Por Pablo Alabarces*

 

No hay muchas dudas: después de ganar un campeonato del mundo, lo más interesante es la lista de la felicidad. A pocos les interesará mi lista personalísima de cosas que me desagradaron, me molestaron, me hastiaron y hasta me preocuparon en este mes inolvidable. La voy a hacer igual, y voy a comenzar con ella; luego, regreso a la alegría. Antes volví a leer mis cuatro notas, de agosto a noviembre, para ver cuánto la había pegado o cuánto la había pifiado. No me puedo quejar: el saldo me da mucho mejor que a tipos como el Pollo Vignolo o Martín Liberman, o al mismísimo Nik, para poner sólo algunos ejemplos de tipos que pedían la cabeza de Messi desde 2010 –y la de Scaloni, desde 2019. Háganse cargo, muchachos: el triunfo no es de ustedes, sino que nos pertenece, en mayor medida, a los que llevamos más de una década apostando por el petiso de Rosario.

(Berlin: Suhrkamp Verlag, 2010)

La lista del No:

  • Ya que estamos: los amores tardíos por Messi. Para ser francos, al pobre lo indultaron recién en el 2021, cuando ganó la Copa en el Maracaná. Antes de eso, los futboleros cabeza de termo, muy especialmente los mayores de treinta años, varones y porteños –es decir, los maradonianos fundamentalistas, rama sunnita, pero también los chiítas– le facturaban el gol contra Inglaterra, el tobillo de Italia y hasta el “que la chupen” de 2009. De “pecho frío” a “no sabe cantar el himno”, pasando por “juega por la guita en Barcelona pero no tiene huevos en Argentina”, al pobre Messi le reprocharon todas y cada una de las derrotas. Pocos reivindicamos que todo lo bueno que hizo la selección entre 2006 y 2020 fue gracias a él, y que lo malo fue a pesar de él. Gloria y honor al messismo ortodoxo de la primera hora: juicio y castigo a los panqueques de las últimas horas del 10 de julio de 2021 –y que amagaron regresar después de Arabia.
  • Ya que estamos: qué mal jugaron con Arabia. Y, sin embargo, perder el invicto liberó al equipo del trauma infantil, así que la derrota terminó siendo bienvenida.
  • El periodismo deportivo mainstream, que volvió a demostrar que está organizado por el cholulismo y el narcisismo, formateado por la ignorancia y el semi-analfabetismo, y pautado por la búsqueda del sponsor. En la lista: los interminables paneles de seis gordos hablando de fútbol. Y con brillo propio: el sensiblerismo pavote de Pablo Giralt, que se filma a sí mismo cuando llora relatando y luego lo sube a las redes –premio Viejo Canal Siete al pavote autorreferente.
  • El sentimentalismo excesivo. La felicidad me hace llorar lo suficiente para además tener que tolerar los sensiblerismos de las periodistas que le dicen a Messi cuánto lo aman todos los argentinos o las búsquedas incansables de escenas de llanto entre los jugadores, el público o la hinchada bangalesí –sí, así se dice. El llanto, hasta cuando es en público, merece más respeto. Entiendo el peso del melodrama en las retóricas de la cultura popular latinoamericana, pero me sigue dando cosa.
  • La presencia de Thiago Almada, un jugador descomunal y de mi Vélez natal, pero con un procesamiento por abuso sexual. Por salame, pero procesado. No debió haber ido.
  • El documental de Netflix “Sean eternos”, un prodigio de vacuidad y tontería narcisista que me hizo odiar a cada uno de los jugadores una semana antes del comienzo del Mundial. La culpa es mía por haberlo visto antes.
  • Las publicidades sobre las coincidencias y el lema “elijo creer”. Lo dije poco antes de la final: teníamos que disfrutar más del sabor de lo irrepetible. Deberíamos cancelar esa obsesión con la repetición. “Como en el 86”: no, porque no puede ocurrir de nuevo una guerra y una postdictadura y un Maradona y un partido contra Inglaterra. “Como en el 78”: menos aún, porque eso sólo puede ser memoria del horror. La obsesión con la repetición de lo precario es la falta de audacia con lo nuevo. Gracias a esa audacia, ganamos algo distinto, de un modo distinto, y no tuvimos que repetir nada (después del 2 a 2 con Francia, temí que se repitiera el 3 a 2 con Alemania del 86. Y no: fue mucho más loco, fue mucho más original, fue mucho más alucinante).
  • Las analogías estúpidas y las metáforas pavotas. Vinieron de todos lados: del kirchnerismo (“el gesto de Messi es un gesto contra el poder”) y de la derecha conservadora (“debemos seguir el ejemplo de trabajo de la Selección y no hacer feriados”). A la cabeza, el intendente porteño Rodríguez Larreta, el único que, además, se calzó la camiseta en cada acto público, sin darse cuenta de que, de ese modo, se parecía demasiado a Bolsonaro: “Estamos todos juntos detrás de una misma pasión. Ojalá podamos tener una unión similar a la que se logra en el Mundial para nuestro país, para sacar a la Argentina adelante. Ese es mi sueño y ojalá podamos mantener este espíritu para trabajar todos juntos”. Como se ve, un listado de bobadas. Nadie repara en que esa metáfora se cae sola: estamos hablando de un equipo de veintiséis muchachos, más otros diez en el cuerpo técnico. Treinta y seis tipos, ni una sola mujer, ni un niño ni un adulto mayor ni un homosexual ni un discapacitado. Ni un pobre, siquiera. Como síntesis de lo que debería ser “la patria” es un tanto desafortunada, para decir lo menos (una boludez, para decir lo más).
  • La canción homofóbica y racista contra Mbappé y los jugadores franceses. Dios debería habernos castigado por semejante grosería. Para colmo, profundamente ignorante: “Juegan en Francia pero son todos de Angola”. Angola fue, hasta 1975, colonia portuguesa. Imbéciles.
  • La canción “Muchachos”: nunca pude entender qué hacían allí las Malvinas, los brasileños (“brazucas” es lo más despectivo que se les pueda ocurrir), la falsa paternidad sobre Brasil y luego, para rematar, Diego, el Chitoro y la Tota como una suerte de Sagrada Trinidad. La reversión de los jugadores después de la final la mejoró bastante: que “Diego descanse en paz”. Anuncié esto en mi nota de septiembre. Dentro de todo, de las candidatas al título era la mejor. El “Muchaaaaaachos” funciona casi como un estribillo, sin serlo: una pegada, un earworm, como se les llama a esos ganchos musicales.
  • El partido con Arabia. ¿Lo dije ya? Cómo nos hizo sufrir, cómo pensamos lo peor.
  • El descuido y el maltrato infinito de los estados nacional, provincial y municipal con los cinco millones de festejantes del título. No pusieron ni siquiera un baño químico, y aunque sabían desde las 10 de la mañana que nadie iba a ir al Obelisco, ninguno se molestó en orientar –cuidar– a las masas populares. No hay caso: no las entienden ni las respetan. Párrafo aparte para el rol lamentable del Chiqui Tapia, que pretendía manejar a cinco millones de personas y tres fuerzas de seguridad a través de Twitter.
  • El Chiqui Tapia
  • El Chiqui Tapia
  • El Chiqui Tapia
  • El nuevo Grondona, pero peor: el Chiqui Tapia.

 

Y ahora, la lista del sí:

 

 


Foto: Paula Ribas

Foto: Paula Ribas

Pablo Alabarces (Buenos Aires, 1961) es Licenciado en Letras (UBA), Magister en Sociología de la Cultura (IDAES-UNSAM) y Doctor en Sociología (University of Brighton, Inglaterra). Es Profesor Titular de Cultura Popular en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires e Investigador Superior del CONICET. Sus investigaciones incluyen estudios sobre música popular, culturas juveniles y culturas futbolísticas. Es considerado uno de los fundadores de la sociología del deporte latinoamericana. Entre sus libros publicados se cuentan Fútbol y Patria (2002, publicado en Alemania por Surkamp en 2010); Crónicas del aguante (2004); Hinchadas (2005); Resistencias y mediaciones. Estudios sobre cultura popular (2008, compilador); Peronistas, populistas y plebeyos (2011); Héroes, machos y patriotas. El fútbol entre la violencia y los medios (2014), que obtuvo el Segundo Premio Nacional de Ensayo Sociológico en 2018; Historia Mínima del fútbol en América Latina (2018, publicado por El Colegio de México); Pospopulares. Las culturas populares después de la hibridación (2020), publicado simultáneamente en México, Argentina y Alemania; y su flamante Un muchacho como aquel. Una historia política cantada por el Rey (2021, en colaboración con Abel Gilbert).