La narración de lo que consideramos qué es «vivir en el fondo». La experiencia de la periferia como una categoría diluida entre un mar de prejuicios. ¿Con qué ojos nos miramos cuando decimos dónde vivimos?
Quizás nunca nos detenemos a apreciar la valoración que tienen las cosas que decimos. No podemos echarnos la culpa de semejante despiste, forma parte de una suerte de (parafraseando a Pierre Bourdieu) «estado de cosas». Sin embargo, debe de sostenerse que el significado de las palabras a la hora de entender los contextos de marginación y pobreza es cosa seria. Teniendo en cuenta estas cuestiones, ¿qué decís cuando decís que «vivís al fondo»?
Una tarde cualquiera de un día cualquiera en Las Lomitas, en la peatonal de Lanús o en el centro de Adrogué te juntaste con tus compañeros de trabajo a hablar en la hora de descanso con un mate de por medio. Entre risas y bizcochitos de grasa uno de ellos te pregunta ‘’donde vivís’’. Atendiendo a cuestiones prácticas, no te vas a complicar mucho diciéndolo. Después de pensar unos segundos y visualizar las calles importantes del centro de tu localidad, te vas a limitar a decir que vivís ‘’al fondo de’’ cualquier calle que más o menos sea conocida. ‘’Ah sí, tengo un primo que vive por ahí’’, te van a decir probablemente. “Al fondo’’ fue la norma de casi todos en esa charla y es la norma en muchas otras más.
Finalmente saliste de laburar, vas a esperar ese colectivo que sabés que va a tardar más de 20 minutos en llegar pero no te queda otra. Delante y detrás tuyo hay mucha gente que te va a acompañar en el viaje. La llegada del tren incrementa la cantidad de personas que se vuelcan a la parada. Finalmente llegó el colectivo y, entre una lenta procesión de cabezas gachas que suben, estás yendo a casa. Conforme el colectivo lleno transita las laberínticas calles del conurbano, las veredas empiezan a perder comercios y a ganar casas particulares, algunas de ellas ampliadas en el frente con kioscos improvisados.
Entre plazas, plazoletas y un par de escuelas, estás llegando ‘’al fondo’’. Después de perder los comercios, las veredas también pueden quedarse sin cordón. Unas cuadras más adelante la simetría con la que aparecen los postes de luz también se disipa y, regularmente, en días de lluvia y/o viento, se esfuma incluso la luz. La bruma que se alcanza a ver puede provenir de fogatas o parrillas casi en partes iguales. Basura, madera, hojas de la vereda, todo es plausible de ser incendiado al lado de la calle, esta vez, con baches por doquier. En la parrilla tenemos la incansable tortilla que también puede llegar a adornar, por un módico precio, las estaciones de tren una mañana cualquiera de invierno. Sumada a la eterna tortilla, puestos en las esquinas de lo que, evidentemente, es la última tendencia culinaria en el conurbano: la pizza a la parrilla.
Una orquesta de ruidos completa el cuadro. Las motos se llevan el protagonismo, ensordecedoras, parecen perderse en el aire junto con los ladridos de cientos de perros sin dueño. Los chicos no paran de gritar los goles que hacen en arcos imaginarios con piedras que simulan ser los palos. La calle por la que transita el colectivo ya se transformó en la única que todavía tiene asfalto. Las paradas ya no tienen techo y en ocasiones sólo saben dónde están aquellos conocedores del barrio.
Te bajaste junto con muchas otras personas que se fragmentan y diseminan por calles distintas. Esquivando algún charco de la lluvia de ayer y saltando la zanja camuflada con pasto alto caminás las tres cuadras que te separan de tu casa y en el trayecto comenzás a saludar a tus vecinos, que a esas horas están atendiendo el kiosquito o una verdulería cualquiera. El ‘’fondo’’ se te muestra heterogéneo, vivo, en constante movimiento, con una dinámica que difícilmente pueda ser imitada por cualquiera de los pomposos centros urbanos que mueren pasadas las 21:00 un día de semana cualquiera. Toda esa vitalidad que los que vivimos ‘’al fondo’’ le dimos al centro, ahora la trasladamos al barrio.
Aquí, hallamos la pregunta que nos compete: ¿al fondo de qué? La pregunta, sin embargo, no es muy difícil de responder. Entendemos al espacio público casi con la misma lógica que entendemos un pozo. Este pozo contiene una variedad de discursos y formas de entender nuestro entorno como personas lo habitan. Siguiendo con esta metáfora, asumimos al centro urbano como la boca del pozo y la periferia como el fondo. La característica fundamental de la parte más profunda de cualquier pozo es la ausencia casi total de luz, paralelismo, si se quiere, con la difícil llegada que muchas veces tiene la calidez de la luz artificial en la periferia. Curiosamente, las ambiciones de muchos de los habitantes del ‘’fondo’’ es salir de allí y encontrar en la superficie la realización de sus sueños. Sea cierta o no esta afirmación, no es un análisis que, al menos por ahora, merezca este artículo.
Los habitantes del fondo no nos destacamos por ser de determinada manera, no encontramos en la diferencia la necesidad de decir lo que somos. Sin embargo, no tenemos reparos en avergonzarnos de ello. Somos objeto de decenas de artículos académicos que pretenden diferenciar la manera en la que vivimos en comparación con los demás, como si de seres extraterrestres se tratase. Somos el blanco predilecto de las balas que todos los días la prensa amarilla descarga sobre nosotros. Somos el rejunte de significados de los cuales cualquier payaso de traje en la tele elige aferrarse haciendo referencia a ‘’los barrios más humildes’’.
Después de crecer en un sistema que nos enseñó a pensar como temible el lugar donde nacimos y nos criamos, hoy en día somos unos verdaderos avergonzados. En ‘’el fondo’’ no sabríamos bien a qué temerle realmente si no nos hubieran mostrado en la tele esas cosas que hoy en día consideramos ‘’de temer’’. En ‘’el fondo’’ choca la pila de basura que el vecino de la esquina está quemando con la señora de al lado que recién fue a tender la ropa una tarde soleada de domingo. En ‘’el fondo’’ conviven los que matan para robar y los que matarían por ser robados. La vereda que le pide permiso a la calle para seguir extendiéndose allí donde el pasto crezca y siga sin haber cemento que se oponga. En ‘’el fondo’’ estamos todos, y en el fondo lo sabemos.
Por otro lado y solo en determinadas horas, la superficie goza de vitalidad y movimiento, otorgados por personas que vienen de un lugar en el que aparentemente no vive nadie más, pero todos conocen. La superficie, la mayor parte del tiempo, estaría en perpetuo silencio de no ser por la moto o el auto ocasional de cada noche. Es un lugar solitario, de persianas bajas, un territorio inentendible desbordado por cualquiera de las más variadas problemáticas urbanas de estos tiempos. No es cómodo para dormir, no es cómodo para comer, no es cómodo para vivir. De hecho, la mayor parte de las personas huyen despavoridas en cuanto tienen la posibilidad de desatarse de las sogas que las amarran a sus puestos de trabajo en la superficie.
Por eso, extraña quizás nos resulte ahora la forma en la que nos referimos a la periferia a la que pertenecemos, o al menos que la duda permanezca ahí, silenciosa, pero con peso propio. Después de reconocer la hostilidad de un lugar al que vamos solo cuando necesitamos algo, de quejarnos cuando padecemos alguna de sus problemáticas, de insultar por lo bajo a cualquier enajenado al volante que pasa en rojo y casi nos atropella, de estar expuestos a riesgos de todo tipo, etc. ¿No será que entonces, al fin y al cabo, todo este tiempo estuvimos equivocados y que, en realidad, el ‘’fondo’’ siempre fue otro?
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