Hace 40 años, el “pueblo” –así se decía entonces– se volcó a una participación política que se convirtió en histórica, esperanzado en recuperar la democracia arrebatada en 1976. La palabra “afiliación” –hoy hablaríamos de “militancia”– convocaba a todas las edades y el discurso antipolítico causaba un rechazo generalizado. 

Por Germán Ferrari*

 

 

A pocos meses del retorno a la democracia en 1983, el Canal 13 puso en el aire Mi chanta favorito. Los veinteañeros enamorados Ricardo Darín –interpretaba al hijo de un matrimonio peronista– y María del Carmen Valenzuela –hija de antiperonistas– reeditaban el clásico Romeo y Julieta en versión criolla. La pareja no había mamado las convicciones de sus padres: eran parte de una juventud despolitizada, algo extraño en un año exultante de participación ciudadana por el fin de la dictadura.

El autor de la comedia, Hugo Moser, fue un creador de éxitos populares –La familia Falcón, Matrimonios… y algo más, entre otros– que tenía la “inveterada costumbre de ‘bajar línea’ poniendo su ideología en boca de los personajes”, según analiza Jorge Nielsen en La magia de la televisión argentina 4. En la revista Humor, el periodista Hugo Paredero es más duro: “Es imposible, cuando no desgraciado, probar a decir ‘¿Cómo será la democracia?’ con cara de ‘¿Se nublará mañana?’; como es ciclópea la tarea de anunciar que ‘Sólo es comunista el que perdió la esperanza de ser capitalista’ a un amigo que deberá oír haciéndose el alumno. No se aguanta. Hablar en periódico pretextando hilar ‘una historia de actualidad’ trae males mayores que el de un ‘notiteatro’”.   

Aquellos jóvenes despolitizados de Mi chanta favorito no encajaban con los miles de estudiantes que militaban en las universidades controladas ni con quienes se habían acercado a los locales de los partidos políticos con la esperanza de terminar con el régimen cívico-militar y recuperar la democracia perdida. Todos confluirían en el Movimiento de Juventudes Políticas (MOJUPO). Seguramente muchos habrán tarareado “Che pibe, vení votá” (sí, con una sola coma), de Raúl Porchetto, con su crítica a la utilización de la juventud por parte de la dictadura, y otros se habrán sentido identificados con el actor Pablo Codevilla cuando se sentaba a la mesa de los “viejos” de Polémica en el bar como representante de la nueva generación que votaría por primera vez ese año, calculada en alrededor de 5 millones de muchachas y muchachos. 

Dentro de ese segmento estaba incluida la gran mayoría de los 30 mil detenidos-desaparecidos (en los padrones definitivos iban a figurar sus nombres).

 

Llenar la ficha

Para llegar a las elecciones del 30 de octubre, la sociedad argentina tuvo que atravesar varias incertidumbres y zozobras, en medio de un estado de sitio que regía desde el gobierno de Isabel Perón. La dictadura había prometido abandonar el poder, pero esa retirada fue compleja. Los partidos políticos debían reorganizarse después de siete años de prohibiciones impuestas por el régimen cívico-militar. Y una de las condiciones para reactivar la vida interna era actualizar los padrones de afiliados. 

Las campañas de afiliación se extendieron por todo el país entre enero y marzo, plazo fijado por la Comisión de Asesoramiento Legislativo (CAL), una ficción de cuerpo parlamentario creada tras el golpe de 1976. Para garantizar que la promesa de salida democrática se convertiría en realidad, el dictador Reynaldo Bignone se reunió con los representantes de la mayoría de los partidos, como instancia previa al anuncio del calendario electoral.

El gobierno de facto mandó a construir 30 mil urnas de madera para usar en los comicios y llamó a “fomentar la participación activa del ciudadano en la política” mediante anuncios en radio y TV. Desde Argentina Televisora Color (ATC, hoy Televisión Pública), el locutor-humorista Norbert Degoas instaba en el programa Semanario insólito: “¡Afíliate, afíliate!”. 

Publicada en el libro Cómo se hace un presidente, de Alberto Borrini

Publicada en el libro Cómo se hace un presidente, de Alberto Borrini

 

El espíritu participativo de la sociedad no necesitó de empujones oficiales. Una vez finalizado el plazo dispuesto por la dictadura, el 31,4 por ciento del padrón electoral se había afiliado a un partido. Eran 5.610.520 argentinos y argentinas que desafiaban la prédica en contra de la militancia lanzada durante más de siete años (y desde antes también) y se habían acercado a los locales partidarios o a la infinidad de mesitas que las agrupaciones desplegaron en las calles en busca de adhesiones.

Casi un tercio de la población empadronada había optado por la participación directa, una cantidad abrumadora que no iba a ser empañada si el porcentaje bajaba un poco ante la posible comprobación de dobles afiliaciones o irregularidades en las fichas.

Los conteos finales arrojaron que el justicialismo había reunido 3.005.355 afiliados. “Las fantasías políticas terminan cuando empieza la realidad del peronismo. Somos el partido más grande de occidente”, se ufanaba el PJ en una publicidad de campaña.

Por su parte, el radicalismo había conseguido 1.410.123 lealtades. “Afíliese a la esperanza”, instaba el Movimiento de Renovación y Cambio, que impulsaba la candidatura de Raúl Alfonsín. Y argumentaba: “Para participar, proponer, avalar, determinar. Para tener la posibilidad de elegir. Y de ser elegido. Si usted no interviene, otros lo harán por usted”.

Mediante una solicitada aparecida en los diarios, los seguidores de Alfonsín explicaban a los porteños los pasos a seguir para afiliarse: 

“Es muy sencillo. Simplemente diríjase en horario de 19 a 22 a alguno de los Comités de la Unión Cívica Radical correspondientes a la circunscripción de su domicilio.

“Solo necesita llevar su Libreta de Enrolamiento, Libreta Cívica o Documento Nacional de Identidad.

“Allí llenará el juego de fichas que le será entregado en forma gratuita, quedándose con una copia de ese ejemplar sellado y firmado, el cual le permitirá votar en la elección de autoridades partidarias.

“En el mismo comité le informarán acerca del campo de acción que usted tiene como afiliado. Procure integrarse a algún grupo de trabajo. Promueva la afiliación entre sus amigos y familiares”.

Fernando de la Rúa, el principal contrincante interno de Alfonsín, tenía un jingle que se escuchaba por las radios:

“Afíliese al Partido Radical

“camine con nosotros la esperanza

“ponga en De la Rúa su confianza

“en De la Rúa y en la Línea Nacional.”

De acuerdo con los números oficiales, el Movimiento de Integración y Desarrollo (MID) había alcanzado 143.759 afiliaciones y el Partido Intransigente 81.014. Los seguidores de Oscar Alende, exgobernador de la provincia de Buenos Aires, planteaban: “Hay un lugar de trabajo que debemos ocupar. Trabajemos juntos por una patria liberada en el Partido Intransigente. La alternativa nacional, popular y revolucionaria. ¡Afiliate ya!”.

Muy atrás habían quedado los liberales-conservadores de la Unión del Centro Democrático (UCD) con 639 afiliaciones. “Haga el Centro con Alsogaray. Afíliese ya”, decían los carteles del partido de derecha fundado por don Álvaro. La secretaria de Centros Cívicos, Adelina Dalesio de Viola, a quien una revista bautizó como “la Evita de Alsogaray”, explicaba el porqué de ese exiguo caudal: “Es una cifra que no refleja la realidad. Simplemente el partido decidió entregar todas las fichas juntas una vez que estuvieran todos los distritos formados. Tucumán se adelantó y entregó algunas fichas, son esas 600 que mencionan los diarios. Si fuéramos tan pocos, ya no estaríamos en carrera”. Una década más tarde, Dalesio de Viola soñó con ser Evita: se sumó al gobierno de Carlos Menem y tuvo un rol protagónico en la política neoliberal del período.

Publicada en la revista Línea

Publicada en la revista Línea

 

Póngale la firma

Los diarios y las revistas hacían notas sobre los famosos y las famosas que habían decidido afiliarse, aunque también incluían a quienes aún estaban en la duda.

El peronismo, que había sido desalojado del poder por las Fuerzas Armadas en 1976, tenía como afiliados a muchas caras conocidas por su militancia anterior, pero también a otras más recientes: las actrices Irma Roy y Chunchuna Villafañe (viajó en el chárter para buscar a Perón en 1972); la cantante Marián Farías Gómez; el goleador histórico de San Lorenzo José Sanfilippo (también estuvo en el chárter); el médico Alberto Cormillot; el jugador de Huracán Claudio Morresi (su hermano fue detenido-desaparecido en 1976 y sus restos pudieron ser recuperados 13 años después); el presidente de Independiente, Pedro Iso; el exmaratonista Osvaldo Suárez; la exatleta Alicia Kaufmanas; el exbasquetbolista Raúl Calvo y el exboxeador Hugo Alfredo Luero.

La figura de Alfonsín había concitado el interés de la mayoría de los que se acercaban al radicalismo: el escritor Mario Pacho O’Donnell, el actor Luis Brandoni, los cineastas Manuel Antín y Sergio Renán, la periodista y guionista Aída Bortnik, el dramaturgo Carlos Gorostiza, el exrugbier Rodolfo O’Reilly y los presidentes de Boca Juniors, Martín Benito Noel, y de Platense, Alfredo Ginanni. Por su parte, el excorredor de Turismo Carretera Carlos Alberto Pairetti elegía a De la Rúa y la actriz Zulma Faiad a Luis León.

El Partido Intransigente sumaba a un militar perseguido por la dictadura, Juan Jaime Cesio, y hacía dudar a la vedette Moria Casán, que una década atrás había votado a Alende y por entonces estaba en pareja con el humorista Mario Castiglione, un seguidor y amigo de Alfonsín.

El preparador físico de la selección argentina campeona del mundo en 1978, Ricardo Pizzarotti, se había afiliado al desarrollismo y sería candidato a concejal en el partido bonaerense de San Fernando.

Un integrante de dos dictaduras, el excanciller Nicanor Costa Méndez, optaba por el Partido Federalista de Centro, una agrupación considerada como “cría del Proceso”. En esa misma línea estaba el Movimiento Federalista Pampeano, que integraba la Fuerza Federalista Popular (FUFEPO), elegida por el polista Alberto Pedro Heguy, quien años más tarde diría que el dictador Jorge Rafael Videla era un “Cristo pagano”.

Publicada en la revista Humor

Publicada en la revista Humor

 

El boom y la polarización

Una vez conocidas las cifras de las afiliaciones, el sociólogo Heriberto Muraro publicó el artículo “El boom de la participación política” en el que destacaba el fenómeno producido en la sociedad. Citaba un estudio realizado durante el verano que mostraba que 7 de cada 10 habitantes del área metropolitana decían haber participado durante los tres meses anteriores en actos políticos o gremiales, mientras que 2 de cada 10 no descartaban afiliarse a un partido o ya lo habían hecho.

Muraro subrayaba también el “elevado rating” de los programas políticos radiales y televisivos y la difusión de revistas de actualidad o vinculadas a distintas tendencias. Y reflexionaba: “Es posible que el aumento de la participación política preanuncie –a pesar de todas las dificultades– el nacimiento de un movimiento por la democracia capaz de imponerse a los grupos facciosos. Pero también, si la lucha política derivara en una polarización en torno al “peronismo–antiperonismo”, o cualquier otro par de categorías similares, se corre el riesgo de que la movilización conduzca a una lucha entre los sectores medios y los trabajadores por descargar en el otro el peso de la crisis y a una nueva fracturación de la ya tan castigada sociedad argentina”.

A cuarenta años de ese análisis, cualquier semejanza con la actualidad es puro capricho de la historia nacional.

 


Germán Ferrari es profesor de Periodismo Gráfico y Taller de Periodismo Gráfico en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Nacional de Lomas de Zamora (UNLZ). Edita el Suplemento Universidad del diario Página/12. Sus últimos libros son Osvaldo Bayer. El rebelde esperanzado (2018),  Pablo Rojas Paz va a la cancha. Las crónicas futbolísticas de «El Negro de la Tribuna» (2020) y Raúl González Tuñón periodista (en prensa).