En plena pandemia, Ariana Atala encontró una línea narrativa en sus sueños que supo explotar para darle forma a su primer libro publicado por una editorial. Con el tiempo que aprovechó cuando la normalidad se puso en pausa, hiló los relatos que incluyó en su obra, sobre la que dialogó en esta entrevista con Cordón.

“Podría decir que nací en Chubut, pero viví poquito tiempo ahí. Es un lugar muy aislado, sobre el mar. En Paraguay estuve un año, era muy chiquita. Al final, la zona sur del Conurbano es mi casa, es el único lugar al que puedo sentir que pertenezco”, así arranca la charla con Ariana Atala, teléfono mediante. Con 33 años, sacó en medio de la pandemia Cobayo glaciar, un libro en el que narra sus sueños, pero al que define como algo más: las aventuras de una persona.

“Viví sin ser de ningún lado. Por habernos movido, mi familia no era de ahí, iba al colegio en Calzada, salía por Lomas o Temperley. Hay una cosa ahí como que sos un poquito de todos lados y de ninguno, sos más de una estación de tren o de un bondi que de un barrio o un lugar”, agrega sobre un rápido recorrido de su vida conurbana, en diálogo con Cordón. “De alguna manera, perdí el control y me rendí al descontrol”, dice después sobre la esencia de su primer libro publicado por una editorial, sobre el que abunda en esta entrevista.  

-¿Cómo surgió la idea de escribir sobre los sueños? ¿Cómo fue el proceso de elección?

Empezó como algo que me apareció, era lo único que podía escribir y se fue volviendo como adictivo. Era algo que me estaba enseñando cosas, me enseñaron a escribir. Lo hacía todos los días, sin tener que preocuparme por cosas de fondo, no sentía que venía de mí y podía escribir sin preocupaciones. Al hacerlo todos los días, empezó a aparecer un tono, una manera de escribir que me quedó para lo que seguí escribiendo. Fue aprender a escuchar lo que aparecía, prestar el oído.

Después, arrancó el trabajo de edición, de selección y transformación. Poder armar cositas, como pasamanos, dentro de los sueños para que las personas no se perdieran del todo.

Pero lo que se me apareció como muy claro fue no usar los sueños como algo utilitario, no usarlos de excusa para contar otra historia o transformarlos en un relato. Tampoco quería analizarlos, ni transformarlos en la vida diurna. Si después se transformó en una autobiografía en sueño, puede pasar. Pero no hay datos o reflexión de la vida real.

-¿Te costó poner en palabras algunos sueños?

A veces, costaba mucho explicar las dimensiones, los tiempos. A medida que los iba escribiendo, se generaba una gimnasia de transformación, de aprender a recordar e inventar conexiones para poder hacerlos contables. Hay que aprender a escribir algo que es difícil, es un presente raro porque junta muchos tiempos a la vez, muchos lugares, pero en un punto me rendí a lo que era el texto y no a la finalidad y cómo pudiera quedar.

Muchos sueños se fueron porque no tenían algo que podía interesarle a quien lo leyera, o eran tan confusos que no se iban a entender.

-¿Cómo surgió la idea del nombre del libro y de la tapa?

Cobayo glaciar está relacionado con el índice temático del libro, que es algo que en la mitad de la escritura supe que quería que tuviera, como una manera de unir algo muy “desarmado”. Y en el índice se da una especie de poesía, que quedó linda. Leer esas palabras ya dice mucho del libro y por la manera en la que se relacionaban esas palabras sueltas, apareció eso de combinarlas. En un taller, se empezaron a hacer chistes con los alias del banco, que son palabras random, y empezamos a hacer el juego. Elegí esas dos palabras que me parece que contaban algo del libro.

La tapa quedó en manos de artistas que trabajan con la editorial Ivan Rosado, como Marcelo Galindo, con quien hemos charlado con diálogos que no son muy reales. Y con lo que leyó del libro armó el arte de tapa, que me encantó porque muestra lo desarmado, la mezcla de cosas tiernas, tenebrosas, sexuales, de la naturaleza. No es una tapa más, es algo precioso. Yo no quería que la tapa dijera que es un libro de sueños, porque arranca con eso pero, en realidad, es otra cosa. Son relatos de aventura de una persona y me parece que el dibujo es eso, es aventura.

-¿Cómo atravesó la literatura este año de pandemia y cómo impactó en tu vida?

No soy de pensar en “la literatura”, pienso en las cosas que la atraviesan. Este libro se terminó de armar y se lanzó en plena pandemia, en Rosario. Estos libros, que son un poco raros, necesitan de las ferias que no se pudieron hacer. Fue raro pero extraordinario.

En la escritura fue extraño. Aproveché para pasar a computadora cosas que tenía en un cuaderno y fue mecánico, pero capaz no lo hubiese hecho en otro momento, no hubiese tenido el tiempo y el espacio.

Sobre Cobayo glaciar

En la contratapa del libro de Ariana Atala, se puede leer un breve resumen de Paula Peyseré sobre la obra, que dice: “En la localidad de José Mármol, las puertas de las casas no cierran. La facultad de Ciencias Sociales está en peligro: vuelan tiros, piedras y melones. Una montaña enorme se desmorona y queda a la vista que lo que la sostenía era un simple armazón de alambre. Estas aventuras y muchas otras florecen en los relatos de Cobayo glaciar, narradas por una voz muy original y atenta, cuya misión es contar exactamente lo que ocurre, sin opiniones ni demoras”.

“’¿Tú quién eres?’, le preguntamos lxs lectorxs a esa voz, igual que lxs esquimales de uno de los relatos les preguntan a los huesos antes de comenzarlos a tallar. ¿El revés de estos relatos es un relato mayor? Nos vemos tentadxs a reconstruir un sentido, pero el significado se escabulle como en sueños: las imágenes son las dueñas de esta gran máquina de contar”, sintetiza para invitar a sumergirse en el mundo onírico que construyó la autora.


Camila Jáuregui es Licenciada en Comunicación Social de la Universidad Nacional de Lomas de Zamora. Estudiante de la Especialización en Gestión de las Comunicaciones (UNLZ). Se desempeña en el área de Prensa y Comunicación Institucional de la Secretaría de Coordinación Institucional de la UNLZ. Redactora sobre Literatura Conurbana en Revista Cordón.