Un escritor –Enrique Medina– y un cineasta –Teo Kofman– unen sus miradas descarnadas para recorrer la tragedia de dos hermanxs que malviven en una villa del conurbano. Lejos de cualquier romantización, Perros de la noche apenas concede la posibilidad de un lejano futuro menos aterrador.

Por Germán Ferrari*

 

La historia del cine –nacional e internacional– está repleta de anécdotas sobre las disputas entre directores y escritores a la hora de convertir un libro en película. Peleas, enojos, maltratos, insultos. Una excepción a estos conflictos es Perros de la noche, la novela de Enrique Medina publicada en 1977 que el cineasta Teo Kofman llevó a la pantalla grande casi una década después, un durísimo retrato de dos hermanxs que dejan la villa en la que sobreviven para intentar torcer sus destinos miserables.

La censura de la última dictadura cívico militar se ensañó con la novela de Medina, al igual que con el resto de su obra publicada antes del golpe de 1976. Fue catalogada de “inmoral” por el secretario de Cultura de la ciudad de Buenos Aires, que prohibió su venta y circulación. La contratapa de aquella edición expone: “Perros de la noche, ángeles demoníacos, criaturas desoladas que respiran en la oscuridad; seres trágicos y sanguinolentos, poseedores de una terrible y profunda tristeza que refugian su medrosa timidez como los animales en cautiverio; habitan en las tinieblas, son parte de ellas, destruyen sus cuerpos perseguidos por sus propias figuras chinescas. Fantasmas sin conciencia, muerden sus destinos con dentelladas siniestras y dolientes, caminan, deambulan de aquí para allá, recalan en la soledad de la degradación del alma. Son las sombras de sus propias sombras, caricaturas inocentes entregadas al holocausto delirante de la noche y la frustración”.

Con el restablecimiento de la democracia, el libro fue reeditado y pudo ser filmado. En el guión trabajaron tanto el escritor como el director, además de una tercera persona –Pedro Espinosa–. “La opresiva degradación de dos hermanos arrastrados por un trágico y feroz atavismo” podía leerse en la tapa de la nueva edición. La película se estrenó el 14 de agosto de 1986.

Para Medina, la cinta de Kofman fue “una adaptación maravillosa”. “Lo que inteligentemente hizo fue rescatar lo mejor de la novela y dejar de lado aquello que sobraba”, explicó el escritor al podcast “Cineficción Radio”. “Es el film que yo más quiero”, confesó. Como contraste, la adaptación de una de sus novelas más reconocidas, Las tumbas, por parte del director Javier Torre, no merece la misma consideración, según su opinión.

Vidas difíciles

“Esa villa que yo desconocía fue una revelación para mí. Y para toda la gente que trabajó en el equipo fue una conmoción muy fuerte entrar y trabajar con ellos. Nos sentimos muy gratificados y muy orgullosos de haber trabajado con ellos”. Varios años más tarde de la filmación, durante una entrevista en el programa de la Televisión Pública “El cine que nos mira”, Kofman evocaba la experiencia de rodar en Villa Itatí, en el partido bonaerense de Quilmes.

No se nombran en la historia, aunque a lo largo de los 94 minutos de duración también aparecen, Isla Maciel, la Plaza Primera Junta, San Miguel del Monte, Tandil y Quequén. Los trenes y las estaciones forman parte del paisaje.

La villa es protagonista de la primera parte de la película. Mecha (Gabriela Flores) es una empleada en una fábrica de galletitas –para cincuentonxs o mayores: se ven las latas con visor de la marca Ort-Barq­–, explotada y abusada –en todo sentido– por su hermano, Mingo (Emilio Bardi). La joven no puede escapar de la manipulación de ese muchacho con pocas luces, obsesionado con hacer funcionar una televisión y conseguir dinero fácil. Él no trabaja –ni quiere– y ya tiene antecedentes penales. Robar no le sale bien. Hacía poco habían velado a su madre en la casilla de chapas que habitan.

Esa construcción contrasta con las casas de material de otros vecinos, que se ayudan entre ellos para intentar que la precariedad en la que están sumergidos sea menos dura. A lo lejos, se levantan los edificios de la ciudad; los vehículos transitan uno tras otro por una ruta/avenida, el límite entre dos universos.

En otra oportunidad, Kofman recordaba que sólo indicó “despejar de vidrios y de desechos peligrosos” una parte de la zona, para cuidar a los protagonistas, pero el resto del lugar no fue alterado: “El perro que pasa caminando es un perro de allí, como las casas, como el baldío, como la lomita llena de basura…”.

“Sos una basura”, le lanza Mecha a Mingo cuando él la insta a que cobre por acostarse con su amigo, Alfredito (Gustavo Belatti), que no pretende abusar de ella y la quiere como novia. Después del insulto, Mingo la golpea y la viola.

En Perros de la noche, “basura” es la villa, la pobreza, la falta de dinero, la imposibilidad de mejorar, la prostitución a la que Mecha debe someterse y que rechaza, el abuso de Mingo y los clientes, el aborto al que ella debe someterse con vergüenza y en forma clandestina…

“¿Para eso te saqué de la mugre?”. La recriminación de Mingo a Mecha, mientras es explotada en una whiskería de un pueblo, vuelve a plantear el tema: la villa es “basura” y “mugre”. Pero ese pueblo del –se supone, porque no se explicita– interior bonaerense también es “basura” y “mugre”. Las personas quedan tan sucias como los lugares.

Un tiempo antes de irse, Mingo le había pedido prestada la moto a su amigo para salir a robar fuera de la villa, pero la aventura se frustró y cayó preso. En la cárcel, lo violaron. Otros espacios de “basura” y “mugre”.

Ya en el pueblo, Mingo le miente al dueño de la whiskería Cirrosis que Mecha –a quien hace pasar por su esposa y la llama Vicky– trabajó ocho meses como bailarina en el boliche “Bonanza, en San Martín, por la Ruta 8 y Camino de Cintura”. Cuando se escapan del lugar, porque Mingo roba la recaudación, se instalan en otro pueblo. Allí ella es Lissette. Los siguen acompañando la “basura” y la “mugre”.

 

Liberación femenina

“Es un chico, no lo puedo dejar solo”, le dice Mecha a Ferreyra (Héctor Bidonde), el dueño de otra whiskería que se enamora de ella, cuando le confiesa que Mingo no es su marido, sino su hermano. El amor no triunfa –Mingo interviene para forzar esa situación– y lxs hermanxs regresan a la villa.

¡Alerta spoiler!: ya no tienen la casilla y Mecha no quiere quedarse allí. Mingo teme perderla y la insta a que no lo abandone. El drama vuelve a estallar. Ambxs pelean, revolcadxs en la tierra, cerca de los desperdicios. Ella se va, sin ninguna pertenencia. La villa comienza a ser el pasado. Atrás queda la “basura” y la “mugre”.

Décadas después de la realización, Medina observaba un final de liberación femenina, gracias al aporte de Kofman. En la novela, el protagonista muere. Al armar el guion, el director sugirió modificar el desenlace para que aportara algo de esperanza, a tono con los tiempos de la primavera democrática alfonsinista. Hoy, ese cambio puede apreciarse en clave feminista.

 


Germán Ferrari es profesor de Periodismo Gráfico y Taller de Periodismo Gráfico en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Nacional de Lomas de Zamora (UNLZ). Edita el Suplemento Universidad del diario Página/12. Sus últimos libros son Osvaldo Bayer. El rebelde esperanzado (2018),  Pablo Rojas Paz va a la cancha. Las crónicas futbolísticas de «El Negro de la Tribuna» (2020) y Raúl González Tuñón periodista (en prensa).