Doce años sin Sokol

En enero de 2009, de manera trágica, falleció el músico Alejandro Sokol. En sus casi 49 años, se tomó en serio y muy rápido su vida conurbana: fundó Sumo, se escapó de los excesos del rock y se hizo mormón, volvió para cantar y armó Las Pelotas. Grabó discos, tocó por todo el país, teloneó a los Rolling Stones y volvió a caer. Se fue a vivir a Córdoba con su familia pero volvió solo al Conurbano. El “Bocha”, un ingobernable arriba y abajo del escenario, se hizo leyenda desde el Oeste. 

Una de las primeras veces que estuve en un camarín de Las Pelotas fue para entrevistar a su cantante y guitarrista, Germán Daffunchio. Alejandro Sokol entró en el cuarto donde hacíamos la nota, pidió disculpas y cerró la puerta. Al rato, volvió a aparecer. Sin decir nada, cerveza en mano, hizo un gesto gracioso con su nariz de payaso sin maquillar. Daffunchio lo retó con un chasquido y él le devolvió una mueca tonta. Enseguida, abrió la puerta y dijo: “¿Alguien vio mi corpiño?”. Cerró con fuerza, hizo temblar el picaporte y su carcajada ronca se perdió del otro lado.

Siempre que evoco esa anécdota se me viene a la mente Corpiños en la madrugada, primera grabación de Sumo, cruda y pura, en la que Sokol tocó la batería. Veinte y pocos años tenía, era un pibe de barrio –Hurlingham- el mismo donde se crió con sus padres –detrás de la fábrica de neumáticos-, donde conoció a Luca Prodan y, junto a Daffunchio, fundaron una de las bandas míticas del país. La sala de ensayo de Sumo, casona de Timmy McKern, cuñado de Daffunchio y el tipo que convenció a Luca de migrar desde Europa hacia Argentina a desintoxicarse de sus adicciones, quedaba en el barrio El Cartero.

Ni cuando se convirtió a la religión de los “mormones” –Movimiento de los Santos de los Últimos Días- para alejarse de los excesos en los que tropezaba una y otra vez en las noches de la primavera alfonsinista, Sokol pudo irse de Hurlingham. Eso fue a mediados de los ‘80, Alejandro ya era padre y comenzó a trabajar: en la empresa familiar; y después, en una heladería en Villa Ballester, mientras hacía changas en el barrio además de su trabajo como misionero.

También en ese rincón del Oeste del Gran Buenos Aires, una tarde durante un festival de rock en la plaza, años después de que falleciera Luca y los ex Sumo Ricardo Mollo y Diego Arnedo ya formaran Divididos, Daffunchio le dijo que tenían que hacer una banda. Así nació Las Pelotas, meses después de que el Bocha desintegrara S.O.K.O.L, el breve proyecto que tenía con un par de músicos del barrio y la iglesia donde empezó a llevar la voz cantante.

Guitarra al lomo en la radio o en una reunión de amigos, en vivo con Las Pelotas arriba del escenario –en La Fuente de la estación Rubén Darío, en Arpegios o en Obras- cerraba los ojos y te ibas con él; reía y contagiaba, hacía muecas y uno igual; bailaba como un espantapájaros y lo que uno hiciera abajo estaría igual de bien, o mal. Brillaba (¡Shine!). “Un amigo es uno mismo con otro cuero”, inmortalizó Atahualpa Yupanqui. El “Bocha” era uno de nosotros, de los de abajo.

“¿Para qué quiero dinero si yo nací en un barrio, fui pobre y siempre fui feliz?”, dijo una vez en una entrevista. El libro El Cazador, la primera investigación biográfica de Sokol que acaba de publicar la editorial Sudestada, cita esta frase. Para hacerla, su autor, Isaac Castro, entrevistó a músicos, vecinos, familiares y hasta a su peluquero del barrio.

Allí cuenta: “Él estaba siempre acá, a veces entraba descalzo o pasaba al baño con un papel higiénico. Un día yo estaba con un señor mayor, entró Alejandro sin saludar, guitarra en mano, y se puso a cantar una canción que acababa de componer, dijo”. Era El Cazador, ese estribillo que mejor lo describe: “Estoy harto de repetir, estoy cansado de soportar tanto veneno/ y voy herido en tus manos y no quiero despegar dando dolor”.

“Ale nunca se creyó nada, ni aun teniendo con qué hacerlo, estando facultado para hacerlo”, escribió sobre él Mario Ferrarese, dueño de FM Triac, la de Hurlingham y la de Traslasierras, en Córdoba. “Después de subirse al escenario de River para telonear a Los Stones en su primera visita a la Argentina, un rato más tarde, cuando volví al barrio, lo vi en el barcito de Darío. No lo podía creer, ver a ese tipo tras el vidrio, que empuñaba una criolla para deleite de solo algunos parroquianos, sin que ninguno de ellos sospechara siquiera que ese cantautor había compartido luz y sonido con uno de los grupos más grandes del mundo”, lo pintó.

A Mario siempre me lo nombró Andrea Prodan, el hermano de Luca que vive en Córdoba. Con otra fecha aniversario, volvimos a hablar de Ale. Esta vez, me cuenta: “Me acuerdo de los asados en la sala de Hurlingham, unas paellas. Con Ale, siempre tuve buena onda. Cuando vine a Buenos Aires en el ‘95 y me invitaron a Cemento, épocas en que los recitales empezaban a las 3 de la mañana -¡la noche de Buenos Aires era una locura y la de Las Pelotas más!-, yo cerraba los shows cantando con él en inglés. La gente se volvía loca, algunos ni sabían que Luca tenía un hermano”.

“Yo estaba ahí abajo, Andrea”, le digo. Cruzamos más audios sobre eso, nos emocionamos. Pero lo mejor es el video que grabó en los camarines del emblemático túnel del tiempo del rock. “Está en mi canal Casa Prodan, lo recordarás, usalo para la nota”, sugiere, y recuerda: “Tras esos shows en Capital, nos volvíamos hechos mierda a Hurlingham, llegábamos de día y las calles principales seguían con gente, saliendo de los bares y boliches. Ale la seguía y nosotros nos íbamos a dormir”, lo describe.

Conocí a Adolfo Morales en las canchas del Ascenso, cuando me dieron un teléfono para acceder a entrevistar por primera vez a Sokol, que siempre le escapaba a las notas. Di con él sin saber que era él. “¿Vos no sos…?”, le dije. “Sí. Y vos, el de radio”, me contestó. Morales fue prensa de Las Pelotas durante once años. Hizo todo lo posible para que Ale viniera a mi programa de radio, que hacíamos desde un bar de Palermo. Una utopía. Nos falló el primer martes, insistí la semana siguiente, y la otra.

Cuando la cosa se puso áspera, me tiró: “Bueno, yo voy en bondi, pero si me ponés un remis a la vuelta, mejor, porque yo soy del Conurbano y desde allá…”, dijo finalmente cuando lo convencí de que viniese a ese bar.

Llegó con la novia, cantó cuatro temas: Mareada, El Cazador, una de David Bowie –“mi ídolo”, dijo antes de interpretarla-, y Nos sobran los motivos, de Joaquín Sabina. Fue inolvidable.

Recordamos aquella primera vez con Morales y evoca al “Bocha” en sus andares conurbanos. “En la sala del barrio Cartero, en la casa del Tanito Fusco, en Tesei, donde vivió el último tiempo, en la quinta que alquiló en Bella Vista donde se comprometió con Sonia (su novia) en una fiesta a la que fue el Chizzo de La Renga”, dice.

Cuando Alejandro se fue de Las Pelotas en 2007 muchos nos fuimos con él detrás de su sonrisa, ahora que la había recuperado y nos convocaba a verlo en bares. Podía aparecer en el Zeppelin de Ciudad Jardín con Pablito Guerra de Los Caballeros o en Santana de Ramos con Piti Fernández de Los Piojos. Hasta que armó su último proyecto, El Vuelto SA junto con Ismael –uno de sus hijos- y amigos. Fueron un par de años buenos más para nosotros pero después supimos que para él no. En el verano del 2009 recibimos la noticia: Alejandro Sokol falleció de manera trágica por un paro, epílogo de una cardiopatía aguda que no atendía, en la terminal de ómnibus de Río Cuarto. Iba o venía, no importa, siempre estaba en eso. Así vivió, por eso se hizo leyenda, mucho antes de que lo consagraran en nuestro cielo como uno de los indispensables del rock.

Posdata, por esto al ‘Bocha’ en sus últimos años le gustaba tanto cantar entre dientes esta letra de Sabina:

“No abuses de mi inspiración
no acuses a mi corazón…
por las arrugas de mi voz
se filtra la desolación
de saber que estos son los últimos versos, que te escribo”.