Los médicos Eugenia Traverso Vior y José Maria Malvido coordinan “Detrás de los barbijos”, un diario virtual que se convirtió en un testimonio del intenso e ingrato trabajo del personal de salud dentro de un hospital público del Conurbano bonaerense en plena pandemia.

Por Pilar Safatle*

Gabriel tiene -apenas- 28 años y está internado con COVID-19 en una cama del hospital Alberto Balestrini de Ciudad Evita, en La Matanza. En el transcurso de dos días, y a pesar de los esfuerzos de los especialistas a su cuidado, su estado de salud se agravó y es necesaria una derivación a terapia intensiva. “¿Me voy a salvar?”, es su pregunta. “Tengo tres nenas”.

Eugenia traga saliva y le asegura, con una tranquilidad exigida, que sí, seguro sí, y le augura un reencuentro a la salida de la UTI. Pero está claro: en realidad, no lo sabe. Le explica, también, que en terapia no va a poder usar su teléfono y le ofrece hacer un llamado más a su familia, o una videollamada para ver a su pareja y a sus hijas. Gabriel, que ya se siente muy mal y no respira bien, prefiere que no.“Hablá vos”, le dice. 

Del otro lado del teléfono, Eugenia Traverso Vior (37), médica clínica e internista del hospital, siente que la esposa de Gabriel no entiende la gravedad del asunto y cuando corta la llamada, se pone a llorar. 

“La última vez que habló con la mujer no sé qué le dijo y ahora está intubado y no sabemos si se va a morir. La verdad es que yo no sé cómo repercute todos los días esto en mí”, dice ahora en esta conversación con Cordón, que tenemos por videollamada a las 20.30 de un jueves, en el único momento libre que encontramos para la entrevista. El plano corto en la pantalla la muestra dentro de una habitación de su casa de Banfield, donde vive con su pareja y su hijo de dos años. Más allá de los píxeles, se ven algunas lágrimas: “Perdón. Es que estoy muy pasada hoy”. 

Unas horas antes, como casi todos los días en las últimas semanas, Eugenia también lloró en el hospital.  

En el mes de marzo de 2020, la cercanía con el Aeropuerto de Ezeiza transformó a este hospital matancero en un centro de derivación. Un virus desconocido, contagioso y potencialmente mortal, que hacía meses avanzaba por todo el mundo, estaba a punto de desembarcar en Argentina y no había tiempo para planear a largo plazo. En este, como en todos los hospitales del país, había que actuar rápido y prepararse. 

Por esos días, José María Malvido (43), jefe de la Unidad de Infectología del Balestrini, se sentía desafiado como un jugador de fútbol antes de un mundial. En 2009, había vivido la pandemia de Gripe A-H1N1 en plena formación como infectólogo pero, esta vez, el panorama era mucho peor.  En ese contexto, José, que siempre sintió una pasión especial por la comunicación y la divulgación, empezó a escribir un diario que publicó primero en un portal de noticias; luego, devino en una cuenta de Instagram -a la que un tiempo después se sumó Eugenia con fotos y relatos propios-; y, más tarde, también dio forma a un podcast. Los dos son también docentes en la Universidad Nacional de La Matanza (UNLaM). En esa metamorfosis, los objetivos del diario cambiaron y se multiplicaron con el tiempo.

— ¿Cuál creen que fue y es hoy el propósito del diario?

—Eugenia: El primer objetivo es hacer catarsis. Surge más de una necesidad de contar, de intentar sacar todo esto que tenemos dentro de alguna forma. No pensamos en ser instagramers, ni virales y no tenemos el tiempo ni los conocimientos para hacerlo. Yo venía pasando una situación complicada, de ser madre poco antes de empezar la pandemia y de que a la nena de mi pareja se le muriera la mamá, que era amiga mía también. Me dí cuenta de que tenía ganas de escribir algo también. Empecé con algunos capítulos sueltos y, ya en abril, le dije a José que quería hacer un Instagram para que las fotos no se perdieran y el registro quedara en algún lugar. 

—José: Primero, fue la necesidad de soltar y expresar. Yo estaba pasando una situación personal bastante complicada también, que después llevó a que durante siete meses no viera a mis hijos por ser infectólogo. Habitualmente, hago radio (conduce Barrilete Cósmico en FM Fribuay Rock 90.7, de La Matanza)y ahora tampoco podía hacerla, y las dos circunstancias hicieron que tuviera la necesidad de escribir. Ya estaba claro que empezábamos a vivir algo que, en algún momento, vamos a ver como parte de la historia. A pesar de que durante varios meses lo escribí solo, siento que siempre lo hicimos con Eugenia. Somos muy compinches en muchas cosas, los dos somos docentes y recorremos juntos gran parte de la vida médica. 

—E: Este año nos dimos cuenta de que los dos teníamos cosas para contar, porque yo estoy en internación y, de alguna forma, veo una parte que él no vive. La terapia intensiva es más dura, pero ahí hay gente que no habla. Nosotros estamos en la etapa previa, en el diálogo con la familia y el paciente. Nos dimos cuenta de que los dos teníamos historias diferentes. Somos amigos hace muchos años, empezamos a trabajar juntos en el hospital en 2013, cuando abrió, pero estar pasando los dos por situaciones complicadas, viviendo la pandemia juntos y armando este proyecto nuevo, obviamente nos unió un montón. 

—J: En un momento en que yo había dejado de escribir, mis compañeros me imprimieron lo que había hecho hasta ese momento y me lo dejaron en el escritorio; ahí me di cuenta de que estaba bueno. El diario ahora tiene tres intenciones: nuestra catarsis, poder contar la parte que nunca se cuenta y reproducir lo que nos está pasando todos los días a nosotros. Tal vez, alguien nos lee y le sirve porque tiene dudas, porque está pasando por lo mismo o porque tiene un familiar internado. De alguna manera, además, empezó a tomar forma de colectivo testimonial: nunca se habla de la gente de la lavandería, del ambulanciero, del personal de limpieza o de mantenimiento, pero el laburo lo estamos haciendo todos.

“Loco, vení a un hospital público”

El hospital Balestrini -un homenaje en vida al dirigente peronista y matancero fallecido en 2017, siete años después del ACV que sufrió cuando aún era vicegobernador bonaerense- fue, en sus primeros años de actividad, blanco de críticas en torno a una supuesta gestión deficiente y el uso político de la obra pública por haber sido inaugurado -según quién cuente la historia- tres, cuatro o hasta cinco veces.

Apenas ocho años después, los trabajadores de este hospital público y provincial, pero con relación directa a la red municipal, vieron, en las primeras semanas de la pandemia, cómo se modificaba su población habitual: desde una familia de australianos hasta parejas de argentinos que volvían de luna de miel en Europa recibían ahora atención médica en Ciudad Evita, donde también se atienden pacientes de barrios populares con consumos problemáticos de sustancias o enfermedades como tuberculosis. “Algunos miraban como si los hubieran mandado a la selva”, recuerda José a la salida del hospital, a punto de volver a su casa de Villa Luzuriaga.

Cuando empezaron a escribir el diario, un propósito fundamental era combatir la desinformación que poco a poco empezaba a colarse en los medios de comunicación por las grietas del hartazgo, el descreimiento y el miedo ante esta situación difícil. Un año y medio después, al fleje de una posible “tercera ola” y en un contexto de crisis cada vez más urgente, el mecanismo se repite y marca las desigualdadas, aún más que en la primera.

En esa misma línea, José María, que lleva adelante consultorías de salud sexual junto a Fundación Huésped en Villa Palito y otros barrios de la zona, también empezó a formar parte de la Secretaría de Comunicación de la Sociedad Argentina de Infectología (SADI). “Además de lo asistencial, es absolutamente necesario dar batalla desde el lado comunicacional.La verdad es que, durante un año, no prendí la televisión, ni sabía lo que pasaba afuera. Pero sí teníamos claro lo que pasaba adentro y queríamos transmitirlo”, dice.

“En una clínica privada donde trabajo, donde estuve de guardia esta noche, desde hace tres meses se hacen cirugías, como si no pasara nada. Se ponen tetas, se hacen lipo, la nariz. En el piso de arriba sí hay algunos pacientes COVID, que en general van directo a terapia. Pero los que están en sala general están dentro de todo bien”, describe Eugenia. “Son realidades completamente distintas. El estrés que tienen mis compañeros ahí no es el mismo que el que estamos viendo nosotros en el Conurbano, intubando gente de 30 años”, agrega para cerrar la idea. 

“La salud pública ha contenido tremendamente esta pandemia dándole apoyo al OSDE 410. No me cabe la menor duda porque lo vivo en carne propia”, suma José.  “Un colega médico me decía que no creía mucho en todo esto, que hay una cuestión económica y política detrás las cuarentenas y la pandemia”, dice. “Yo pensaba: ‘Loco, vení a un hospital público y date cuenta de lo que estás diciendo’. Te dicen que muere gente por dengue, por chagas, por hambre y estamos de acuerdo. Hay un montón de políticas sanitarias que hay que cambiar hace mil años, pero no se puede negar el colapso”, asegura.

Las historias de los pacientes que atienden Eugenia y José también son muy distintas. “Acá, vemos familias enteras que viven en un monoambiente o gente que vive en la calle, a la que tenés que plantearle cosas que son imposibles ¿Aislado de qué va estar? ¿Cómo le entrego una receta con una indicación a alguien que no sabe leer?”, se pregunta él.

Los recursos humanos y materiales no son infinitos en ningún hospital público ni en el Balestrini: este año, los consultorios externos se convirtieron en habitaciones porque la guardia no daba abasto. Se redistribuyeron médicos y la guardia pasó a contener a seis u ocho intubados, algo que nunca había ocurrido antes. Sin embargo, mientras en la mayoría de los centros de salud los consultorios de infectología cerraron para poder atender la pandemia, en el Balestrini se abrieron nueve por semana. “La forma de encararlo fue redoblar la apuesta y podemos decir que salió bien”, se enorgullece José.

— ¿Cómo cambió su carga laboral en la primera y segunda ola de la pandemia?

—E: El año pasado fue peor en cuanto a carga laboral porque teníamos muchas bajas, éramos pocos y estábamos frente a algo desconocido. Pero a nivel personal, los últimos meses fueron peores porque me encuentran totalmente agotada, porque la calidad de los pacientes cambió mucho y me pega mucho más ver a gente de mi edad, o más joven, tan mal. El año pasado era gente más grande y con patologías prevalentes, más que nada. Ahora estamos viendo pibes de 40/45 años. Ya esto me agarra muy pasada, agotada, harta de todo esto. 

—J: Lo más difícil fue atravesar una situación personal tan dura en el medio de un escenario que me requería al cien por ciento. Pero el momento de quiebre fue cuando ya no teníamos dónde meter gente y dividimos habitaciones en dos, entre la desesperación y la necesidad de resolver sin quejarse. Fueron muchos momentos como esos últimamente. 

— ¿Cómo repercute todo esto en sus vidas personales? ¿A qué se aferran para que el trabajo no los sobrepase?

—E: Bueno, después está eso. El hecho de llegar a casa y enfrentar una clase con alumnos, darle de comer a mi nene, dormir mal. Me despierto 400 veces por noche y el sueño nunca es reparador. Voy al hospital ya pensando qué es lo que va a pasar después. La semana pasada llegué a las 7.55 y a las 8 estábamos intubando un paciente. Al día siguiente, lo último que hice antes de irme fue intubar a otro. Hoy fui a ver un paciente que ayer estaba medio feo, lo terminamos pasando a terapia y apenas pasó ya lo tuvieron que intubar. A nivel personal, este es el peor momento que estamos viviendo. Casi todos los días me encierro y lloro. Llego a mi casa y no puedo mover el cuello. José, yo y muchos de nuestros compañeros estamos con situaciones muy sintomatológicas: llagas en la boca, dolores de cabeza, infecciones, manchas en la piel, caída del pelo. Todas señales del cuerpo de que tenemos que frenar un poco, pero no podemos. Hago terapia, disfruto de ver una serie con mi pareja, o de jugar con mi hijo, pero me faltan momentos de tranquilidad y de paz en soledad. 

—J: Hago terapia, por supuesto. Además de todo, mi viejo se infartó en medio de la pandemia. Tengo apoyo de salud mental en general, porque es necesario. Lo apasionado que me siento por lo que hago me ayudó a ocuparme y a tener otra cosa que me trasladara de las emociones negativas. No estaba contento por la pandemia, pero me rescató, mientras estaba partido, poner toda la libido ahí. Mi escape fue comunicar en salud, de alguna manera. Ahora volví a hacer mi programa y me dí cuenta también de que el día de mañana, cuando pase un poco todo, esto me gustaría estudiar comunicación y combinar las dos cosas. A mí me encanta la radio, tengo un programa preferido de AM y FM para cada momento del día, pero desde que empezó la pandemia, nada. No podía escuchar otras voces que las que ya tenía encima. 

Aplausos que mienten un poco

— ¿Sienten que hay un reconocimiento hacia los médicos o que lo hubo en algún momento? 

—E: Me parece que lo de los aplausos fue una copia de Europa, una forma de aliento acá, donde todavía no había pasado nada, porque no había ni siquiera transmisión comunitaria. Era un mimo para lo que iba a venir, pero muy rápido llegaron los escraches, médicos a los que les incendiaron los autos, o a los que les dejaban carteles en los edificios para que se fueran. Tengo amigos que pasaron por esas situaciones. 

—J: Los aplausos fueron algo espasmódico, era una novedad. A la gente le conmovía que en Europa tenían que elegir a qué anciano dejar sin respirador. Después, hubo un acostumbramiento y cuando realmente tuvo que venir el reconocimiento para nosotros, fue todo lo contrario y se instaló esta cuestión de que “los infectólogos están gobernando el país”. Pedro Cahn pasó de ser el tipo que nos cuidaba a ser un perseguido. Nadie tiene problema en recurrir al médico más cercano que tenga y, sin embargo, creo que va a pasar la pandemia y la salud va a seguir como fue históricamente en nuestro país: una entidad con muy mala calidad de vida, de malas condiciones de trabajo y mal paga. 

—E: Nos ofrecen un bono de 5.000 pesos cuando en las paritarias de algunos sectores están pidiendo 50 por ciento, les dan el 40 y a nosotros, el 20. Estamos entre los médicos peores pagos en el mundo y no creo que eso mejore ni que haya intención de hacerlo. Hay una especie de juego, de saber que nosotros no paramos. Tenemos la vida de los pacientes en juego y puede parar alguien que hace consultorio, pero una guardia va a seguir trabajando. Vamos feriados, domingos, si hay una baja. A cualquier hora estamos al teléfono. 

—J: Ahí hay una cuestión comunicacional muy importante, pero me parece que de fondo hay una cuestión de desprestigio que no sólo es con el médico. Un enfermero, por ejemplo, trabaja como mínimo en dos lugares o tres; su tarea es, en algunos casos, más importante que la nuestra y, en lugar de ser calificado, es tratado como una especie de oficio para gente humilde que tiene ganas de estudiar. Me parece que lo peor no es lo esquizofrénico para con los médicos, sino cómo una sociedad termina siendo lo que ve en la televisión. Al principio, todo esto conmovía y todo era épico, en un momento en que acá ni habíamos arrancado. A mí me dejaban dibujitos en mi casa y mensajes de aliento y hoy esos mismos vecinos me cruzan y me ignoran. Está claro que no hay un reconocimiento, no ya al médico, sino a todo el concepto de salud.

—E: No considero que seamos ni héroes ni protagonistas, los protagonistas son los pacientes. Nosotros estamos haciendo nuestro trabajo. Le ponemos más o menos pasión, pero es lo que elegimos hacer. Nadie está inmolándose, porque aunque sean dos mangos es el laburo que mantiene a nuestras familias. No me parece que nos tengan que hacer monolitos ni aplaudir todos los días. Sí, lo que me da bronca, es que la gente no entienda la magnitud de lo que viven tanto los enfermos como el personal de salud, de la quemazón que tenemos y que, después, elijan irse masivamente a La Costa en Semana Santa. Más allá de todo, es lo que elegimos hacer y lo seguiríamos eligiendo.

Hospital Alberto Balestrini de Ciudad Evita, en La Matanza

Mientras tanto, Gabriel, con sus 28 años, sigue mal. Está intubado y el pronóstico no es bueno. “Miro el reloj y me parece mucho más tarde de lo que es, me parece lo mismo que ayer pero otro día, me parece que me quedan muchas cosas para hacer y pocas energías”, dicen José María y Eugenia en el último posteo del diario. Nos despedimos, cortamos las llamadas. Ellos intentarán descansar, pero mañana todo va a ser, más o menos, lo mismo. La pandemia -a pesar de nuestro cansancio, de los temas del día o de la pujante campaña de vacunación- no terminó. Y ellos lo viven en carne propia, detrás de sus barbijos.


* Pilar Safatle es Licenciada en Periodismo de la Universidad Nacional de Lomas de Zamora (UNLZ). Actualmente escribe en Infobae sobre temas de Sociedad y Policiales.