Territorio que sobrevive a base del auxilio estatal, sin poder deshacerse del baronazgo peronista y el clientelismo que tiene a la ciudadanía como rehén. Lugar ingobernable, que engulle los recursos que el campo produce. Así son las descripciones que circulan entre algunos variopintos discursos mediáticos y políticos para referirse al Conurbano y alentar el temor de que el país “se conurbanice”. Desde The Walking Conurban, contrastan esos relatos estigmatizantes con datos que demuestran la riqueza que produce y que, más allá de sus problemas urgentes, lo han convertido en un lugar de oportunidades.

Por The Walking Conurban*
Foto: Instagram TWC @guillermokane 

 

Un conductor de TV, heredero vocacional de su padre, advierte en el prime time de un canal afincado en el Conurbano bonaerense sobre la potencial amenaza de que la República Argentina se conurbanice. Lo dice mirando a cámara, bajo un tono de preocupación alarmista. En la misma frecuencia, Fernando Iglesias, diputado nacional por la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, sostenía hace un tiempo que el proyecto económico del Gobierno nacional era conurbanizar el país y la reducción de los ciudadanos a súbditos. Luis Juez, senador nacional por la provincia de Córdoba,  se despacha por TV y  sin titubeos para asegurar que el plan del Gobierno es conurbanizar la Argentina. La tríada declarativa tiene como denominador común un prejuicio que persigue al Conurbano bonaerense desde hace años. El imaginario que refuerza estas declaraciones presenta un territorio que sobrevive a base de caridad y auxilio estatal, dominado por el baronazgo peronista y sus políticas asistencialistas.

Bajo este imaginario repleto de prejuicios, adjetivaciones y falta de información, el Conurbano se erige bajo la figura de una boca insaciable que engulle una y otra vez lo que genera la otra figura que actúa como contrapartida, motor del país y camino del progreso: el campo. Un axioma que se reduce a “todo lo que el campo produce, el Conurbano lo consume”.

Sin embargo, bajo el amparo de esta construcción discursiva denostativa, esgrimida no solo por el star system mediático sino que también, y esto es verdaderamente preocupante, por integrantes de fuerzas políticas que pretenden gobernar la Provincia, el Conurbano bonaerense presenta otra faceta totalmente distinta que puede contradecir, a través de datos, la constitución de los relatos estigmatizantes.

Ante todo, cabe aclarar que el Conurbano bonaerense fue el receptor de los tres grandes movimientos migratorios que se dieron en el país: la migración transoceánica, en la que los inmigrantes que no encontraron lugar en Capital Federal, ya sea por los costos o la falta de trabajo, se asentaron en la provincia de Buenos Aires; la migración interna hacia la década del ‘20, cuando agotado el modelo agroexportador y en pos de un cambio en la matriz productiva, muchas personas de las provincias migraron al Conurbano en busca de oportunidades que sus lugares de origen les negaban; y el último gran movimiento, vinculado a los migrantes de los países limítrofes, que también buscaban oportunidades que sus ciudades no les ofrecían. Estos procesos, en parte, explican el pronunciado crecimiento demográfico del Conurbano en comparación con CABA y con el resto de las provincias.

La primera pregunta que cabe hacer aquí es por qué las personas deciden migrar hacia el Conurbano bonaerense, si, supuestamente, es una suerte de tierra arrasada y hostil. Las respuestas pueden ser dos: o las condiciones de vida que deciden abandonar son infinitamente peores, o esta parte del territorio bonaerense no es eso que nos intentan contar.

En este sentido, también cabe preguntarse por las responsabilidades de las provincias, que no supieron reconfigurar sus sistemas productivos para contener a una población que finalmente decidió migrar. Por otra parte, es preciso aclarar que el Conurbano también fue el receptor de un estimado de 500.000 personas que la Ciudad expulsó a través del Plan de Erradicación de Villas durante las dictaduras de los ’60 y los ‘70. Es decir que fue el que pagó el costo de la modernización de la Ciudad a través de la expulsión de su población “indeseable”. Así, resulta paradójico el discurso de Luis Juez que denosta a un territorio que recibió a sus coterráneos porque su propia provincia, donde él ocupó un sinfín de cargos públicos (incluyendo una intendencia errante), no satisface necesidades ni deseos que el Conurbano sí brinda.

 

Datos, no opinión

Entonces, ¿por qué la población de una zona aparentemente tan miserable crece exponencialmente desde hace 100 años, mientras que buena parte del país, incluyendo a la Ciudad de Buenos Aires, no para de expulsar gente? La respuesta es sencilla: oportunidades. De empleo, de educación, de salud, de vivienda. En definitiva, oportunidades para cumplir el gran sueño argentino: la movilidad social ascendente. A lo largo del siglo XX y en parte del siglo XXI, el Conurbano bonaerense se desarrolló como resultado de ese ciclo virtuoso en el que alguien de escasos recursos puede, en una o dos generaciones, haber construido un hogar, mandar a sus hijos a la escuela y ver a sus nietos egresar de la Universidad.

Más datos: el Conurbano es el territorio que aporta el 25 por ciento del PBI nacional (es decir que, de cada 4 dólares que se expresan en el PBI, 1 lo genera el Conurbano)  y el 70 por ciento del PBG de la provincia de Buenos Aires.

¿Cómo se explican estos números macroeconómicos, cómo se traducen en el terreno cotidiano? Pues bien,  en el Conurbano bonaerense se encuentra el 80% de la capacidad instalada de la industria manufacturera y vive el 50% de la población de la Provincia. Bajo estos argumentos, se erosionan dos mitos del país. El mito de la subsistencia gracias al modelo exportador, y el mito del Conurbano como territorio de pobreza, desempleo y mero clientelismo.

La Matanza, quizás el municipio bonaerense más denostado, discriminado y estigmatizado, constituido como locus de lo precario e ingobernable, es sin embargo el principal aportante al PBG provincial. Invirtiendo el orden de sorpresa, lo extraño no es que La Matanza lo sea, sino cómo, a pesar de ello, sigue constituido en los imaginarios como una suerte de far west en permanente estado de anomia. Esto, por supuesto, sin negar las diversas problemáticas que atraviesan al Municipio en particular y al Conurbano en general.

 

Coparticipación

El eje sobre el cual se sostiene la subsistencia económica de gran parte de las provincias argentinas es la distribución inequitativa de la coparticipación. Bajo este esquema, algunas aportan más de lo que reciben, y viceversa. Así, por ejemplo, PBA aporta el 39% del PBI nacional, pero sólo se le retribuye el 19% ¿Qué sucede con el resto? Se distribuye solidariamente entre todas las provincias, en parte mediante la coparticipación de más recursos de los que algunas aportan, en parte mediante transferencias directas del Tesoro Nacional.

Al ser Argentina un país federal, este reparto siempre generó tensiones y la discusión sobre el régimen de coparticipación estuvo en el centro de la escena: desde el primer sistema, en la década del ‘30, en el que Nación se quedaba con el 82% de los recursos generados y el 18% restante se repartía entre las provincias de acuerdo a población, gastos y recursos; hasta 1988, año en el que sancionó la actual ley de coparticipación (aunque con carácter transitorio, que terminó siendo permanente).

La forma que se buscó para la asignación de recursos fue la de minimizar las desigualdades económicas interprovinciales. Así, por ejemplo, desde 1973 y hasta 1988, el 10% de los recursos se distribuían de acuerdo a la dispersión poblacional. Es decir, cuanta mayor fuera la población en situación de dispersión (estimada en distancia de un centro, calidad de los materiales y acceso a los servicios básicos), más recursos se recibían. Es cierto que la inestabilidad política y económica del período hizo que el Estado Nacional pasase de quedarse con el 50% de los recursos en 1946 al 61,5% en 1970, año en el que nacieron los ATN (Adelantos del Tesoro Nacional), y también es cierto que el sentido de la organización federal se vuelve al menos difusa cuando se alternan gobiernos democráticos y militares que feudalizan el territorio, cuya administración se reparte, discrecionalmente, entre las tres armas. Lo cierto es que las provincias tampoco pudieron, supieron o quisieron desarrollar sus estrategias productivas y de reasignación de recursos económicos, políticos y simbólicos, para ser más eficientes a la hora de contener la emigración de sus habitantes. El corolario de esta situación fue que PBA resignó recursos al mismo tiempo que recibió a la población migrante del interior del país. Es decir, se quedó sin el financiamiento, pero con las bocas que alimentar.

La continuidad en el tiempo del flujo migratorio generó un segundo inconveniente para la Provincia: al no cumplirse con la ley electoral que exige un diputado cada 161.000 habitantes de acuerdo al censo poblacional que se realiza cada 10 años, la representación en la Cámara baja de los bonaerenses en general y de los habitantes del Conurbano en particular, quedó mermada, ya que su composición se constituye de acuerdo al censo de 1980.

Esta situación de subrepresentación tiene como resultado inmediato que la posibilidad de modificar la asignación de recursos en favor de la zona más productiva y habitada del país sea más compleja. Obliga a acuerdos más extensos, a veces leoninos, para recuperar parte de aquello que se perdió o fue resignado. Obliga, también, a cargar con las culpas de los fracasos y a matizar los éxitos, cada vez que parte de la población cae o asciende socialmente. Es decir, además de los costos económicos, el Conurbano se ha hecho cargo de ser la imagen demonizada de la decadencia.

Lejos de constituir un paraíso y de estar exento de problemáticas que deben ser resueltas con urgencia, el Conurbano bonaerense se constituye como un territorio dinámico, que genera valor agregado, que es receptor de grandes oleadas de migrantes, que produce, que realiza grandes aportes al PBI y que reparte más de lo que genera. Y, sin embargo, es una y otra vez sometido, injustamente, a los embates por medio de adjetivaciones y calificativos denigrantes que constituyen un imaginario totalmente inadecuado con respecto a lo que sucede en el territorio y sus habitantes.


*The Walking Conurban es una cuenta en Instagram y Twitter que crearon Diego Flores, Guillermo Galeano, Angel Lucarini y Ariel Palmiero, cuatro amigos de Berazategui que la iniciaron como una dinámica interna del grupo y se terminó convirtiendo en un suceso virtual que, hoy, recibe más de 50 fotos por día de sus seguidores para pintar, colectivamente, el Conurbano bonaerense.