüino”) a cambio de continuar con los estudios. 

Varios inquilinos se van apurados de la fiesta para tomar el tranvía. Recién está amaneciendo. La fiesta continúa… y suenan las sirenas que anuncian una tragedia. “Cayó un tranvía al Riachuelo. Iba repleto de pasajeros”, publica La Razón, en su edición 5ta.

(Nota al pie 2: junto con Don Leandro se salva Don Tinto, otro obrero del frigorífico, que había decidido no ir a trabajar ese día. El actor que interpreta a ese hombre propenso a emborracharse es el mismo que hace del padre de La Mary. ¡Ubaldo Martínez se salvó dos veces del mismo infortunio!)

Después del accidente, un periodista de una revista se acerca al conventillo porque quiere hacer una nota sobre “la familia más feliz del mundo”, pero Don Leandro rechaza el ofrecimiento inoportuno. 

Para algunxs, la tristeza por la muerte de los obreros se transforma en un alivio inesperado: los fondos de una colecta pública para asistir a lxs familiares de las víctimas son destinados a la compra de casas nuevas, en una zona no identificada pero distante del conventillo. “La pucha, Vieja, cómo cambia la plata a la gente”, le dice Don Leandro a Doña Jacinta. Una reflexión similar le lanza ella a una antigua vecina beneficiada con el cambio de vivienda: “La plata se le ha subido a la cabeza”. Y de inmediato generaliza con una calificación que hoy haría intervenir a la Policía de la Cancelación: “piojos resucitados”.

Y para sumar más tensión al drama (no voy a espoilear el final), Martín, el hijo mayor de los protagonistas, abandona el frigorífico para dedicarse al boxeo. Un día, mientras entrena en el gimnasio (en un cartel se alcanza a ver “Barracas Central”), le grita a su padre: “Quiero irme de este infierno”. El conurbano como castigo eterno.

 

 


Germán Ferrari es profesor de Periodismo Gráfico y Taller de Periodismo Gráfico en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Nacional de Lomas de Zamora (UNLZ). Edita el Suplemento Universidad del diario Página/12. Sus últimos libros son Osvaldo Bayer. El rebelde esperanzado (2018),  Pablo Rojas Paz va a la cancha. Las crónicas futbolísticas de «El Negro de la Tribuna» (2020) y Raúl González Tuñón periodista (en prensa).