Fetichismo electoral y protestas sociales correctivas

Por Esteban Rodríguez Alzueta*
Foto: Javier Corbalan

 

Las protestas de los maestros y pueblos originarios en la provincia de Jujuy y la represión del gobierno de Morales, exige que repasemos algunos consensos sociales que se fueron elaborando en la historia reciente.

No hay democracia sin contrademocracia. Pierre Rosanvallon dijo alguna vez que tanto una como la otra son igualmente necesarias: Si la democracia es la expresión de la confianza que los ciudadanos guardan sobre los dirigentes, la contrademocracia, que llega con la protesta social, pero también con el ejercicio crítico de la prensa, las denuncias de las víctimas, etc. son una reserva de desconfianza. No perdamos de vista que, en sociedades como las nuestras, que venimos remando crisis de representación recurrentes y de larga duración, la ciudadanía tiene sobradas razones para estar en guardia y manifestar sus sospechas. La democracia no es un cheque en blanco que los ciudadanos entregan a los candidatos en el cuarto oscuro el día de las elecciones, siempre necesitará de suplementos o correctivos para adecuar o precisar mejor el trazo grueso que se votó aquél día.

En otras palabras: de la misma manera que no hay que acotar la democracia a los debates parlamentarios, tampoco se puede circunscribir las democracias a las elecciones periódicas, mucho menos cuando estas se demoran en el tiempo, se concentran casi siempre sobre los mismos candidatos, giran sobre los mismos problemas y los temas sobre los que se polemiza suelen abordarse en términos generales.

La democracia es un debate hecho con muchos debates que no empieza ni termina el día de las elecciones. Los debates parlamentarios son la síntesis de los debates que vamos ensayando todos los días cuando llegamos a la oficina, la mesa familiar, en la cola del banco o el bondi, la feria o el pasillo de la facultad. Aquella frase constitucional “el pueblo no delibera ni gobierna sino a través de sus representantes” es una bonita frase escrita en el siglo XIX para el siglo XIX, cuando las grandes mayorías estaban excluidas del juego de la política. Pero desde el momento que la política se masificó, primero con el sufragio universal, y después con el voto femenino, las discusiones que hacen a la democracia se amplificaron y volvieron cotidianas.

Para ponerlo con algunas preguntas: ¿Por qué son importantes y necesarios los suplementos correctivos electorales? Es decir, ¿por qué no debemos acotar la democracia al sufragio electoral? Para responder esta pregunta me gustaría volver sobre algunas tesis formuladas por Owen Fiss, en su libro Democracia y disenso. Las respuestas a semejantes preguntas son sencillas, pero tiene varias dimensiones que conviene precisar.

Comencemos diciendo que no hay que perder de vista que las protestas sociales o políticas de confrontación son necesarias para registrar las intensidades en la formación de la voluntad colectiva. Si el voto sirve para registrar la extensión de una adhesión, tiene dificultades para captar la intensidad con la que se lo hace. En otras palabras: cada persona vale un voto, pero no todas las personas están diciendo lo mismo cuando votan a un candidato o a su propuesta. Hay matices y diferencias, racionales y emotivas, que no son relevadas en las elecciones con cada voto. Pues bien, las protestas sirven precisamente para manifestar esos matices, para expresar las distintas intensidades.

En segundo lugar, la protesta social sirve para fijar la agenda de los representantes. Cuando votamos, estamos eligiendo un programa antes que un cronograma, no le estamos poniendo fecha a las acciones de estado. Durante las elecciones, las propuestas no llegaban con una fecha de inicio y otra fecha de vencimiento. En ese sentido, las políticas de confrontación pueden ser una gran herramienta para señalar los temas principales, por dónde se debería comenzar, cuál es el tema principal que debería abordarse o abordarse con mayor centralidad o protagonismo.

En tercer lugar, la protesta disruptiva puede ser la oportunidad o, mejor dicho, la posibilidad real, que tienen los ciudadanos en general, pero sobre todo los ciudadanos que están en una situación desventajosa –cualquiera sea ella–, para expresar sus puntos de vista sobre cuestiones en particular. Votar a un candidato implica votar un conjunto de medidas, un paquete de medidas económicas, sociales o institucionales que durante la celebración del voto hemos resignado. Los debates electorales suelen concentrarse sobre el trazo grueso, la letra chica, los pormenores que implica la implementación de cada propuesta lo dejamos para después.

Dicho de otra manera: puede que diez personas hayan votado al mismo candidato, pero esas diez personas lo hayan hecho por distintas razones. ¿Por dónde empezar? ¿Cuál es la propuesta más urgente? ¿Qué pasa cuando la actualización de la propuesta que le interesaba a uno implica la frustración o colisión con la propuesta que había llevado a otra persona a manifestar su misma intención de voto? ¿Cuándo se discute todo esto? Nos damos cuenta que los debates no terminan en el cuarto oscuro. El voto es el comienzo de una discusión que después deberá profundizarse, sea para manifestar matices, las prioridades y las intensidades.

Finalmente, la protesta social permite que los ciudadanos puedan poner de manifiesto una serie de problemas que no eran evidentes a la hora de celebrarse las elecciones. Está visto que entre una elección y la próxima pueden pasar muchas cosas que no estaban en el radar de los electores. O, peor aún, el gobierno que votamos puede protagonizar cambios abruptos o giros en las políticas públicas proyectadas, cambios que no se adecuan o guardan proporción alguna con las propuestas elegidas durante las elecciones, cambios que frustran las expectativas que se hicieron los votantes durante las elecciones. En ese sentido, la protesta social puede ser la manera de resistir los cambios, una forma de manifestar la disconformidad ante la ruptura de los contratos acordados en las últimas elecciones.

De modo que no deberían sobreestimarse las capacidades expresivas del sufragio electoral. Sobre todo, en sociedades como las nuestras, con una estructura social desigual, y donde la comunicación pública está organizada a través del mercado. Quiero decir, hay sectores o grupos sociales que, por las particulares circunstancias en las que se encuentra, no pueden esperar a la próxima elección para presentar su demanda. Encima cuando no tienen la oportunidad de acceder a un medio o los medios no toman su problema o tomándolo lo hace con una perspectiva diferente, la pregunta que se impone es la siguiente: ¿qué hacer? ¿Tienen que quedarse sentados con los brazos cruzados, es decir, tienen que aceptar con resignación la “suerte” que les tocó?

Argentina – Buenos Aires – 20-03-2023 – Retrato de Juliana Romina Gattas Salinas, cantante argentina

 

Aquí me parece que la Constitución Nacional ofrece otras herramientas, a saber: la protesta social. Una protesta que no solo hay que buscarla en el derecho a la huelga, el derecho de peticionar a las autoridades, o el derecho a la libertad de prensa o libertad de expresión. La protesta social es la argamasa de los derechos y garantías que la Constitución reconoce y protege. Porque los derechos y garantías no son regalos de navidad que encontramos en la noche del 25 de diciembre en el arbolito de navidad: son conquistas sociales. Lo dije arriba: hay que pensar la democracia con el siglo XX a cuestas, es decir, con los aportes de los movimientos de trabajadores, los movimientos de derechos humanos, movimientos estudiantiles, movimientos de mujeres, movimientos de pueblos originarios. No se puede acotar la democracia a la representación. La ciudadanía participa todos los días en la deliberación y lo hace no necesariamente a título individual sino a través de las experiencias colectivas de las que forma parte. Porque si es cierto, como dijo el poeta José Martí, que los derechos se tienen cuando se los ejerce, entonces, es mucho más cierto que la manera de hacer efectivos los derechos que se conquistaron será a través de la participación. La misma participación o activismo que fue necesario para conquistar los derechos y garantías es la movilización que después se necesita para hacerlos valer.

El sistema democrático puede volverse torpe y costarnos muy caro cuando torna discontinuo el diálogo, no solo entre representantes y representados, sino también entre los mismos representados. Porque conviene recordar también que cuando un grupo de personas está manifestándose en la calle con un piquete o una movilización no está solamente peticionando a las autoridades. Ya lo dijo alguna vez Georges Clemenceau, en una democracia, los problemas del otro son también mi problema. Si la otra persona está desocupada no es un problema de ella con el funcionario de turno. Es también mi problema. Por eso, cuando las personas están protestando no solo están peticionando a las autoridades sino interpelando al resto de los ciudadanos a una discusión que nos involucra a todos, les guste o no les guste, tengan o no tiempo.

En definitiva, pretender acotar la democracia a las piedras de papel, implica desautorizar todos los otros debates que necesitamos dar todos los días para debatir y decidir entre todos y todas cómo queremos vivir juntos.


 

*Docente e investigador de la Universidad Nacional de Quilmes. Profesor de sociología del delito en la Maestría en Criminología de la UNQ. Director del LESyC y la revista Cuestiones Criminales. Autor entre otros libros Vecinocracia: olfato social y linchamientos, Yuta: el verdugueo policial desde la perspectiva juvenil y Prudencialismo: el gobierno de la prevención.