En la localidad de Longchamps, en el partido de Almirante Brown, desde hace cuatro años las comunidades indígenas que viven en la zona dejaron de bendecir a la Pachamama ocultos en los patios de sus casas. Hoy es una celebración espiritual, simbólica y cultural que se desarrolla a pocos pasos de las vías del tren, en el espacio público y con la participación de los vecinos y vecinas del barrio. “Nosotros somos todos hijos de esta gran Madre que es una sola. Nuestro mundo, nuestra naturaleza”.  

“Recuerden que es un día de ofrenda a la Madre Tierra. Nosotros no nos tomamos el vino.”, insiste la hermana Choke, del pueblo Coya, con un rostro severo y la paciencia a punto de acabársele. Es un mediodía de domingo a pleno sol en la plaza de la estación de Longchamps. A pocos pasos de las vías del tren, la comunidad indígena de Almirante Brown comparte una de las ceremonias más antiguas y hermosas de su cultura con los vecinos de la zona.

A un costado de la avenida La Aviación -atravesando la plaza y sus juegos, a los piruleros y pochocleros, a los vendedores de pancho y gaseosa, a las señoras que salen a trotar por el circuito y a los niños que se entretienen en los juegos- se le da inicio a uno de los rituales milenarios de los pueblos del noroeste de la Argentina y los países andinos limítrofes. Allí, organizados en forma de ronda, intentando respetar la dualidad hombre-mujer que piden los originarios, gente de todas las edades se reúne para aprender a agradecer a la Pachamama por sus frutos, por su naturaleza protectora y la fecundación de la tierra. Los caciques de las distintas comunidades locales ofrecen un puñado de hojas de coca a los vecinos, de las cuales deberán elegir sólo tres –las mejores‒ y tendrán que depositarlas en el hoyo que cavaron en la tierra junto a las ofrendas. Por cada pequeña hojita, se pide un deseo a la Gran Madre Tierra.

Fue a partir de la segunda mitad del siglo XX que aumentó el desplazamiento de la población indígena hacia los centros urbanos del país y la provincia de Buenos Aires, asentándose en los barrios periféricos y buscando integrarse a una forma de vida totalmente ajena. En el distrito de Almirante Brown existen al menos seis comunidades que reivindican año tras año su identidad indígena y sus derechos como ciudadanos civiles. La gran mayoría vive en las localidades de Glew, Longchamps, Rafael Calzada y San Francisco Solano. Hace sólo cuatro años que las familias Guaraní, Mapuche, Coya, Toba – Qom, Mocoví, Diaguita, Calchaquí y Aymará que viven en la región tienen el permiso de las autoridades municipales para desarrollar este ritual en honor a la Pachamama, entre otras actividades. Su fin es transmitir su sabiduría, concientizar sobre el cuidado y el respeto por la naturaleza, y luchar contra el estigma y la desinformación en torno a los Pueblos Originarios.

“Hace treinta o cuarenta años que venimos tocando puertas para que sepan que los indígenas estamos vivos. Hoy por hoy ya no se puede negar eso. Más aún cuando todavía continúa el genocidio cultural, muy sistemático esta vez. Pero creo que con el acompañamiento de la sociedad vamos a tratar de cambiar eso. Esto no es solamente una celebración indígena, tiene que ver con recuperar el sol humano de cada uno de nosotros”, afirma el hermano “Lobo” frente a unas setenta personas.

Esa mañana de agosto antes de iniciarse la ceremonia, dos representantes de Pueblos Originarios colgaban en los extremos de las ramas de un fuerte árbol una enorme bandera wiphala. En el fondo se armaba un escenario para que los músicos añadan más color a la fiesta. Sobre el borde de la pared que divide las vías del tren con el playón se desplegaron los puestos de artesanías indígenas como tejidos, cestería, pinturas, trabajos en madera y cerámica, y ricas comidas típicas para degustar. Dos caciques vestidos con mantos multicolores y sombreros de fieltro picaban y cavaban un pozo sobre la tierra seca. Quienes habían salido a trotar esa mañana por el playón desaceleraban su paso cuando se encontraban con esa escena. Las señoras que tomaban mate sentadas en los banquitos miraban con detenimiento. Los chicos se arrimaban con ojos curiosos.

El gran círculo avanza en dirección opuesta a las agujas del reloj. El sol sobre sus cabezas en este mediodía invernal es agradable y acogedor. En el centro, dos mujeres y dos hombres están arrodillados frente al hoyo que está decorado con flores y hojas silvestres y el dibujo de un sol amarillo en su contorno. Frente a ellos se ubica Choke, quien les pasa cuencos con deliciosos alimentos y bebidas para ofrendar y recita algunas oraciones de agradecimiento. “La Pacha es golosa”, dice un poco más relajada, y sonríe. Luego de bendecirlos, invitan a una nueva pareja a continuar la ceremonia. “¡Tienen que salir girando hacia la derecha para completar el círculo!”, insiste.

Un gran banquete reposa en el suelo de este punto del Conurbano Bonaerense para brindarle a la Pachamama nutritivas papas, batatas y zanahorias. Platos con choclo, maíz, semillas y legumbres. También acompañan unas jugosas manzanas, mandarinas, naranjas y bananas. El perfume del vino y la claridad del agua. Caña y ruda.  Algunos vecinos, emocionados por lo que simboliza la ceremonia, ofrecen lo que tienen a mano o lo que fueron a buscar de sus propias casas: paquetes de yerba y de azúcar, los más chicos dejan pochoclos que compraron en el puesto de la plaza y otros, más osados, dejan botellas de vino y hasta licores. El mantel de colores brillantes y dibujos andinos se llena de delicias. La gente que gira a su alrededor no puede evitar que le brillen los ojos del deseo, y algunos no pueden evitar probar un poco antes de ofrendar. Esto inquieta un poco a la hermana Choke, que no para de repetir las consignas a chicos y adultos. El resto de los referentes sueltan una sonrisa. De todos modos, en su día, la “Pacha” será bien agasajada.

“Todos los años puedo notar que este acto se va diversificando y multiplicando”, sostiene Choke a medida que un cuarteto de chicos y chicas ofrecen a la Madre Tierra un puñado de verduras. “Más espacios están haciendo estas ceremonias, y eso está bonito, porque habla de nosotros como comunidad, de cómo empezamos a concientizarnos. Habla de ese gran respeto que tenemos que tener por nuestra Pachamama y su importancia como generadora de vida, por lo que nos ofrece día a día para poder alimentarnos. Tenemos que despertar realmente esa conciencia entre todos. Cada uno, desde nuestro hogar, desde nuestro lugar, podemos cooperar y colaborar para el cuidado de nuestra Casa Grande”, afirma.

Casi en el cierre del acto, cuando ya prácticamente se han ofrecido todos los alimentos y bebidas, otro de los referentes, Benito Espindola, perteneciente al pueblo diaguita-calchaquí y dirigente de la Coordinación de Pueblos Originarios de Almirante Brown, enuncia a modo de cierre de esta jornada de reflexión: “Casi la mitad de la población indígena ha migrado debido a los desmontes en diferentes etapas. Algunos fueron corridos de su tierra, y otros se fueron buscando mejor futuro. Nosotros en Almirante Brown tenemos seis comunidades organizadas. Quizás por todos los procesos de estigmatización muchos negaron durante largotiempo su identidad. Pero ahora realmente todo el país toma conciencia y nuestros hermanos están defendiendo, reivindicando y exigiendo sus derechos”.