Entrevista a Javier Auyero

Javier Auyero es profesor en el departamento de sociología de la Universidad de Texas en Austin. Sus áreas de investigación, escritura y enseñanza son la marginalidad urbana y los métodos etnográficos.

Autor de La Política de los Pobres (Manantial); Vidas Beligerantes (UNQUI); La Zona Gris (Siglo XXI); y Pacientes del Estado (Eudeba). Junto a Débora Swistun, escribió Inflamable: Un estudio del sufrimiento ambiental (Paidos) y con María Fernanda Berti publicaron La Violencia en los Márgenes (Katz).

Fernanda Berti: ¿Cómo describirías el tiempo que llevás haciendo sociología y trabajo etnográfico? (ya más de dos décadas)

Javier Auyero: Lo que he intentado (uno nunca sabe con qué grado de éxito) durante todo este tiempo -antes, durante y después del trabajo de campo en distintos lugares de Argentina y de los Estados Unidos- podría resumirse de la siguiente manera: hacer preguntas interesantes y teóricamente motivadas sobre las maneras en que la desigualdad y la marginación son vividas y experimentadas. Ya sea en contextos urbanos, en universos sociales específicos o, como diría el sociólogo en mí, construir hipótesis de trabajo para entender y explicar ciertos aspectos de las difíciles vidas de los más desposeídos. Hipótesis, no en tanto variables, sino más bien en tanto enigmas a resolver, rompecabezas a descifrar.

FB: ¿Y cuáles dirías que fueron y son esas preguntas?

JA: Si tuviera que sintetizar y simplificar esas preguntas-hipótesis en orden más o menos cronológico, diría que tomaron la forma (ahora que lo pienso, no muy consiente en su momento) de preguntas que comenzaban con “¿Y si no fuese así?” ¿Y si las redes clientelares que vinculan a los pobres urbanos con las elites políticas –redes que reproducen la desigualdad política– no funcionan ni son, en sentido estricto, como los cientistas políticos tienden a describirlas, con su persistente énfasis en control, en intercambios, en elecciones racionales, en incentivos? ¿Y si la violencia colectiva que aparece como insurgencia popular, que desde fuera parece ser una respuesta y un desafío espontáneo a estructuras de dominación, está en realidad profundamente imbricada con esas estructuras de maneras en que no hemos tematizado ni estudiado? ¿Y si los pobres que viven en comunidades contaminadas como Villa Inflamable, La Oroya en Perú, 50 casas en Esmeraldas en Ecuador, Flint y Ranger en los EEUU, experimentan el asalto tóxico no de la manera más bien monolítica en la que muchas veces se lo representa, sino de manera más incierta y confusa? Esa pregunta, dicho sea de paso, me llevó a indagar en lo que di en llamar “sufrimiento ambiental” como una dimensión ausente en el estudio de la producción de la desigualdad duradera. ¿Y si las filas de espera en oficinas del estado, filas o “colas” que los pobres tienen que soportar a diario –un tiempo de espera en el que nada aparentemente sucede, donde no hay nada que observar– no son sólo tiempo muerto sino que, parafraseando a Foucault, tienen un “efecto productivo”? ¿No será que esas filas, esos tiempos de espera, están produciendo a diario un tipo de sujeto político? ¿Y si la violencia en los márgenes urbanos no es sólo expresión de retribución, del ojo por ojo, diente por diente, sino que tiene una forma más parecida a una cadena, a una concatenación de eventos que nos lleva a cuestionar divisiones muy establecidas entre violencia pública y privada?

FB: ¿Cómo definirías entonces tu agenda de trabajo? ¿Qué procuras con ella?

JA: Diría que he intentado construir, paulatinamente, una sociología política de la marginalidad urbana. Una sociología, basada en el trabajo etnográfico que intenta intervenir en debates públicos haciendo, básicamente, tres cosas: en primer lugar, visibilizar las experiencias de los subordinados, experiencias que estos muchas veces no pueden hacer visibles precisamente por su situación de dominación. En realidad, en buena parte de mi trabajo, la reconstrucción de la experiencia, del punto de vista, o más propiamente dicho, de los esquemas de percepción y acción de los marginados –reconstrucción que demanda lo que Mario Small recientemente denominó “empatía cognitiva”- ha sido la preocupación fundamental en todos los proyectos etnográficos en los que me embarqué. En segundo lugar, procuro contrarrestar los estereotipos y las representaciones perniciosas de los pobres urbanos – sus políticas, sus culturas. Confieso aquí una suerte de mezcla entre modestia e impotencia – uno sigue intentando este combate a pesar de que la realidad del sentido común dominante se empecine en desmentirte. Por poner un ejemplo, escribí La política de los Pobres en buena medida para contrarrestar el uso del término clientelismo como acusación y como estigma a los llamados clientes. Puede que el libro haya tenido algún impacto en conversaciones académicas, pero el estigma sigue vivito y coleando.

En tercer lugar, he intentado entender y explicar las formas de dominación simbólica y sus efectos en las subjetividades de los marginados.

Esto, para mí, aún sigue siendo una suerte de Santo Grial. Estoy aún intentando comprender los cómo y los porqués de la tolerancia de su propia marginación por parte de los más destituidos. Porque, dicho de manera muy cruda, la mayor parte del tiempo, estos toleran y cumplen con los dictados del orden social.

FB: ¿Cómo se diferencia tu trabajo etnográfico de otros tipos de trabajo sociológico?

JA: Yo creo que la sociología tiene un trabajo importante en, por ejemplo, establecer si la pobreza ha crecido o no en las ciudades o en los suburbios, si se ha desplazado más lejos de los centros, o si se ha concentrado más. Si la segregación por raza o clase ha aumentado o disminuido, si los riesgos ambientales están más o menos concentrados en donde residen los que menos tienen. Pero mi mayor preocupación no ha sido esta aritmética de la desposesión sino entender y explicar porqué quienes viven en lo más bajo de la estructura social y simbólica – la mayor parte del tiempo – no se rebelan ni se dedican a destrozar esta estructura. Para ponerlo nuevamente en términos de preguntas que aún me quitan el sueño: ¿Cómo y por qué algunos (no todos, por cierto) de quienes habitan en las zonas marginadas urbana actúan y normalizan ciertas maneras particularmente eficaces de dominación política? ¿Por qué toleran las largas, tediosas, inciertas y arbitrarias filas de espera cuando lidian con las burocracias estatales? ¿Por qué soportan condiciones ambientales miserables? ¿Por qué el cinismo frente a la política y al estado?