En la estación de tren de Lomas de Zamora, Axel Rivarola improvisa melodías disonantes con una melódica celeste. En medio de la rutina frenética de la línea Roca, su figura desafía las lógicas del entretenimiento callejero y se convierte en un símbolo excéntrico del paisaje lomense.
Por Victoria Sinnott*
La tormenta arrasa con todo. El agua busca las calles que alguna vez fueron arroyos, las inunda con bronca de que ya no lo sean. Los relámpagos perfilan nubes como monstruos y, segundos más tarde, estallan truenos que hacen vibrar el piso. La estación de tren de Lomas de Zamora, que suele ser un hormiguero de gente, está casi vacía. Es domingo, es de noche y llueve a cántaros, ¿a quién se le ocurriría estar ahí? ¿haciendo qué?
El viento ulula de un extremo al otro del puente que atraviesa la estación. A lo lejos, los acordes de una melódica acompañan el caos.
La tormenta arrasa con todo, menos con Axel.
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La estación de Lomas es una de las más transitadas del Roca: cada día pasan por allí unas 50 mil personas rumbo a Constitución o a localidades del Conurbano Sur. En medio de ese flujo, los artistas callejeros forman parte del paisaje urbano. Axel Rivarola destaca porque no interpreta covers ni busca volverse viral: improvisa siempre, no toca canciones propias ni de terceros. Tampoco sabe tocar su instrumento ni le interesa aprender a hacerlo.
La silueta de Axel recorta el extremo oeste de la escalera de la estación de Lomas todas las noches desde 2014. Entre los miles de transeúntes que lo miran de soslayo, algunos tienen la costumbre de saludarlo o conversar con él. Parece un muchacho sociable. Hace meses, un pasajero le regaló un celular. No acostumbra llevarlo a la estación. En cambio, guarda en un bolsillo un cartelito con sus datos personales escritos a mano, plastificados con cinta transparente. No es por miedo a que le roben, sino que, dice, no tiene a nadie que le escriba.
– ¿Sabés? A veces me olvido de que soy un ser humano.
Axel se acuerda de todos. Especialmente de quienes a veces lo saludan, y a veces no. Era algo que solía entristecerlo profundamente. Ahora intenta tomárselo de otras maneras. Contó entre susurros que una joven, que lo acababa de saludar, dejaba de hacerlo cuando pasaba en compañía de su novio. “Le da vergüenza saludar a un loco”, exclamó entre risotadas.
Cuando usa su nariz roja y los niños gritan “¡mirá papi! ¡un payaso!”, deja de tocar y responde, “¡así es, mi amigo!”. Las noches en que omite usar la de payaso, deja ver una nariz igual de circular y colorada, pero más pequeña. Axel siempre va a trabajar con un look distinto. Lo único invariable es la mochila y su contenido. La mochila, que un día fue negra y conserva algunas tachas, guarda celosamente su herramienta de trabajo: una flauta melódica marca Suzuki de color celeste. Mientras conversa en la estación, coloca un pie en la funda de su instrumento, como protegiéndola, independientemente de que tenga dinero o no. El artista pide conversar en la Plaza Grigera para evitar el tumulto de su entorno.
Axel Rivarola camina a toda velocidad por la calle Manuel Castro. Llega tarde. Su pelo ondea frenético, como un matorral de cuervos esponjados. Saluda contento y agitado, pidiendo disculpas. Enseguida tiende un envoltorio con medio chocolatín dentro. Está partido con los dedos, no mordido. El paradero de la otra mitad es desconocido. Se tira en el pasto, sin mirar a su interlocutora a menos que busque complicidad. En el trabajo no es así. En cambio, ancla su mirada en la del otro con ganas, mientras toca su instrumento o se le acercan a conversar. Con los vendedores, que ubican sus puestos frente a él, no habla tanto. Solo trabó relación con Agustina, la chica de los sahumerios.
Agustina tira el paño en la estación de Lomas desde hace siete años. Sus tardes transcurren entre el aroma de los productos que vende y el barullo de los trenes que frenan y avanzan por debajo del puente. Conocía a Axel desde antes de trabajar allí. Se lo cruzaba en la peatonal a la salida de la secundaria, cuando todavía tocaba ahí, antes de la pandemia. En ese entonces, lo evitaba. “Me daba como un poco de…” cuenta y no le sale la palabra, no puede definir qué la hacía alejarse de él. Luego de un rato, sugiere que fue el hecho de que era un desconocido. Cuando empezó a trabajar como vendedora en la estación, él se le acercó, se presentaron formalmente y, a partir de ese momento, entablaron una buena relación.
-Para mí él es un ser muy especial. Porque va enseguida a lo profundo, no puede ser superficial. Eso a veces le duele, porque queda afuera de ciertas cosas. Como que lo inviten a salir, por ejemplo.
Axel y Agustina coinciden en que, tanto para trabajar en la calle como para soportar el transcurso de tantas horas en la estación, hay que tener un espíritu fuerte.
El artista identifica dos quiebres desde que comenzó a trabajar a la gorra. Económicamente, vivía relativamente bien hasta principios de 2018. A partir de ahí, siempre estuvo buscando otros trabajos en paralelo. Aunque el nivel de solidaridad del público se mantiene sin variaciones en comparación a otros años, remarca que el contexto actual está muy complicado. No atribuye la responsabilidad a ningún partido político. En cuanto a gobiernos, nunca confió en ninguno. Piensa que la ideología partidaria es tóxica y que sólo sirve para alimentar egos. Después de haber militado en varios lugares, llegó a la conclusión de que es un “anarquista intuitivo”, aunque no explica qué implica serlo.
Axel trabaja desde los 13 años. Su familia no se lo pidió, pero quiso empezar a ganar su plata para comprarse mangas, en una época en la que ser otaku era parecido a un pecado. Comenzó como ayudante de albañil, oficio que abandonó con mucha culpa porque le deformaba la columna. Fue sereno en una garita a la que se le salía la puerta y empleado de limpieza de un cine porno. Tuvo un programa de radio y publicó columnas sobre música en una revista online cuyo nombre ya no recuerda. Ahora se mantiene a base de bocinazos melódicos y changas ocasionales.
-Todos nos preguntamos qué carajo hace Axel. – Agustina sonríe mientras identifica un sahumerio por el olor y lo devuelve al montoncito del que se cayó – Porque nadie sabe, ¿viste? Él no busca saber tocar. Frente a eso, hay de todo. Mucha gente al no entenderlo ni siquiera se le acerca, otra lo quiere conocer.
Yasmín no necesitó entenderlo para apreciarlo. Recuerda las noches en las que salía sola de cursar, temerosa de que le pasara algo de vuelta a casa. Con el paso de los meses, la estación de Lomas se convirtió en una posta segura del recorrido. Sabía que, al llegar, ahí estaría Axel para saludarla. “Yo sentía que él era mi ángel guardián. Por más que no nos conocíamos mucho, me daba esa tranquilidad que te genera saber que la otra persona va a estar ahí”.
El tren Roca siempre fue refugio de artistas: desde cantantes que reversionan clásicos y raperos que improvisan hasta vendedores histriónicos. En ese universo, Axel es un distinto: no busca agradar ni entretener, su música no se parece a nada. Para algunos es una molestia, para otros un guardián, pero nadie puede negar su originalidad. Mientras otros van de estación en estación, él eligió Lomas como territorio fijo. Tras más de una década de trabajo, forjó una relación única con su público basada en la solidaridad y el apoyo mutuo.
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Su debut con la melódica fue fruto de un pico de desesperación. La idea se le ocurrió una noche, desparramado en un banco de la plaza Grigera. Compró el instrumento en un negocio que ya no existe y lanzó sus primeros bocinazos, riéndose del contraste entre lo juguetón del sonido y lo dramático de su situación. El chiste le duró once años. Noche tras noche, cada día de cada semana, se mantiene plantado inflexible en el puente de la estación de Lomas de Zamora, como un bastión del absurdo conurbano. Aunque nadie entienda lo que hace, ni el porqué de su constancia. Aguanta los diluvios un poco para ganarse el mango, otro poco por desesperación, otro poco porque siempre admiró a los quijotes que saltan al arte sin red. Y, especialmente, porque cree que el absurdo evidencia la realidad en su absoluta desnudez. Le gusta la idea de un mundo sin máscaras.
*Locutora nacional y estudiante del Profesorado en Comunicación Social de la Universidad Nacional de Lomas de Zamora.
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